El Profeta Meta danza registro de lo real simbólico
(Era axial nace el homo sapiens sapiens)
La visión de
aquel que vencerá la muerte (el Nabi)
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de
dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos.
4 Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos
por azotado, por herido de Dios y abatido.
5 Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
6 Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros.
7 Angustiado él, y
afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como
oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
8 Por cárcel y por
juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de
la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
9 Y se dispuso con los
impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo
maldad, ni hubo engaño en su boca.
10 Con todo eso, Jehová
quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en
expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de
Jehová será en su mano prosperada.
El guerrero ha logrado vencer las pruebas, que dan
legitimidad a su poder, dominando de alguna manera con su arte el tiempo, pero
hay una prueba que no ha logrado vencer, la prueba ante la muerte, en
Mesopotamia el poema de Gilgamesh nos
dice:
"Cuando los dioses crearon
a los hombres
decretaron que estaban destinados a morir,
y han conservado la inmortalidad
en sus manos."
Y el mito babilónico de Inanna deja claro que la cultura del
guerrero es una cultura en la que se acepta la dualidad vida muerte, estando la
vida y muerte en las manos del guerrero:
Inanna, la diosa tu telar de Erefe, toma por esposo al
pastor Dumuzi, que de este modo se convierte en soberano de la ciudad. Inanna
proclama elocuentemente su pasión y su felicidad: «Yo camino en el gozo ... Mi
señor es digno del regazo sagrado». Pero al mismo tiempo presiente el destino
trágico que aguarda a su esposo: «¡Oh mi bienamado, hombre de mi corazón ... Yo
te he arrastrado a un deseo funesto ... Has tocado con tu boca mi boca, has
apretado mis labios contra tu cabeza, y por eso has sido condenado a un destino
funesto!» . Este «destino funesto» fue fijado el mismo día en que la ambiciosa
Inanna decidió descender a los infiernos para suplantar a su «hermana mayor»,
Ereshfeigal. Soberana del «Gran Reino de la Altura», Inanna aspira a reinar
también en el mundo inferior. Logra penetrar en el palacio de Ereshfeigal, pero
conforme va franqueando las siete puertas, el portero la despoja de sus
vestidos y adornos. Inanna llega completamente desnuda —es decir, despojada de
todo «poder»— a la presencia de su hermana. Ereshfeigal fija sobre ella la
«mirada de la muerte», y «su cuerpo queda inerte». Al cabo de tres días, su
fiel amiga Ninshubur, siguiendo las instrucciones que le había dado la misma
Inanna antes de partir, informa a los dioses Enlil y Nanna-Sin. Pero éstos se
desentienden, pues, dicen, al penetrar en un dominio —la Tierra de los Muertos—
gobernado por decretos inviolables, Inanna «ha pretendido ocuparse de cosas
prohibidas». Enlil encuentra a pesar de todo una solución: crea dos mensajeros
y los envía a los infiernos provistos del «alimento de vida» y del «agua de
vida». Con engaños consiguen llegar hasta «el cadáver que pendía de un clavo» y
reanimarlo, con lo que Inanna se dispone a ascender, pero los siete jueces del
infierno (los Anunafei) la retienen, diciendo: «¿Quién que haya descendido al
infierno puede salir de él sin daño? Si Inanna quiere salir del infierno, que
traiga alguien que la reemplace»."
Inanna retorna a la tierra escoltada por una tropa de
demonios, los galla, encargados de hacerla volver a los infiernos si no les
entrega otro ser divino. Los demonios tratan de apoderarse de Ninshubur, pero
Inanna los sujeta. Luego se dirigen todos a las ciudades de Umma y Bad-Tibira;
aterrorizadas, las divinidades tutelares de éstas se arrastran por el polvo a
los pies de Inanna, y la diosa, compadecida, decide proseguir su búsqueda en
otro lugar. Llegan finalmente a Erefe. Con sorpresa e indignación descubre
Inanna que Dumuzi, en lugar de lamentarse, se había sentado en el trono de la
diosa, vestido ricamente y satisfecho, al parecer, de haberse convertido en
soberano único de la ciudad. «Ella fijó sobre él su mirada, la mirada de
muerte. Ella pronunció contra él una palabra, la palabra de la desesperación.
Ella lanzó contra él un grito, el grito que condena: "Ése (dijo ella a los
demonios), llevadle".»'" Dumuzi suplica a su cuñado, el dios sol
litu, que lo metamorfosee en serpiente, y huye hacia la morada de su hermana,
Geshtinanna, y luego a su redil de ovejas. Allí se apoderan de él los demonios,
lo torturan y lo arrastran a los infiernos. Una laguna del texto nos impide
conocer el epílogo. «Con toda probabilidad, Ereshkigal, compadecida de las
lágrimas de Dumuzi, mitiga su triste destino y decide que no permanezca en el
mundo inferior sino la mitad de cada año, y que su hermana, Geshtinanna, lo
reemplace durante la otra mitad»
Más en la epopeya de Gilgamesh, no solo se declara la
inexorable condición del hombre ante la muerte, sino que abre la posibilidad de
que un mortal con poder espiritual
“aquel que no se duerma” y que no se
deje robar la flor de la eterna vida por una serpiente es decir que tenga
sabiduría, podrá vencer la muerte, ese guerrero espiritual, ese Rey redentor,
queda como una esperanza en la profundidad del corazón humano, y será el
profeta el que tenga esta esperanza como una visón.
El registro de lo real simbólico realmente nace con el guerrero porque con el nace la ley el
código Hammurabi y la escritura, pero la penetración en el símbolo, es
espiritual, porque la última transferencia del lenguaje es a Dios y ¿Quién es
Dios? ¿Qué es lo que quiere de nosotros?
Estas serán las respuestas del profeta, sin estas respuestas no habrá
fundamento para ninguna cultura, la chamana puede encantarnos por un tiempo,
convirtiéndose en el otro que nos configura, el guerrero puede impresionarnos
con su fuerza y razón, convirtiéndose en el gran otro del primer otro
por lo tanto en nuestra gran otro, pero tarde o temprano llegaremos a
ser más fuerte que este gran otro y lo venceremos, entonces se necesita del
otro gran otro , o el gran otro absoluto que legitime el poder de los otros dos otros,
y ese gran otro será construido y develado por el profeta , naciendo así el
Homo sapiens sapiens en nosotros, provocando la última transferencia, ¿Que
puede haber más allá de Dios? Y ese gran
otro fundamental prometerá una vida eterna.
Para comprender el poder del otro Zizek cuenta este chiste: «DURANTE DÉCADAS, UN CHISTE CLÁSICO ha
circulado entre los lacanianos para ejemplificar el papel fundamental del
conocimiento del Otro: a un hombre que cree ser un grano de maíz lo llevan a
una institución mental donde los médicos hacen todo lo posible para convencerlo
de que no es un grano de maíz, sino un hombre; sin embargo, cuando está curado
(convencido de que ya no es un grano de maíz, sino un hombre) y le permiten
salir del hospital, regresa de inmediato, temblando y muy asustado: delante de
la puerta hay una gallina, y le da miedo que se lo coma. «Pero mi querido
amigo», dice su médico, «sabe perfectamente que no es un grano de maíz, sino un
hombre». «Claro que lo sé», contesta el paciente, «pero ¿lo sabe la gallina?».
