Redeconstrucción del tratado de la filosofía básica de Mario
Bunge desde una meta dialéctica
"Para que lo relativo no sea
simplemente aniquilado por el cara a cara con el Absoluto, y para que éste no
sea relativizado por un relativo o finito que lo confronte objetivamente, el
Absoluto debe contener, en sí mismo, la autonegación absoluta..."
-Nishida Kitaro-
"Pensar desde la nada"
Estoy en la calle los arces buscando
con mi mirada a Nicolas un anciano de 84 años que adora a Bunge quiere
derrumbar a su Dios y ruego por encontrar de nuevo con el pero quien me saluda
es Lidia una mujer que se llama como mi hermana, tiene todo el tipo de una pentecostal evangélica y la misma aparente ingenuidad, le doy la mano
y ella me dice: ¿Te has bautizado creyendo en Cristo Jesús como tu salvador?
Para que dijo eso, nos sentamos a
conversar largo y tendido.
Me fije en sus palabras y la quise
hacer pensar
¿De qué nos salva Cristo?
Lidia-Del diablo
Fue muy difícil pero Lidia por fin
escucho mi reflexión, Cristo no nos salva del Diablo sino de la condición dual
en el que nos deja el pegado, incapaces nosotros se lidiar con el bien y con el
mal
¿Y Cómo nos salva?
Co un sentido de la misericordia muy nuevo hasta
ese entonces donde se realzar en acto el misterio pascual, este morir ante de
morir para saber vivir, al que Cristo llamo el Reino de Dios
Lidia no comprendió, ¿Comprenderán ustedes?
FOCEA
Eran comerciantes, exploradores,
piratas. Quienes los han estudiado los denominan
los vikingos de la antigüedad clásica.
Fueron los más osados aventureros de todos los
antiguos griegos e intentaron ir más
allá de las fronteras de lo desconocido.
Convirtieron en realidad lo que para
otros era un sueño.
Se llamaban foceos y el nombre de su
ciudad era Focea; éste era un lugar
pequeño, encaramado en la costa
occidental de lo que ahora se conoce como Turquía,
un poco al norte de la actual ciudad de
Esmirna.
Se hicieron famosos por avanzar, desde
su lugar de origen, hacia el oeste e ir más
lejos de donde la mayoría de los
griegos creían posible que llegaran los seres
humanos. Según cuentan antiguas
tradiciones, fueron los primeros en ir de manera
habitual más allá de Gibraltar y en
adentrarse en el Atlántico; y eso en los siglos VII y
VI a. d. C. Y fueron foceos los colonos que navegaron
hacia el sur por la costa oeste
de África y, hacia el norte, en
dirección a Francia e Inglaterra, Escocia y más allá.
Y también por el este. La situación de
Focea era privilegiada, cerca del extremo
occidental de la ruta de las grandes
caravanas que se extendía a lo largo de miles de
kilómetros; partía del Mediterráneo,
cruzaba Anatolia y Siria y alcanzaba el Golfo
Pérsico.
Éste era el famoso Camino Real: la ruta
que utilizaron durante siglos los reyes de
Asia occidental y de Persia, siguió
después Alejandro Magno y, mucho más tarde,
tomarían los cristianos para difundir
su mensaje. Por esa ruta, llegaron al mundo
occidental influencias orientales,
tanto a la religión como al arte, incluso antes de que
Focea se hiciera famosa, y viajó la
influencia griega en sentido contrario. Convirtió a
Focea en un punto clave en el contacto
entre Oriente y Occidente en el mundo
antiguo.
Focea quiere decir «ciudad de focas».
Los foceos mismos eran anfibios, vivían
volcados en el mar. Escribieron gran
parte de su historia en el agua, y el mar no
conserva las huellas.
Por eso es bueno mirar alrededor, puede
ayudarnos a apreciar mejor el tipo de
mundo en el que vivían: un mundo
todavía olvidado y casi desconocido.
