Noumenología
introducción
La determinación de la dialéctica materialista parece
hacer imposible el dialogo con la autodeterminación de la dialéctica
idealista, nosotros comprendemos que siendo la dialéctica el organón de la reflexión y especulación de los principios, esta nos lleva siempre a una
noúmenologia donde se pretende el estudio del noúmeno, más este estudio es una
creación y develación dando cuenta de la interpretación filosófica, aquí se
levanta el velo y detrás de la razón encontramos a la voluntad y es que en el
Espíritu objetivo la voluntad sale adelante pero aún no es consciente de su diferencia
por lo mismo cree que está determinada y se conoce como un reflejo puro o de la
materialidad o de la espiritualidad, cuando realmente es un reflejo
deconstruido diferenciado incapaz de
encontrar el centro lo que la hace un centro equivoco ahí surge la
imposibilidad de alcanzar la sabiduría, siendo la base de toda la filosofía
como un amor que no alcanza su plena realización ahí está el mito de Sócrates
en el banquete siendo eros hijo de poros y de penía.
Nosotros comprendemos al noúmeno como el Espíritu cuando es
subjetivo se auto determina en si
libertad y cuando es objetivo se determina exteriormente dándose leyes “mecánicas” que regulan su
devenir, la Dialéctica Hegueliana no tiene leyes es el espíritu conociéndose libre más la
dialéctica marxista sí, una interior y otra exterior nos hablan de la inversión
del sujeto en objeto, del paso de lo interior auto determinado a lo exterior
determinados queremos conocer al noumeno deberemos aceptar ambas, sabiendo que
antes Del espíritu subjetivo está el
absoluto, donde el uno está
indiferenciado donde cuanta de
la religación de lo diferenciado humano con la divinidad alcanzando así la unidad espiritual, luego tenemos al
espíritu revelado donde la idea es ideoelecto y lo uno se invierte en una
multiplicidad de formas he aquí el ser
revelado en los entes, cualquier separación entre forma y fondo es estúpida ,
porque la forma misma es el fondo, la idea es un modo de espacio y tiempo que
revela lo uno expresado por un artificio dándonos el arte , este ira de lo
numinoso, a lo sublime-Abyecto, a lo
bello- feo hasta lo mecánico-útil y ascenderá en un camino converso, es desde
este espíritu que nacerá el espíritu subjetivo quien hará de sus percepciones
categorías y conceptos, lo cuales se objetivarán dando cuenta de dinámicas y
procesos materiales, el sujeto pasa del fenómeno al noúmeno reconociendo en
este a su libertad y se invierte para
objetivar esta libertad en un mundo justo donde a cada uno se le dé según su capacidad,
y a cada uno según sus necesidad" siendo ahora el noúmeno la
materia la cual trabaja tal cual entelequia Aristotélica para alcanzar su
unidad entre la naturaleza y la cultura.
El problema para alcanzar esta unidad, que no es otra que la
unidad del noúmeno es mucho más compleja, lo objetivo determinado debe de respetar lo subjetivo autodeterminado
en vez de eso lo objetivo ve a lo subjetivo como determinado queriendo
aplicarle las leyes de la dialéctica materialista veamos un ejemplo en este artículo de él
Doctor Dr. Diego Jorge González Serra Instituto Superior Pedagógico E. J.
Varona:
I.
LA DIALÉCTICA MATERIALISTA Y LA TEORÍA DEL
REFLEJO Lenin llamó a "organizar el
estudio sistemático de la dialéctica de Hegel desde el punto de vista
materialista". Esta orientación que nos dejó supone que la dialéctica debe
ser concebida y desarrollada en dependencia de su aplicación al problema
fundamental de la filosofía y de la solución materialista del mismo.
Desarrollando el punto de vista del materialismo, Lenin (1990, p. 83) expresó :
"Es lógico suponer que toda la materia posee una propiedad esencialmente
parecida a la sensación, la propiedad de reflejar". Posteriormente otros
filósofos marxistas han desarrollado ampliamente estas ideas de V.l. Lenin. La
teoría del reflejo como propiedad universal de la materia es un postulado
imprescindible de la concepción materialista dialéctica del mundo. En su
aplicación al conocimiento humano la teoría del reflejo indica que la
conciencia es un reflejo, una imagen, del mundo material. Podríamos definir el
reflejo, como propiedad universal de la materia, como aquella naturaleza de los
fenómenos, objetos o sistemas materiales, de reproducir, en las
transformaciones de sus propiedades y estados, las particularidades de otros
fenómenos objetos o sistemas con los
cuales interactua. Otra característica común a todo lo existente, se expresa en
el hecho de que en todos los objetos se dejan sentir las acciones externas a
que se hallan sometidos. Las acciones externas determinan también la propia naturaleza
interna de los objetos y fenómenos y parece como si se fueran sedimentando y
conservando en ellos. El concepto de reflejo destaca aquellos cambios que en el
proceso de interacción reproducen en forma específica la estructura de los
objetos reflejados. Toda acción de un cuerpo sobre otro se convierte en
interacción entre ambos. El reflejo es producto de la interacción entre los
cuerpos, pero a su vez participa en el condicionamiento interno de posteriores
interacciones. Si la teoría materialista del reflejo enfatiza la importancia de
la contradicción externa en virtud de la cual se produce el reflejo de lo
externo en lo interno, la dialéctica destaca la importancia de la contradicción
interna que actúa en el interior de una cosa o fenómeno y es la fuente
inmediata de su auto movimiento. En nuestra opinión, la teoría dialéctica de
las contradicciones internas como fuente del auto movimiento, en su comprensión
materialista, debe concebirse íntimamente vinculada a la teoría del reflejo y
en consecuencia, para la dialéctica materialista la contradicción interna,
aunque irreductible a la externa, debe ser concebida en unidad (interacción,
penetración y transformación recíprocas) con la contradicción externa. O sea,
para la dialéctica materialista la fuente del movimiento desarrollo se
encuentra en la unidad de las contradicciones internas y externas y no puede
ser concebida sólo como la contradicción interna. En esta unidad dialéctica
indisoluble la contradicción interna es la fuente del auto movimiento, influye
sobre la contradicción externa y la transforma, pero, en última instancia, la
contradicción externa, actuando a través de la acumulación cuantitativa de su
reflejo en to interno, llega a transformar cualitativamente y a determinar la
naturaleza interna del objeto o fenómeno. Esta concepción implica considerar la
unidad dialéctica del auto movimiento, engendrado por la contradicción interna,
con la determinación externa, producida por la contradicción externa. El
determinismo materialista dialéctico, la consideración de la fuente del
movimiento y del desarrollo, consiste en la unidad dialéctica de las
contradicciones internas y externas, del auto movimiento y la determinación
extema. En este contexto teórico el reflejo debe ser concebido como una penetración
de la determinación externa en el auto movimiento. El reflejo es producido en
virtud de que la determinación externa actúa a través del auto movimiento
interno, es producto de ambos. El reflejo no es un simple producto de lo
externo. Siempre lo externo actúa a través de lo interno para producir el
reflejo y por ello éste último es determinado tanto por lo externo como por el
auto movimiento interno. La interacción externa del objeto con su medio actúa a
través de las posibilidades internas del objeto y las convierte en la realidad
del reflejo. En gnoseología, esta manera de concebir la dialéctica y el reflejo
nos separa, por un lado, de la concepción materialista metafísica del reflejo
(que niega la contradicción interna y el auto movimiento que operan en la
conciencia y la unidad dialéctica de lo interno y lo externo) y por el otro, de
la dialéctica unilateral del auto desarrollo (que desconoce la importancia
fundamental en última instancia de la contradicción externa, de la
determinación externa y del reflejo, en el movimiento y desarrollo de la
conciencia y del conocimiento. La dialéctica unilateral del auto desarrollo o
auto movimiento que enfatiza sólo la importancia de la contradicción interna es
afín a la dialéctica idealista de Hegel y tiene su génesis en ella. Para Hegel
la contradicción externa no juega un rol importante en el desarrollo o es
desconocida. Por ejemplo, en su concepción sobre la génesis y el desarrollo del
hombre, este filósofo ha destacado la auto génesis del hombre en el trabajo.
Hegel considera el trabajo la esencia del hombre. Pero, dice Marx (1965, p. 160
-161) "...el único trabajo que Hegel conoce y reconoce es el trabajo
mental". Su dialéctica idealista sólo reconoce las contradicciones
internas que operan en la conciencia del hombre (el trabajo mental abstracto)
como la única fuente de la génesis y el auto desarrollo del hombre.
Sin embargo, para el marxismo, la génesis del hombre tiene su fuente y
origen, en última instancia, en la interacción externa entre el individuo, su
grupo social y su medio natural. Y cuando Engels dice que el trabajo engendró al hombre se
refiere no al trabajo mental abstracto, sino a la interacción con la naturaleza
en el decurso de la cual se crearon los instrumentos y los bienes materiales.
La teoría del materialismo histórico elaborada por Marx y Engels es totalmente
diferente de la concepción de Hegel sobre el desarrollo social. Para Hegel la
historia de la humanidad es el desarrollo internamente contradictorio de la
idea absoluta, que para esto utiliza a la sociedad humana. El no tiene en
cuenta cómo la contradicción externa entre la sociedad y la naturaleza (el modo
de producción de los bienes materiales) es en última instancia el determinante
fundamental del desarrollo de las ideas, de la conciencia. Lo mismo ocurre en
la concepción de Hegel sobre el conocimiento humano. Para Hegel este no es otra
cosa que la auto conciencia de la idea absoluta que opera en el hombre. Para
Hegel el conocimiento no consiste en un reflejo de algo externo al conocimiento
mismo, o sea, en un reflejo del mundo material, sino que el conocimiento
constituye el auto movimiento de la idea absoluta, la cual toma conciencia de
sí misma en el hombre. Si para Hegel el conocimiento humano se explica tan solo
por las contradicciones internas que operan en la idea absoluta, para la
gnoseología materialista el conocimiento humano se explica por la unidad
dialéctica de las contradicciones internas (que operan en el conocimiento
mismo) y las contradicciones externas entre el sujeto y el objeto y por el
reflejo resultante del objeto externo en la conciencia del sujeto. Si la
dialéctica unilateral del auto desarrollo (que sólo reconoce la contradicción
interna y el auto movimiento) se aplica únicamente a la materia, conduce a un
materialismo vulgar o que niega el rol activo y creador de la conciencia. Si se
ve sólo en la conciencia nos lleva al idealismo. Y si se aplica a ambos conduce
al dualismo. Si se traslada la contradicción interna de Hegel sólo al estudio
de la materia y de manera ecléctica se le añade la teoría materialista del
reflejo a la consideración de la conciencia, no se investiga en esta última su
auto desarrollo creativo en virtud de contradicciones internas y no se aplica
la dialéctica a la relación entre materia y conciencia. De aquí resulta un
materialismo no plenamente dialéctico, muy cercano al materialismo económico.
Como sólo se concibe la contradicción interna en la materia, cuando se va a
considerar la conciencia se ve su determinación sólo desde fuera, a partir del
mundo material. Así ocurre cuando se concibe la práctica sólo como actividad
externa material y se excluye de ella la comunicación y la actividad psíquica
interna; cuando la conciencia se ve únicamente como una función del cerebro que
refleja el mundo material y es un resultado de la interacción del sujeto con
dicho mundo : cuando se afirma que la fuente del desarrollo social se encuentra
en el modo de producción de los bienes materiales, mientras que la conciencia
social es sólo un reflejo del modo de producción que repercute sobre él. Todos
estos criterios, aunque parcialmente ciertos, desconocen el auto movimiento
creativo de la conciencia y su rol específico y fundamental en la vida humana.
Sólo una dialéctica que tenga en cuenta la importancia de la contradicción
externa, del reposo y del equilibrio, permite concebir la contradicción interna
tanto en la materia como en la conciencia y dar una interpretación materialista
de la conciencia que a la vez destaque el auto movimiento y el rol creativo de esta
última. Si aplicamos la dialéctica unilateral del auto desarrollo a la
conciencia resultaría una teoría similar a la de Hegel que no concibe la
conciencia como un reflejo del mundo material que surge en sus interacciones
con el mismo, sino como algo movido por sus propias contradicciones internas
espirituales, o sea, una teoría idealista. Y si se aplica tanto a la materia
como a la conciencia, entonces se trataría de dos auto movimientos diferentes y
separados, lo cual conduciría al dualismo. En resumen, para que la dialéctica
sea consecuentemente materialista tiene que transformarse cualitativamente de
una dialéctica unilateral del auto movimiento y de la contradicción interna en
una dialéctica que aborde la indisoluble unidad de la teoría del auto movimiento
con la teoría del reflejo y de la determinación externa, y esto supone
reconsiderar las leyes de la dialéctica. Todas ellas son leyes del movimiento y
desarrollo. III. LA LEY DE UNIDAD Y LUCHA DE CONTRARIOS La ley de unidad y
lucha de contrarios nos dice cuál es la fuente y el origen del movimiento, del
desarrollo y del retroceso, cuál es la fuerza motriz que hace que las cosas
cambien, se transformen en una dirección progresiva o regresiva. Como expresó
V.I. Lenin la ley de unidad y lucha de
contrarios es la esencia de la dialéctica. Ella se manifiesta en sus diferentes
leyes y categorías. Asi, la ley del tránsito de la cantidad en calidad consiste
en la contradicción entre la cantidad y la calidad. La ley de la negación de la
negación radica en la contradicción entre lo nuevo y la vuelta al pasado en el
decurso del cambio o movimiento. Los diferentes pares de categorías (necesidad
y casualidad; esencia y fenómeno: causa y efecto: posibilidad y realidad ; etc.
etc.) constituyen unidades de contrarios. Como ya expresamos, para una
dialéctica materialista, la ley de unidad y lucha de contrarios debe ser
planteada como la unidad dialéctica de las contradicciones internas y externas.
En consecuencia, podemos denominarla como la ley de unidad y lucha de contrarios
internos y externos. A La unidad dialéctica de las contradicciones internas y
externas. El análisis de esta unidad dialéctica debe tener en cuenta: 1) la
contraposición o diferencia; 2) la determinación y reflejo recíprocos; y 3) la
transformación recíproca. 1) La contraposición o diferencia. En el estudio de
un determinado objeto o fenómeno las contradicciones internas son aquellas que
actúan dentro de ese objeto o fenómeno, entre diferentes aspectos o componentes
del mismo. Los contrarios internos son inseparables entre sí. V.l. Lenin (1964,
p. 351) escribió: "...el descubrimiento de las tendencias contradictorias,
mutuamente excluyentes, opuestas, en todos los fenómenos y procesos de la
naturaleza (incluso el espíritu y la sociedad)". Puede decirse igualmente
(G.J. García, 1985, p. 66) que "contradicciones internas son las que se
producen, surgen o aparecen debido a la esencia misma del objeto donde
ocurren". Por el contrario, la contradicción externa es la que ocurre en
la interacción entre dicho objeto o fenómeno y los demás que coexisten con él.
Los contrarios externos pueden separarse el uno del otro. Los contrarios
internos, no. La contradicción interna ocurre entre lo nuevo y lo viejo que
existen en toda cosa o fenómeno, la contradicción externa consiste en la
oposición de lo interno y lo externo. Todo objeto o fenómeno no sólo está
separado de los demás que le rodean externamente, sino que además se encuentra
en un determinado nivel de desarrollo. Por ejemplo, la conciencia humana se
encuentra a un nivel social, superior al nivel biológico y al inorgánico. La
vida y su auto movimiento se encuentran al nivel biológico que es superior
respecto al inorgánico. La contradicción externa no sólo opera entre lo interno
y lo externo sino también entre el nivel en que se encuentra un determinado
objeto y los niveles superiores e inferiores a él. La conciencia humana, la
personalidad y el psiquismo del hombre entran en contradicción externa no sólo
con el medio, sino, además, con su propio organismo biológico, por ejemplo,
cuando un corredor se traza la meta de vencer en una competencia. Así, un ser
vivo entra en contradicción externa no sólo con los demás seres vivos que le
rodean sino también con los objetos y las leyes del mundo inorgánico. Debemos tener
en cuenta que la consideración de que una contradicción sea extema o interna
depende del objeto que abordemos. Por ejemplo, si se trata de la humanidad en
su conjunto la contradicción entre los países desarrollados y los
subdesarrollados que la componen, es interna. Ahora bien, si se trata de los
países subdesarrollados, su contradicción con los desarrollados es externa.
Veamos algunos ejemplos de contradicciones externas e internas. En un
cuerpo físico en movimiento la contradicción entre las fuerzas que en él actúan
(su impulso e inercia) constituye una contradicción interna. Ahora bien, la
fricción que experimenta en su contacto con la superficie a través de la cual
se desliza, o el choque o la influencia que recibe de otros objetos son
contradicciones externas. Dentro del psiquismo humano existen contradicciones
internas entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo pensado y lo
percibido, entre diferentes propósitos y necesidades. Ahora bien, la
contradicción entre el individuo y su medio externo y la contradicción entre el
psiquismo y el organismo biológico del individuo son contradicciones externas,
puesto que son contradicciones entre el psiquismo del individuo y lo externo a
él, o sea, el medio social y el propio organismo biológico. 2) La determinación,
penetración y reflejo recíprocos. Entre ambos tipos de contradicciones existe
una unidad dialéctica. Ambas son diferentes y relativamente irreductibles entre
sí, pero a la vez se interaccionan, penetran y transforman recíprocamente,
formando una unidad inseparable. En todo momento la contradicción externa
influye sobre la interna, pero la contradicción interna es la más importante,
pues resulta la fuente inmediata del auto movimiento, de los cambios
cuantitativos y cualitativos del objeto y de su interacción con los objetos
externos y por esta vía participa en la contradicción externa e influye y se
refleja en ella. Pero en última instancia, actuando a través y en dependencia
de las contradicciones internas, con la acumulación cuantitativa y progresiva
del reflejo de lo externo en lo interno, la contradicción externa es la más
importante, pues llega a transformar en definitiva la naturaleza de la
contradicción interna y engendra el salto cualitativo de manera indirecta
(actuando a través de las contradicciones internas). Las expresiones "en
última instancia" o "en definitiva" o "al fin y al
cabo" o "por último" indican precisamente que la contradicción
externa actúa a través de la interna en forma progresiva, mediante una serie de
cambios cuantitativos que en su acumulación llegan a producir el salto
cualitativo interno. En "última instancia" quiere decir que la
contradicción extema determina a la interna no de manera directa e inmediata,
sino de manera indirecta (actuando a través de su reflejo en cambios
cuantitativos internos) y no en el momento, sino en virtud de una acumulación
cuantitativa en el tiempo. Por ello, en última instancia la contradicción
externa es la fuente mediata del auto movimiento y resulta fundamental. La
expresión "en todo momento" indica que de manera directa e inmediata
y siempre, en todo momento, la contradicción interna es la fuente del auto
movimiento y de la respuesta o acción del objeto sobre el mundo externo.