Ése es el auténtico meollo del tratamiento psicoanalítico: no basta con
convencer al paciente de la verdad inconsciente de sus síntomas; también hay
que conseguir que el propio inconsciente asuma esa verdad.» Slavoj Zizek
Por lo mismo el
profeta no es un charlatan, no es un embaucador el cree realmente este gran
otro fundamental y lo devela con poder, haciendo que su palabra sea la palabra
de Dios y entonces sus visiones simbólicas de alguna u otra manera se cumplen, y es que
así como el hombre tiene un cuerpo que va lográndose en todo el paleolítico,
gracias la arquetipo del jugador, tiene
un alma que va lográndose en todo el mesolítico y neolítico gracias a la
chamana, tiene una mente racional que se va logrando en la edad de los metales
gracias al guerrero que organiza el
mundo y funda las civilizaciones, tiene también un espíritu que anhela
lo transcendente, y este espíritu lo desarrollara el profeta en la edad antigua
en la era Axial que va desde el Siglo VIII antes de Cristo hasta el siglo II
antes de Cristo, más ¿No es acaso el
mismo espíritu que ha ido dirigiendo
estas develaciones? Porque si bien no todos los hombres llegan a este desarrollo,
como no todos los homínidos logran tener
un cuerpo como el del hombre con un cerebro capaz de infinitas
representaciones, la era axial se da en distintas culturas en distintos
espacios geográficos en el mismo periodo de tiempo y van hacia lo mismo esta
cuestión inmaterial increada que fundamenta todo como principio. Sea el Atman
para los Hindus, sea el Tao para los chinos, sea YHWH para los judíos, sea el Ser o el uno para los
griegos, ahí está el Espíritu
develándose y llamando la hombre a trascender su naturaleza animal, para lograr
su verdadera naturaleza, que no es otra cosa que la naturaleza en si misma
llevando toda su potencialidad al acto.
Por lo mismo disentimos de mirar a la cultura como una
creación solo del poder y mucha más de cualquier curación que implique solo la
deconstrucción del poder en la construcción de los símbolos concluyendo que el
gran otro es solo un imaginario, no los imaginarios están debelando la
naturaleza del hombre y estarán ahí hasta que la naturaleza llegue a su plenitud,
por lo mismo lo socio cultural no se basa en juegos de poder sino en el proceso
del Espíritu revelándose, haciendo del hombre un ser donde lo espiritual y lo
material se encuentran, lo animal y lo Divino comulgan .
Más este proceso es un proceso largo que llega a su culmine
en la época axial pero que se va desarrollando en la civilización, miremos el
mito Egipcio de Osiris, donde los egipcios llegan a la concepción de una
divinidad fundamental pero que no logra superar al estado guerrero ni a la
cultura chamana, pero hace del estado y
la cultura un teofanía que puede vencer a la muerte construyendo este otro absoluto:
Osiris
fue un rey legendario, célebre por la energía y la justicia con que gobernaba
Egipto. Seth, su hermano, le tendió una trampa y logró asesinarlo. Su esposa
Isis, «gran maga», consiguió ser fecundada por Osiris muerto. Después de
sepultar su cuerpo, Isis se refugió en el Delta; allí, oculta entre los macizos
de papiro, dio a luz un hijo, Horus. Cuando éste creció, hi[1]zo reconocer sus
derechos ante los dioses de la Enéada y se lanzó al ataque contra su tío. Al
principio, Seth consigue arrancarle un ojo, pero prosigue la lucha y Horus
triunfa al final. Recupera su ojo y lo ofrece a Osiris. De este modo recobra la
vida Osiris; los dioses condenan a Seth
a transportar a su propia víctima(por ejemplo, Seth es transformado en barca
para que lleve a Osiris por el Nilo). Pero, al igual que Apofis, Seth no puede
ser totalmente aniquilado, porque encarna un poder irreductible. Después de la
victoria, Horus desciende al país de los muertos y anuncia la buena noticia:
reconocido sucesor legítimo de su padre, es coronado rey. De este modo
«despierta» a Osiris; según los textos, «pone su alma en movimiento». Este
último acto del drama pone especialmente de relieve la modalidad específica del
ser de Osiris. Horus lo encuentra sumido en un estado de torpor inconsciente y
logra reanimarlo. «¡Osiris, mi ra! ¡Osiris, escucha! ¡Levántate, resucita!» .
Jamás aparece Osiris representado en movimiento; su imagen está siempre en
actitud impotente y pasiva.Después de su coronación, es decir, una vez que ha
puesto fin al período de crisis (el «caos»), Horus le resucita: «¡Osiris! Tú
partiste, pero has retornado; te dormiste, pero has sido despertado; moriste,
pero vives de nuevo» . Sin embargo, Osiris es resucitado en cuanto que es
«persona espiritual» (= alma) y energía vital. En adelante le corresponderá
asegurar la fertilidad vegetal y las restantes fuerzas reproductivas. Se le
describe como si fuera la tierra en su totalidad o se le compara con el océano
que circunda el mundo. Ya hacia el año 2750 a.C. simboliza Osiris las fuerzas
de la fecundidad y del crecimiento. Dicho de otro modo: Osiris, el rey
asesinado (= el faraón muerto), asegura la prosperidad del reino gobernado por
su hijo Horus (representado por el faraón recién entronizado).
1→0/1←1(chamana)←0→(guerrero)1→0←1/2
La chamana y el guerrero logran un equilibrio
eterno, reinando tanto en este mundo como en el
otro.
Juzgando en este mundo como en el otro, donde para
pasar el juicio a los muertos uno tenía que declarar:
«No he cometido iniquidad contra los hombres... - No he
blasfemado contra Dios. No he expoliado a un pobre... No he matado No he
causado dolor a nadie.
No he disminuido las rentas de alimentos de los templos,
etc. Soy puro. Soy puro. Soy puro. Soy puro»
Pero este equilibrio se verá cuestionado por la
reforma de Reforma monoteísta de
Akhenaton en Egipto en la lucha entre el faraón y sus sacerdotes donde se abre
la posibilidad de un solo Dios que no es el estado ni la cultura al morir Akhenaton encontramos esta
inscripción en su tumba. «Voy a respi[1]rar
el dulce aliento de tu boca. Voy a contemplar cada día tu her[1]mosura ... Dame tus
manos, cargadas de tu espíritu, para que yo te reciba y viva por él. Pronuncia
mi nombre por toda la eternidad: nunca faltará a tu llamada».
Más la reforma fracasa y los egipcios hacen sincretismos
religiosos entre Ra el dios solar que el faraón encarna Osiris el dios
resucitado y Atón el Dios monoteísta.
Así que la religión egipcia es una religión cósmica, del
ciclo dela naturaleza, donde el estado y la cultura son los sustentadores de
este ciclo, la concepción profética es muy distinta, ya que el vencimiento de
la muerte, no se dará por un Dios cósmico sino por un Dios trascendente a todo
el cosmos, que no tiene por objetivo sustentar a la naturaleza, y mucho menos
al estado o la cultura humana, sino
purificarla.
Y aquí surge la tensión judía entre la tradición Yahvista, y el dios Cananeo El
El cual devine del
Dios sumerio An
Anu(an sumerio, anu acadio)→ Assur (asirio-babilónico), y el dios Marduk (kasita-babilónico) →El (cananeo) →Elohim →YHWH
¿Cómo se da esto? Aquí copiamos una teoría que discutiremos:
Por
04/09/2019
- 05:00
·
·
En
el año 586 a.C., el rey Nabucodonosor II, soberano del poderoso Imperio
babilónico y representante en la tierra del dios supremo Marduk, rey de los
dioses, abatió las murallas de Jerusalén, saqueó la capital del reino de Israel
y redujo a cenizas el templo de los judíos. Miles de sus habitantes fueron
pasados a cuchillo, y los pocos que sobrevivieron —sobre todo la élite culta,
los sacerdotes, los militares y la realeza— fueron enviados al exilio en un claro intento de acabar con Israel
como nación. Y si Israel dejaba de existir, lo mismo le
ocurriría a su dios, Yahvé.