Ahí tenemos a Samos, una isla situada
un poco al sur de Focea, ante la costa
continental asiática. Samos y Focea
tenían mucho en común. Los foceos eran los
mejores especialistas en el comercio a
larga distancia, pero los habitantes de Samos
también eran famosos por ese mismo motivo.
Foceos y samios gozaban de una
reputación de proporciones casi míticas
gracias al comercio con la actual Andalucía y
el lejano Occidente. Algunos
descubrimientos notables realizados en lo que ahora
llamamos España y en Samos confirman
esta fama.
ebookelo.com - Página 10
Tenemos también a
Egipto. No sería justo decir que los samios y foceos se
limitaban a comerciar con Egipto.
Hicieron mucho más: construyeron almacenes y
lugares de culto a lo largo del Nilo,
junto con otros griegos. Para los samios o para los
foceos, Egipto no era un mero país
extranjero, sino parte del mundo que conocían, en
el que vivían y trabajaban.
Samos fue la tierra de Pitágoras. En
cualquier caso, lo fue hasta que zarpó rumbo
al oeste y se instaló en Italia, hacia
el año 530 a. d. C. Lo que se dijo siglo tras siglo
en el mundo antiguo fue que Pitágoras
aprendió todo lo que sabía viajando a Egipto y
a Andalucía; a Fenicia, región de la
actual zona costera de Líbano y Siria; a Persia,
Babilonia y la India.
Actualmente, los eruditos se ríen de
esas historias y las rechazan como fantasías
románticas que, sobre un famoso griego
de las islas, inventaron otros griegos
posteriores, deseosos de imaginar
vínculos tempranos entre la cultura oriental y la
occidental. Sin embargo, sería mejor
ser un poco más prudente.
Según dice una antigua tradición, el
padre de Pitágoras era un tallador de piedras
preciosas. Si se examina con cuidado
esta tradición, se verá que hay motivos
excelentes para darla por buena. Y lo
que hiciera su padre, Pitágoras lo aprendería:
como era natural en la época, lo
educarían para desempeñar la misma profesión que
él. Pero para un tallador de piedras
preciosas de la época, del s. VI a. d. C., la vida
significaría determinadas cosas.
Implicaría aprender técnicas procedentes de Fenicia
y comprar materiales de Oriente. No es
sorprendente que escritores griegos
posteriores dijeran que el padre de
Pitágoras se dedicaba a comerciar entre Samos y
Fenicia.
Existía otra tradición sobre Pitágoras,
una tradición basada en las mejores fuentes,
la cual dice que acostumbraba a llevar
pantalones. Eso resulta muy extraño, ya que
los griegos no los llevaban; era
atuendo propio de persas e iraníes. Pero, para
empezar a comprender la tradición,
basta con volverse hacia otro habitante de Samos,
un hombre llamado
Teodoro.
Teodoro vivió en la época de Pitágoras
y de su padre. Era tallador de piedras, así
como un buen escultor y arquitecto. Los
antiguos cronistas dicen que trabajó y
aprendió en Egipto, y los hallazgos
recientes en este país han confirmado de manera
tajante sus afirmaciones.
Conocemos también otras cosas de Teodoro: ahora sabemos que trabajó
personalmente para los reyes de
Anatolia occidental —lo que es ahora el oeste de
Turquía— y para el rey de Persia. Hay
buenos motivos para vincularlo con la mejor
arquitectura que se construyó en el
mismo corazón de la antigua Persia.
Eso podría
parecer extraordinario y, en cierto modo, lo es. Pero Teodoro, igual
que Pitágoras, venía de Samos: una isla
que, siglo a siglo, mantuvo los más estrechos
vínculos con el comercio, la diplomacia
y el arte persa.
Y Teodoro no estaba solo, ya que,
casualmente, conocemos a otro escultor griego
que trabajó para dos generaciones de
reyes persas, muy lejos de su tierra natal. Se
ebookelo.com -
Página 11
llamaba Teléfanes
y no procedía de Samos, sino de Focea.
Todos tenemos motivos distintos para
viajar: unos se ven obligados, otros creen
que eligen.