Por ello en todo momento la contradicción interna es la fuente inmediata
del auto movimiento y de la interacción externa y resulta fundamental. En
consecuencia, nos oponemos al criterio de la dialéctica unilateral del auto
desarrollo de que el rol fundamental, como fuente del movimiento, se encuentra
exclusivamente en la contradicción interna y a su desprecio del papel de la
contradicción externa en el mismo. En realidad la fuente del movimiento (de la
interconexión externa y del auto movimiento) se encuentra en la unidad
dialéctica de las contradicciones internas y externas. Aplicando la teoría
materialista del reflejo a la dialéctica podemos decir que la contradicción
externa y la interna se reflejan mutuamente y por ello se contienen
recíprocamente. La contradicción interna refleja a la externa y en esa forma la
contiene, (aunque no pueda ser reducida a un simple reflejo de la externa) y la
contradicción externa refleja la interna, aunque tampoco pueda ser reducida a
este reflejo. Por lo tanto, en esta relación o aspecto la contradicción externa
no es puramente externa y casual, sino también interna y necesaria. Desde este
punto de vista el auto movimiento refleja y contiene a la determinación externa
y la contradicción externa refleja el auto movimiento y constituye en cierto
aspecto una forma de auto movimiento. De este modo las leyes del movimiento y
desarrollo en su expresión más completa deben reflejar la correlación entre lo
interno y lo externo. Pongamos un ejemplo. Según González Martín : "El
crecimiento de una planta está determinado por sus contradicciones internas
esenciales, por su metabolismo, sin las cuales no podría simplemente concebirse
ese fenómeno ; pero no es menos cierto que causas externas e independientes de
ese determinismo interno, como la lluvia, por ejemplo, lo influencian
decisivamente y en resumidas cuentas hay que tenerlas en cuenta. Podríamos
decir que la lluvia se refleja en la planta y la pianta en la lluvia (en su
efecto en la composición de la atmósfera)". El medio natural externo que
rodea a la planta o al animal, para que lo sea, tiene que reunir una serie de
condiciones que permitan la vida de estos seres. Además, el medio externo se
transforma en función de la actividad del ser vivo, resulta también un reflejo
de su auto desarrollo y en esta relación lo contiene. A su vez, el desarrollo
orgánico interno, el auto movimiento del ser vivo, constituye un constante
reflejo del medio externo y se produce en virtud del decurso acumulativo de
este reflejo de lo externo que actúa siempre a través de lo interno, o sea, en
dependencia de las leyes de su herencia. Por ello el auto movimiento es también
una expresión de la determinación externa. En la teoría psicológica de la
personalidad han surgido posiciones opuestas. El conductismo puso el énfasis en
el aprendizaje y en la determinación externa de la personalidad, lo cual la
reduce a un sistema de conexiones estimulo - respuesta. El psicoanálisis
freudiano estudia la personalidad como un sistema de reducción de tensión
sometido a "instintos" biológicos y a complejos infantiles de carácter
inconsciente. En consecuencia, tanto el conductismo como el psicoanálisis van a
enfatizar las contradicciones y determinantes externos de la personalidad ya
sean ambientales o biológicos e inconscientes. Por el contrario, los teóricos
humanistas destacan el auto desarrollo de la personalidad en función de
determinantes internos y superiores: la tendencia a la auto realización de si
mismo, de los proyectos y potencialidades humanas del sujeto. Nosotros pensamos
que la fuente del desarrollo de la personalidad se encuentra en la unidad
dialéctica de sus determinantes externo e internos. Dentro de la psicología
marxista soviética ha sido importante la polémica entre dos de sus teóricos más
prominentes: S.L. Rubinstein y A.N. Leontiev. Para Rubinstein (1965, A p. 345 -
346 y 416) el objeto central de la investigación psicológica es el estudio del
proceso psíquico y de las condiciones psicológicas internas a través de las
cuales se refractan las influencias externas. Por el contrario, A.N. Leontiev
(1981, p. 74 y 147) pone este énfasis en el estudio de la actividad externa
porque, según dice, el sujeto al transformar el objeto se transforma a sí mismo
y es en la actividad externa donde se expresa y se forma la psiquis. En nuestra
opinión el desarrollo de la teoría psicológica requiere una síntesis superior
que integre dialécticamente todos los aportes y esfuerzos y un criterio
fundamental para lograrlo es la unidad dialéctica de las contradicciones
internas y externas. (D.J. González, 1984, p. 129 -135) Hasta aquí hemos destacado
el reflejo y la penetración recíproca de ambas contradicciones, pero ya dijimos
que son irreductibles la una a la otra. No es posible reducir la contradicción
interna al reflejo de la externa, ni viceversa. Los determinantes externos no
pueden ser reducidos a una interpretación del sujeto que les confiere un
sentido personal, negándosele toda influencia desde fuera, como sostiene la
teoría configuracional de F.L. González (2,000, p. 67) Por otro lado, la
contradicción interna resulta, además, el producto de todo el desarrollo
precedente y por lo tanto, lo contiene dentro de sí y no puede ser reducida al
reflejo de la externa, tal y como plantea el conductismo. La contradicción
interna no es sólo la unidad de lo interno con lo externo, sino además es la
unidad del presente con el pasado, con lo que ya no existe pero existió y queda
conservado como potencialidad en la contradicción interna. Y precisamente el
pasado que se conserva en lo nuevo es la génesis del futuro, que no se
restablece de manera directa y fatal o forzosa sino a través y en dependencia
de la interacción externa actual Pongamos un ejemplo : la fuente del desarrollo
de la psiquis de un individuo se encuentra en su unidad con el medio externo
social y el organismo que lo sustenta, o sea, en el reflejo recíproco de lo
interno (la psiquis) y lo externo (lo social y lo biológico). Pero la psiquis
tiene una potencialidad genética, hereditaria, de desarrollo que no puede ser
reducida al reflejo de lo externo sino que procede de los padres y de la
herencia biológica de la especie humana. Además, las experiencias de la vida
anterior han quedado grabadas en la psiquis de ese individuo estableciendo
determinadas posibilidades e imposibilidades que condicionan el desarrollo y no
son explicables por el actual reflejo de lo externo. Estas potencialidades
hereditarias y adquiridas van a determinar su futuro pero no fatalmente, sino
en dependencia de la interacción externa actual. Por lo tanto, es necesario
concebir el reflejo de lo externo como dado a través de estas potencialidades o
condiciones internas heredadas del pasado, o sea, a través de todo el
desarrollo previo que ha quedado consolidado y representado en la contradicción
interna y que se orienta hacia el futuro. Por esto la acumulación cuantitativa
que conduce al salto cualitativo no es solo un producto del reflejo de lo
externo, sino que también tiene determinantes internos, contradicciones
internas que en su reiteración contribuyen a la acumulación cuantitativa. El
salto cualitativo es producido por la acumulación del reflejo de lo externo en
íntima imbricación con la acumulación de las contradicciones internas
replanteadas y no resueltas. El salto cualitativo ocurre en virtud de un feliz
encuentro del reflejo de lo extemo con las posibilidades y necesidades internas
al objeto. Por ello el cambio cualitativo no es sólo el resultado de la
acumulación cuantitativa del reflejo de lo externo, sino el resultado de la
imbricación de lo externo y lo interno, en la cual ambos dependen el uno del
otro en la determinación de la nueva calidad. Si la ley del tránsito de la
cantidad en calidad y viceversa va a destacar este reflejo recíproco de las
contradicciones internas y externas, la
ley de la negación de la negación va a señalar precisamente la importancia del
factor interno y cómo la contradicción interna contiene al pasado, o sea,
constituye la unidad de lo nuevo y de lo viejo que actúa como lo nuevo (la
negación) o como la vuelta al pasado (la negación de la negación). También es
necesario destacar que si bien en todo momento la contradicción interna es la
determinante directa del auto movimiento y de la interacción externa, ella
siempre es influida en mayor o menor medida por la contradicción externa y la
refleja. Así, la contradicción interna no es la única determinante del auto
movimiento y de la interacción externa. 3) La transformación recíproca de las
contradicciones externa e interna. Hasta aquí hemos visto la determinación y el
reflejo recíprocos de las contradicciones interna y externa que explican el
cambio o movimiento de un elemento o individuo, ya sea una planta, un animal,
un ser humano o una colectividad de hombres, en la interacción con su medio
externo. Sin embargo, también podemos hablar de la transformación reciproca de
la contradicción externa en la interna y viceversa, ia cual explica
filosóficamente el cambio y el movimiento a partir de la integración de
elementos en una nueva unidad o de la separación de los elementos que la
componen y que hacen desaparecer dicha unidad. Cuando la contradicción externa
se convierte en interna ha surgido una nueva agrupación de elementos. Por
ejemplo, tres individuos antes sólo conocidos o amigos pasan a constituir la
célula de una organización política. Antes existían entre ellos sólo
contradicciones externas. Ahora, en cuanto son miembros de una organización,
las contradicciones entre ellos pasan a ser internas desde el punto de vista de
que todos son miembros de dicha organización. Lo mismo ocurre cuando los átomos
de diferentes elementos, antes externos entre si, se combinan para formar o
integrar una molécula de un nuevo compuesto químico y constituir componentes
internos de dicha molécula. Cuando la contradicción interna se convierte en
extema ha desaparecido una agrupación de elementos. Por ejemplo, se disuelve la
célula política anteriormente creada y cada uno de los miembros se convierte en
un simple individuo; se descompone la molécula de un compuesto químico y se
separan sus elementos. En ambos casos han ocurrido cambios, pero debido a la separación
o desintegración de elementos. La conversión de la contradicción externa en la
interna marcha en una dirección progresiva: de lo simple a lo complejo, de los
elementos aislados a su integración en una unidad. Por el contrario, la
conversión de la contradicción interna en externa marcha en una dirección
regresiva : de lo complejo a lo simple, de las unidades integrantes a sus
elementos simples. Es decir, que la fuente del movimiento opera en dos formas:
1) el reflejo recíproco de la contradicción externa y la interna, que explica
el cambio de un elemento o cosa por su interacción con lo externo ; y 2) la
transformación recíproca de la contradicción externa y la interna que explica
el cambio por agrupaciones o desintegraciones de elementos o cosas. Ambas
fuentes y movimientos son simultáneos y en indisoluble unidad. IV. LA LEY DEL
TRÁNSITO DE LA CANTIDAD EN CALIDAD Y VICEVERSA Si la ley de unidad y lucha de
contrarios nos dice cuál es la fuente del movimiento, o sea, nos habla de la
unidad dialéctica de las contradicciones internas y externas, la ley del
tránsito de la cantidad en calidad y viceversa indica cómo opera esta
interrelación entre lo externo y lo interno a través de los cambios
cuantitativos y cualitativos y cómo varía el rol activo y transformador de los
determinantes externos e internos Esta ley tiene dos aspectos o momentos. Uno
es el tránsito de la cantidad en calidad. El otro es el tránsito de la calidad
en cantidad. El uno antecede al otro y viceversa. Ambos se suceden
recíprocamente. Toda calidad tiene una determinada medida. Cuando los cambios
cuantitativos la trascienden, sobreviene un cambio cualitativo. Y se emplean
las expresiones : ha ocurrido un tránsito de la cantidad en calidad, la
cantidad se trueca en calidad. La nueva calidad surgida tiene una medida
diferente y favorece e impulsa el desarrollo de los cambios cuantitativos.
Entonces habría que hablar del tránsito de la calidad en cantidad, del trueque
de la calidad en cantidad. En el primer caso la cantidad constituye el factor
más dinámico, activo y transformador que modifica la calidad, o sea, la esencia
del objeto o fenómeno. En el segundo caso la calidad constituye el factor más
dinámico, activo y transformador que impulsa el desarrollo de la cantidad. Y
este desarrollo de la cantidad vuelve a llevarnos nuevamente al primer caso. En
consecuencia, la naturaleza de esta ley de la dialéctica nos precisa dos
momentos o fases del desarrollo en que las contradicciones externas e internas
tienen diferente rol dinámico, activo y transformador. _En el caso del tránsito
de la cantidad en calidad se destaca el rol dinámico, activo, y transformador
de las contradicciones externas que reflejadas en el objeto y actuando a través
del rol activo de sus contradicciones y posibilidades internas producen un
incremento de los cambios cuantitativos cuya acumulación engendra el salto
cualitativo. En este momento la contradicción externa constituye la fuente
principal del movimiento y la contradicción interna se destaca por su relativa
dependencia de la externa. El esquema determinista que opera aquí puede
precisarse diciendo que las causas y contradicciones externas actúan a través
de las condiciones y contradicciones internas y del auto movimiento que
engendran estas últimas y por esta vía indirecta se determinan a sí mismas. Si
hemos dicho que en el tránsito de la cantidad en calidad se destaca el rol
activo de la contradicción externa y la relativa dependencia de la interna, no
podemos olvidar que la contradicción interna posee siempre auto movimiento y
determinada naturaleza y posibilidades. En realidad la acumulación cuantitativa
y el salto cualitativo al cual conduce el reflejo de lo externo, es resultado
de un feliz encuentro y coincidencia entre la influencia externa de un lado, y
el auto movimiento de lo interno y sus posibilidades, del otro, de lo cual
resulta un producto híbrido determinado tanto por lo externo como por lo
interno. Ahora bien, si no se produce el reflejo de lo externo o éste no es
adecuado, dicho producto híbrido no surge. En resumen, lo externo es un
catalizador o estimulante del desarrollo interno, pero no sólo eso, pues
también contribuye de manera importante a su conformación, o determinación, a
través de su reflejo cuantitativo, en última instancia.
El tránsito de la cantidad en calidad se aprecia en el caso de la acción
de una fuerza externa sobre un cuerpo en reposo que, actuando a través de sus
condiciones internas, engendra su impulso y movimiento en el espacio; este
tránsito de la cantidad en calidad se aprecia en la acción de la lluvia y la
tierra sobre la semilla que produce la aparición de una nueva planta ; es
también el caso del surgimiento de una situación social revolucionaria debida a
la contradicción externa entre fuerzas productivas y relaciones' de producción
que actúa a través y en dependencia de las potencialidades internas del
desarrollo histórico y del grado de desarrollo de la conciencia social. Es
también el caso de una relación patológica entre la madre y el hijo que
engendra en este último un trastorno psíquico. En el caso del trânsito de la
calidad en cantidad se destaca el rol dinámico, activo y transformador de las
contradicciones internas que surgen en virtud del salto cualitativo y que
engendran el auto movimiento, el auto desarrollo de lo interno y posteriormente
influyen sobre la interacción externa elevándola a un nivel superior y de esta
manera, al transformar el medio externo, repercuten de manera indirecta sobre
sí mismas, engendrando cambios cuantitativos internos. En este momento, aunque
la contradicción interna se encuentra en constante interacción con la externa,
constituye la fuente principal del movimiento, se destaca por su relativa
independencia de la externa y por el contrario, esta última resalta en su
relativa dependencia de la interna. El esquema determinista que opera aquí
puede precisarse diciendo que las causas y contradicciones internas engendran
el auto movimiento, actúan sobre la contradicción externa y reciben la
influencia de ella, la modifican y por esta vía indirecta se determinan a sí
mismas. Este es el caso del movimiento en el espacio de un cuerpo que responde
a un impulso interno que lo independiza de la influencia externa que lo generó
y que en el curso de la fricción con la superficie por donde se desliza llega a
modificar su propio impulso; también podemos apreciar esta fase cuando la
planta da flores, frutos, semillas y repercute sobre su medio externo y por esa
vía sobre sí misma; es el caso de la revolución triunfante cuya ideología
transforma las relaciones de producción, favorece el desarrollo de las fuerzas
productivas y por esa vía repercute sobre sí misma y se consolida ; es el caso
de los proyectos asumidos por la personalidad adulta que se expresan en la
actividad, transforman e¡ medio externo y se consolidan o debilitan por esta
vía indirecta. En ambos momentos o fases la contradicción interna refleja y
contiene a la externa y viceversa y la ley interna del movimiento es la unidad
de lo interno y lo externo. La contradicción interna consiste siempre en la
lucha entre la cantidad y la calidad. Pero en el caso del tránsito de la
cantidad en calidad, el incremento de la cantidad requiere un salto
cualitativo, o sea, una nueva calidad. Y en el caso del tránsito de la calidad
en cantidad, la nueva calidad choca con la cantidad existente e impulsa su
aumento, o sea, la nueva calidad requiere un incremento de la cantidad. LA LEY
DE LA NEGACIÓN DE LA NEGACIÓN. Esta ley expresa la unidad dialéctica que existe
entre lo nuevo (lo que niega o sustituye a la viejo : /a negación) y la vuelta
al pasado, la repetición de lo viejo (la negación de lo nuevo por lo viejo: la
negación de la negación). O sea, esta ley establece la interconexión que existe
en el movimiento entre el pasado, el presente y el futuro. Por ejemplo, la semilla
se transforma en una planta (lo viejo, la semilla, da lugar a lo nuevo, la
planta) y a esto le llamamos negación. Pero a su vez la planta, en virtud de su
desarrollo, da nuevas semillas ( o sea, lo viejo, la semilla vuelve nuevamente)
y a esto le llamamos negación de la negación. El análisis dialéctico de los
hechos nos lleva a la conclusión de que esta ley no actúa sólo en el
desarrollo, sino también en el retroceso, en la involución. Esta ley sugiere
que el movimiento puede representarse geométricamente como una espiral en donde
la repetición de fenómenos o rasgos del pasado se da cada vez a un nivel
superior. Sin embargo, el movimiento en espiral puede darse hacia arriba o
hacia abajo. Puede hablarse de una espiral ascendente, pero también de una espiral
descendente, en la cual la vuelta al pasado se da cada vez a un nivel inferior.