[Reza
Aslan es estadounidense de origen iraní, miembro de la American Academy of
Religion y uno de los más conocidos —y polémicos— estudiosos de la religión.
Aquí adelantamos uno de los capítulos de su último ensayo, 'Dios. Una historia
humana', editado por Taurus y que llega a las librerías españolas el 5 de
septiembre]
En
el Oriente Próximo antiguo, una
tribu y su dios se consideraban una sola entidad, unidos por un
pacto en virtud del cual la tribu cuidaba del dios ofreciéndole culto y
sacrificios, y este devolvía el favor protegiéndola de todo daño, ya fueran
inundaciones, hambrunas o, en la mayoría de los casos, tribus extranjeras y sus
dioses. De hecho, la guerra en el Oriente Próximo antiguo no se consideraba
tanto una lucha entre ejércitos como una contienda entre dioses. Los babilonios
conquistaron Israel no en el nombre de Nabucodonosor, su rey, sino en el de
Marduk, su dios. Creían que este peleaba en el campo de batalla a favor de los
babilonios y conforme a la alianza que Marduk había suscrito con Nabucodonosor.
Los
israelitas tenían el mismo pacto con su dios. Yahvé era el señor de Israel, y
por lo tanto le
correspondía a él defenderlos. Las sangrientas batallas entre
los israelitas y sus enemigos, que ocupan gran parte de los primeros libros de
la Biblia, se presentaban explícitamente como una lucha entre Yahvé y los
dioses extranjeros. De hecho, este se encargaba a menudo de planear, dirigir y
ejecutar las batallas en nombre de Israel.
«David
consultó entonces al Señor: “¿Puedo subir contra los filisteos? ¿Los entregarás
en mi mano?”. El Señor respondió: “[…] No subas, haz un rodeo y los alcanzarás
frente a las moreras”» (2 Samuel 5, 19-23).
Esta
identificación explícita de una tribu con su dios nacional tuvo profundas implicaciones teológicas para
los pueblos de la Antigüedad. Cuando Yahvé ayudó a los israelitas a aplastar a
los filisteos, demostró que el dios de Israel era más poderoso que el de los
filisteos, Dagón. Pero cuando los babilonios destruyeron a los israelitas, la
conclusión teológica era que Marduk, el dios de Babilonia, era más poderoso que
Yahvé.
Para
muchos israelitas, la destrucción de su templo, la Casa de Yahvé, suponía algo
más que el fin de sus ambiciones nacionales. Era el fin de su religión.
Privados de los ritos y rituales que constituían la base de su devoción
religiosa y, por lo tanto, de su propia identidad como pueblo, no tenían más
remedio que rendirse a la nueva realidad. Adoptaron nombres babilónicos,
estudiaron las escrituras babilónicas y comenzaron a adorar a los dioses
babilónicos.
Quizá la
destrucción y el exilio de Israel formaran parte del plan divino de Yahvé desde
el principio
Pero
entre los exiliados había un grupito de reformadores religiosos que, ante la
perspectiva inaceptable de reconocer la derrota de Yahvé a manos de Marduk,
hallaron una
explicación alternativa: quizá la destrucción y el exilio de
Israel formaran parte del plan divino de Yahvé desde el principio. Tal vez
estaba castigando a los israelitas por creer en Marduk. Quizá Marduk no
existía.
Fue
precisamente en este momento de angustia espiritual en que el reino de Israel
había sido devastado y el templo de Yahvé, derribado y profanado, cuando se forjó
una nueva identidad, y con ella una
manera completamente nueva de entender lo divino.
Primera
aparición
El
dios que acabaría llamándose Yahvé hizo su primera aparición, en forma de zarza
ardiente, en algún lugar del desierto pedregoso del noreste del Sinaí. «Este es
mi nombre para siempre —le dice Yahvé al profeta Moisés—, y así me llamaréis de generación en
generación» (Éxodo 3, 15).
Moisés
se encuentra en este desierto baldío, dice la Biblia, porque huye de la ira del faraón.
Según el libro del Éxodo, los israelitas que, unas pocas generaciones antes,
habían seguido a los descendientes del patriarca Abrahán a la tierra de Egipto
se habían vuelto tan numerosos y poderosos que fueron despojados de su riqueza
y libertad y forzados a la esclavitud. Tan temidos eran en Egipto que el faraón
en persona ordenó que ahogaran
en el Nilo a todos los israelitas recién nacidos.
Moisés y la zarza ardiente (Monasterio de Santa Catalina del
Sinaí, Egipto).
Sin
embargo, fuera como fuese, un
niño se salvó. Sus padres, descendientes de sacerdotes levitas,
lo metieron en una canasta de papiro cuando solo tenía tres meses y dejaron que
la corriente lo arrastrara entre los juncos de la orilla del río, donde lo
encontró la hija del faraón, que se apiadó del niño, lo llevó consigo y lo crio
como a un miembro de la realeza egipcia.
Un día, cuando Moisés ya era mayor, se
mezcló entre la gente y presenció el trabajo agotador que se imponía a los
israelitas. Vio a un capataz egipcio que golpeaba a un esclavo israelita y, en
un arrebato de ira, Moisés mató al egipcio. Temiendo por su vida, huyó de
Egipto y buscó refugio en lo que la Biblia llama «la tierra de Madián».
Allí conoció a un «sacerdote de Madián» que lo acogió en su hogar y su tribu y
le dio a su propia hija, Séfora, en matrimonio.
Pasaron muchos años, durante los cuales
Moisés rehízo su vida con su familia madianita en la casa de su suegro el
sacerdote. Una tarde, mientras cuidaba del rebaño de este, Moisés lo condujo
más allá del desierto, hasta el pie de un lugar sagrado para los madianitas
llamado «la montaña de Dios». Allí fue donde se encontró con la deidad
misteriosa que se presentó como Yahvé.
Moisés condujo su
rebaño más allá del desierto, hasta "la montaña de Dios". Allí, una
deidad misteriosa se le presentó como Yahvé
El
lugar exacto es imposible de identificar. En el Éxodo parece claro que «la
montaña de Dios» está en el noreste del Sinaí. Pero en el Deuteronomio y en
otras partes de la Biblia, la montaña donde Moisés se encuentra con Yahvé se
halla cerca de Seir, en el sur de Transjordania. Es difícil saber lo que la Biblia quiere
decir con «la tierra de Madián». Por lo que sabemos, los
madianitas eran un conjunto más o menos unido de individuos de origen no semita
que habitaban en el desierto y cuyo centro geográfico estaba en el noroeste de
Arabia, y no en la península del Sinaí ni en Transjordania. De hecho, hay tanta
confusión y tantas contradicciones en la historia de Moisés —su suegro se llama
Reuel en el Éxodo (2, 18), y Jetró al cabo de unos pocos versículos (Éxodo 3,
1)— que a los
historiadores les resulta muy difícil verle el sentido.
El problema es que no se han encontrado pruebas
arqueológicas de la presencia de israelitas en el antiguo Egipto,
lo que resulta sorprendente teniendo en cuenta la compleja burocracia del
Estado egipcio durante el Imperio Nuevo (la época en la que se supone se
desarrolló la historia de Moisés) y su legendaria afición a anotarlo y
archivarlo todo. Además, aunque los egipcios empleaban regularmente esclavos
como mano de obra, su papel y posición social variaba en función de su
pertenencia a una de las tres categorías siguientes: esclavos capturados en la
guerra, esclavos que se habían vendido a sí mismos en pago de una deuda y
esclavos que, como una especie de sirvientes contratados, estaban obligados a
trabajar para el Estado durante un tiempo determinado.