Pero lo
importante es que entonces se viajaba a larga distancia y, además, a gran
escala. En el mundo antiguo era más
frecuente de lo que nos han hecho creer, igual
que en la Edad Media. Y lo más
sorprendente de todo es que, incluso cuando Grecia
se encontraba en el punto culminante de
su lucha contra Persia, en el momento más
inesperado, algunos griegos
inteligentes se introdujeron subrepticiamente en Persia
para aprender, ganar dinero y tratar
con hombres más sabios que ellos mismos.
Los artistas y artesanos se instalaron
allí con sus familias y, al poner en común
sus recursos, ayudaron a construir el
imperio persa. Mucho antes, el arte griego de
tallar la piedra había estado modelado
e influido por Oriente; después fueron los
griegos quienes dieron forma a los
mayores logros de la arquitectura persa.
Con todo, esto es sólo una pequeña
parte de la historia. Los mayores expertos han
averiguado algo que cuesta admitir: en
realidad, los descubrimientos más famosos de
Pitágoras no fueron tales: hacía ya
siglos que se conocían en Babilonia y el mayor
mérito de Pitágoras fue llevar esos
conocimientos a Grecia y adaptarlos al mundo de
los griegos. Pero incluso estos
eruditos han pasado por alto hasta qué punto la isla
natal de Pitágoras explica de modo
natural el vínculo con Babilonia.
El mayor templo de Samos estaba
dedicado a Hera, madre de los dioses, y era
famoso en todo el mundo griego. Durante
el s. VI a. d. C. se agrandó y reconstruyó
ampliamente; el nuevo proyecto se basó
en modelos egipcios.
Y en el interior de los recintos
sagrados del templo, se han encontrado unos
extraños objetos de bronce, depositados
allí antes del período del que estamos
hablando, en el s. VII a. d. C., como ofrenda. Son extraños desde el punto
de vista de
los griegos, pero no para Oriente.
Son imágenes que pertenecían al culto
de Gula, la diosa babilónica de la curación.
Y no llegaron allí por cuestiones
relacionadas con el comercio, sino porque la religión
y los distintos cultos cruzaban las
fronteras de los diversos países y pasaban por alto
los límites de las lenguas. Lo mismo
sucedía con el arte. Los artistas de Samos
copiaron las imágenes del culto
babilónico, imitaron los rasgos de sus demonios.
Las importaciones orientales
procedentes de Siria y Babilonia inundaron Samos
entre los siglos VII y V
a. d. C. Los comerciantes extranjeros
venían del este, pero
también sucedía lo contrario: los
samios viajaron también hacia oriente y las rutas
comerciales siguieron transitadas hasta
la época de Pitágoras.
Ahí donde hay movimiento de bienes y
objetos, el camino está abierto a los
viajeros. Ahí donde existen caminos
para el contacto cultural, hay una invitación
permanente para las personas inquietas.
Eso debería ser obvio; en cualquier caso, lo
era. «Comercio» y «curiosidad»: a los
griegos les gustaba unir los dos términos
ebookelo.com - Página 12
porque sabían que iban de la mano.
En cuanto al templo de Hera, no sólo se
convirtió en la sede de importaciones
procedentes de Babilonia, Egipto o
Persia, sino que fue también un almacén de
objetos traídos de Andalucía y Fenicia,
del Cáucaso, de Asia Central. Algunas de las
importaciones fueron hermosos seres
vivos: los pavos reales se introdujeron en todo
el mundo occidental a partir del templo
de Hera en Samos. Se criaban en el recinto
del templo y los trataban como objetos
sagrados, propios de la diosa.
Llegaron a Samos, pasando por Persia,
desde la India.
Pasó el s. VI y Babilonia se convirtió
en parte del imperio persa. Pero, en
realidad, las cosas no cambiaron mucho:
Babilonia, Persia y la India habían estado
unidas durante mucho tiempo por los
lazos más estrechos. En aquel momento,
simplemente, había más motivos para
viajar. En Babilonia era posible encontrar
nativos de Mesopotamia, de Persia y
comunidades enteras de indios.
