El
mal
El pathos de lo nuevo y del nuevo comienzo desarrolla rasgos
destructivos ,si no es inhibido por aquel otro espíritu que Nietzsche llamo
"genio de la meditación" . Precisamente Nietzsche, en cuanto pensador
de la transvaloracion de todos los valores, rechaza el énfasis ciego en lo
nuevo. Es cierto que reconoce a los predicadores de lo nuevo, pero nunca pierde
de vista la necesidad de la vida contemplativa. A los predicadores de lo nuevo,
pues, les contrapone los grandes espíritus contemplativos , que llama "labradores
del espíritu" .
Los espíritus más fuertes y los más malvados son los que hasta ahora más
han hecho avanzar a la humanidad: siempre encendieron de nuevo las pasiones
adormecidas _toda sociedad establecida adormece las pasiones _, despertaron una
y otra vez el sentido de la comparación, de la contradicción , del placer por
lo nuevo , arriesgado , por lo no experimentado ; obligaron a los hombres a
contraponer opinión contra opinión , modelo contra modelo . Con las armas ,
derribando los límites, la mayor parte de las veces ofendiendo a la piedad
:" pero también mediante nuevas religiones y morales " En cada
maestro y predicador de lo nuevo existe la misma "maldad". Pero bajo
todas las circunstancias, lo nuevo es lo malvado , por cuánto lo que conquista
quiere trastocar los antiguos límites y las antiguas piedades .
Del face de Oliver Alvarado
Huaroto
¿Dónde se tematiza la experiencia del mal en la Fenomenología
del espíritu? Pasando por la experiencia de la sensibilidad
interiorizada en la percepción, el contacto con el Otro, reconciliado en un
campo común de acción social e histórica teniendo la corporalidad como límite
biológico, se llega a un análisis de la consciencia moral moderna. A la fecha
se pueden evaluar dilemas morales con el auxilio del vocabulario técnico
kantiano de la razón práctica: el móvil de una acción es bueno en la medida en
que parte del respeto al deber puro, a una ley universal aceptable por todos
los seres racionales en principio; es malo si parte de la sensibilidad, o de lo
pulsional de la naturaleza humana. Para Hegel, siendo estrictos, una
consciencia que actúa no puede sino asumir un móvil dado por la particularidad
propia de esta consciencia, y así, de un contenido pulsional, antes bien que de
una conformidad pura a un deber puro:
De acuerdo a este deber, yo actúo moralmente, en la medida en
que soy consciente,
de ejecutar solamente el deber puro, no alguna otra cosa; esto quiere decir, en
el acto, en
la medida en que yo no actúo. En la medida, empero, en que yo
actúo realmente, soy consciente de un Otro, de una realidad,
que está a la mano, y de una que yo quiero producir, tengo un fin determinado y
ejecuto un deber determinado; es algo distinto ahí que el deber
puro, mismo que es el que únicamente debería ser acometido[7].
Hegel está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de
esta argumentación, que implica no otra cosa que la tesis de que solamente un
ser no actuante y aislado del mundo social, como un anacoreta o monje del
desierto, podría cumplir con la exigencia moral de no actuar de acuerdo a algún
interés personal, es decir, a no actuar del todo – el alma bella que languidece
en su melancolía de la inacción es una figura antropológica extrema de ello; por
otro lado quien actúa en el mundo social, sigue siempre un móvil de la propia
particularidad, es decir, es egoísta – el héroe que aplasta voluntades en el
teatro de la historia, a la manera de un César, es una figura antropológica
extrema de ello; como corolario a las tesis del marasmo del alma bella y de la
monomanía de la acción del héroe, Hegel sentencia: “No hay realidad efectiva
moral alguna”[8].