A La unidad dialéctica de lo nuevo con la vuelta al pasado. Lo nuevo (la
negación) es aquello que surge por primera vez, que no tiene antecedente en el
pasado. La repetición de lo viejo (la negación de la negación) es aquello que
existió en el pasado y vuelve a repetirse, a reiterarse. Esta diferencia no
puede ser soslayada, ambas formas de movimiento existen pero están penetradas y
se transforman recíprocamente. La negación es el cambio cualitativo, es lo
nuevo que sustituye a lo viejo. Por ejemplo, la semilla engendra a la planta ;
el feudalismo se transforma en capitalismo; el joven se convierte en un adulto
; un ser vivo, muere. Pero lo nuevo, la negación, contiene a lo viejo, contiene
la repetición de lo viejo, pues hereda de éste todo lo que le permite la
continuación del movimiento en una dirección del desarrollo (la negación
dialéctica) o en una dirección de retroceso (la simple negación). Veamos ahora
la repetición del pasado o la vuelta al pasado, o sea, la negación de la
negación. Observamos que la semilla engendra a la planta (negación) y que la
planta vuelve a engendrar la semilla (negación de la negación); vemos que el
niño pre escolar se convierte en un niño escolar (negación) y que este último
se transforma en adolescente, el cual reproduce ciertos rasgos de egocentrismo
que caracterizaban la crisis de los 3 a los 5 años, (negación de la negación).
Pero la negación de la negación no es simplemente la vuelta al pasado, es
siempre la vuelta al pasado en un momento presente y que por lo tanto aporta
elementos novedosos. O sea, la negación de la negación, la vuelta al pasado,
contiene dentro de sí lo nuevo, que es producto de todo el decurso precedente y
de la interacción actual. La nueva semilla no es exactamente igual a aquella
que engendró a la planta; el adolescente es diferente dei niño pre escolar. B
La negación de la negación y las contradicciones externas e internas. Lo viejo
es lo interno, fruto del decurso anterior del objeto y que se conserva en sus
condiciones internas como potencialidad o posibilidad determinante de su
decurso posterior. Lo viejo también, en última instancia, es un reflejo pero
resultante de interacciones externas anteriores, que ya no existen. Lo nuevo es
el reflejo de lo externo actual dado a través de las condiciones y
contradicciones internas. En la negación, en lo nuevo, se destaca esencialmente
la influencia de las contradicciones externas que engendran en última instancia
el cambio cualitativo. En la negación de la negación, en la vuelta al pasado,
pasan a un primer lugar las condiciones y contradicciones internas como
determinantes de la misma. Ahora bien, como ambas están penetradas
recíprocamente, tanto en la una como en la otra, participan las contradicciones
externa e interna. La negación es la aparición de lo nuevo que constituye un
reflejo surgido en la interacción externa. Sin embargo, las contradicciones
externas actúan a través de las condiciones y contradicciones externas y por
ello la negación conserva todo lo viejo e interno que favorece el movimiento
posterior de lo nuevo. La negación de la negación surge de las condiciones y
contradicciones internas que existieron en el pasado y que se conservan en el
interior del objeto, pero siempre actúa en dependencia del desarrollo posterior
(la negación) y de la interacción externa actual y por lo tanto contiene lo
nuevo que ellas engendran. Como ilustración de lo dicho podemos referirnos a la
relación entre el desarrollo filogenético y ontogenético de la psiquis. El
nacimiento de cualquier ser humano implica una ruptura o negación respecto al
óvulo del cual procede y que en la interacción con los espermatozoides y las
condiciones del seno materno llega a transformarse en un recién nacido. Sin
embargo, este nuevo ser, esta negación, contiene todo lo positivo del
desarrollo precedente, todo lo que es condición para su evolución posterior, es
decir, contiene la herencia de los padres, sus posibilidades innatas de
crecimiento psíquico. El desarrollo psíquico de este ser humano será la
negación de la negación, es decir, la repetición de lo viejo, de toda la
evolución anterior de las especies (que el individuo conserva en sus
potencialidades hereditarias), pero a un nivel superior y nuevo, condicionada
por su vida en el medio social, por las nuevas condiciones sociales y
culturales en que se encuentra. En consecuencia, esta negación de la negación
será la repetición de la evolución de la psique en el desarrollo de las
especies que condujo al hombre, pero a un nivel superior, nuevo y diferente,
que constituye un reflejo de su vida social actual, o sea, determinado por la
contradicción externa entre el individuo y su medio social. La ley de la
negación de la negación opera igualmente en la correlación entre las diferentes
etapas del desarrollo psíquico ontogenético. Podríamos plantear la hipótesis de
que la persona adulta es la expresión superior e irreductible de todo su
desarrollo ontogenético previo. En su vida adulta, el hombre va a "repetir"
su vida infantil, pero a un nivel superior y diferente en cuanto constituye un
reflejo de su interacción posterior, en la adolescencia, juventud y edad adulta
actual, con las exigencias y circunstancias sociales que le rodean. C Tesis,
antítesis y síntesis. La famosa tríada hegeliana la hemos encontrado en
nuestras investigaciones teóricas sobre el desarrollo ontogenético de la
motivación humana y la formación de la personalidad. Hemos llegado a la
conclusión de que el nivel superior y especifico del ser humano integra
armónicamente todas las adquisiciones de etapas anteriores bajo el predominio
de las formas últimas que han sido alcanzadas. El adolescente constituye la
negación de la negación respecto al niño pre escolar y el escolar, pero no es
aún la etapa superior. Su afán de auto afirmación e independencia a toda costa
lo separa del niño escolar y lo diferencia del adulto. Pero el adulto es un
retomo al niño escolar, a su orientación adaptativa, (la negación de la
negación) pero a un nivel superior, dado por la autonomía que surgió en el
período adolescente y juvenil. Por lo tanto el adulto es la síntesis de
autonomía y adaptación, es la búsqueda de la armonización de ambos contrarios,
es un individuo independiente, con criterio propio, pero que a la vez se
encuentra indisolublemente unido a la disciplina social, a las exigencias y
posibilidades externas y busca realizarse a través de ellas. Tiene un gran
sentido de su autonomía y a la vez un gran sentido de su realidad social y
biológica. La afirmación es la tesis, la negación es la antítesis y la negación
de la negación es la síntesis, la integración de las dos tesis opuestas
anteriores a un nuevo nivel, en una nueva forma. Sin embargo, las reflexiones
que acabamos de exponer sobre el desarrollo de la personalidad, nos llevan a
plantear la hipótesis filosófica de que el momento más alto en el desarrollo de
un objeto o de una calidad es aquella negación de la negación (aquella
síntesis) que conduce al máximo de armonía y organización entre todos los aspectos
o elementos o tendencias, anteriormente opuestos entre sí, que han actuado en
el desarrollo de ese objeto, bajo el predominio de su nivel superior y más
recientemente logrado. A partir de esta hipótesis, la tríada (tesis, antítesis
y síntesis) adquiere una especial significación para comprender el desarrollo
de lo simple a lo complejo, del antagonismo a la armonía y concebir el momento
más alto de desarrollo de un objeto como el predominio de la armonía entre
todos los elementos antes opuestos y antagónicos entre sí. Lo nuevo entra en
antagonismo con lo viejo, pero el nivel superior (la negación de la negación,
la síntesis) supone la integración y armonización de lo nuevo y lo viejo a un
nuevo nivel superior. Esto sugiere una hipótesis para la comprensión del
desarrollo histórico social del ser humano. Tesis : en la comunidad primitiva
el ser humano era víctima de la naturaleza y estaba sometido a su grupo.
Antítesis: la sociedad de clases fue ganando poder sobre la naturaleza y
desarrolló la autonomía del individuo al cual convirtió en propietario
explotador que se opone antagónicamente al grupo. Síntesis : el futuro de la
humanidad ha de ser la integración armónica y superior de estas características
opuestas. No es sólo el retorno a la subordinación al grupo, a la propiedad
estatal, a un nivel tecnológico muy superior. Es la subordinación al grupo no
por un imperativo externo que hace al ser humano simplemente adaptativo, sino
que es la subordinación al grupo basada en la autonomía de la personalidad que
desarrolló la sociedad de clases. Es la fusión íntima e indisoluble de
autonomía y altruismo, de libertad y colectivismo. A esto es lo que llamamos
una personalidad espiritualmente superior y que consideramos debe ser la meta y
el empeño de la psicología en la lucha por un mundo mejor. De todo lo
anteriormente planteado sobre las leyes de la dialéctica, podríamos resumir los
principios generales sobre la fuente del movimiento (del desarrollo y del
retroceso). • En todo momento la fuente inmediata del auto movimiento y de la
actividad se encuentra en las contradicciones internas, aunque siempre en
interacción con las externas, pero • en última instancia la fuente mediata del
auto movimiento se encuentra en las contradicciones externas que llegan a
producir un cambio cualitativo interno actuando a través de las condiciones y
contradicciones internas, del rol activo de éstas y de su reflejo en la
acumulación cuantitativa ; • sin embargo, estas condiciones y contradicciones
internas son irreductibles a las externas pues constituyen la unidad de lo
nuevo, lo viejo y su proyección hacia el futuro, que expresan y resumen todo el
desarrollo previo, de acuerdo con la ley de la negación de la negación. Este
principio universal puede actuar en dos fases o momentos 1. El tránsito de la
cantidad en calidad. En esta fase o momento la fuente principal del movimiento
se encuentra en la contradicción externa, mientras que la interna resulta
relativamente dependiente de la externa. Pero aquí se cumple el principio
universal y la contradicción externa actúa a través de las condiciones y
contradicciones internas y de su rol activo, las cuales son irreductibles a las
externas y la fuente inmediata del auto movimiento y de su repercusión sobre
las influencias externas. 2. El tránsito de la calidad en cantidad. En esta
fase o momento la fuente principal del movimiento se encuentra en las
contradicciones internas de la nueva calidad dominante, las cuales son
relativamente independientes de las externas y producen su modificación, pero
aquí se cumple el principio universal ya que las contradicciones internas son
influidas en todo momento por las externas y si el movimiento que engendran las
internas no resuelve ni supera la contradicción que las engendró, entonces, en
definitiva desaparecen la nueva calidad y sus contradicciones internas. VI. EL
DETERMINISMO DIALÉCTICO MATERIALISTA. SUS FORMAS, FASES Y NIVELES. El
determinismo dialéctico materialista consiste siempre en la unidad dialéctica
de la determinación externa (ejercida por las contradicciones externas) y la
auto determinación (que opera en virtud de las contradicciones internas). Pero
este determinismo puede operar en tres formas según sea el peso de la
contradicción externa y de la interna en él. Estas formas son el determinismo
predominantemente externo (o determinismo externo), el determinismo
principalmente interno (o determinismo interno) y el determinismo tanto externo
como interno (o determinismo externo - interno). En el determinismo externo
actúa la unidad dialéctica de las contradicciones externas e internas, pero las
contradicciones externas juegan el papel más importante en él, pues constituyen
la fuente principal del movimiento e influyen y determinan a la contradicción
interna y su auto movimiento. Aquí las causas externas actúan a través de las
condiciones, posibilidades y contradicciones internas y de su auto movimiento.
La contradicción interna se destaca por su relativa dependencia de la externa.
En el determinismo interno actúa la unidad dialéctica de las contradicciones
externas e internas, pero las contradicciones internas juegan el papel más
importante en él, pues constituyen la fuente principal del movimiento y se
destaca su relativa independencia de la externa, mientras que esta última
resalta en su relativa dependencia de la interna. Aquí las contradicciones
internas engendran el auto movimiento, actúan sobre la contradicción externa,
la modifican y por esta vía indirecta se determinan a sí mismas.
En el determinismo externo - interno actúa la unidad dialéctica de las
contradicciones externas e internas y tanto las primeras como las segundas
constituyen fuentes principales del desarrollo, de manera que ambas
contradicciones se determinan reciprocamente. La externa es la fuente principal
en última instancia y la interna lo es en todo momento. La ley del tránsito de
la cantidad en calidad y viceversa destaca dos fases que corresponden a la
génesis y el desarrollo de todo objeto, que una vez establecidas son también
simultáneas. En la primera fase, del tránsito de la cantidad en calidad, opera
el determinismo externo. En la segunda fase, del tránsito de la calidad en
cantidad, actúa el determinismo interno. Pero una vez establecidas, ambas fases
actúan simultáneamente y entre ellas opera una determinación y penetración
recíprocas. Sin embargo, estas tres formas deterministas se manifiestan también
en distintos niveles del desarrollo de la realidad. No se deben confundir las
fases con los niveles. Existen niveles inferiores y superiores. En los niveles
inferiores de la materia las condiciones internas tienen un desarrollo menor y
en consecuencia predomina en ellos el determinismo externo. Este es el caso del
nivel inorgánico, de los cuerpos no vivos. Por el contrario, en las formas
superiores de la materia las condiciones internas tienen un desarrollo mucho
mayor y en consecuencia predomina en ellas el determinismo interno. Este es el
caso del nivel biológico, de los seres vivos. En el nivel superior de la
realidad se encuentra la conciencia, la vida social del ser humano. En él se
repite la importancia de la determinación externa que encontramos en el mundo
inorgánico (pues el psiquismo humano es un reflejo de su medio social), pero a
un nivel superior, condicionado por todo el desarrollo biológico precedente,
pues el reflejo de lo externo adquiere una naturaleza relativamente autónoma,
activa y creadora, que se convierte también en un factor fundamental del
desarrollo psíquico y social. Por ello decimos que el psiquismo que caracteriza
a este nivel humano es un reflejo creador. Este nivel superior, histórico
social, resulta una negación de la negación de todo e! desarrollo previo
inorgánico y orgánico. Constituye una síntesis a un nivel superior y diferente
del determinismo externo propio del mundo inorgánico y el determinismo interno
propio del mundo biológico. A esta síntesis de ambas formas del determinismo
que es propia sólo de este nivel humano le llamamos determinismo externo -
interno. En él las contradicciones externas determinan y crean a las internas y
constituyen la fuente de su desarrollo, pero a la vez las contradicciones
internas asumen un rol activo y creador de sí mismas y de la contradicción
externa. Las dos contradicciones, en unidad dialéctica, son fuentes
fundamentales del desarrollo de lo externo y lo interno.
Debe tenerse en cuenta que en cada nivel del desarrollo (ya sea
inorgánico, biológico, o humano) operan las dos fases. Sin embargo, esto no
niega que un determinado nivel, en su conjunto, se caracterice por la
determinación externa o la interna o por ambas. El psiquismo animal constituye
una mediación, un punto intermedio en el desarrollo, entre el nivel biológico y
el surgimiento del nivel socio histórico de la conciencia. El desarrollo del
psiquismo animal se caracteriza por el tránsito del determinismo interno al
determinismo externo - interno y constituye la unidad indisoluble de la auto
determinación innata (el reflejo activo innato que es propio del nivel
biológico) con la determinación externa adquirida (el reflejo reactivo
adquirido que es típico del nivel inorgánico). En los animales inferiores
predomina el reflejo activo innato. En los superiores el reflejo reactivo
adquirido. Pero siempre el psiquismo animal constituye la unidad de ambos. El
reflejo psíquico animal aprendido es reactivo, no es activo, ni menos aún
creador y por ello recuerda la forma del reflejo inorgánico, pero a un nivel
superior, puesto que se fundamenta en los instintos y potencialidades
hereditarias a un nivel biológico y es un reflejo psíquico. Llamamos reflejo reactivo
adquirido al hecho de que el animal aprende a responder a los estímulos
externos y a los requerimientos biológicos, sin embargo no es capaz de asimilar
conductas activas que constituyan iniciativas subjetivas, lo cual es propio
sólo del ser humano. Pero el desarrollo del psiquismo animal constituye el
incremento cuantitativo del reflejo psíquico adquirido que conduce a un salto
cualitativo, al surgimiento de la conciencia humana, y esto ocurre cuando el
reflejo psíquico aprendido, surgido durante la vida del sujeto, deja de ser
solamente reactivo y se constituye en activo y autónomo, o sea, como las metas
últimas y funciones del psiquismo humano. Tanto en el psiquismo animal como en
el humano actúan el determinismo externo y el interno, pero en el animal el
determinismo externo no engendra el interno, lo cual sí ocurre en el ser
humano. De aquí que los límites del desarrollo del psiquismo animal están dados
por su herencia biológica, mientras que los límites del progreso de la
conciencia humana son determinados por el grado de desarrollo de la cultura
alcanzado por la humanidad y que el hombre asimila de su medio. El psiquismo
humano es un reflejo creador,, pues, aunque su punto de partida inicial y
permanente radica en las influencias externas sociales, materiales y
espirituales, su auto movimiento, que surge en virtud de contradicciones
internas, descubre y elabora el reflejo cognoscitivo esencial de la realidad
(que no le es dado de manera directa por el medio externo), generaliza y
produce su mundo sentimental y valorativo y construye planes de acción
dirigidos a la transformación del mundo material, de la sociedad y de sf misma.