También había asentamientos de griegos
que trabajaban y comerciaban en
Babilonia desde principios de siglo.
Eran antecesores directos de las comunidades
griegas que seguirían viviendo allí
durante setecientos años más. Y entre estos
primeros pobladores había gente de una
zona concreta de Anatolia llamada Caria.
Más adelante diremos más cosas sobre
los carios y sus vínculos con Focea.
Durante mucho tiempo, se nos ha dicho
que los antiguos griegos formaban un
pueblo cerrado en sí mismo, reacio a
aprender lenguas extranjeras, que creó sin ayuda
de nadie la civilización occidental.
Eso no se ajusta exactamente a la verdad. Para
empezar, ahí estaban los vínculos con
Oriente, detrás de todo lo que iba a ocurrir y ha
ocurrido desde entonces.
Sería bueno no olvidarlo.
ebookelo.com - Página 13
EL VIAJE A
OCCIDENTE
Momento: hacia el año 540 a. d. C.
Ese año sucedió algo en Focea. No puede
decirse que fuera inesperado, ya hacía
tiempo que los foceos pensaban que
algún día iba a pasar. Incluso sus interlocutores
comerciales del Atlántico les habían
dado una fortuna para que erigieran una muralla
defensiva. Pero
algunas cosas no se pueden cambiar, por mucho que se vean venir.
Los foceos llevaban años comerciando
con Persia y seguirían haciéndolo durante
los años venideros. En cualquier caso,
comerciarían quienes terminaran por encontrar
el modo de regresar a la ciudad y
mantenerla viva, aunque como una sombra de lo
que había sido.
Sin embargo, en aquel momento la
situación había cambiado. Por motivos
religiosos, económicos y políticos
—pero, en última instancia, todo se reducía a la
religión—, Persia quería extender su
imperio hasta los confines de la tierra. Los
persas estaban
sedientos. Ya no querían comerciar con Focea: querían ser dueños de
Focea.
Llegó el ejército y el comandante lanzó
un ultimátum: aceptan mis condiciones o
morirán. Y ninguna muralla, por grande
que fuera, sería de utilidad. Los persas
habían aprendido un truco y sabían
trepar por las murallas amontonando tierra en el
exterior.
Acorralados entre la muralla y el mar,
a los foceos se les ocurrió otra artimaña:
pidieron que se les concediera una
noche para meditar. El comandante persa dijo que
sabía de qué eran capaces, pero no
quería inmiscuirse. Algunas veces lo más
inteligente es
dejarse engañar.
Los foceos recogieron todo lo que
pudieron y se lo llevaron a los barcos: familias
y bienes muebles. Tomaron las imágenes
y los objetos sagrados de los templos, todo
lo que pudieron acarrear; sólo dejaron
atrás las pesadas piezas de bronce, las tallas y
pinturas en
piedra. Y se hicieron a la mar.
Escaparon a la muerte y a la rendición,
al menos por el momento, y los persas
tomaron posesión de una ciudad vacía.
El paso siguiente fue encontrar un
nuevo hogar. Preguntaron a sus vecinos de
Quíos si podían comprarles unas pocas
islas, el territorio disperso entre esta isla y el
continente asiático, pero los quíos se
negaron. Sabían que los foceos eran muy buenos
comerciantes y no tenían intención de
fomentar la competencia a las puertas de su
casa.
Una vez más, llegó el momento de
marcharse. Pero, en esta ocasión, fue también
la hora de dejar la parte del mundo
donde habían nacido y vivido.
Primero, todos ellos hicieron un
juramento. Tiraron una pieza de hierro al mar y
prometieron que ninguno de ellos volvería
a Focea hasta que el hierro flotara en el
agua. Es un juramento antiguo, tanto en
Oriente como en Occidente. Siglos más
tarde, todavía se encuentran poetas del
amor chinos que juran así: «Prometimos
ebookelo.com - Página 14
amarnos hasta que el hierro flotara en
el río».
Acordaron navegar hacia el oeste, hacia
Córcega. Córcega era una elección obvia.