¿No puede haber un problema de fricción entre voluntades que
afirman sus fines particulares, con o sin saberlo, con o sin quererlo, a la
manera de la conflictividad del encuentro entre las autoconsciencias en la
lucha por el reconocimiento del capítulo IV de la Fenomenología? Hegel parece
considerar que la esencia del mal consiste en una extrema tenacidad en la
ejecución del fin de la particularidad, y en una confrontación radical de este
fin con la consistencia ética de una totalidad social (sus valores, leyes, por
ejemplo), a sabiendas de que el propio fin particular no es parte de un dominio
común: “La consciencia mala se confiesa en el acto como mala, por la
afirmación, de que se encuentra opuesta a lo universal reconocido, y que actúa
de acuerdo a la propia ley interior y su propia consciencia moral”[9]. Como en toda contradicción tematizada
en la Fenomenología,
hay un punto de resolución o de arribo para seguir desenmarañando la naturaleza
social humana y sus conflictos interiores; la religión es una suerte de cemento
social, donde las penas morales de los individuos son purgadas (todos somos
malos, y estamos perdonados en la medida en que nuestros fines particulares se
acoplan en una totalidad social que reconoce un cemento social simbólico común,
podría ser una tesis de lo expuesto hasta este punto), y donde hay un punto
sustancial de anclaje para la consciencia humana, para poderse remontar hasta
un conocimiento intensivo de su propia esencia.
El mal como parte necesaria y estructural de la sociedad humana
y de su historia, se encuentra naturalmente en el sistema enciclopédico; la
filosofía del derecho de Hegel (el texto de imprenta junto con los cursos
correspondientes de 1817 a 1831) es esencialmente una teoría social, y por lo
tanto contiene un concepto fundamental de acción humana que, a su vez, implica
una posición teórica que diferencia entre acto y acción (los conocidos Tat y Handlung apuntados
por Fichte, y los actos de habla o actos intencionales teorizados por Searle y
una parte de la filosofía de la mente contemporánea). En el apartado
“moralidad” de la filosofía del derecho hegeliana, se trata ante todo de
defender que el ser humano moderno, puede saber cuál es su querer y las
intenciones que guarda en su pecho alrededor de su conducta cotidiana;
definitivamente no propone Hegel un reglamento moral alternativo a la filosofía
práctica de Kant – de inicio, la teoría de la eticidad de Hegel ya incluye la
tesis de que es el deseo el principal constructor de la sociedad humana, y
nunca una consciencia moral -, sino más bien una concepción historicista y
genética sobre las capacidades humanas de valoración moral como parte del
conjunto de capacidades humanas, corporales y espirituales, de navegación en el
mundo natural y social.
La exposición de imprenta de la filosofía del derecho parece
detenerse en el momento de lo normativo, más que la Fenomenología; la particularidad
de la voluntad necesariamente ha de ser superada, de manera que el tránsito
lógico siguiente es la eticidad, con la vida familiar como un punto bien
identificable, de instanciación de la superación de la particularidad de la
voluntad en una unidad social concreta y existente. Desaparece el drama de la
consciencia (su exposición detenta una viveza literaria que ha fascinado a sus
lectores), pero aparece una arquitectónica sistemática de exposición de formas
de pensamiento en relación a formas de cultura material (medios de producción
de subsistencia, en el lenguaje de la filosofía de derecho de Hegel):
Con este lado de la necesidad del mal, está igualmente unido de
manera absoluta, el que este mal se determina como lo que necesariamente no
debe ser, esto es, lo que ha de ser superado – no se trata de que aquel primer
punto de vista de la escisión no deba aparecer (de hecho hace más bien la
separación entre el animal irracional y el hombre)-, sino que no se permanezca
en él y que no se afirma la particularidad como lo esencial frente a lo
universal, que esta particularidad sea superada como algo nulo[10].
¿Desaparece la pluma literaria de Hegel con la exposición en
parágrafos de manual burocrático (Marx se permitió una cruel chanza con Hegel
al comparar su Filosofía del derecho con el Código
Civil Prusiano, forma de exposición parágrafo inclusive)?
Fuera del factor político alrededor de la represión policial producto de
las Deliberaciones de Karlsbad (mismo que puede estar detrás en alguna medida
de la desaparición de las reflexiones sobre el valor trabajo patentes en el
curso de 1819/20)[11], es patente que las exposiciones de
cátedra hegelianas en la filosofía del derecho, son tan animadas como la propia Fenomenología[12].