De esta manera el ser humano y la humanidad crean la cultura material y
espiritual que es esencialmente una obra de la conciencia humana. En la
humanidad y en el ser humano adulto, la fuente principal del decurso de su vida
psíquica y de su actividad externa radica en el encuentro del auto desarrollo
creador de su conciencia, y la influencia en todo momento, y sobre todo en última
instancia, del reflejo del modo de producción de la sociedad y de la vida
material y social del individuo. En la conciencia se funden indisolublemente en
una unidad su condición adquirida y su naturaleza activa y creadora, como
expresión, como resultado integrador, como negación de la negación, de todo el
desarrollo inorgánico, orgánico y animal de la realidad. El nivel de la
conciencia o histórico social se caracteriza por la unidad dialéctica del
determinismo interno con el externo, lo cual se expresa en que la contradicción
interna y esencial de este nivel (el reflejo y la creación de la cultura)
supone que la conciencia es activa y creadora de sí misma y de su medio externo
y a su vez - en virtud de su propia esencia - es reactiva, es influida y condicionada
en todo momento y determinada en última instancia por dicho medio externo. Por
esto hemos dicho que el determinismo al nivel socio histórico es externo -
interno Esta es nuestra respuesta al positivismo conductista el cual enfatiza
sólo la determinación externa del comportamiento y a las posiciones no
positivistas (por ejemplo, el humanismo) que han destacado exclusivamente la
auto determinación, el determinismo interno del psiquismo y del comportamiento.
Con este criterio nos orientamos a superar la polémica que recibimos de la
psicología soviética entre el esquema determinista de Rubinstein, que ponía el
énfasis en las condiciones internas, y el de Leontiev, que subrayaba el papel
de la actividad externa y discrepamos de la teoría configuracional de F. L.
González (1997) que destaca sólo la auto determinación del psiquismo.
Y
entonces el problema Noumenológico se revela como el problema fundamental en este artículo se ha intentado resolverlo
desde un determinismo materialista dialectico
que engloba la auto determinación interna y la determinación externa
pero el problema el que el sujeto queda alienado al objeto ahora nosotros
podemos soportar tal alienación en tanto luego volvamos al sujeto donde el
objeto queda alienado a él pero el problema se vuelve más grave porque luego la
voluntad se diferencia como el abismo indeterminado miramos para esto el artículo
de Deleuze: ¿Es «dialéctico» Nietzsche? Una relación aunque sea esencial
entre el uno y el otro no basta para formar una dialéctica: todo depende del
papel de lo negativo en esta relación. Nietzsche dice con razón que la fuerza
tiene a otra fuerza por objeto. Pero, precisamente, es con otras fuerzas que la
fuerza entra en relación. Es con otra clase de vida que la vida entra en lucha.
El pluralismo tiene a veces apariencias dialécticas; pero es su enemigo más
encarnizado, su único enemigo profundo. Por ello debemos tomar en serio el
carácter resueltamente antidialéctico de la filosofía de Nietzsche. Se ha dicho
que Nietzsche no conocía bien a Hegel, en el sentido de que no se conoce bien
al adversario. Creemos por el contrario que el movimiento hegeliano, las
distintas corrientes hegelianas le fueron familiares; al igual que Marx, las
utilizó como cabeza de turco. El conjunto de la filosofía de Nietzsche aparece
abstracta y poco comprensible si no se descubre en ella contra quién va
dirigida. Y la pregunta, ¿contra quién? induce a muchas respuestas. Pero una de
ellas, particularmente importante, es que el superhombre va dirigido contra la
concepción dialéctica del hombre, y el cambio de valor contra la dialéctica de
la apropiación o de la supresión de la alienación. El antihegelianismo
atraviesa la obra de Nietzsche, como el hilo de la agresividad. Podemos ya
seguirlo en la teoría de las fuerzas. En Nietzsche la relación esencial de una
fuerza con otra nunca se concibe como un elemento negativo en la esencia. En su
relación con la otra, la fuerza que se hace obedecer no niega la otra o lo que
no es, afirma su propia diferencia y goza de esta diferencia. Lo negativo no está presente en la esencia como aquello de
donde la fuerza extrae su actividad: al contrario, resulta de esta actividad,
de la existencia de una fuerza activa y de la afirmación de su diferencia. Lo
negativo es un producto de la propia existencia: la agresividad necesariamente
asociada a una existencia activa, la agresividad de una afirmación. En cuanto
al concepto negativo (es decir la negación como concepto), «es sólo un pálido
contraste, nacido con retraso en comparación con el concepto fundamental,
totalmente impregnado de vida y de pasión». Al elemento especulativo de la
negación, de la oposición o de la contradicción, Nietzsche opone el elemento
práctico de la diferencia: objeto de afirmación y de placer. Es en este sentido
que puede hablarse de empirismo
nietzscheano. El problema tan común en Nietzsche: ¿qué quiere
una voluntad?, ¿qué quiere éste, aquél?, no debe entenderse como búsqueda de
una finalidad, de un motivo ni de un objeto de esta voluntad. Lo que quiere una
voluntad es afirmar su diferencia. En su relación esencial con la otra, una
voluntad hace de su diferencia un objeto de afirmación. «El placer de saberse diferente» :
éste es el nuevo elemento conceptual, agresivo y aéreo, que el empirismo opone
a las pesadas nociones de la dialéctica y, sobre todo, como dice el dialéctico,
al trabajo de lo negativo. Que la dialéctica sea un trabajo y el empirismo un
placer, ya es caracterizarlos suficientemente. Y, ¿quién se atreve a decir que
hay más pensamiento en un trabajo que en un placer? La diferencia es el objeto
de una afirmación práctica inseparable de la esencia y constitutiva de la
existencia. El «sí» de Nietzsche se opone al «no» dialéctico; la afirmación a
la negación dialéctica; la diferencia a la contradicción dialéctica; la
alegría, el placer, al trabajo dialéctico; la ligereza, la danza, a la pesadez
dialéctica; la hermosa irresponsabilidad a las responsabilidades
dialécticas. El
sentimiento empírico de la diferencia, en resumen, la
jerarquía, es el motor esencial del concepto más eficaz y más profundo que todo
el pensamiento de la contradicción. Más aún, debemos preguntarnos: ¿qué es lo
que quiere el propio dialéctico? ¿Qué quiere esta voluntad que desea la
dialéctica? Una fuerza agotada que no posee la fuerza de afirmar su diferencia,
una fuerza que ya no actúa, sino que reacciona frente a las fuerzas que la
dominan: sólo una fuerza así sitúa al elemento negativo en primer plano en su
relación con la otra, niega todo lo que ella no es y hace de esta negación su
propia esencia y el principio de su existencia. «Mientras que la moral
aristocrática nace de una triunfal afirmación de sí misma, la moral de los
esclavos desde el principio es un no a lo que no forma parte de ella misma, a
lo que es diferente a ella, a lo que es su no-yo; y éste no es su acto
creador». Por eso Nietzsche presenta la dialéctica como la especulación de la
plebe, como el modo de pensar del esclavo: el pensamiento abstracto de la
contradicción prevalece entonces sobre el sentimiento concreto de la diferencia
positiva, la reacción sobre la acción, la venganza y el resentimiento ocupan el
lugar de la agresividad. Y Nietzsche inversamente muestra que lo que es
negativo en el dueño es siempre un producto secundario y derivado de su
existencia. Del mismo modo, la relación del señor y el esclavo no es, en sí
misma, dialéctica. ¿Quién es dialéctico, quién dialectaliza la relación? Es el esclavo, el punto de vista del esclavo, el pensamiento
desde el punto de vista del esclavo. El célebre aspecto dialéctico de la
relación señor-esclavo, en efecto, depende de esto: que aquí el poder es
concebido, no como voluntad de poder, sino como representación del poder, como
representación de la superioridad, como reconocimiento por «uno» de la
superioridad del «otro». Lo que quieren las voluntades en Hegel, es hacer
reconocer su poder, representar su poder. Y, según Nietzsche, hay aquí una
concepción totalmente errónea de la voluntad de poder y de su naturaleza. Una
concepción semejante es la del esclavo, es la imagen que el hombre del
resentimiento se hace del poder. Es el esclavo quien sólo concibe el poder como
objeto de reconocimiento, materia de una representación, baza de una
competición, y por consiguiente quien lo hace depender, al final de un combate,
de una simple atribución de valores establecidos. Si la relación de señor y
esclavo adopta fácilmente la forma dialéctica, hasta el punto de haberse
convertido en un arquetipo o en una figura escolar para cualquier joven
hegeliano, es porque el retrato del señor que nos presenta Hegel es, desde el
inicio, un retrato que representa al esclavo, al menos como se ve a sí mismo,
como máximo, un esclavo venido a más. Bajo la imagen hegeliana del señor, es
siempre el esclavo quien se manifiesta.
Así que ahora tenemos el problema de lo
autoderminado interior, lo determinado exterior y lo indeterminado uno pensaría
que estos son problemas más allá de la intelecutalidad humana y que como tales
hay que dejarlos pasar pero la época de
Kant ya paso, la ideologías nos lo explica muy bien Zizek se vuelven sistemas y
por lo mismo se hace necesario dar cuenta del noúmeno si queremos realmente
liberarnos de ellos ¿Cuál es la solución? Parece fácil integrar los Espíritus y
anti espíritus en el amor como el real noúmeno, más nuestra noumenología
intentara dar cuenta de este complejo desarrollo hasta el Espíritu
integrado por ahora volvamos al
Espíritu subjetivo de Hegel.
El espíritu se ha determinado hasta [llegar a ser] la
verdad del alma y de la conciencia, [o
sea] de aquella simple totalidad inmediata y de este saber, el cual ahora, como
forma infinita, no está limitado por aquel contenido, no está en relación con
él como objeto, sino que es saber de la totalidad sustancial, ni subjetiva ni
objetiva. El espíritu empieza, por tanto, desde su propio ser solamente, y sólo
se relaciona con sus propias determinaciones. La psicología contempla por
consiguiente las facultades o modos universales de la actividad del espíritu
como tal (intuir, representar, recordar, etc., desear, etc.), por un lado, sin
el contenido que con arreglo al fenómeno se encuentra en la representación
empírica y en el pensamiento, o en el deseo y en la voluntad y, por otro lado,
sin las formas de ser en el alma como determinaciones naturales y en la conciencia
de ser como un objeto suyo presente de por sí. Ésta no es, con todo, una
abstracción arbitraria; el espíritu es precisamente eso, estar por encima de la
naturaleza y de la determinidad natural, así como sobre el enredarse con un
objeto exterior, es decir, que [el espíritu] está por encima de lo material en
general, tal como ha resultado su concepto. Al espíritu sólo le resta ahora
realizar ese concepto de su libertad, es decir, superar tan sólo la forma de su
inmediatez con la que empieza de nuevo. El contenido que se eleva a intuición
son sus sensaciones, del mismo modo que sus intuiciones son lo que se cambia en
representaciones y luego las representaciones en pensamientos, etc.
El alma es finita en tanto está determinada inmediatamente o
por la naturaleza; la conciencia [es también finita] en tanto tiene un objeto;
el espíritu [lo es] en tanto, no teniendo ya desde luego un objeto, sí tiene
una determinidad en su saber, esto es, por su inmediatez, o lo que es lo mismo,
porque es espíritu subjetivo o [es] como el concepto . Y es indiferente lo que
se determina como concepto suyo o como realidad de él. Puesta la razón
objetiva, simplemente infinita, como concepto suyo, la realidad es entonces el
saber o la inteligencia; o tomado el saber como el concepto, entonces su
realidad es esta razón [objetiva] y la realización del saber [consiste en]
apropiársela. La finitud del espíritu consiste, por tanto, en que el saber no
abarca el ser-en-sí y para-sí de su razón, o igualmente, en que ésta, en el
saber, no se ha conducido a sí misma hasta la plena manifestación. La razón
sólo es en tanto que infinita siendo a la vez libertad absoluta; [ella] se
presupone por tanto a su saber, se finitiza así y es el eterno movimiento de
superar esa inmediatez, comprenderse conceptualmente a sí misma y ser
[entonces] saber de la razón.
El progreso del espíritu es desarrollo en tanto su
EXISTENCIA, el saber, tiene en sí mismo el ser determinado en y para sí, es
decir, tiene lo racional como haber y fin, [y] la actividad de transponer es meramente el paso formal a la
manifestación y es por eso vuelta a sí mismo. En tanto el saber afectado por su
primera determinidad sólo es primeramente abstracto o formal, la meta del
espíritu es el cumplimiento objetivo [de sí mismo] y con ello, producir a la
vez la libertad de su saber.
Al considerar esto, no hay que pensar en el desarrollo del
individuo en secuencia antropológica según la cual las facultades y fuerzas
[del ser humano] se consideran como brotando una tras otra y exteriorizándose
[así] en la EXISTENCIA; un proceso progresivo [éste] a cuyo conocimiento se le
concedió un gran valor por un tiempo (en la filosofía de Condillac ), como sí
ese supuesto ir brotando natural debiera componer y explicar el surgimiento de
las facultades. En esta cuestión, para hacer conceptualmente comprensibles los
variados modos de actividad del espíritu en su unidad y para poner de
manifiesto una conexión [propia] de la necesidad, no hay que negar aquella
dirección. Sólo que las categorías ahí utilizadas son en general de clase
indigente. En especial lo es la determinación dominante de tomar lo sensible,
desde luego con razón, como lo primero, como situación básica inicial, pero de
tal manera [eso se hace] que, desde este punto de partida, las determinaciones
ulteriores aparecen brotando de manera sólo afirmativa, y se desconoce y pasa
por alto lo negativo de la actividad del espíritu, mediante la cual aquella
materia se espiritualiza y se supera en tanto que sensible. En aquella postura
lo sensible no es meramente lo primero empírico, sino que así permanece de modo
tal que debe ser la base verdaderamente sustancial. Igualmente, cuando las
actividades del espíritu se contemplan sólo como exteriorizaciones, fuerzas [o
facultades] en general, tal vez con la determinación de la utilidad, es decir,
como finalísticamente adecuadas para algún otro interés de la inteligencia o de
la afectividad , no está presente
entonces ningún fin último. Éste sólo puede ser el concepto mismo y la
actividad del concepto sólo puede tenerlo a él mismo como fin, [esto es,]
superar la forma de la inmediatez o de la subjetividad, alcanzarse y captarse,
liberarse hasta [llegar a] sí mismo. De este modo, las llamadas facultades del
espíritu en su distintividad sólo han de considerarse como peldaños de su
liberación. Y eso es lo único que se debe retener para el modo de consideración
racional del espíritu y de sus distintas actividades.
Así como la conciencia tiene por objeto suyo el peldaño que
le precede, o sea, el alma natural , del mismo modo el espíritu tiene por
objeto la conciencia, o más bien, se la hace objeto suyo; esto es, siendo la
conciencia la idealidad solamente en sí del yo [juntamente] con su otro , el
espíritu pone esa idealidad para sí de tal modo que ahora él sabe esta unidad
concreta. Los productos del espíritu, según la determinación de la razón, lo
son por un igual si el contenido está-siendo en sí como si es suyo según la
libertad. Con lo cual, en tanto en su inicio [el espíritu] está determinado,
esa determinidad es doble, [a saber,] la [propia] de lo ente y la de lo suyo;
con arreglo a la primera [el espíritu] ha de encontrar algo dentro de sí como
siendo y, con arreglo a la segunda, ha de ponerlo solamente como lo suyo. Por
consiguiente, el camino del espíritu es:
a) ser espíritu teorético, tener que habérselas con lo
racional como determinidad suya inmediata y ponerlo desde ahora como lo suyo o
liberar al saber de la presuposición y con ella de su abstracción y hacer
subjetiva la determinidad. En tanto así el saber está determinado como en y
para sí dentro de sí, la determinidad está puesta como suya, y [el saber] es
así como inteligencia libre, el saber es [entonces];
b) voluntad, espíritu práctico, que es primeramente también
formal, tiene un contenido como contenido solamente suyo, quiere
inmediatamente, y libra ahora su determinación volitiva de la subjetividad de
ésta como forma unilateral de su contenido, de tal modo que el espíritu;
c) deviene como espíritu libre en el que está superada
aquella doble unilateralidad.
El espíritu tanto teorético como práctico están aún en la
esfera del espíritu subjetivo en general. No hay que distinguirlos como
[espíritu] pasivo y activo. El espíritu subjetivo es productivo, pero sus
productos son formales. Hacia dentro, el producto del espíritu teorético es
solamente su mundo ideal y ganancia dentro de sí de la autodeterminación
abstracta. El espíritu práctico se las ha de haber solamente, desde luego, con
autodeterminaciones, con su materia propia, pero [siendo] ésta siempre formal
todavía, con lo que ha de habérselas es con un contenido limitado para el cual
el espíritu práctico gana la forma de la universalidad. Hacia fuera, en tanto
el espíritu subjetivo es unidad del alma y de la conciencia, y [siendo] con
ello también una realidad juntamente antropológica y adecuada a la conciencia y
que está-siendo, sus productos son en lo teorético la palabra y en lo práctico
goce (no aún, hecho y acción).
La psicología se cuenta, como la lógica, entre aquellas
ciencias que en los tiempos modernos menos se han beneficiado de la formación
general del espíritu y del profundo concepto de la razón, y se encuentra
todavía en un estado muy lamentable. En virtud del giro de la filosofía
kantiana se le ha concedido desde luego una mayor importancia, pero eso de tal
manera que en su estado empírico, como ciencia que no consiste en otra cosa que
en recoger empíricamente y analizar los hechos de la conciencia humana y
precisamente como hechos tal como son dados, debe constituir precisamente la base
de la metafísica. Con esta concepción de la psicología, según la cual ella
viene a mezclarse con la antropología y con formas que proceden del punto de
vista de la conciencia , la psicología
no ha cambiado en nada su propio estado, sino que sólo ha añadido todo eso; con
lo cual se ha llegado a renunciar, incluso para la metafísica y para la
filosofía en general, así como para el espíritu como tal, al conocimiento de la
necesidad de lo que es en y para sí, al concepto y a la verdad.
El espíritu teorético
La inteligencia se
encuentra determinada', ésta es su apariencia de la que parte en su inmediatez,
pero como saber, la inteligencia es poner esto, lo hallado, como suyo propio.