Algunos foceos se habían marchado ya de
Focea y habían fundado allí una colonia
unos veinte años antes. En aquellos
tiempos fundar una colonia era cosa seria y era
normal preguntar al oráculo del dios
Apolo en Delfos hacia qué lugar deberían ir.
Apolo podía contestar con un enigma,
como solía hacer, pero lo importante era la
respuesta.
Así pues, habían ido de Focea a Delfos
para pedir consejo, y Apolo sugirió que
fundaran una ciudad en Cirno o, al
menos, eso es lo que creyeron entender. Cirno era
el nombre griego de Córcega y allí
decidieron irse.
Veinte años más
tarde, los foceos acordaron, por segunda vez, navegar hasta
Córcega, pero en esta ocasión el pacto
no fue lo bastante fuerte. A pesar de los persas,
a pesar del juramento sobre el hierro y
el mar, la mitad de la población no pudo ir: les
resultaba demasiado doloroso dejarlo
todo atrás, sentían demasiada nostalgia de su
tierra. Regresaron y se inclinaron ante
los persas, aplastados por la maldición del
juramento roto.
Los demás embarcaron y, cuando por fin
llegaron a Córcega, les dieron la
bienvenida los originarios pobladores
de Focea. Vivieron juntos durante varios años y
erigieron nuevos templos para alojar
los objetos sagrados que llevaban consigo.
Los buenos tiempos no duraron. Eran ya
demasiados y los medios de subsistencia
eran escasos, así que se dedicaron a lo
que mejor sabían hacer: se convirtieron en
piratas. No pasó mucho tiempo antes de
que sus víctimas se hartaran y unieran sus
fuerzas para destruirlos en una batalla
naval.
Los foceos no parecían tener la menor
oportunidad de defenderse, ya que estaban
en una abrumadora inferioridad
numérica, pero ganaron. El único problema fue que,
como sucede con frecuencia, casi los
destruyó la victoria. Perdieron tantos barcos y
dañaron tantos otros, perdieron tantos
hombres por uno u otro motivo, que ya no les
fue posible quedarse y correr el riesgo
de sufrir otro ataque.
Una vez más, se encontraron sin patria;
pero en esta ocasión las cosas fueron
distintas. El oráculo de Delfos había
aconsejado a los foceos que fundaran su ciudad
en Cirno. Habían hecho exactamente lo
que decía Apolo y los habían destruido casi
por completo. Las cosas ya no parecían
tener sentido. Nadie los guiaba, nadie les
decía adónde ir.
Empezaron a derivar hacia el sur, por el camino que habían seguido a
la ida, y hacia el este, hasta que
llegaron a una población situada en el extremo
meridional de Italia, y allí se
detuvieron.
Allí conocieron al hombre que lo cambió
todo. Era sólo un desconocido que venía
de un lugar llamado Posidonia, situado
un poco más al norte, en la costa occidental de
Italia. Pero disipó todas sus dudas.
«Lo habéis entendido todo mal», dijo el
desconocido. «Creísteis que Apolo os
decía que construyerais vuestra casa en
Cirno; pero esto es sólo vuestra conclusión.
Lo que él quería deciros era que
construyerais algo en honor de Cirno».
ebookelo.com - Página 15
En cuanto se entendía, la explicación
del desconocido era bastante sencilla. Cirno
podría ser el nombre de Córcega, pero
también era el de un héroe mítico, hijo del
mayor héroe de todos los tiempos:
Heracles. El griego clásico era una lengua sucinta
en la que una sola palabra significaba
lo mismo que dos o tres en otro idioma, lo que
facilitaba los equívocos, incluso en el
habla cotidiana.
Y, sin embargo,
había una forma de lenguaje que era la más famosa de todas,
incluso para los griegos, por sus
ambigüedades y dobles sentidos, y ésta era el
lenguaje de los oráculos. Cuando los
dioses hablaban a través de los oráculos, a los
hombres les costaba entenderlos. En esa
dificultad reside la diferencia entre lo
humano y lo divino.