Los israelitas no encajan en ninguna de
esas categorías, por lo que la
idea de que Egipto esclavizara a toda la población es difícil de creer. Aún
más increíble es el motivo con el que la Biblia justifica su esclavización en
masa: que este pueblo de nómadas semitas se hubiera vuelto «más numeroso y
fuerte» que los egipcios, que en ese momento eran el imperio más extenso, más
rico y militarmente más poderoso que el mundo hubiera conocido (Éxodo 1, 9-10).
Los orígenes de
Yahvé son un enigma. El nombre no aparece en ninguna de las listas de dioses
del Oriente Próximo antiguo, una omisión rarísima
Pero quizá el elemento más confuso de la historia
de Moisés tiene que ver con la deidad que encuentra en el
desierto. Los orígenes de Yahvé son un enigma. El nombre no aparece en ninguna
de las listas de dioses del Oriente Próximo antiguo, una omisión rarísima
teniendo en cuenta los miles de deidades incluidas en estas listas. Sin
embargo, hay dos referencias jeroglíficas a Yahvé en Nubia que datan del
Imperio Nuevo —una en el templo construido por el padre de Akenatón, Amenhotep
III, en el siglo xiv a. e. c., y la otra en un templo construido por Ramsés II
en el siglo xiii a. e. c.— y que mencionan algo llamado «la tierra de los
nómadas de Yahvé». Aunque existe cierta controversia acerca del lugar exacto de
esa tierra, el consenso es que se refiere a la gran región desértica que se
extiende justo al sur de Canaán; es decir, «la tierra de Madián».
Por lo tanto, Moisés, que había
entroncado por matrimonio con una tribu madianita, se encontró con una deidad
madianita (Yahvé) cuando trabajaba para un sacerdote madianita (su suegro) en
la tierra de Madián.
Si la historia terminara aquí —y si
prescindiéramos de los problemas históricos citados antes— tendría cierta
lógica. Pero la historia no termina aquí, porque la primera tarea que el dios
madianita encomienda a Moisés es
volver a Egipto para liberar a los esclavos israelitas de la servidumbre y
llevarlos de vuelta a su patria en el país de Canaán. Dios dijo a Moisés: «Esto
dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» (Éxodo 3, 15).
Esta afirmación habría sorprendido a
Abrahán, Isaac y Jacob, porque lo cierto es que estos patriarcas bíblicos no
adoraban a una deidad del desierto madianita llamada
Yahvé, sino a un dios completamente distinto: una deidad cananea que llamaban El.
Dos
deidades distintas
Los
especialistas en la materia saben desde hace siglos que en la Biblia los
israelitas adoran a dos deidades distintas, cada una con un nombre diferente, unos orígenes
diferentes y unos rasgos diferentes. El Pentateuco —los cinco
primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio)— en realidad es un cosido de varias fuentes que se llevó a cabo a
lo largo de cientos de años. Si nos fijamos bien, de vez en cuando podemos ver
las costuras en el lugar donde se juntan dos o más tradiciones distintas.
Existen, por ejemplo, dos relatos de la creación independientes, escritos por
dos manos diferentes: en el capítulo 1 del Génesis, Dios crea al hombre y a la
mujer juntos y al mismo tiempo, mientras que en el capítulo 2, encontramos la
historia mucho más popular de Adán y Eva, en la que Eva sale de la costilla de
Adán. También existen dos
relatos distintos del diluvio, aunque a diferencia de los dos
de la creación, se entrelazan en una historia única, si bien contradictoria, en
la que el diluvio dura cuarenta días (Génesis 7, 17) o ciento cincuenta
(Génesis 7, 24); los animales se suben en el arca en grupos de siete parejas de
machos y hembras (Génesis 7, 2) o solo una pareja de cada (Génesis 6, 19); y el
diluvio comienza siete días después de que Noé entre al arca (Génesis 7, 10) o
inmediatamente después de que se embarque con su familia (Génesis , 11-13).
El cuadro 'La tentación de Adán y Eva y la expulsión del
Paraíso', de Miguel Ángel.
Siguiendo
con cuidado cada uno de estos hilos narrativos independientes, los biblistas
han logrado identificar por
lo menos cuatro fuentes escritas distintas que conforman
la mayor parte de los primeros libros de la Biblia. Las han denominado
tradición yahvista, o J (en la que la j se pronuncia a la alemana, como una y),
que data del siglo X o IX a. e. c. y recorre una gran parte del Génesis, el
Éxodo y Números; la tradición elohísta, o E, que data del siglo VIII o VII a.
e. c. y se limita sobre todo al Génesis y partes del Éxodo; la tradición
sacerdotal, o P, que se escribió durante o justo después del cautiverio de
Babilonia en el 586 a. e. c. y es básicamente una reelaboración del material de J y E;
y al final, la tradición deuteronomista, o D, que se extiende desde el libro
del Deuteronomio hasta los libros primero y segundo de Reyes y que puede datar
de entre los siglos VII y V a. e. c.
Dios tiende a
revelarse en visiones y sueños, a diferencia del material yahvista, que lo
retrata de maneras misteriosamente antropomórficas
Existen numerosas diferencias entre
estas fuentes. Por ejemplo, el material elohísta, que es probable que fuese
escrito por un sacerdote del norte de Israel, se refiere al Sinaí como el monte
Horeb (Éxodo 3, 1) y llama a los cananeos «amorreos». En estos pasajes, Dios
tiende a revelarse sobre todo en visiones y sueños, a diferencia del material
yahvista, más centrado en el sur, que a menudo retrata a Dios de maneras
misteriosamente antropomórficas: crea el mundo mediante el ensayo y error, y al
principio se olvida de hacerle una pareja a Adán (Génesis 2, 18); pasea por el
Jardín del Edén, disfrutando de la brisa de la tarde (Génesis 3, 8); y en un
momento dado, pierde de vista a sus criaturas, Adán y Eva, a los que no
consigue encontrar cuando se esconden entre los árboles; «¿Dónde estás?», llama Yahvé a Adán al
atardecer (Génesis 3, 9).
Sin embargo, la principal diferencia
entre las tradiciones yahvista y elohísta del Pentateuco es que a Dios se le llama con un nombre distinto
en cada una. El dios elohísta es El o Elohim (la forma plural
de El), que en la mayoría de las versiones españolas de la Biblia se traduce
por «Dios», con D mayúscula: «Después de estos sucesos, Dios [Elohim] puso a
prueba a Abrahán» (Génesis 22, 1). En cambio, el dios de la tradición yahvista
se llama Yahvé, que en español se suele traducir como «el Señor», con S
mayúscula: «El Señor le dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto”»
(Éxodo 3, 7). La tradición sacerdotal, más tardía, suele vacilar entre los dos
nombres, Yahvé y Elohim, en un
visible intento de unir dos dioses distintos en uno solo.
Aunque el material yahvista es unos cien
años más antiguo que el elohísta, la
tradición elohísta representa una deidad más antigua. De hecho,
aunque no sabemos casi nada sobre los orígenes de Yahvé salvo que probablemente
era un dios madianita, El es una de las deidades más conocidas y mejor
documentadas del Oriente Próximo antiguo.
Aunque no sabemos
casi nada sobre los orígenes de Yahvé, El es una de las deidades mejor
documentadas del Oriente Próximo antiguo
El era una deidad apacible, distante y
paternal, representada
de manera tradicional como un rey barbudo o en forma de toro o ternero,
y dios supremo de Canaán. También se le designaba como el Hacedor de todas las
Criaturas y el Anciano de los Días, era uno de los principales dioses de la
fertilidad del país. Pero su papel principal era el de rey celestial que
actuaba como padre y protector de los reyes terrenales de Canaán. Sentado en su
trono celeste, El presidía la asamblea de los dioses cananeos, en la que
figuraban Asera, la diosa madre y consorte de El; Baal, el joven dios de la
tormenta, cuyo epíteto era el de Jinete de las Nubes; Anat, la deidad guerrera;
Astarté, también llamada Ishtar; y
multitud de divinidades inferiores.