Su actividad se las tiene que haber con la forma vacía, ha de hallar la razón,
y su fin es que su concepto sea para ella, es decir, que sea razón para sí, con
lo que juntamente el contenido llega a ser racional para la inteligencia. Esta
actividad es conocer. El saber formal de la certeza, puesto que la razón es
concreta, se eleva a saber determinado y conceptual. El curso de esta elevación
es él mismo racional y es un paso necesario, determinado por el concepto, de
una determinación de la actividad de la inteligencia (una de las llamadas
facultades del espíritu) a otra. La refutación de la apariencia, [o sea,]
hallar lo racional (cosa que es el conocer), parte de la certeza, esto es, de
la fe de la inteligencia en su capacidad para saber racionalmente, [o sea, de
la fe] en la posibilidad de poderse apropiar de aquella razón que la
inteligencia y su contenido [ya] son en sí.
La distinción de la inteligencia respecto de la voluntad
tiene frecuentemente el sentido erróneo de que ambas se toman como una
EXISTENCIA fija, separada de la otra, de modo que el querer podría darse sin inteligencia
o la actividad de ésta sin voluntad. La posibilidad de que, como se dice, el
entendimiento pueda formarse sin el corazón o el corazón sin el entendimiento,
que se den unílateralmente corazones sin entendimiento y entendimientos sin
corazón, sólo prueba en cualquier caso que se dan EXISTENCIAS en sí mismas
falsas, pero la filosofía no es quien ha de tomar como verdad tales falsedades
del existir y de la representación, ni ha de tomar como naturaleza de una cosa
lo malo de ella.—Muchas otras formas corrientemente atribuidas a la
inteligencia (que recibe impresiones de fuera, que las percibe, que las
representaciones surgen por la acción de cosas exteriores como causas, etc.)
son propias de categorías y de un punto de vista que no es el del espíritu ni
el de la contemplación filosófica. Una forma [de éstas] muy estimada, propia de
la reflexión, es la de las fuerzas y
facultades del alma, de la inteligencia o del espíritu.—La facultad, como la
fuerza, es la determinidad de un contenido [que ha sido] fijada, representada
como reflexión-hacia-sí. La fuerza (§ 136) es precisamente la infinitud de la
forma, de lo interior y lo exterior, pero su finitud esencial contiene la
indiferencia del contenido ante la forma . Ahí reside la sinrazón que se
introduce por esta forma de la reflexión y por la contemplación del espíritu
como un conjunto de fuerzas en él, tal como [se hace] también en la naturaleza.
Lo que puede ser distinto en su actividad se retiene como una determinidad
autosuficiente y de esta manera el espíritu se convierte en un conjunto
cosificado y mecánico. Y en este asunto tampoco se aporta una distinción
relevante, si en lugar de facultades y fuerzas, se utiliza la expresión
actividades. Aislar las actividades hace igualmente del espíritu una mera
entidad agregada y se contempla [entonces] la relación entre tales actividades
como una referencia exterior y contingente.
El obrar de la inteligencia en tanto espíritu teorético ha
sido llamado conocer, no en el sentido de que la inteligencia entre otras cosas
también conozca, y además intuya, represente, recuerde, imagine, etc.; una tal
posición está vinculada en primer lugar a esta parcelación, ahora mismo
censurada, de las actividades del espíritu, pero también se vincula con la gran
cuestión de los tiempos modernos, a saber, la de si es posible el conocimiento
verdadero, es decir, el conocimiento de la verdad; así que, si resulta que ese
conocimiento no es posible, tendríamos que renunciar a ese esfuerzo. Los muchos
aspectos, razones y categorías con que una reflexión extrínseca hincha el
alcance de esta cuestión encuentran su solución en su lugar cuanto más exteriormente se comporta el
entendimiento al tratar este asunto, tanto más difuso se le hace un objeto
simple. He aquí el sitio del simple concepto del conocer el cual se opone
enteramente al punto de vista general de aquella pregunta, a saber, aquel que
cuestiona la posibilidad del conocimiento verdadero en general y que considera
como una posibilidad y [objeto de] decisión el dedicarse a conocer o el dejar
de hacerlo. El concepto del conocer ha resultado como [igual a] la inteligencia
misma, como la certeza misma de la razón; la realidad efectiva de la
inteligencia es, por tanto, el conocer mismo. De ahí se sigue por consiguiente
que es disparatado hablar de la inteligencia y al mismo tiempo, sin embargo, de
la posibilidad o de la decisión de conocer. Pero el conocimiento es verdadero
precisamente en tanto se realiza de manera efectiva, esto es, en tanto sienta
para sí su concepto. Esta determinación formal tiene su sentido concreto en lo
mismo en que lo tiene el conocimiento. Los momentos de su actividad realizadora
son intuir, representar, recordar, etc.; esas actividades no tienen ningún otro
sentido inmanente [que conocer]; su único fin es el concepto del conocer .
Solamente cuando estas actividades se aislan, uno se representa, por una parte,
que podrían ser útiles para otra cosa como lo son para el conocer y, por otra
parte, [cree] que ellas persiguen su propia satisfacción; y entonces se ensalzan
los goces del intuir, del recordar, del fantasear, etc. Cierto que el intuir,
fantasear, etc., aunque sea aisladamente, o sea, sin espíritu, pueden
proporcionar satisfacción; lo que constituye la determinación fundamental en la
naturaleza física, el ser-afuera-de-sí, o sea, que los momentos de la razón
inmanente se expongan uno fuera de otro, da lugar en la inteligencia, por un
lado, al arbitrio, y por otro lado, a la inteligencia le sucede tal cosa en
tanto es sólo natural, es decir, ineducada. Sin embargo, la verdadera
satisfacción (se concede) la proporciona únicamente la intuición penetrada de
entendimiento y espíritu, la representación racional o penetrada de razón, los
productos de la fantasía que plasman ideas, etc., es decir, intuiciones, representaciones,
etc., cognoscentes. Lo verdadero a lo cual se atribuye esa satisfacción reside
en que el intuir, representar, etc., no estén aislados, sino en que estén
presentes solamente como momentos de la totalidad, o sea, del conocer mismo.
Intuición
El espíritu, que como alma está naturalmente determinado, y
que como conciencia está en relación con esta determinidad como OBJETO
exterior, como inteligencia sin embargo 1) se encuentra así determinado a sí
mismo, es su propio sordo tejer dentro de sí, con lo cual es para sí mismo de
índole material y tiene toda la materia de su saber. Por causa de la inmediatez
en la que él así primeramente se encuentra, el espíritu es simple en esa
inmediatez, es solamente como un espíritu singular y subjetivo [en sentido]
corriente, y aparece así como sintiente. Cuando ya antes el sentimiento se
presentó como un modo de EXISTENCIA del
alma, el hallar o la inmediatez tenían allí esencialmente la determinación del
ser natural o de la corporeidad; aquí empero [se trata] sólo abstractamente de
la inmediatez en general.
La forma del sentimiento es que éste, desde luego, es una
afección determinada, pero esa determinidad es simple. Por ello, aunque su
contenido sea el más sólido y verdadero, un sentimiento tiene [siempre] la
forma de una particularidad contingente, aparte de que su contenido puede ser
también el más menesteroso y menos verdadero. Que el espíritu tiene en su
sentimiento el material de sus representaciones es una suposición general, pero
[hecha] más frecuentemente en sentido opuesto al que tiene aquí esta tesis.
Contra la simplicidad del sentimiento se suele más bien suponer el juicio en
general como lo originario, es decir, la distinción [propia] de la conciencia
entre un sujeto y un objeto; la determinidad de la sensación se deduce entonces
de un objeto autosuficiente exterior o interior . Aquí, en la verdad del
espíritu, se ha ido abajo este punto de vista de la conciencia, opuesto al
idealismo del espíritu, y el material del sentimiento más bien se ha puesto ya
como inmanente al espíritu. Por lo que se refiere al contenido, es un prejuicio
común que en el sentimiento hay más que en el pensamiento; eso se estipula
sobre todo cuando se trata de los sentimientos religiosos o morales . El material que el espíritu es para sí
mismo como sentiente ha resultado aquí también como ser de la razón, en y para
sí determinado. Entra, por tanto, en el sentimiento todo contenido racional y,
más exactamente, todo contenido espiritual también. Pero la forma de la
singularidad afectada de mismidad que el espíritu tiene en el sentimiento es la
más baja y peor, en la cual él no está como libre, es decir, como universalidad
infinita, y su haber y contenido son más bien como algo contingente, subjetivo,
particular. Sensibilidad formada, verdadera sensibilidad, lo es [tan sólo] la
sensibilidad de un espíritu formado que ha adquirido la conciencia de
distinciones determinadas, de relaciones esenciales, de determinaciones
verdaderas, etc., y, con esa conciencia, este material [entonces] justificado
es el que entra en su sentimiento, es decir, recibe esta forma. El sentimiento
es la forma inmediata y a la vez más presente en la cual se comporta el sujeto
en relación con un contenido dado; en primer término el sujeto reacciona en
contra con su sentimiento de sí, el cual puede ser desde luego más sólido y
amplio que un punto de vista unilateral del entendimiento, pero [que puede ser]
también más limitado y deficiente; en todo caso ésta es la forma de lo
particular y subjetivo. Cuando en relación con algo un ser humano no invoca la
naturaleza y el concepto de la COSA, o invoca por lo menos razones que sean la
universalidad del entendimiento, sino que apela a su sentimiento, no queda
entonces sino dejarlo estar, porque obrando así escapa a la comunidad de lo
racional y se encierra en su subjetividad aislada, en la particularidad.
1)
En la disyunción de este hallar inmediato, el
primer momento es aquella direccción idéntica y abstracta del espíritu [que se
da] tanto en el sentimiento como en las ulteriores determinaciones suyas, la
atención, sin la cual nada es para él; es el recuerdo activo, el momento de lo
suyo, pero como autodeterminación todavía formal de la inteligencia. El segundo
momento es que la inteligencia pone frente a esta interioridad suya la
determinación del sentimiento como un ente, pero como algo negativo, como el
abstracto ser-otro de sí mismo. La inteligencia determina así el contenido de
la sensación como un ente fuera de ella, lo arroja fuera en el espacio y en el
tiempo que son las formas en las cuales la inteligencia es intuitiva. Según la
conciencia, el material es solamente objeto de ella, un otro relativo; pero
este material recibe del espíritu la determinación racional de ser lo otro de
sí mismo.
2)
La
inteligencia, como unidad concreta de los dos momentos dichos y, más
exactamente, estando inmediatamente interiorizada en sí misma en ese material que-está-siendo exteriormente
y, en [este] su recuerdo de sí, estar inmersa [a la vez] en el
ser-exterior-a-sí, es intuición.
Hacia este ser suyo exterior-a-sí y frente a él, dirige la
inteligencia su atención de manera igualmente esencial y es el despertar a sí
misma en esta inmediatez suya, su recuerdo dentro de sí en la inmediatez; de
este modo, la intuición es esto concreto del material y de sí misma, lo suyo,
de manera que ya no necesita más de esta inmediatez ni necesita hallar el
contenido: la representación.
La representación
La representación, como intuición recordada , es el término
medio entre el inmediato encontrarse-determinado de la inteligencia y ella
misma en su libertad, o sea, el pensamiento. La representación es lo suyo de la
inteligencia [afectada] aún de subjetividad unilateral, [pero] en tanto esto
suyo está aún condicionado por la inmediatez, no es el ser en ello. El camino
de la inteligencia en las representaciones es tanto hacer interior la
inmediatez, ponerse intuyéndose en sí misma, como es igualmente superar la
subjetividad de la interioridad y en ella misma exteriorizarse de sí y en su
propia exterioridad estar en sí misma. Sin embargo, partiendo el representar de
la intuición y de su materia hallada, esta actividad está todavía afectada por
esta diferencia y sus productos concretos en ella son todavía síntesis que sólo
en el pensamiento alcanzarán la inmanencia concreta del concepto.
El recuerdo
Tal como primeramente [lo hacía] la intuición, recordando,
la inteligencia pone el contenido de el sentimiento en su interioridad, en su
propio espacio y en su propio tiempo. De este modo ese contenido es imagen [como contenido tan] liberado de su
primera inmediatez y abstracta singularidad ante otro, cuanto asumido en la
universalidad del yo en general. La imagen ya no tiene la determinidad completa
que tenía la intuición, es arbitraria o contingente y está generalmente aislada
del lugar externo, del tiempo y del contexto inmediato en el que estaba.
La imagen es de suyo fugaz y la inteligencia como atención
es su tiempo y también su espacio, su cuándo y su dónde. Pero la inteligencia
no es solamente la conciencia y existencia de sus propias determinaciones, sino
que como tal es el sujeto y el en-sí de sus determinaciones; recordada en ella,
la imagen que ya no está existiendo, está conservada inconscientemente.
Comprender la inteligencia en tanto es este pozo oscuro en el que se guarda un mundo infinito de
numerosas imágenes y representaciones, sin que estén en la conciencia, es por
un lado la exigencia universal de comprender el concepto como concreto, de
comprenderlo como la semilla, por ejemplo, que contiene de manera positiva,
como posibilidad virtual , todas las determinidades que sólo vienen a la
existencia en el desarrollo del árbol. La incapacidad para captar este
universal en sí mismo concreto y que, sin embargo, permanece simple, es lo que
ha dado ocasión para guardar las representaciones particulares en fibras
particulares y localizaciones; [según este modo de ver] lo distinto sólo debe
tener esencialmente una EXISTENCIA espacial también parcelada.—Pero la semilla
logra el regreso a su simplicidad, a la EXISTENCIA del ser-en-sí, desde las
determinidades que sólo existen en otro, es decir, en la semilla del fruto.
Pero la inteligencia es como tal la existencia libre del ser-en-sí que en su
desarrollo se ha recordado dentro de sí. Por otro lado, por tanto, hay que
captar la inteligencia como este pozo inconsciente, es decir, como universal
existente en el que lo distinto no está puesto aún como discreto. Y este en-sí
es precisamente la primera forma de la universalidad que se ofrece en el
representar.
Esa imagen conservada de modo abstracto precisa para su
existencia de una intuición existente. Lo que se llama recuerdo es propiamente
la referencia de la imagen a una intuición y precisamente como subsunción de la
intuición inmediata y singular bajo lo universal según la forma, [o sea] bajo
aquella representación que es el mismo contenido; de este modo la inteligencia
es interior a sí en la sensación determinada y en la intuición de ella, y
conoce a ésta como lo ya suyo, al mismo tiempo que aquella imagen que primero
sólo le era interior la sabe ahora también como lo inmediato de la intuición y
como lo conservado en ella. La imagen que en el pozo de la inteligencia era
sólo propiedad suya, con la determinación de la exterioridad la tiene también
en posesión desde ahora. Con lo cual [la imagen] viene puesta, al mismo tiempo,
como distinguible respecto de la intuición y separable de la simple noche en la
que estaba primeramente inmersa. De este modo la inteligencia es el poder de
exteriorizar su propiedad que no
necesita ya de la intuición exterior para que esa propiedad EXISTA en ella.
Esta síntesis de la imagen interior con la existencia recordada es la
representación propiamente dicha, por cuanto lo interior tiene ahora también en
sí mismo la determinación de poderse colocar ante la inteligencia , o sea, de tener existencia en ella.
La imaginación
La inteligencia, activa en esta posesión, es la imaginación
reproductora, el surgimiento de las imágenes desde la propia interioridad del
yo, el cual es desde ahora el poder de las imágenes. La referencia más próxima
de las imágenes es la del espacio y tiempo del yo con el espacio y tiempo
inmediatamente exterior conservado.—Sin embargo, en el sujeto en el que está
conservada, la imagen sólo tiene aquella individualidad a la que están
vinculadas las determinaciones de su contenido; por el contrario, su concreción
inmediata, es decir, aquella concreción que la imagen tiene en la intuición
como una sola cosa y que en primer lugar sólo es espacial y temporal, está
ahora disuelta. El contenido reproducido, como perteneciente a la unidad
idéntica de la inteligencia consigo misma y en tanto representado sacándolo de
su pozo universal, tiene [el carácter de] una representación universal como
referencia asociativa a imágenes o representaciones más abstractas o más
concretas con arreglo a otras circunstancias.
Las llamadas leyes de la asociación de ideas han adquirido
un gran interés, principalmente con el florecimiento de la psicología empírica
contemporáneo a la decadencia de la filosofía. Para empezar: lo que se asocia
no son ideas. En segundo lugar, esos modos de enlazarse no son leyes, ya que
son tantas leyes sobre la misma COSA, por lo que arbitrariedad y contingencia,
que son lo contrario de una ley, más bien la suplantan; es contingente [en esas
presuntas leyes] que lo enlazado o sea algo imaginario o una categoría del
entendimiento, que sea igualdad o desigualdad, razón o consecuencia, etc.
Avanzar entre imágenes y representaciones con arreglo a la imaginación asociativa
es en general el juego de un representar carente de pensamiento, en el cual la
determinación de la inteligencia es generalmente la universalidad todavía
formal y el contenido es el dado en las imágenes. En la medida en que se
prescinde de la determinación formal más exacta que ya hemos dado, imagen y
representación se distinguen entre sí, según el contenido, en que la imagen es
la representación sensible más concreta; la representación, sea su contenido
algo imaginativo, sea concepto o idea, posee en general el carácter de ser algo
dado e inmediato con arreglo al contenido, aunque pertenezca a la inteligencia.