Los foceos hicieron suya la sugerencia
del desconocido. Los había sacado de su
confusión, de las limitaciones de
lugar, del «aquí» y «allí». La vida seguía
esperándolos, aguardando a que la
vivieran. Hasta aquel momento, carecían de
esperanza; pero, en realidad, habían
interpretado el oráculo en un sentido demasiado
estricto, habían deducido un
significado físico en lugar de uno mítico.
Edificaron un lugar de culto cerca de
Posidonia, la ciudad natal del desconocido.
Se instalaron allí y allí vivieron
durante siglos. Y cambiaron el curso del mundo. Su
ciudad recibió distintos nombres, según
quien lo escribiera y pronunciara: Hyele,
Elea, Velia.
ebookelo.com - Página 16
UN CUENTO DE
HADAS
Ésta es la historia de la fundación de
Elea, más o menos tal como la contó el hombre
que con frecuencia se ha considerado el
padre de la historia occidental: Herodoto.
También se lo
conoce como el padre de las mentiras. Los griegos ya lo llamaban
así hace dos mil años. Así pues, esta
historia de la fundación de Elea, ¿es cierta o
pura ficción? Parece una novela, casi
un cuento de hadas.
Actualmente, los historiadores discuten
con pasión alarmante sobre lo mucho o lo
poco que podemos fiarnos de las
historias que escribió. Pero si lo que nos interesa
saber son las andanzas de los foceos —o
de los samios— ahí tenemos suerte. Los
arqueólogos modernos que han excavado y
buscado en los lugares mencionados por
Herodoto se han sorprendido porque sus
hallazgos en gran medida confirman lo que
él dijo.
Entonces, ¿qué pasa con las mentiras?
Para empezar, tenemos que comprender
algunas cuestiones básicas. A los
escritores de la antigua Grecia la
verdad y la mentira no les inquietaba de la misma
manera que a nosotros. La verdad se
aprueba, la mentira se desaprueba: estas cosas se
han convertido en lo que son tras una
evolución muy lenta. Las mentiras no eran lo
opuesto de la sinceridad o de la
negación de la verdad. Tenían una realidad, una
función propia.
En la época en que escribía Herodoto,
en el s. V a.
d. C., todavía se daba por
hecho que los mejores escritores
escribían gracias a la inspiración divina, inspirados
por las musas, y éstas eran como otros
dioses. No estaban constreñidas por la verdad
o la franqueza; en gran medida, si
querían, tenían el derecho divino a mentir y a ser
veraces. Eso se debe a que, para los
antiguos griegos, la verdad y la mentira
convivían una con otra, iban de la
mano, estaban unidas en lo más profundo. Y
cuanto más insistía alguien en que
decía sólo la verdad, más reían para sí quienes
escuchaban o leían y daban por hecho
que intentaba engañarlos. Las cosas, en
aquellos tiempos, eran un poco
distintas.
Y hay también otra cuestión: ¿quiénes
somos nosotros para decidir qué es verdad
y qué es mentira? Es muy fácil pensar
que poseemos un conocimiento superior, una
comprensión más adecuada de los hechos.
Nos gusta corregir los errores del pasado
de acuerdo con nuestros criterios de lo
que es verdad. Pero ¿quién corregirá los
nuestros? Antes, todo el mundo sabía
que el Sol daba vueltas en torno a la Tierra;
ahora todo el mundo cree que sabe que
la Tierra da vueltas alrededor del Sol. El
problema es que cada gran paso que
damos en la comprensión derriba e invalida el
conocimiento anterior. En el futuro nos
verán del mismo modo que nosotros miramos
el pasado.
Ninguna de estas dos actitudes es
verdaderamente sabia. Lo único que merece la
pena es llegar a lo que está detrás de
todo, lo esencial que nunca cambia.
ebookelo.com - Página 17
¿De veras existió el desconocido de
Posidonia? Todos conocemos historias y
cuentos en los que aparece de repente
un desconocido que resuelve los problemas.
Así pues, ¿es sólo una ficción, una
mentira? ¿O, por el contrario, el tema surgió
porque esos desconocidos que ayudan
—cuya ayuda roza lo divino— existían de
verdad?