Finalmente, el curso de 1819/20 es especialmente atractivo entre
todos los cursos de filosofía del derecho, por el hecho de que su exposición
podría no haber sido en parágrafos comentados, como en los cursos de 1817/18 y
1818/19 y los posteriores a la Filosofía del derecho, sino en
un hilo narrativo continuo y bastante homogéneo y orgánico (el manuscrito
Ringier y el manuscrito anónimo presentan la misma forma fluida de escritura;
el manuscrito Ringier proviene directamente de clase y de un excepcional alumno
y conocedor del derecho romano). A manera de conclusión, veamos algunos
ejemplos intercalados de ello:
“Grandes individuos hacen grandes cosas. Si, no obstante, se
dice que esto no constituye ningún mérito de los individuos, sino que han
actuado por vanagloria, así es esto precisamente la inversión, que coloca a la
acción, en consideración a los individuos, como algo malo. Esto es, en general,
una separación falsa; es un juzgar meramente abstracto, propio del
entendimiento […] Las virtudes monacales no son virtudes del mundo real, y ahí
tampoco entra la particularidad. Ahí donde se entra en el mundo, ahí está
también la particularidad de las acciones. Ésta es la manera de empequeñecer a
todos los grandes hombres […] También existen tales ayudas de cámara psicológicos,
quienes no aceptan a ningún héroe, precisamente porque son ayudas de
cámara. Es esta la envidia que no puede tolerar nada grande; sin
embargo, la envidia lleva puesta el ropaje de la moralidad. […] Luego se dice
que la virtud debe ser desinteresada, y que no se ha de buscar satisfacción en
la acción, pero esto quiere decir tanto como que no se debería actuar […] Se
dice que se deberían hondar los pliegues secretos del corazón, y así la cosa
aparecería enteramente de otro modo. Así sucede también con escritores. Se cree
que apenas se aprende a conocer correctamente a un escritor cuando se le
escucha en una conversación íntima, pero esto es precisamente el lado más
insignificante […] El bien debe particularizarse: en consideración al actuar
debo precisamente preguntar sobre lo particular en el actuar. Quien quiere actuar
debe querer algo determinado. Quien quiere algo grande debe poder limitarse a
sí mismo. Quien se detiene meramente en el bien como tal, es un hombre formal.
La pureza es entonces la abstracción de lo real. Entonces tales hombres son
vanidosos […] Este querer puede adoptar una forma que posee ciertamente algo
bello; ahí los hombres creen mancillarse con el mundo exterior. Pero esta gente
llega hasta la irrealidad, se extinguen en esta nostalgia […] Los deberes se
dejan mandar, pues ellos son lo universal en general, lo que debería ser algo
sustancial para cada uno. Pero las virtudes no se dejan mandar, ellas contienen
igualmente lo natural particular […] ¿Qué es entonces el bien? Se obtiene la
respuesta: aquello que considero de acuerdo a mi mejor convicción. Con ello se
declara lo que es subjetivo, pero esto es precisamente el mal, lo que es algo
así opinado. Al pronunciarme por el bien, expreso solamente lo abstracto […]
Aquí es precisamente el punto más interior y profundo donde el bien y el mal se
tocan – el punto, donde surge el mal, el punto central más interior del mal.
Este punto es la más alta abstracción, la cima especulativa. El mal no ha de
ser representado como algo que ha surgido de una manera casual, sino que sucede
y surge de una manera eterna. El mal está en la naturaleza de espíritu. Es la
determinación del espíritu orientarse contra su naturalidad – como Yo, como
voluntad y saber. Aquí es la voluntad el mal; en la medida en que la voluntad
quiere sus apetitos, así es la voluntad, el mal, y ella tiene el punto de vista
para elegirse a sí misma […] El mal aparece entonces en el espíritu solamente
como momento, pero como un momento que hay que superar. Pero como momento
también aparece en el bien. Un hombre que quiere actuar debe ser “malo” (esto
es un hombre malo), esto es, un hombre que desea sacrificar, romper mucho y el
lesionar de algo – se debe tener el carácter (por ejemplo, un General, etc.)