El también fue, sin duda, el dios original de Israel.
De hecho, la misma palabra «Israel» significa «El persevera».
Los primeros israelitas adoraban a El con
muchos nombres: El Shaddai o El de las Montañas (Génesis 17, 1); El Olam o El
Eterno (Génesis 21, 33); El Roy o El que ve
(Génesis 16, 13); y El Elyon o El Altísimo (Génesis 14, 18-24), entre otros. Y
si bien puede parecer incongruente que los israelitas que vivían en Canaán
adoptaran como propio y con tanto entusiasmo un dios cananeo, lo cierto es que la influencia de la teología de
Canaán es muy profunda en la Biblia; tan profunda, de hecho,
que no siempre es tan fácil trazar una clara distinción étnica, cultural o
incluso religiosa entre los cananeos y los israelitas; desde luego, no por lo
que se refiere a los inicios de la historia de Israel (c. 1200-1000 a. e. c.).
Un
falso monoteísmo
La
idea tradicional que suele tenerse de los israelitas es que eran monoteístas estrictos,
consagrados al único Dios del universo, rodeados por todos lados por los
cananeos politeístas y sus falsos dioses. Esta visión no soporta el análisis
histórico y arqueológico. Para empezar, no había un solo grupo llamado «los
cananeos»; el término es uno genérico para designar las diversas tribus que
habitaban las tierras altas, los valles y las regiones costeras de Canaán (el
extremo sureste del Mediterráneo, que abarca partes de la actual Siria, Líbano,
Jordania e Israel-Palestina). Eso
hace casi imposible distinguir claramente la cultura israelita, con
independencia de cómo se defina, de entre el conjunto de la cultura cananea. Muchos
expertos creen hoy que los israelitas eran de Canaán, parte de un clan que
vivía en las montañas y que se fue apartando del grupo principal de las tribus
de la región, expresando una identidad distinta que, sin embargo, permanecía
enraizada en la cultura y religión cananeas. Ambos grupos estaban formados por
pueblos semíticos occidentales que hablaban un idioma parecido, compartían una
escritura parecida y celebraban ritos y rituales parecidos. Incluso empleaban
la misma terminología religiosa para sus ceremonias y sacrificios, lo que
propició docenas de préstamos lingüísticos del cananeo al idioma hebreo, la mayoría relacionados con asuntos
religiosos.
Y, por supuesto, compartían el mismo
dios: El.
En realidad, quizá sea más exacto decir
que los israelitas y
los cananeos compartían los mismos dioses, porque los primeros
israelitas no podían considerarse monoteístas de ninguna manera. En el mejor de
los casos, practicaban la monolatría, es decir, adoraban a un solo dios, El,
sin negar necesariamente la existencia de las demás deidades del panteón
cananeo. De hecho, los israelitas de vez en cuando también adoraban a esos
otros dioses, sobre todo a Baal y Asera y, en menor grado, a Anat. Y aunque la
Biblia está repleta de pasajes, en su mayoría compuestos por la tradición
sacerdotal posterior, que condenan la adoración de todos esos otros dioses,
esas condenas solo pruebanque estos eran en efecto adorados por los israelitas,
de forma regular y, como indica su presencia en el templo de Jerusalén, también
oficial. El rey Saúl, el primer monarca de Israel, incluso dio a dos de sus hijos el nombre
del dios Baal —Esbaal y Meribaal—, además del hijo al que
dio un nombre derivado de Yahvé: Yehonatan o Jonatán.
Los primeros
israelitas no podían considerarse monoteístas de ninguna manera. En el mejor de
los casos, practicaban la monolatría
Todo esto significa que los primeros
israelitas probablemente veían a su dios El más o menos igual que los cananeos:
como la deidad
principal que preside la asamblea divina de dioses inferiores,
al igual que Enlil, o Amón-Ra, o Marduk, o Zeus, o cualquier otro dios supremo.
Reconocían, y a veces incluso veneraban, a las otras deidades del panteón
cananeo. Pero se mantenían fieles al dios al que debían su propio nombre: El.
Fue con este mismo El con quien el
patriarca Abrahán, que vivió la mayor parte de su vida en la tierra de Canaán y
que estaba impregnado de su cultura y su religión (si es
que no era cananeo), estableció
una alianza a cambio de una promesa de fertilidad —que, en
el fondo, era una de las principales funciones de El—: «Yo soy Dios
todopoderoso [El Shaddai], camina en mi presencia y sé perfecto. […] Te haré
fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti» (Génesis 17,
1-6).
Fue El quien pidió a Abrahán que sacrificara a su hijo, Isaac,
como prueba de su lealtad y fe; quien renovó la alianza con el
hijo de este, Jacob: «Ya no se te llamará Jacob; tu nombre será Israel»
(Génesis 35, 10). Y fue en nombre de este mismo El, el «Dios [El] de tu padre»
(Génesis 49, 25), cuando Jacob le transmitió la alianza a su propio hijo, José,
quien, según nos dice la Biblia, fue el primero de los israelitas que
abandonaron Canaán y se establecieron en Egipto, donde generaciones más tarde
sus descendientes entrarían en contacto con un dios madianita hasta entonces
desconocido y que se hacía llamar Yahvé. De hecho, la historia de cómo el
monoteísmo —después de siglos de fracasos y rechazo— arraigó de forma
definitiva y permanente en la espiritualidad humana comienza con la historia de
cómo el dios de Abrahán, El, y el dios de Moisés, Yahvé, se fusionaron gradualmente para
convertirse en una sola divinidad singular que hoy llamamos Dios.
Dudas
israelitas
Después
de ese primer encuentro con Yahvé en el desierto, Moisés regresó a Egipto con
un mensaje para los israelitas: el
dios de sus antepasados, Abrahán, Isaac, Jacob y José, había escuchado su
clamor y pronto los liberaría de la esclavitud. Pero los
israelitas no conocían la deidad de Moisés. Incluso después de que este
demotrase el poder de su dios y los convenciera de que volvieran con él a «la
tierra de Madián» —es decir, «la tierra de los nómadas de Yahvé», donde se
supone que acamparon los israelitas tras huir de Egipto—, seguían demostrando
escasa lealtad a ese dios desconocido. Mientras Moisés estaba en lo alto de «la
montaña de Dios» para recibir una nueva alianza de Yahvé (los Diez
Mandamientos) destinada a sustituir la alianza de Abrahán con El, los
israelitas ya habían vuelto a adorar al dios de Abrahán después de hacerse un ídolo en forma de un becerro de
oro, el principal símbolo de El.
El autor de la tradición P, que escribe
siglos después de los hechos, intenta reconciliar el conflicto entre estas dos
corrientes independientes en los inicios de la religión israelita haciendo que
el dios de Moisés declare explícitamente: «Yo soy el Señor [Yahvé]. Me aparecí
a Abrahán, Isaac y Jacob como “Dios todopoderoso” [El Shaddai], pero no les di
a conocer mi nombre: “El Señor”» (Éxodo 6, 2-3). Sin embargo, esta afirmación
solo pone de relieve el hecho de que los
patriarcas de Israel, en cuya memoria habla Yahvé, no sabían quién era este.