El ser, el encontrarse-determinado de la inteligencia adhiere aún a la
representación, y la universalidad que recibe aquella materia por medio del
representar es aún la universalidad abstracta. La representación es el término
medio en el silogismo de la elevación de la inteligencia; es el enlace de las
dos significaciones de la referencia-a-si, a saber, del ser y de la
universalidad que en la conciencia están determinadas como objeto y sujeto. La
inteligencia completa lo hallado con la significación de la universalidad, y
completa lo propio, lo interior, con la significación del ser, puesto empero
por ella.—Sobre la distinción entre representaciones y pensamientos La
abstracción que tiene lugar en la actividad representativa, mediante la cual se
producen representaciones universales (y las representaciones como tales tienen
ya la forma de la universalidad en ellas) se expresa frecuentemente como un
caer-una-sobre-otra de muchas imágenes semejantes para hacer así comprensible
la universalización. Pero si este caer-una-sobre-otra no ha de ser pura
casualidad, es decir, lo aconceptual, debería admitirse una fuerza de
atracción, o algo parecido, de las imágenes semejantes, la cual sería a la vez
el poder negativo de limar lo aún desigual de las mismas . Esta fuerza es
efectivamente la inteligencia misma, el yo idéntico consigo, que mediante su
recuerdo [interiorizador] da inmediatamente universalidad a las imágenes y
subsume la intuición singular bajo la imagen ya interiorizada También la
asociación de las representaciones se ha de captar, por tanto, como subsunción
de las representaciones singulares bajo una representación universal que
constituye su conexión. Pero la inteligencia no es en sí misma forma universal
solamente, sino que su interioridad es subjetividad concreta, determinada en sí
misma por un haber propio que procede de algún interés, de algún concepto que
está-siendo-en-sí o de alguna idea, en la medida en que se puede hablar
anticipadamente de un contenido tal . La inteligencia es el poder sobre la
acumulación de las imágenes y representaciones que le pertenecen y es así enlace libre y subsunción de ese cúmulo bajo
el contenido propiamente dicho. La inteligencia, habiéndose recordado así en sí
misma determinadamente en aquel cúmulo y haciéndolo imagen como contenido
propio, es fantasía o imaginación simbolizadora, alegorizadora o fabuladora™.
Estas imágenes individualizadas, más o menos concretas, son aún síntesis, por
cuanto la materia, en la que el haber subjetivo se da una existencia
representativa, procede de lo hallado de la representación. En la fantasía, la
inteligencia está completa para intuirse a sí misma en ella en tanto su haber,
tomado de ella misma, tiene EXISTENCIA irónica. Esta configuración imaginativa
de la intuición de sí mismo es subjetiva, le falta todavía el momento de lo
ente. Pero en esa unidad del haber interior y del material, la inteligencia ha
regresado igualmente a la idéntica referencia a sí como inmediatez en sí. Del
mismo modo que ella como razón parte de la apropiación de lo inmediato hallado
en ella misma , esto es, lo determina como universal, su acción como razón ha de partir de este punto ya alcanzado, [a
saber], determinar como ente lo [que fue] completado en ella hasta [hacerse]
autointuición concreta, o sea, determinarse a sí misma a ser, a hacerse cosa.
Siendo activa en esta determinación, la inteligencia está exteriorizándose,
está produciendo intuición: fantasía
productora de signos. La fantasía es el punto medio en el cual lo universal y
el ser, lo propio y lo ser hallado, lo interior y lo exterior están
perfectamente unidos en una sola cosa.
Las precedentes síntesis de la intuición, recuerdo, etc.,
son uniones de esos mismos momentos, pero son síntesis; sólo en la fantasía la
inteligencia ya no es aquel pozo indeterminado y lo universal, sino que es como
singularidad, esto es, como subjetividad concreta en la cual la referencia a sí
está tan determinada al ser como a la universalidad. Las imágenes de la
fantasía se reconocen generalmente [como aptas] para [llevar a cabo] esas
uniones de lo propio e interior del espíritu con lo intuible-, [el estudio de]
su contenido más determinado corresponde a otros campos. Este taller interior
debe ser aquí captado con arreglo a aquellos momentos abstractos
solamente.—Como actividad de esa unión, la fantasía es razón, pero solamente la
razón formal, por cuanto el haber de la fantasía como tal es indiferente, mientras
que la razón como tal determina también el contenido hasta [hacerlo] verdad.
Queda todavía algo que destacar, a saber, que al conducir la fantasía el haber
interior hasta [hacerlo] imagen e intuición, y eso se expresa [diciendo] que la
fantasía lo determina como siendo, tampoco ha de parecer chocante la expresión
de que la inteligencia se hace ente o cosa, pues el haber de la inteligencia es
ella misma, como también lo es la determinación dada por ella a ese contenido.
La imagen producida por la fantasía solamente es subjetivamente intuitiva; en
el signo la inteligencia le añade intuitívidad propiamente dicha; y en la
memoria mecánica, la inteligencia completa en ella misma esta forma del ser En
esta unidad procedente de la inteligencia, unidad de representación
autosuficiente y de una intuición, la materia de esta última es primeramente
algo percibido, desde luego, algo inmediato o dado (p.e. el color de la
escarapela o cosas parecidas). Pero en esta identidad, la intuición no vale
como positiva y representándose a sí misma, sino representando algo otro. La
intuición es una imagen que ha recibido en ella como alma una representación
autosuficiente de la inteligencia, ha recibido su significado. Esta intuición
es el signo. El signo es una cierta intuición inmediata que representa un
contenido enteramente otro que el que tiene de suyo; es [como] la pirámide en
la cual se ha colocado un alma extraña y la cobija. El signo es distinto del
símbolo; [éste es] una intuición cuya determinidad propia según su esencia y
concepto es más o menos aquel contenido que la intuición expresa como símbolo;
por el contrario, en el signo en cuanto tal nada tienen que ver el contenido
propio de la intuición y el contenido del que ella es signo. Como significadora
, por tanto, la inteligencia demuestra un arbitrio y dominio más libres en el
uso de la intuición que como simbolizadora. Usualmente el signo y el lenguaje
se envían a algún otro lugar como apéndice, a la psicología, o incluso a la
lógica , sin pensar en su necesidad ni
en su conexión dentro del sistema [global] de la actividad de la inteligencia.
El verdadero lugar del signo es el que hemos indicado, a saber, el de la
inteligencia que, en tanto intuitiva, genera la forma del tiempo y del espacio,
pero que aparece asumiendo el contenido sensible y dando forma irónica a representaciones partiendo de este
material; desde ella misma da ahora a sus representaciones autosuficientes una
existencia determinada, espacio y tiempo llenos, utiliza la intuición como cosa
suya, cancela su contenido inmediato y peculiar, y le da otro contenido hasta
[hacerlo] significación y alma.—Esa actividad creadora de signos puede llamarse
preferentemente memoria productiva (la mnemosyne primeramente abstracta), por
cuanto la memoria, que en la vida común se usa frecuentemente como equivalente
y como sinónimo del recuerdo, e incluso de la representación y la imaginación,
sólo tiene que ver en general con signos.
La intuición, que como inmediata es en primer lugar algo
dado y espacial, en tanto se utiliza [haciéndola] un signo recibe la
determinación esencial de ser solamente en tanto superada. La inteligencia es
esta negatividad suya; así, la figura más verdadera de la intuición que es un
signo es una existencia en el tiempo: un desaparecer de la existencia en tanto
el signo es (y lo es según su determinidad externa y psíquica ulterior) un ser
puesto de la inteligencia procedente de su propia naturalidad (antropológica):
la voz, la plena exteriorización de la interioridad que se da a conocer. La voz,
articulándose ulteriormente para las representaciones determinadas, la
locución, y su sistema, el lenguaje da a las sensaciones, intuiciones y
representaciones una segunda existencia superior a su existencia inmediata; una
existencia que vale en el campo del representar.
El lenguaje se estudia aquí solamente con arreglo a la
determinidad que le es peculiar de manifestar las representaciones de la
inteligencia como producto suyo en un elemento exterior. Si tuviéramos que
tratar del lenguaje de manera concreta, sería preciso invocar de nuevo el punto
de vista antropológico y, más precisamente, el psíquico-fisiológico para estudiar el aspecto material (léxico);
para Informa (la gramática), habría que anticipar el punto de vista del
entendimiento . Para [explicar] el material elemental del lenguaje se ha
perdido [hoy], por una parte, la representación de la pura casualidad, pero,
por otra parte, el principio de la copia se ha limitado al pequeño ámbito de
los objetos sonoros. Con todo, se puede oír todavía cómo se ensalza el idioma
alemán por causa de la riqueza de expresiones que posee para sonidos
particulares (susurrar, silbar, chirriar, etc., hasta coleccionar más de un
centenar; el humor de cada momento encontrará más, si así lo quiere); una tal
abundancia en lo sensible y carente de significado no es con lo que hay que
contar, no es lo que debe constituir la riqueza de una lengua cultivada.
Incluso lo más propiamente elemental no descansa tanto en simbolismos que se
refieren a objetos exteriores, cuanto en simbolismos internos, a saber, de la
articulación antropológica de la expresión lingüística corporal como algún modo
de mímica™. Así se ha buscado un significado propio para cada vocal y
consonante, como también para sus elementos más abstractos (movimiento de los
labios y del paladar, movimientos de la lengua) y sus combinaciones . Pero
rodos esos inicios inconscientes y apáticos se modifican [luego] esencialmente
hasta lo imperceptible y no significativo, por causa de necesidades tan exteriores
como las educativas que habiendo así rebajado esos mismos inicios, en tanto
intuiciones sensibles, a signos [de esas necesidades] desvanecen y disuelven su
significación propia originaria. Pero lo formal del lenguaje es la obra del
entendimiento el cual configura en él sus categorías; este instinto lógico
produce lo gramatical del lenguaje. El estudio de las lenguas que perviven
desde los orígenes, y que sólo en los tiempos modernos se han empezado a
conocer a fondo, ha mostrado que contienen una gramática muy formada en sus
detalles y que expresan distinciones que faltan o se han borrado en las lenguas
de pueblos más cultos; parece que las lenguas de los pueblos más cultivados
tienen la gramática más imperfecta, y que la misma lengua en estadios menos educados
de su pueblo tiene una gramática más perfecta que en los estadios de cultura
superior.
Al lenguaje oral [considerado] como el originario se le
puede añadir el lenguaje escrito, aunque aquí sólo podremos tratarlo de paso.
Se trata únicamente de una configuración más adelantada en el campo particular
del lenguaje que una actividad práctica exterior toma como ayuda. El lenguaje
escrito se extiende por el campo del inmediato intuir espacial del que
recoge y produce los signos. Más
concretamente, la escritura jeroglífica significa las representaciones mediante
figuras espaciales, mientras la escritura alfabética, por el contrario,
significa voces que son ya, a su vez, signos. Por consiguiente, esta escritura
consiste en signos de signos y eso de tal manera que disuelve los signos
concretos del lenguaje hablado, las palabras, en sus elementos simples y
designa estos elementos.—Leibniz se ha dejado extraviar por su entendimiento al
considerar como muy deseable para la comunicación de los pueblos, y en especial
de los sabios, un lenguaje escrito completo formado de manera jeroglífica ,
cosa que ya sucede ciertamente en la escritura alfabética (como en nuestros
signos numéricos, planetarios, químicos, etc.). Se puede sostener, sin embargo,
que la comunicación entre los pueblos trajo más bien consigo la necesidad de
los caracteres en forma de letras y su invención, como fue quizá el caso de la
Fenicia y como hoy sucede en Cantón (véase el viaje de Macartney según Staunton
795). Por lo menos no hay que pensar en un lenguaje jeroglífico apto para todo;
los objetos sensibles son desde luego adecuados como signos permanentes; pero
como signos de lo espiritual, el progreso de la formación de pensamientos y el
desarrollo lógico progresivo traen consigo pareceres cambiados sobre sus
relaciones internas y, por consiguiente, también sobre su naturaleza, de modo
que entonces se introduciría también otra determinación jeroglífica. Eso ya
sucede de todas maneras con los objetos sensibles, a saber, que sus signos en
el lenguaje hablado, o sea, sus nombres se cambian frecuentemente, como ocurre
p.e. con los nombres químicos y también mineralógicos. Desde que se ha olvidado
lo que son los nombres en cuanto tales, a saber, cosas exteriores, de suyo sin
sentido, que sólo como signos tienen significación, desde que en lugar de
nombres propios se exige la expresión de algún modo de definición y ésta a su
vez se forma de manera arbitraria y contingente, se cambia la denominación [de
las cosas], es decir, se cambia únicamente la composición de los signos de su
determinación genérica o de otras características que se reputan propiedades,
[siempre] de acuerdo con los distintos pareceres que se tienen acerca del
género o de alguna propiedad que debería ser específica.—Solamente a lo estático
de la cultura china resulta adecuada la escritura jeroglífica de ese pueblo; de
todas maneras, esta clase de escritura sólo puede ser de interés para la
pequeña parte de un pueblo que mantiene la propiedad exclusiva de la cultura
espiritual.—La formación del lenguaje oral está ligada también en su exactitud
al hábito de la escritura alfabética, sólo mediante la cual el lenguaje hablado
adquiere la determinidad y pureza de su articulación. La imperfección de la
lengua china hablada es bien conocida; un buen número de sus palabras tienen
muchas significaciones enteramente distintas que llegan hasta diez e incluso
hasta veinte, de modo que al hablar, la distinción sólo puede ser indicada
mediante el acento, intensidad, voz baja o a voces. Los europeos que empiezan a
hablar chino antes de haber aprendido estas absurdas finuras de la acentuación,
caen en los equívocos más cómicos. La perfección consiste aquí en lo contrario
del parler sans accent que con razón se
exige en Europa del hablar educado. Por causa de la escritura jeroglífica le
falta al lenguaje vocal chino la determinidad objetiva que por medio de la
escritura alfabética se adquiere en la articulación.
Más hay que decir que luego la voluntad invertirá este
pensamiento y se verá que la diferencia de alguna manera esta respetada en el
lenguaje chino, así mismo el lenguaje empieza como vibración interna en el
abismo de la voluntad y luego se hace gesto para después pasar a ser voz y
escritura más continuemos con el espíritu subjetivo en su fenomenología de la
razón para ir mucho después al espíritu objetivo, y al antiespíritu donde el
lenguaje será deconstruido.
La escritura alfabética es en sí y de por sí la más
inteligente; en ella la palabra, que es el modo de exteriorización de sus
representaciones más propio y digno de la inteligencia, se ha llevado a la
conciencia y se ha hecho objeto de la reflexión. En esta ocupación de la
inteligencia con el lenguaje se analiza, es decir, se reduce esta efección de
signos a sus pocos y simples elementos (los gestos o movimientos originarios
del articular); estos elementos son lo sensible de la locución llevado a la
forma de la universalidad y que alcanza a la vez, en este modo de elementos
[del lenguaje], completa determinidad y pureza. Con ello el escrito alfabético
retiene también la ventaja del lenguaje hablado, consistente en que tanto en
uno como en otro las representaciones tienen nombre propio; el nombre es el
signo simple de la representación propia, es decir, la representación simple,
no disuelta en sus determinaciones y compuesta por ellas. El lenguaje
jeroglífico no surge del análisis inmediato de los signos sensibles, como el
alfabético, sino del análisis previo de las representaciones, a partir de lo
cual se capta entonces fácilmente el pensamiento de que todas las
determinaciones pueden ser retrotraídas a sus elementos, o sea, a las simples
determinaciones lógicas, de tal modo que a partir de los signos elementales
escogidos con este fin (como ocurre en el koua chino con la simple recta y con
el trazo cortado en dos fragmentos y mediante su composición se generaría el
lenguaje jeroglífico. Esta circunstancia de la designación analítica de las
representaciones en el escrito jeroglífico es lo que ha extraviado a Leibniz y
le ha hecho sostener la superioridad de este lenguaje sobre el escrito
alfabético ; [pero esta circunstancia] es más bien la que contradice la
nécesidad básica del lenguaje en general, es decir, la necesidad del nombre
para tener la representación inmediata, la cual, aunque su contenido sea tan
rico como se quiera, es simple para el espíritu, y permite tener también en el
nombre un simple signo inmediato que como un ser de por sí no ofrece nada que
pensar y sólo tiene la determinación de significar la simple representación en
cuanto tal y representarla sensiblemente. La inteligencia que representa no
hace solamente eso, el demorarse en la simplicidad de las representaciones como
igualmente condensarlas a partir de los momentos más abstractos en que fueron
analizadas, sino que el pensar resume también bajo la forma de un pensamiento
simple el contenido concreto [de la representación] partiendo del análisis en
el que ese contenido se convirtió [primero] en un conjunto de muchas
determinaciones. Es menester que ambos tengan esos signos, simples desde el
punto de vista de la significación, y que, consistiendo en varias letras o
sílabas o incluso habiéndose desmenuzado en ellas, no ofrecen, sin embargo, un
conjunto de varias representaciones.—Lo que acabamos de decir constituye la
determinación básica para decidir sobre el valor de estos lenguajes escritos.
De lo que también se sigue que con la escritura jeroglífica se han de complicar
y confundir necesariamente las referencias de las representaciones espirituales
concretas y que el análisis de esas representaciones, cuyos productos próximos
han de ser a su vez nuevamente analizados, aparece de todas maneras de la forma
más variada y discrepante. Cada discrepancia en el análisis traería consigo
otra imagen del nombre escrito, como [ha sucedido] en los tiempos modernos, de
acuerdo con la observación que hicimos , precisamente en el campo sensible en
el que el salfumante ha cambiado de nombre varias veces . Un lenguaje escrito jeroglífico implicaría
una filosofía tan estática como lo es en general la cultura china.