para poder lesionar lo que de otro modo se podría dejar valer […] Decir de este
contenido que es justo, es a su vez algo indeterminado. Esta idealidad en
general es el concepto de la subjetividad, pero todavía la subjetividad que no
ha llegado a la sustancialidad […] La ironía es esta consciencia de solamente
jugar con todo; también el ser maestro sobre lo noble y excelente y conceder
esto. Lo que es positivo en esta ironía es la vanidad; vanidad en todo mi
actuar – yo soy lo vano. Esta ironía es precisamente la forma, este extremo
que, de una u otra manera, es la forma de lo vacío […] Al individuo le queda
pocas colisiones restantes, colisiones que solamente atañen a lo particular. En
la tragedia antigua vemos grandes colisiones. Vemos en la Antígona la
piedad familiar por un lado, y por el otro lado vemos la otra sustancialidad
ética, el Estado. Vemos a estas dos grandes relaciones en colisión una frente a
la otra. Se mantienen en una frente a la otra, al ser libres una frente a la
otra, y en la medida en que se trata de individuos plásticos, estas grandes
figuras plásticas. Igualmente vemos a dioses en la lucha. En la Orestíada vemos
igualmente grandes colisiones […] Así es un caso tal, por ejemplo, en que se
supone que están dos hombres en un naufragio sobre un tablón, etc. Entran en
consideración muchas cosas. Pueden tener hijos, los hijos pueden tener una
madre, los otros no, el uno puede ser médico, el otro jurista, etc. Aquí
tendría uno que tener mucho en cuenta. También salta a la vista que es una
expectativa inútil, si tales casos fueran a combinarse. Es la urgencia del
momento. Los casos son infinitamente distintos. Si se quisiera decidir sobre
estos casos, se caería en una multiplicidad infinita, con la que uno nunca
acabaría […] No sería otra cosa que una hipocresía, una lealtad altiva, el no
perdonarse nada a sí mismo […] El actuar sólido y sustancial exige olvido de sí
mismo. Ahí queda fuera la particularidad. Por el contrario, estas reflexiones
que siempre quieren saber si se actúa aquí de manera excelente, llevan
precisamente a esta blandura […]”[13].
El actuar
exige el olvido de sí mismo el espíritu tiene en su desplegarse el mal pero el
mal es traspasado continuamente, así el espíritu solo puede ser libre siendo Santo.
Y en esa
santidad el Espíritu se contempla a sí mismo.
Por eso toda
reflexión es un envolverse un anudarse superando la maldad pero ¿Queda el espíritu
satisfecho en su anudarse? No.
Y entonces
Koshi kene la acción acontece en un eterno retorno el Mu se llena múltiplemente,
¿Cada una de estas diversidades es mala? Si se
vanagloria en si misma por supuesto que
sí, así que deben de volver a atarse ¿Esto es un huir permanentemente
del mal? No, es un actuar en el amor, así atado y desatado el mal es superado
sin que pensemos en él y sin que tratemos
de ser buenos.
La dualidad
del mal y el bien no puede ser superada pero esa dualidad no es real, decimos
en el espíritu hay mal pero el espíritu es Santo, decimos la voluntad actúa siempre
en contra del espíritu, pero la voluntad es espíritu dejemos que se reconozca
en la acción así como el espíritu se reconoce en ella contemplándola pero si salieran de este apate si dejaran de
tener fe, entonces la razón los revelaría en permanente contradicción y develaría
en permanente oposición y entonces el bien sería un aspiración inalcanzable.
Así el
problema del mal no es el problema del deber puro, sino el problema de la
vuelta al paraíso y ¿Cómo se vuelve al paraíso? Sabiendo que nunca se salió de
él más el desgarro y la angustia en nuestra conciencia nos dicen lo contrario, entonces
sea nuestra conciencia la de Cristo donde el desgarro es sanado pidamos perdón
y volvamos a él, pero acaso en Cristo no hay un desgarro mayor, el de sentir la
muerte de toda la humanidad, vayamos pues a la humanidad con amor ¿Acaso la
humanidad no nos odiara como odiaron a Cristo? No Hay otro destino más que la
cruz para alguien que permanece en el
paraíso, solo que hay distintas cruces no todas tienen maderas y clavos.
Así aquel
que se imagine el paraíso como un lugar celestial y cálido sepa pues que se
parece a un infierno helado y si intentaras salir de el con cualquier artimaña
evasiva endureciendo tu corazón pues estarías perdiendo tu alma y con ella toda
posibilidad de amor.
En
conclusión el mal no existe es la existencia misma más la existencia que se
redime, para volver a existir sabe que el mal es una ilusión en la que quedan
atrapados todos aquellos que intentan ser buenos.
https://paralisis.mx/la-experiencia-del-mal-en-el-viejo-hegel/
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