La
reconciliación entre Yahvé y El acabaría produciéndose en Israel, aunque es más
accidentada de lo que sugiere la tradición
La
reconciliación entre Yahvé y El acabaría produciéndose en Israel, aunque la
historia de esa reconciliación es algo más accidentada de lo que sugiere la
tradición P. Al parecer, la devoción a Yahvé entró en la tierra de Canaán desde
el sur, donde se centró durante gran parte de su existencia. En las regiones
del norte, los israelitas que habían estado viviendo en esa tierra durante
generaciones adoraban a El como dios supremo, mientras que también reconocían,
y en ocasiones rendían culto, a los otros dioses de Canaán. No era tan difícil,
por lo tanto, que se limitaran a agregar a Yahvé a la lista; aunque, según demuestra la Biblia, fue
un proceso lento y gradual, como podemos vislumbrar en el
cántico de Moisés del Deuteronomio:
Cuando
el Altísimo [Elyon] daba a cada pueblo su heredad
y distribuía a los hijos de Adán,
trazando las fronteras de las naciones,
según el número de los dioses,
la porción del Señor [Yahvé] fue su pueblo.
Deuteronomio
32, 8-9
Este
pasaje extraordinario no solo confirma que los israelitas reconocían a otros
dioses, aunque bajo la égida de El, sino que presenta claramente a Yahvé como
uno de esos dioses y afirma que cada divinidad recibió como «porción» su propia
nación, y que la que
le correspondió a Yahvé fue la de Israel.
Cuando
la nación de Israel se convirtió en el reino de Israel alrededor de 1050 a. e.
c., la combinación de Yahvé y El se reforzó. Incluso sus nombres se fusionaron
a veces como Yahvé-El o Yahvé-Elohim, que en la mayoría de las versiones de la
Biblia se traduce por «el Señor Dios»: «Hijo mío, da gloria al Señor, Dios
[Yahvé-Elohim] de Israel, y ríndele alabanza; confiésame lo que has hecho, no me lo ocultes»
(Josué 7, 19).
La
consolidación de Israel como reino fue una respuesta a las amenazas crecientes de las tribus
vecinas. Para preservar su independencia y mantener su
viabilidad, Israel centralizó el poder, y de una tribu teocrática gobernada por
profetas y jueces pasó a ser una monarquía gobernada por reyes. Y como sucedió
en Babilonia, Asiria, Egipto y en otros lugares, al cambiar la naturaleza del
gobierno de los hombres en la tierra, cambió en consonancia el gobierno de los
dioses del cielo; en una palabra, politicomorfismo.
La monarquía
incipiente de Israel necesitaba una deidad nacional: un rey divino que
reflejara la autoridad del rey terrenal
La
monarquía incipiente de Israel necesitaba una deidad nacional: un rey divino
que reflejara la autoridad del rey terrenal. Teniendo en cuenta que la capital
de este reino, Jerusalén, estaba ubicada en Judá, en el sur, era natural que
Yahvé —que a estas alturas ya se había convertido en Yahvé-El— acabara
desempeñando ese papel. Así, la divinidad del desierto adorada por los nómadas
del Sinaí fue elevada a la cima del panteón israelita como rey del cielo y
gobernante de todos los demás dioses. «El
Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo»
(Salmo 103, 19).
En
esencia, Yahvé se convirtió en el dios patrono de los reyes de Israel. Se
erigió un templo en
su honor en Jerusalén, donde se ubicó a la nueva deidad
nacional en la forma del Arca de la Alianza; la alianza de Moisés, claro. Con
el patrocinio de la monarquía de Israel, el culto a Yahvé se convirtió en un
conjunto estructurado de sacrificios rituales, narraciones míticas y plegarias
melódicas que seguía el modelo común de culto tribal que se extendía por todo
el Oriente Próximo antiguo.
Al
igual que Marduk, Ashur, Amón-Ra y todos los demás dioses supremos, cuanto más
alto ascendía Yahvé en el panteón de Israel, más cualidades y atributos
absorbía de los otros dioses. Así pues, vemos a Yahvé en los Salmos —el
principal vehículo de propaganda real de la Biblia— asumiendo el papel de El
como rey de los cielos, sentado
en su trono y rodeado por una hueste celestial en una asamblea divina,
como hacía este.
El
cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad en la asamblea de los santos.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los santos,
es grande y terrible para toda su corte.
Salmo
89, 6-8; véanse también los Salmos 82, 97 y 99
Yahvé
comenzó a encarnar la imagen del dios de la tormenta Baal, el Jinete de las
Nubes: «Las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento» (Salmo
104, 3). «Tú domeñas la soberbia del mar —canta el salmista— y amansas la
hinchazón del oleaje» (Salmo 89, 9).
Yahvé
incluso asumió los rasgos femeninos de la diosa Asera, en concreto sus
características maternales, nutritivas, como cuando Yahvé grita «como
parturienta» (Isaías 42, 14). «Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de
Israel —dice Yahvé— con quienes cargué desde el seno materno, a quienes llevé
desde las entrañas» (Isaías 46, 3).
El
mejor dios
Sin
embargo, incluso en este punto de convergencia en la historia de Israel, con
Yahvé en pleno auge, los
israelitas no negaban la existencia de otras divinidades. Si
bien tenemos indicios de la presencia de una secta de adoradores de Yahvé
monoteístas en Jerusalén, la monarquía no fomentaba ni desalentaba el culto a
otros dioses; se limitaba a centrarse en el culto al dios nacional. Como
escribió el famoso biblista Morton Smith, «el atributo del dios de Israel
[Yahvé] era el mismo que el del dios principal de cualquier pueblo del Oriente
Próximo antiguo […] ser más grande que los dioses de sus vecinos».
«¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién
como tú, terrible entre los santos, temible por tus proezas, autor de
maravillas?» (Éxodo 15, 11).
Una
vez más, esto no es monoteísmo. En el mejor de los casos, es monolatría, aunque
incluso esa etiqueta se queda corta cuando uno piensa en lo bien que estaban
integradas las otras divinidades en el culto israelita. Como a la mayoría de
los antiguos, a los israelitas les costaba ver a Yahvé como el único dios del
universo. Creían que Yahvé era simplemente el mejor dios del universo, «porque
tú eres, Señor, Altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los
dioses» (Salmo 97, 9). Lo consideraban el rey y señor de los otros dioses, el
dios supremo, el dios más fuerte: el
dios de los dioses.
Marduk
derrotó a Yahvé y expulsó al dios de Israel de su trono celestial, y con ello
preparó el terreno para una nueva forma de pensar
Y
un día apareció un dios más fuerte, Marduk, y derrotó a Yahvé y expulsó al dios
de Israel de su trono celestial, y con ello preparó el terreno para una nueva
forma de pensar, no solo en Yahvé, sino en la naturaleza misma del universo. Porque
solo en este punto de la historia de Israel —cuando los israelitas fueron
expulsados de la tierra que su dios les había prometido y se diseminaron por el
Oriente Próximo— comenzamos a ver las primeras expresiones de un monoteísmo
inequívoco en toda la Biblia: «Esto dice el Señor, rey de Israel, su libertador
[…]: “Yo soy el primero y yo soy el último, fuera de mí no hay dios”» (Isaías
44, 6).
La
introducción del monoteísmo entre los judíos fue, en otras palabras, un mecanismo para racionalizar la
derrota catastrófica de Israel a manos de los babilonios. La
crisis de identidad planteada por el cautiverio de Babilonia obligó a los
israelitas a reexaminar su historia sagrada y reinterpretar su ideología
religiosa. La disonancia cognitiva creada por el cautiverio exigía la creación
de un marco religioso dramático, hasta entonces inmanejable, para dar sentido a
la experiencia. Ideas teológicas anteriores que habían sido difíciles de
aceptar —¿puede un mismo dios ser responsable del bien y del mal?; ¿puede un
mismo dios asumir todos nuestros atributos humanos a la vez?— de pronto se
volvieron más tolerables. Si una tribu y su dios eran en verdad una entidad, lo
que significa que la derrota de uno marcaba la desaparición del otro, entonces
para estos reformadores monoteístas que sufrían el cautiverio en
Babilonia era mejor
idear un solo dios vengativo y lleno de contradicciones que abandonarlo, y con
él, su identidad como pueblo. Y así, todos los argumentos
históricos en contra de la creencia en un solo dios desaparecieron barridos por
el abrumador afán de supervivencia de esta pequeña e insignificante tribu
semítica. «Yo soy el Señor y no hay otro, el que forma la luz y crea las
tinieblas; yo construyo la paz y creo la desgracia. Yo, el Señor, realizo todo
esto» (Isaías 45, 6-7).