¿La cultura china o la voluntad cuando lo múltiple se separa
de la razón? Y es que la voluntad es movimiento pero sin la razón no puede
progresar ni regresar a sí misma, claro cuando decimos razón nos referimos al
espíritu subjetivo sabiéndose libre
¿Pero acaso este no es un engaño del mundo de las representaciones que
se origina en la voluntad? Cuestionamientos a resolver más adelante sigamos con
Hegel
De lo dicho se sigue aún que el aprendizaje de la lectura y
de la escritura alfabética ha de ser visto como un medio de formación infinito,
no suficientemente apreciado, por cuanto lleva el espíritu desde lo concreto
sensible hasta la atención a lo más formal, a la palabra oral y a sus elementos
abstractos, y aporta algo esencial para fundamentar y purificar el suelo de la
interioridad en el sujeto.—El hábito conseguido anula también más tarde, en
beneficio de la vista, la peculiaridad del lenguaje alfabético [o escrito con
letras], a saber, que aparezca como un rodeo que alcanza la representación a
través de lo audible; el lenguaje escrito se convierte así para nosotros en un
escrito jeroglífico de tal modo que, cuando lo usamos, no necesitamos [ya]
hacernos conscientes de la mediación de la voz. Por el contrario, las personas
que tienen poco hábito de lectura pronuncian lo leído para sí mismas para
entenderlo en su sonido. Aparte de que con esa prontitud que transformó en
jeroglífico lo escrito con letras, se conserva la capacidad de abstracción que
se adquirió en el primer aprendizaje, y la lectura jeroglífica es por sí misma
una lectura sorda y una escritura muda; lo audible o temporal y lo visible o
espacial tienen precisamente, cada uno de ellos, su base propia que los hacen
valer en principio por igual; en la escritura con letras, sin embargo, hay una
base única y precisamente en la correcta relación de que el lenguaje visible se
relaciona con el sonoro sólo como signo; la inteligencia se exterioriza
inmediata e incondicionadamente por el habla.—La mediación de las
representaciones a través de lo menos sensible de los sonidos se mostrará luego
en su esencialidad peculiar para el paso siguiente desde el representar al
pensar, o sea, para la memoria.
El nombre, como enlace de la intuición producida por la
inteligencia y su significado, es primeramente un producto singular y efímero,
y el enlace de la representación como algo interior con la intuición como algo
exterior es él mismo exterior. El recuerdo 798 de esta exterioridad es la
memoria.
Memoria
La inteligencia como memoria frente a la intuición de la
palabra, recorre las mismas actividades que recorría el recuerdo interiorizador
como representación en general frente a la primera intuición inmediata Haciendo suyo aquel enlace en que el signo
consiste, la inteligencia eleva el enlace singular a universal mediante este
recuerdo interiorizador, o sea, a enlace permanente, en el que quedan
objetivamente vinculados para ella nombre y significación, y convierte la
intuición, que es primeramente el nombre, en una representación, de tal modo
que habiéndose identificado el contenido, el significado y el signo, son ahora
una sola representación, y siendo concreto el representar en su interioridad,
el contenido es como existencia suya: la memoria que retiene nombres.
El nombre es así la cosa tal como ella está presente y tiene
valor en el reino de la representación. La
memoria reproductora tiene y conoce
la COSA en el nombre y, con la COSA, tiene y conoce el nombre, sin
intuición ni imagen. El nombre como existencia del contenido en la inteligencia
es la exterioridad de ella misma en ella, y el recuerdo del nombre como
recuerdo de la intuición producida por ella es a la vez la exteriorización en
la que ella se pone en sí misma. La asociación de los nombres particulares
reside en la significación de las determinaciones de la inteligencia sensante,
representadora o pensante, determinaciones de las que ella recorre series
dentro de sí como sensante, etc. Con el nombre «león» no necesitamos la
intuición de ese animal ni tan siquiera su imagen, sino que el nombre en tanto
lo entendemos, es la simple representación sin imagen. Es en el nombre donde
pensamos. La mnemotecnia de los antiguos, recientemente resucitada y de nuevo
olvidada con facilidad, consiste en transformar los nombres en imágenes y de
esta manera rebajar de nuevo la memoria a imaginación. El lugar donde reside la
fuerza de la memoria viene representado por un cuadro permanente que se fija en
la imaginación y contiene una serie de imágenes; el texto que hay que aprender
de memoria, o sea, la secuencia de sus representaciones, se asocia entonces a
esas imágenes Dada la heterogeneidad del contenido de las imágenes y de
aquellas imágenes permanentes, así como por causa de la presteza con que debe
suceder el enlace, éste no se puede llevar a cabo de otra manera que mediante
conexiones desvirtuadas, necias y enteramente contingentes. No solamente se
somete a tortura el espíritu y se le veja con vestimentas disparatadas, sino
que lo aprendido de memoria de esa manera se olvida de nuevo rápidamente,
porque el cuadro que sirve para memorizar es siempre el mismo y se usa para
cualquier otra serie de representaciones, de donde resulta que aquellas que
fueron antes asociadas al cuadro de imágenes, son ahora borradas. Lo grabado
mnemónicamente no se repite «de memoria» como aquello que se retiene en ella y
sale propiamente de dentro , se evoca desde el pozo profundo del yo y [desde
allí] se pronuncia, sino que se lee, por así decirlo, en el cuadro de la
imaginación.—La mnemónica se liga al prejuicio corriente acerca de la memoria
en relación con la imaginación, como si ésta fuese una actividad superior y más
espiritual que la memoria. Más bien [lo correcto es que] la memoria ya no tiene
que ver con la imagen, la cual está tomada del ser determinado inmediato y no
espiritual de la inteligencia, o sea de la intuición, sino con una existencia
que es producto de la inteligencia misma, con un memorizar que queda encerrado
en el lado interno de la inteligencia y sólo dentro de ella misma, de la cual
la memoria es su lado EXISTENTE o exterior.
) En tanto la conexión de los nombres reside en la
significación, su enlace con el ser en cuanto nombres es aún una síntesis, y la
inteligencia en esta exterioridad suya no ha regresado simplemente a sí. Pero
la inteligencia es lo universal, la simple verdad de sus exteriorizaciones
particulares, y la apropiación completa de éstas por la inteligencia es la
superación de aquella distinción de significado y nombre; este supremo recuerdo
interiorizador del representar es su suprema exteriorización en la cual la
inteligencia se pone como el ser, como el espacio universal de los nombres en
cuanto tales, esto es, de las palabras sin sentido. «Yo» que es este ser
abstracto, es a la vez como subjetividad el poder de los distintos nombres, el
vínculo vacío que consolida series de ellos y los mantiene en un sólido orden.
En tanto estos nombres están solamente siendo y la inteligencia en sí misma es
aquí este ser de ellos, este poder es ella como subjetividad enteramente abstracta:
es la memoria que se llama mecánica por
causa de la completa exterioridad en la cual los miembros de esas series están
unos frente a otros, y porque ella misma es esta exterioridad [mutua de los
nombres], aunque subjetiva.
Como es bien sabido, alguien sabe justamente un texto de
memoria solamente cuando con las palabras no posee ningún sentido; recitar
entonces ese texto sabido de memoria se hace de suyo sin ningún acento. El
acento correcto que [acaso] se le añade se refiere al sentido; pero la significación
o representación que entonces se suscita estorba más bien la conexión mecánica
y fácilmente enreda, por tanto, el recitado. La facultad de poder retener de
memoria ristras de palabras en cuya conexión no se encuentra ningún
conocimiento o que ya de suyo carecen de sentido (una serie de nombres propios)
resulta tan digna de admiración porque el espíritu es esencialmente estar cabe
sí mismo, pero aquí estando él mismo exteriorizado dentro de sí mismo, su
actividad es como un mecanismo. El espíritu, sin embargo, está solamente cabe
sí como unidad de la subjetividad y la objetividad; y aquí, en la memoria,
después que en la intuición [el espíritu] es primeramente como algo exterior,
de modo que halla las determinaciones y en la representación las recuerda
interiorizando dentro de sí lo hallado y lo hace suyo, en la memoria se hace a
sí mismo algo exterior, de modo que lo suyo aparece [ahora] como algo que está
deviniendo hallado. Uno de los momentos del pensar, la objetividad, está aquí
puesta como cualidad de la inteligencia misma en ella.—Es fácil captar la
memoria como una actividad mecánica o de lo sinsentido, con lo cual sólo se
justifica más o menos por su utilidad, o quizá por su inevitabilidad para otros
fines y actividades del espíritu. Pero así se pasa por alto la significación
propia que ella tiene en el espíritu.
Lo ente como nombre necesita de otro, de la significación de
la inteligencia representadora, para ser la COSA, o sea, para ser la verdadera
objetividad. La inteligencia, como memoria mecánica, es en uno aquella
objetividad externa y la significación. La inteligencia está puesta así como la
existencia de esta identidad, es decir, que ella es activa para sí en tanto es
esa identidad que ella es en sí como razón. La memoria es de esta manera el
paso a la actividad del pensamiento que ya no tiene ninguna significación, esto
es, lo subjetivo ya no es algo distinto de su objetividad, igual que esta
interioridad está-siendo en ella misma.
Incluso nuestro lenguaje otorga a la memoria, de la cual
existe el prejuicio de hablar despectivamente, el rango del parentesco
inmediato con el pensamiento.—No es por casualidad que la juventud tiene una
memoria mejor que los ancianos, y su memoria se ejercita no solamente por causa
de la utilidad, sino que tiene buena memoria porque todavía no se comporta
reflexivamente, y la ejercita, con intención o sin ella, para allanar el suelo
de su interioridad para el puro ser, para [lograr] el espacio puro en el que la
COSA, o sea, el contenido que está-siendo en sí pueda ofrecerse y explicitarse
sin la oposición frente a una interioridad subjetiva. Un talento profundo suele
ir unido, durante la juventud, a una buena memoria. Pero esas indicaciones
empíricas no sirven para conocer lo que es la memoria en sí misma; captar el
puesto y la significación de la memoria y concebir su conexión orgánica con el
pensar es uno de los puntos hasta ahora enteramente omitidos y de hecho más
difícil en la doctrina sobre el espíritu, es decir, en la sistematización de la
inteligencia. La memoria como tal es de suyo la manera meramente exterior, el
momento unilateral de la existencia del pensamiento; el paso es para nosotros o
en sí la identidad de la razón y del modo de la EXISTENCIA; identidad que hace
que la razón EXISTA ahora en el sujeto, que sea como actividad suya; de este
modo [la razón] es pensar.
El pensar
La inteligencia es re-cognoscentem conoce una intuición en
tanto ésta es ya suya ; [conoce] además la COSA en el nombre; ahora empero su
universal es para ella con la doble significación de lo universal en cuanto tal
y del mismo universal en cuanto inmediato o ente, con lo cual lo conoce como lo
universal verdadero que es la unidad abarcante de sí mismo con su otro, el ser.
La inteligencia es así cognoscente para si en ella misma; en ella misma lo
universal es su producto , el pensamiento es l a COSA: identidad simple de lo
subjetivo y lo objetivo. La inteligencia sabe que lo que es pensado, es; y
[sabe] que lo que es, solamente es en tanto es pensamiento para sí; el pensar de la inteligencia es
tener pensamientos; ellos son como contenido suyo y objeto.
Pero el conocimiento pensante es primeramente y a la vez
formal; la universalidad y su ser son la subjetividad simple de la
inteligencia. Los pensamientos no están así determinados como en y para sí, y
las representaciones recordadas interiorizándolas hasta ser pensamiento son
aún, en esta medida, el contenido dado.
En este contenido [el conocimiento pensante] es 1)
entendimiento formalmente idéntico que elabora las representaciones [ya]
recordadas hasta [hacerlas] géneros, especies, leyes, fuerzas, etc., es decir,
hasta las categorías en general en el sentido de que la materia sólo tiene la
verdad de su ser en esas formas del pensamiento. Como negatividad infinita en
sí mismo el pensar es 2) esencialmente disyunción o juicio que, con todo, no
disuelve ya el concepto en la oposición de antes entre universalidad y ser,
sino que distingue de acuerdo con las conexiones peculiares del concepto, y 3)
el pensar supera la determinación formal y pone a la vez la identidad de los
distintos: razón formal o entendimiento que silogiza .— La inteligencia conoce en cuanto pensante
y precisamente 1) el entendimiento explica lo singular desde sus
universalidades (las categorías); se llama entonces entendimiento que forma
conceptos 2) explica el mismo singular como un universal (género, especie) en
el juicio; en estas [dos] formas el contenido aparece como dado; 3) pero en el
silogismo el entendimiento determina contenido desde sí mismo por cuanto supera
aquella distinción de formas. En la intelección de la necesidad ha desaparecido
la última inmediatez que afecta todavía al pensamiento formal. En la lógica el
pensamiento es tal como primeramente es en sí y la razón se desarrolla en este
elemento carente de oposición. En la conciencia, el pensamiento se presenta
igualmente como un peldaño . Aquí la razón es como la verdad de la oposición
tal como esta oposición se había determinado en el interior del espíritu
mismo.—Por esta causa el pensamiento reaparece continuamente en estas distintas
partes de la ciencia, porque estas partes sólo son distintas en virtud del
elemento y la forma de la oposición, mientras el pensamiento es este único y
mismo centro al que regresan las oposiciones como a su verdad.
La inteligencia que como teorética se apropia de la
determinidad inmediata se encuentra ahora, después de completar la toma de
posesión, en su propiedad-, mediante la última negación de la inmediatez, la
inteligencia ha sido puesta en sí de tal modo que el contenido está determinado
por ella para ella. El pensar en tanto concepto libre, es ahora también libre
según el contenido. La inteligencia sabiéndose a sí misma como determinante del
contenido, que tanto es suyo como está determinado como lo que está-siendo, es
voluntad.
El espíritu Práctico
El espíritu como voluntad se sabe como aquel que se
decide en sí mismo y se completa desde
sí. Este ser-para-sí completo o singularidad constituye el lado de la
EXISTENCIA o realidad de la idea del espíritu; como voluntad, el espíritu
ingresa en la realidad efectiva, como saber está en el terreno de la universalidad del
concepto.—Dándose a sí misma el contenido, la voluntad está cabe sí, es libre
en general; éste es su concepto determinado.—Su finitud consiste en su
formalismo, a saber, que su estar llena por sí misma [con] la determinidad
abstracta o suya en general no está identificado con la razón desarrollada. La
determinación de la voluntad que está-siendo en sí es llevar la libertad a la
EXISTENCIA en la voluntad formal y, con ello, el fin de esta última es llenarse
con su concepto, es decir, hacer de la libertad su determinidad, su contenido y
fin, así como su existencia. Este concepto, la libertad, es esencialmente sólo
como pensamiento; el camino de la voluntad, hacerse espíritu objetivo, es
elevarse a voluntad pensante: darse aquel contenido que la voluntad sólo puede
tener en tanto está pensándose a sí misma. La verdadera libertad, en cuanto
eticidad, es esto: que la voluntad no tenga como fin suyo un contenido
subjetivo, es decir, egoísta, sino un contenido universal; pero un contenido
tal se da sólo en el pensamiento y por el pensamiento; nada hay más mezquino y
tan absurdo como querer excluir el pensamiento de la eticidad, de la religiosidad,
o del derecho, etc.
El espíritu práctico contiene en primer lugar, como voluntad
formal o inmediata, un doble deber-ser. 1) En la oposición de la determinidad
puesta desde sí frente al inmediato estar-determinado (que vuelve de nuevo con
aquella determinidad), [es decir] frente a aquella existencia suya y estado que
se desarrolla igualmente en la conciencia en la relación de oposición a objetos
exteriores. 2) Aquella primera autodeterminación, en cuanto es ella misma
inmediata, no está elevada primeramente a la universalidad del pensamiento, la
cual, por tanto, constituye en sí el deber-ser frente a aquella universalidad
según la forma, como lo puede constituir según el contenido; una oposición que
primeramente sólo es para nosotros.
El sentimiento práctico
El espíritu práctico tiene su autodeterminación en sí mismo
primeramente de una manera inmediata, y por tanto formal, de tal modo que él se
encuentra como singularidad determinada en su naturaleza interior. De esta
manera es sentimiento práctico. Así, puesto que el espíritu práctico es en sí
subjetividad simplemente idéntica a la razón, tiene él desde luego el contenido
de la razón, pero como contenido inmediatamente singular y, por consiguiente,
también como contenido natural, contingente y subjetivo que tanto se determina
desde la particularidad de las necesidades, de la opinión, etc., como desde la
subjetividad que se pone para sí misma frente a lo universal, como también en
sí puede determinarse de manera adecuada a la razón.
Cuando se apela al sentimiento del derecho y de la moralidad
que el ser humano tiene en sí mismo, así como cuando se apela al sentimiento de
la religión, a sus buenas inclinaciones, etc., a su corazón en general, es
decir, al sujeto en tanto en él se encuentran unificados los distintos
sentimientos prácticos , ocurre entonces que 1) eso tiene el sentido correcto
de que estas determinaciones son las suyas propias e inmanentes y que 2) en
tanto el sentimiento se coloca en oposición al entendimiento, [esa apelación]
tiene también el sentido correcto de que el sentimiento] puede ser la totalidad
opuesta a las abstracciones unilaterales del entendimiento. Pero el sentimiento
también puede ser unilateral, ineseneial y malo. Lo racional, que en la figura
de la racionalidad se da como lo pensado, es el mismo contenido que tiene el
sentimiento práctico bueno, pero en su universalidad y necesidad, en su
objetividad y verdad. Por esta razón es por una parte insensato opinar que con
el paso desde el sentimiento al derecho y a la obligación se pierde en
contenido y excelencia; ese paso es lo que lleva el sentimiento a su verdad.
Igualmente insensato es tener a la inteligencia como superflua frente al
sentimiento, al corazón y a la voluntad, es más, tenerla como perjudicial. La
verdad y, lo que es lo mismo, la racionalidad efectivamente real del corazón y
de la voluntad puede sólo tener lugar en la universalidad de la inteligencia,
no en la singularidad del sentimiento en cuanto tal. Cuando los sentimientos
son de una especie verdadera lo son por su determinidad, esto es, por su
contenido y éste solamente es verdadero en tanto es universal en sí, es decir,
tiene al espíritu pensante como fuente. Para el entendimiento la dificultad
consiste en acabar con la separación que en algún momento hizo arbitrariamente
entre las facultades del alma (el sentimiento, la voluntad) y llegar [de una
vez] a la representación de que en el ser humano hay una razón única en el
sentimiento, en la voluntad y en el pensamiento. En dependencia de lo dicho
hace también dificultad que las ideas que sólo pertenecen al espíritu pensante
(Dios, derecho, eticidad) pueden ser también sentidas. Pero el sentimiento no
es otra cosa que la forma de la singularidad propiamente inmediata del sujeto
en la cual tanto puede ponerse aquel contenido como cualquier otro contenido
objetivo al cual la conciencia atribuye también objetividad. Por otro lado, es
sospechoso, e incluso más que sospechoso, asirse al sentimiento y al corazón en
oposición a la racionalidad pensada (derecho, obligación, ley) porque lo que
allí se contiene de más es tan sólo la subjetividad particular, lo vano y el
arbitrio.—Por la misma razón resulta torpe admitir también en el tratamiento
científico de los sentimientos [algo] más que su forma y contemplar [allí] su
contenido, pues éste, en cuanto pensado, más bien constituye la
autodeterminación del espíritu en su universalidad y necesidad, [o sea,] los
derechos y obligaciones. Para una consideración peculiar de los sentimientos
quedaron sólo los sentimientos egoístas, deficientes y malos, pues solamente
éstos pertenecen a la singularidad que se agarra a sí misma frente a la
universalidad; su contenido es el opuesto al contenido de los derechos y
obligaciones, y por eso su determinidad más concreta tan sólo la reciben en
oposición a éstos.