Todos los
argumentos en contra de la creencia en un solo dios desaparecieron por el afán
de supervivencia de una insignificante tribu semítica
Este
es el nacimiento del judaísmo tal como lo conocemos: no en la alianza con
Abrahán, ni en el éxodo de Egipto, sino entre las cenizas humeantes de un
templo arrasado y la negativa de un pueblo derrotado a aceptar la posibilidad
de que su dios hubiera sido también derrotado. La misma profesión de fe del
judaísmo, el Shemá («Escucha, Israel, Yahvé es nuestro dios, Yahvé es uno»),
fue compuesto después de este momento de transformación en la historia de
Israel, al igual que la mayor parte de lo que hoy conocemos como la Biblia
hebrea o el Antiguo Testamento. Incluso el material bíblico compuesto antes del
cautiverio, es decir, las tradiciones yahvista y elohísta, fue reelaborado y reescrito por los
autores de las tradiciones sacerdotal y deuteronomista después
del cautiverio de Babilonia para reflejar esta visión recién descubierta de un
solo Dios.
El
Dios que aparece tras el fin del cautiverio de Babilonia no es la divinidad
abstracta que había adorado Akenatón. No es el espíritu vital puro que imaginó
Zaratustra.
No es la sustancia informe del universo descrita por los filósofos griegos. Era
un nuevo tipo de Dios, singular y personal a la vez. Un Dios solitario sin
forma humana que
sin embargo creó a los humanos a su imagen. Un Dios eterno e indivisible que exhibía
toda la gama de emociones y cualidades humanas, buenas y malas.
Es un acontecimiento extraordinario
en la historia de las religiones, fruto de una evolución de cientos de miles de
años y que se vería anulado al cabo de apenas quinientos por una secta
advenediza de judíos
apocalípticos que se autodenominaban cristianos.
No hay dos Dioses en la fe judía hay distintas tradiciones,
y estas se presenta una tensión meta estructural entre un materialismo cósmico con
un Dios que te va prosperar y una Divinidad purificadora, más ambas divinidades
son una, de esta tensión meta estructural entre el ser ye l tener, surgirán los
profetas, quienes irán por el ser, la tradición Yahvista, más El Dios de Israel
uno es, partiendo de la concepción de un Dios protector de los nómades,
superando la concepción del Dios El sobre toda en una
lucha espiritual contra su hijo Baal, y logrando la concepción de Yahvé Elohím ,
que será una prefiguración del Dios uno y trino.
Si leemos una parte del mito de Baal entendemos lo distante
que está de la concepción del Dios judío:
Mot resuelve no someterse a Baal, en
represalia por la derrota de Yam. Mot es el dios de la muerte y del inframundo
(la palabra mot en hebreo, מות, significa muerte). Baal,
sorpresivamente, se rinde ante Mot, y acepta descender al inframundo para
morir, bajo la condición de que siga habiendo fertilidad en la tierra de los
humanos. La mitología ugarítica explicaba la muerte como el ser
"tragado" por las fauces del hambriento Mot, y Baal, aun siendo un
dios, estaría sometido a esta misma mortalidad.
Baal desciende al inframundo y muere,
lo cual genera los lamentos de El y Anat, aunque Anat sospecha que El y los
demás dioses secretamente se alegran de la muerte de su esposo. Como sea, con
Baal muerto hay que buscar quién lo reemplace como rey de los dioses, y El
elige a Athtar. Este dios, sin embargo, se comprueba incapaz para ejercer esta
función, lo cual deja a Mot como el único posible heredero al trono. Un
eventual reino de Mot conllevaría la extinción de la vida en la tierra, y por
eso Anat decide ir a rescatar a su difunto esposo Baal del vientre de Mot, para
así hacerlo regresar a la vida.
Cuando, en efecto, Anat desciende a
luchar contra Mot y lo mata, logra revivir a Baal, lo cual alegra a los dioses
de Safón, especialmente a El, que veía con preocupación un reinado de Mot.
Anat, junto con Shapash, buscan el cuerpo revivido de Baal. Baal, no obstante,
no puede subir al trono inmediatamente, sino que debe luchar contra Mot para
ganarse su título (Mot, como se ve, muere y no muere, lo cual es típico de la
teología de Ugarit).
Se siguen varios enfrentamientos
encarnizados entre Baal y Mot, hasta que el debilitado Mot se rinde, aconsejado
por Shapash. El subtema culmina con un himno de alabanza a un dios
(posiblemente Baal o Shapash) al final de la tabilla KTU
La resurrección de Baal es una resurrección cosmogónica del
ciclo de la naturaleza, lo judío se purificara de todo intento de resurrección natural
y combatirá en los profetas toda representación de Dios en la naturaleza, el
paso del mar rojo, no simbolizara, un acto cosmogónico sino la liberación de un
pueblo por su Dios, que representara
luego la salvación del alma en el
misterio pascual, el sacrifico de Issac tampoco tiene nada que ver con el Dios El,
es un sacrifico que no se da para tener mejores cosechas, o abundancia , o algo
, sino que se da sin ningún sentido , sin ninguna razón, solo Dios lo pide y
Abraham confía , revelando la unidad en este tan distinto Dios ,que pide un
sacrificio sin dar nada a cambio y que luego dará a su hijo, sin ninguna
condición.
YHWH no es un Dios de ninguna tribu anterior a los
Israelitas, no existe ningún registro de él, porque no es una creación humana,
el gran otro absoluto es realmente y nos dice Yo soy el que soy {"ehjeh 'aser 'ehyeh) ¿Le creremos? De ahí
aducir que nació en el exilio judío es mentir, mucho antes del exilio él se
había presentado, y la tensión meta estructural es permanente en el pueblo judío,
nunca se trató de un Dios, que quisiera perennizar
un reino, o una cultura y aunque se revela culturalmente en la historia de los
hombres está más allá de ella y
cualquier intento, por llegar a él desde una interpretación cultural fracasara.
Aquí damos cuenta del registro de esa tensión meta estructural, que no es una tensión
entre dos dioses dentro de una misma fe sino en un pueblo que le cuesta dejar
de lado su creencia cosmológica, para entrar en una alianza con un Dios transcendente
a toda cosmovisión.
Ya no te
llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios «El» y con los
hombres, y has vencido.
Génesis 32:2823
En Moisés.
Me revelé a
Abraham, a Isaac y a Jacob como Ēl Shaddāi, pero no me conocían por mi
nombre Yahweh.
Exodo 6:3
Pero las diversas traducciones no muestran uniformidad acerca de
ese dios:
Entonces el
ángel le dijo: «¡Suéltame, que ya está por amanecer!».
Génesis, 32:26.24
Y siguió
contendiendo con un ángel y gradualmente prevaleció. Lloró, para implorar favor
para sí mismo. Lo halló en Beth-el, y allí habló con El.
Libro de Oseas, 12:4
Seguir el culto a Yahveh exigía esforzarse para lograr una
comunidad de hermanos, donde se defienda a los más débiles y prime la justicia.
De esa manera se lograría la felicidad general, y Yahvé se encargaría de darles
prosperidad y tranquilidad en sus fronteras (1.ª Re 2:3; Prov 29:14; Salmo
147:14). Seguir ese "modo de vida" era seguir los lineamientos de
Yahvé:
·
«Estoy contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al
huérfano» (Malaq 3:5).