El sentimiento práctico contiene el deber-ser, su
autodeterminación en tanto está-siendo en sí referida a una singularidad que
está-siendo, la cual sólo puede valer adecuándose a aquel deber-ser. Como sea
que en esa inmediatez, [deber-ser y singularidad] ambos carecen todavía de
determinación objetiva, esa referencia de lo que es menester a la existencia es
el sentimiento enteramente subjetivo y superficial de lo agradable o
desagradable. Placer, alegría, dolor, etc., vergüenza, arrepentimiento,
contento, etc., son, por una parte, meras modificaciones en general del
sentimiento práctico formal, pero son también, por otra parte, distintos [entre
sí] por su contenido el cual constituye la determinidad del deber-ser . La
famosa pregunta sobre el origen del mal en el mundo aparece desde el punto de
vista de lo formalmente práctico por lo menos en tanto por «mal» se entiende
ante todo lo desagradable y el dolor solamente. El mal no es otra cosa que la
inadecuación del ser al deber-ser. El tal deber-ser tiene muchos significados y
puesto que los fines contingentes tienen igualmente la forma del deber-ser,
resulta que [los sentidos del deber-ser] son infinitamente muchos. En atención
a ellos el mal es solamente el derecho que se ejerce sobre la vanidad y nulidad
de su imaginación. Ellos mismos son ya el mal.—La finitud de la vida y del
espíritu vienen a dar en su [propio] juicio en el que vida y espíritu tienen a
lo otro separado de sí también a la vez dentro de sí como su negativo y son, por
tanto, la contradicción que recibe el nombre de mal. En el muerto no hay mal ni
dolor porque el concepto en la naturaleza inorgánica no entra en oposición con
su existencia, y en lo distinto no sigue siendo al mismo tiempo sujeto de éste.
En la vida ya, y mucho más en el espíritu, ocurre esta distinción inmanente y
[es entonces cuando] aparece un deber-ser; y esta negatividad, subjetividad,
yo, libertad son los principios del mal y del dolor.—Jakob Bóhme ha captado la
yoidad como pena y tormento y como fuente de la naturaleza y del espíritu.
Así nuestra propia libertad resulta ser el mal aun más
cuando trata de determinarse moralmente en un deber ser, por lo mismo cuando la
voluntad de poder en Nietzsche haga
trizas el edificio moral lo que hace trizas en si es la propia libertad y
cuando la libertad se niega a si misma se produce el encuentro en el abismo, este es el paso de lo ético a lo
religioso en Kierkegaard, pero en Nietzsche queda el niño de ojos de fuego que
no saldrá del abismo porque sabe que se invertirá otra vez en esclavo ¿Entonces
no hay la posibilidad de una moral libre de una eticidad? La hay pero deberá
confortar el deber ser al querer ser quedando reducida a escombros en el
abismo, así como el querer al deber
ser donde el abismo se llenara de luz, ¿Esta
será la luz de nuestra razón o del logos divino? Nada escapa del agujero negro
claro nada es Decir dios que es nada y todo en Unidad de amor.
Los impulsos y el arbitrio
El deber-ser práctico es juicio [o partición] real. La
adecuación inmediata, meramente encontrada de antemano, de la determinidad que
está siendo a lo que uno necesita, es para la determinación de la voluntad una
negación y es inadecuada a tal autodeterminación. [Para] que la voluntad, es
decir, la unidad que está-siendo en sí de la universalidad y la determinidad,
se satisfaga, es decir, sea para sí, la adecuación de su determinación interior
y de la existencia debe haber sido puesta por la voluntad. De acuerdo con la
forma del contenido, la voluntad es aún en el primer momento voluntad natural,
inmediatamente idéntica con su determinidad: es impulso y tendencia; y en tanto
la totalidad del espíritu práctico se coloca en una de las muchas y limitadas
determinaciones singulares puestas en general con la oposición [entre ellas],
es pasión.
Las tendencias y pasiones tienen como contenido suyo las
mismas determinaciones que el sentimiento práctico y, por una parte, tienen
igualmente como fundamento la naturaleza racional del espíritu, pero, por otra
parte, en tanto pertenecen a la voluntad singular todavía subjetiva, están
afectadas de contingencia y aparecen comportándose como particulares respecto
del individuo y como exteriores una a otra, y por consiguiente según una
necesidad no libre.
La pasión contiene en su determinación el estar limitada a
una particularidad de la determinación de la voluntad en la que se sumerge la
entera subjetividad del individuo, sea cual sea el haber de aquella
determinación. Pero, por razón de este carácter formal, la pasión no es buena
ni mala; esta forma solamente expresa lo siguiente: que un sujeto ha colocado
todo el interés vivo de su espíritu, talento, carácter, goce, en un contenido.
Sin pasión nada grande se ha llevado a cabo ni puede llevarse. Es solamente una
moralidad muerta, es más, demasiado frecuentemente una moralidad hipócrita, la
que se separa de la forma de la pasión en cuanto tal.
Sin embargo, inmediatamente surge la pregunta de cuáles son
las tendencias buenas y cuáles las malas, y se pregunta también hasta qué
intensidad las buenas inclinaciones siguen siendo buenas; y puesto que son
muchas de suyo y particulares unas ante otras, y que a pesar de encontrarse en
un solo sujeto es desde luego imposible dar satisfacción a todas según la
experiencia, [se pregunta] cómo han de limitarse mutuamente por lo menos. Con
esta pluralidad de impulsos y tendencias ocurre de entrada lo mismo que ocurría
con las muchas potencias del alma cuya colección debería ser el espíritu
teorético: una colección que ahora aumenta con la multitud de impulsos . La
racionalidad formal del impulso y la tendencia consiste solamente en su impulso
general a no ser [algo] subjetivo, sino a superar la subjetividad por la propia
actividad del sujeto y a realizarse. Su verdadera racionalidad no puede surgir
de una consideración de la reflexión extrínseca, la cual supone determinaciones
naturales autosuficientes y tendencias inmediatas y carece, por consiguiente,
de un principio y de un fin último para ellos. Es, sin embargo, la reflexión inmanente
del propio espíritu la que ha de ir más allá de su particularidad, como también
de su inmediatez natural y ha de conferir a su contenido racionalidad y
objetividad, con lo cual, en tanto relaciones necesarias, son derechos y
obligaciones. Esta objetivación es entonces la que muestra su haber, así como
la relación entre ellas, es decir, su verdad en general; así mostró Platón que
lo que la justicia es en sí y para sí en sentido verdadero y en tanto él
comprendía bajo el derecho del espíritu su entera naturaleza, solamente se
puede ofrecer bajo la figura objetiva de la justicia, es decir, de la construcción
del estado como vida ética . Cuáles sean, por consiguiente, las tendencias
buenas (racionales) y su subordinación se transforma en la exposición de qué relaciones
produce el espíritu desarrollándose como espíritu objetivo; un desarrollo en el
cual el contenido de la autodeterminación pierde la contingencia o
arbitrariedad. El tratado de los impulsos, tendencias y pasiones con arreglo a
su verdadero haber es, por tanto, esencialmente la doctrina de las obligaciones
jurídicas, morales y éticas.
El sujeto es la actividad de la satisfacción de los
impulsos, de la racionalidad formal, o sea, de la transposición del contenido
(que es así fin) desde la subjetividad a la objetividad, en la que el sujeto se
concluye consigo mismo. Que [lo que era] contenido del impulso como COSA [a
realizar] se haya distinguido de la propia actividad del impulso, esto es, que
la COSA que ha cobrado estado contenga el momento de la singularidad subjetiva
y de su actividad, esto es, el interés. Nada por consiguiente cobra estado sin
interés. Una acción es un fin del sujeto y esta acción es igualmente la
actividad que lleva a cabo este fin; sólo por medio de esto, a saber, que el
sujeto está así también en el acto desinteresado, es decir, por su interés, se
da en general el actuar .—A los impulsos y pasiones se les opone, por un lado,
la sosa fantasía de una felicidad natural en la que se alcanzaría la
satisfacción de las necesidades sin la actividad del sujeto que [es quien]
produce la adecuación de la EXISTENCIA inmediata y las determinaciones
interiores del sujeto. Por otro lado, se opone [también] a los impulsos y
pasiones el deber por el deber de modo enteramente general, o sea, la moralidad
. Pero impulso y pasión no son otra cosa que la vitalidad del sujeto con
arreglo a la cual este mismo sujeto está [presente] en su [propio] fin y en su
ejecución. Lo ético concierne al contenido que, en cuanto tal, es lo universal
(algo inactivo) y que tiene en el sujeto aquello que lo activa; que el
contenido sea inmanente al sujeto es el interés, y cuando éste absorbe la
entera subjetividad eficaz es la pasión.
La voluntad, en tanto pensante y libre en sí, se distingue
de la particularidad de los impulsos y como simple subjetividad del pensamiento
se coloca por encima de su contenido múltiple; es así voluntad reflexionante De
este modo, esa particularidad del impulso ya no es inmediata, sino que empieza
a ser la propia de la voluntad, por cuanto ésta se concluye consigo con esa
particularidad y se da por medio de ella singularidad determinada y realidad
efectiva. Se encuentra [ahora] en situación de elegir entre inclinaciones y es
[por tanto] arbitrio.
La voluntad en tanto
arbitrio es para sí libre por cuanto está reflejada hacia sí como la
negatividad de su autodeterminarse meramente inmediato. Con todo, en tanto el
contenido en el que esta universalidad formal suya se decide a la realidad
efectiva, no es otro aún que el contenido de los impulsos y tendencias, la
voluntad es solamente real y efectiva como voluntad subjetiva y contingente. En
tanto la voluntad es la contradicción de realizarse efectivamente en una
particularidad que para ella es al mismo tiempo una nadidad, y tener [sin embargo]
una satisfacción en esa particularidad de la que al mismo tiempo está fuera,
esta voluntad es primeramente el proceso al infinito de la destrucción y de la
superación de una inclinación o de un goce por otro y de la destrucción o
superación de una satisfacción que no es tal por otra. Pero la verdad de las
satisfacciones particulares es la satisfacción universal que, como felicidad,
la voluntad pensante convierte en fin.
La felicidad
En esta representación de una satisfacción universal,
representación producida por el pensar reflexionante, los impulsos están
puestos con arreglo a su particularidad como negativos y por una parte deben
ser sacrificados uno al otro en beneficio de aquel fin, y por otra parte se han
de sacrificar directamente a este fin de un modo completo o parcial. Por un
lado, la limitación de los impulsos uno por otro es una mezcolanza de
determinación cualitativa y cuantitativa; por otro lado, puesto que la
felicidad sólo tiene el contenido afirmativo de los impulsos, en ellos reside
lo decisivo, y es el sentimiento subjetivo y las preferencias lo que ha de
decidir en qué se pone la felicidad.
La felicidad es la universalidad del contenido meramente
representada y abstracta, la cual sólo debe ser. Pero la verdad de la
determinidad particular, que tanto es como está también superada, y de la
singularidad abstracta, o sea, del arbitrio que en la felicidad tanto se da un
fin como no se lo da, es la determinidad universal de la voluntad en ella
misma, esto es su autodeterminarse mismo, la libertad. De esta manera el
arbitrio es la voluntad sólo como pura subjetividad; ésta es pura y concreta a
la vez teniendo por contenido y fin solamente aquella determinidad infinita, la
libertad misma. En esta verdad de su autodeterminación en la que concepto y
objeto son idénticos, la voluntad es voluntad libre efectivamente real.
El Espíritu Libre
La voluntad libre efectivamente real es la unidad del
espíritu teorético y práctico; voluntad libre que es para sí como voluntad
libre en tanto el formalismo, contingencia y limitación de lo que hasta ahora
ha sido contenido práctico se ha superado. Mediante la superación de la mediación
que ahí se contenía, la voluntad es la singularidad inmediata puesta por ella
misma, la cual empero está también purificada hasta la determinación universal,
o sea, hasta la libertad misma. Esta determinación universal solamente la tiene
la voluntad como contenido y fin en tanto se piensa, sabe este concepto suyo y
es voluntad como inteligencia libre.
El espíritu que se sabe libre y se quiere como este objeto
suyo, es decir, tiene a su esencia como determinación y fin, es primeramente y
en general la voluntad racional o la idea en sí y es, por tanto, sólo el
concepto del espíritu absoluto. Como idea abstracta está EXISTIENDO otra vez
solamente en la voluntad inmediata-, es el lado de la existencia de la razón,
la voluntad singular como saber de aquella determinación suya que constituye su
contenido y fin y de la cual ella es sólo actividad formal. La idea aparece así
solamente en la voluntad que es finita, pero que es [también] la actividad de
desarrollar la idea y de poner su contenido, que se va desplegando, como
existencia que en cuanto existencia de la idea es realidad efectiva-, espíritu
objetivo.
De ninguna idea se sabe de manera tan generalizada que se
trata de una idea indeterminada, con muchos significados y capaz de los mayores
malentendidos, a los cuales se encuentra realmente sometida, como la idea de
libertad-, y ninguna otra idea circula con tanta inconsciencia. Siendo el
espíritu libre el espíritu efectivamente real, resulta que los malentendidos
acerca de él tienen consecuencias prácticas más terribles que cualquier otra
cosa, una vez que los individuos y los pueblos han captado en su representación
el concepto abstracto de la libertad que está-siendo para sí, representación
que tiene una fuerza invencible precisamente porque ella es la esencia propia
del espíritu, y por cierto incluso como realidad efectiva suya. Partes enteras
de la tierra, África y Oriente, no han poseído nunca esta idea y no la tienen
todavía; los griegos y los romanos, Platón y Aristóteles, e incluso los
estoicos, tampoco la han tenido; sólo sabían, por el contrario, que el ser
humano es efectivamente libre por nacimiento (como ciudadano ateniense,
espartano, etc.) o por fuerza de carácter, por educación, por medio de la
filosofía (el sabio es libre incluso como esclavo y en cadenas). Esta idea ha
venido al mundo por medio del cristianismo, según el cual el individuo en
cuanto tal tiene un valor infinito por cuanto siendo él objeto y fin del amor
de Dios, está destinado a tener su relación absoluta con Dios en cuanto espíritu
y en tener ese espíritu en su interior, esto es, que el ser humano está en
«determinado a la libertad suprema. Si en la religión en cuanto tal el ser
humano conoce como esencia suya su relación con el espíritu absoluto, tiene él
además al espíritu divino también presente en cuanto está caminando en la
esfera de la existencia mundana, como sustancia del estado, de la familia, etc.
Estas relaciones son configuradas por aquel espíritu, y ellas mismas se
constituyen de tal manera adecuadas a él, que en la misma medida y en virtud de
esa EXISTENCIA el talante de la eticidad se hace inhabitante al singular y éste
entonces, en esta esfera de la EXISTENCIA particular, del presente sentir y
querer, es efectivamente libre. Cuando el saber de la idea, es decir, del saber
del ser humano (saber que la esencia de éste, su fin y objeto es la libertad)
es especulativo, entonces esta idea es ella misma en cuanto tal la realidad
efectiva de los seres humanos, no porque la tienen, sino porque lo son. El
cristianismo ha hecho de tal cosa la realidad efectiva de sus fieles, por
ejemplo, no ser esclavos; cuando fueron convertidos en esclavos, cuando la
decisión sobre su propiedad fue colocada en el capricho, no en las leyes y
tribunales, sintieron herida la sustancia de su existencia. Esta voluntad de
libertad ya no es impulso que exige su satisfacción, sino carácter, es decir,
conciencia espiritual devenida ser no instintivo.—Sin embargo, esta libertad
que tiene el contenido y fin de la libertad, es ella misma primeramente sólo
concepto, principio del espíritu y del corazón destinado a desarrollarse hasta
la objetividad, hasta la realidad efectiva jurídica, ética y religiosa, así
como científica.
Pero en ese desarrollo perecerá Junto a Dios y al hombre resultando en la agonía del Espíritu, el primer gran problema es la objetivación de la libertad que el marxismo no podrá lograr, es claro que en su inversión la libertad se debe de negar a si misma pero esa negación no se puede dar ante un partido político el cual no te puede devolver la libertad sacrificada sino solo ante Dios, la otra opción es hacer uso de mi libertad negativa como sujeto invirtiéndola en el mercado pero otra vez la libertad no será devuelta ni convertida en un bien mayor, el capital no nos devuelve la libertad aunque multiplique las opciones de nuestra libertad negativa, esta no podrá encontrase a sí misma, lo que dará su diferenciación en la voluntad deconstruyendo toda textualidad pero esto tampoco le dará su libertad, así pueda crear mis propios valores y viva en el abismo, volcando este abismo como un martillo contra el mundo, mi vacío profano no me hará libre como el vacío sagrado budista tampoco hizo libre a Buda, tengo que convertir el vacío en todo, el no ser en ser y para esto tengo que volver a lo uno entrando en un proceso de redeconstrucción que me lleva a la mística del árbol de la vida desde ahí volverá a andar el camino llegara a mi espíritu subjetivo y el concepto se dará cara con la existencia se invertirán y convertirán uno al otro hasta lograr la sintransferencia y entonces solo con el cuerpo resucitado podremos decir somos libres seámoslo siempre.
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