·
«No mentiréis ni os defraudéis unos a otros» (Levítico 19:11).
·
«Has de tener un peso cabal y exacto, e igualmente una medida
cabal y exacta… Porque cometer fraude es abominación para Yahvé» (Deut.
25:15-16).
·
«Tened balanza justa, peso justo, medida justa. Yo soy Yahvé»
(Lev. 19:35).
·
«Abominación de Yahvé la balanza falsa» (Proverbios 11:1;
20:23).
·
«Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita
contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés» (Éxodo 22:25).
·
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yahvé» (Lev.
19:18).
Por su parte los no hebreos basaban su vida en el materialismo
(dioses materiales) a los que se rendía culto "para obtener bienes y
riqueza". Para conseguir dicha riqueza podía utilizarse el comercio
engañoso ―lo cual caracterizaba a los pueblos cananeos―. La mentira y el saqueo
se transformaba en una práctica común.
·
«Canaán tiene en su mano balanzas engañosas, es amigo de hacer
fraude» (Libro de Oseas 12:8-9).
·
«¿He de soportar yo una medida falsa... las balanzas de la
maldad y la bolsa de pesas de fraude?» (Libro de Miqueas 6:9-11).
Pero a los pueblos «opresores» les iba bien, es decir, se
sentían económicamente satisfechos, sin importarles a qué cantidad de pueblos
estaban sometiendo. Por eso seguían adorando a El.
El tentador
sistema de vida bajo el culto al dios El
La solidaridad y compasión no eran compatibles con ese
pensamiento. De allí que el culto al becerro (lo cual representaba al dios El
―un dios bondadoso, dispuesto a perdonar... que permitía aquellos métodos de
enriquecimiento) era muy tentador. Por lo tanto: seguir manteniéndose en el
culto a Yahvé, en medio del tentador culto a dioses materiales de los cananeos
y naciones vecinas era un gran desafío para los hebreos. [Notar que lo que más
se reprocha a las tribus que volvieron al «dios becerro» es su comercio
engañoso y la opresión a los más débiles (Isaías 10:2; Jeremías 5:27; Amós 6:8;
8:4-7; Miqueas 3:11)]. La idolatría que repudian los profetas del
siglo VIII a. C. hace directa alusión al modo de vida:
El cántico de Isaías (siglo VIII a. C.)
manifiesta un panorama desolador: Expresa que Yahvé «esperó de ellos derecho» (mishpat) «y
ahí tenéis: asesinatos. Esperó justicia» (dsedaqah) «y ahí
tenéis, lamentos» (Is 5:7). Dicho profeta continúa con su invectiva contra «los
que añaden casas a casa y campos a campos hasta no dejar sitio y vivir ellos
solos en medio del país» (Is 5:8); esos son «los que llaman al mal bien y al
bien mal», y luego agrega: «Contra ellos se inflama la ira de Yahvé» (Is 5:25).
Asimismo el profeta Amós fustiga a las mujeres de los
poderosos (entregadas como ellos a la comodidad y al abuso): «Oprimís a los
indigentes» (dallim), «maltratáis a los pobres» (ebionim),
«y pedís a vuestros maridos: “Traed de beber”» (Am 4:1).
[La Ley de Yahvé permitía que hubiera gente más próspera que
otras, pero no que un rico se aproveche de su posición de privilegio (2.ª Sam
12:1-6)]. Congruente con todo esto, en el libro Apocalipsis se le reprocha a la Gran Ramera
que sus negociantes «usan artimañas para llegar a ser los magnates del planeta»
(Ap 18:23). Tal como lo adelantaba Zacarías cuando se refería al Juicio Final:
«Y en aquel día no habrá más negociantes [kenajaní: ‘cananeos’]
en la casa de Jehová de los Ejércitos» (Zac 14.21)
Y de esta tensión
meta estructural nacen los nabiim que van al desierto y tienen un encuentro con
YHWH
Ezequiel Dios es mi fortaleza
Isaías Dios es salvación
Jeremías Dios pone orden
La vocación viene impuesta por una llamada directa de Yahvé.
Como refiere Jere[1]mías, «la palabra de
Yahvé me fue dirigida en estos términos: Antes de formarte en el vientre te
escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los
paganos» (Jr 1,4 y sigs.). Isaías, por su parte, vio un día en el templo «al
Señor Yahvé sentado sobre un trono alto y excelso», rodeado de serafines, y oyó
su voz que de[1]cía: «¿A quién
mandaré? ¿Quién irá por mí?». Isaías respondió: «Aquí estoy, mándame». Y Dios
le dictó lo que habría de decir al pueblo (Is 6,1-10).
Y a estos profetas se les revela un Dios que tiene una meta
historia un plan de salvación para los hombres
«La joven está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por
nombre Emmanuel» (7,14). «Antes que aprenda el niño a rechazar el mal y escoger
el bien», Yahvé obrará muchos prodigios
El profeta Isaías habla una y otra vez, incansablemente, del
poder y la soberanía de Dios, y anuncia el «día de Yahvé», en que el Señor juzgará
al mundo (2,12-17). Condena no sólo la
arrogancia del rey de Asur, sino también los pecados políticos y sociales de
Judá — la opresión de los pobres (3,12-15), el lujo (3,16-24) y el desenfreno
(5,11- 13), la injusticia (5,1-7.23), el expolio de las tierras (5,8-10)—,
pecados que considera como otros tantos actos de rebelión contra Yahvé (1,2-
3). Condena igualmente a los malos gobernantes (28,14-22) y a los sa[1]cerdotes y profetas
cultuales que se burlan de él (28,7-13).
«Mirad que lle[1]gan días en que haré
una alianza nueva con Israel y con Judá ... Me[1]teré
mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán
mi pueblo» (31,31-33). Jeremías. «Les daré un corazón entero y una conducta
íntegra, para que me res[1]peten toda la vida,
para su bien y el de sus hijos que los sucedan. Haré con ellos una alianza
eterna, y no cesaré de hacerles bien...» (32,39-40).
Ezequiel «Os rociaré con un agua pura que os purificara ...
Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo ... Haré que caminéis
se[1]gún mis preceptos y
que pongáis por obra mis mandamientos. Habi[1]taréis
en la tierra que di a vuestros padres; vosotros seréis mi pueblo y yo seré
vuestro Dios» (36,25-28)
He aquí la promesa de Dios no es un nuevo estado o una nueva
cultura es una creación nueva con un Espíritu nuevo y toda la historia es una
manifestación de su plan para salvar a su pueblo y en este revelar al salvador
de la humanidad, sea alcanzado la vibración del ser en Yahvé y superándola en la
esperanza de esta nueva alianza en el Emanuel.
1→0/1←1(chamana)←0→(guerrero)1→0←1/2→0←(profeta)1→0→1/3→0→ (Espíritu absoluto) 1→0→1
Esto se lee: Que el equilibrio transferencial cósmico logrado entre la chaman y el Guerreo
sufre una contra transferencia con el espíritu “subjetivo” profético, logrando
por fin el hombre gracias a Dios el espíritu
absoluto.
Espíritu absuelto de todo compromiso natural del jugador,
cultural de la chamana y estatal político civilizatorio del Guerrero.
Usamos el 1→0→1/3 del espíritu subjetivo, sabiendo que el espíritu subjetivo se
logra recién en la modernidad, más en la modernidad realmente no se logran lo
que logran los profetas, revelar el ser en el hombre, a diferencia del jugador 1→0←1 que tiene un conflicto interno contra transferencial o de la
chamana 1→0/1←1 que tiene también este conflicto el guerrero
1→0←1/2, el profeta ha superado todo
conflicto venciendo toda tensión interna.
Ver los metagrámas adjuntos:
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