Podríamos partirnos la cabeza
intentando dar respuesta a preguntas como ésta,
pero algunas veces los hechos son
sencillos. La realidad es que había hombres como
él en el sur de Italia: hombres de
carne y hueso. Los llamaban «los sabios» porque su
sabiduría rayaba en lo divino; porque
eran capaces de ver más allá de la superficie y
de las apariencias; porque podían
interpretar los oráculos y los sueños, así como los
acertijos de la existencia. Algunos
recibieron el nombre de pitagóricos: personas que
vivían en el espíritu de Pitágoras.
Y los oráculos de Delfos: también eran
reales y es cierto que se daban como
respuesta a quienes querían crear
colonias. Los hombres vivían en función de ellos, y
si los interpretaban mal, morían en
función de ellos. Precisamente, debido a su
ambigüedad, suponían un riesgo. No se
podía saber nunca con exactitud cómo
saldrían las cosas. Era más o menos
como si ahora viviéramos guiados por nuestros
sueños nocturnos. Es muy poco seguro. Y
no sirve para quienes quieren llevar una
vida segura o, por lo menos, lo que
imaginamos como tal, amortiguada por nuestros
mitos modernos.
Los oráculos nunca son lo que parecen:
para que un oráculo lo sea de verdad tiene
que contener algo oculto. Lo probable
es que, cuanto más convencido se esté de
entenderlo, menos se entienda: ahí es
donde reside el peligro. Como decían los
antiguos griegos, las palabras de los
oráculos son como semillas. Están plenas,
preñadas de sentido, contienen unas
dimensiones de significado que sólo con el
tiempo resultan evidentes. El lenguaje
humano es como una astilla: fragmentado,
aislado, apunta en una sola dirección.
Pero el lenguaje de los dioses está lleno de
sorpresas que te envuelven y te asaltan
de manera inesperada.
Eso es lo que sucedió con el oráculo
délfico, tal como lo interpretó el desconocido
procedente de Posidonia. Al alejar de
la isla de Cirno a los foceos y dirigirlos hacia el
héroe llamado Cirno hizo algo muy
concreto: es muy importante entenderlo.
Para los griegos, fundar una colonia
estaba estrechamente relacionado con los
oráculos, pero también con los héroes.
Los primeros fundadores de colonias eran
héroes del pasado mítico y, cuando
alguien quería fundar una, los héroes eran el
prototipo adecuado: el héroe tenía en
la mano el mapa mítico que había que usar y
seguir. Así pues, al alejar a los
foceos de la isla y dirigirlos al héroe, el hombre de
Posidonia los remitía directamente a
las raíces de su propio empeño; los conducía a la
dimensión heroica, los vinculaba de nuevo,
en su papel de colonizadores, con sus
fuentes míticas.
ebookelo.com - Página 18
LO QUE FALTA
En general, lo que no tenemos delante
de los ojos es más real que lo que vemos.
Eso es así en todos los niveles de la
existencia.
Lo que falta es
más poderoso que lo que tenemos delante de los ojos. Todos lo
sabemos. El único problema es que la
ausencia es demasiado difícil de soportar, de
manera que en nuestra desesperación,
inventamos cosas para echarlas de menos.
Todas son sucedáneos temporales. El
mundo nos llena de sucedáneos e intenta
convencernos de que nada falta, pero
nada tiene la capacidad de llenar el vacío que
sentimos en nuestro interior, de manera que tenemos que ir
sustituyendo y
modificando lo que inventamos mientras
nuestro vacío proyecta su sombra sobre
nuestra vida.
La misma situación se da con frecuencia
en quienes no han conocido a su padre.
El progenitor desconocido proyecta un
encantamiento sobre los rincones más
recónditos de la existencia del hijo y
éste está siempre a punto de encontrarlo en
forma de algo o de alguien, pero nunca
lo consigue.
Y también puede verse en la gente que
ama lo divino o a Dios, que echa de menos
lo que ni siquiera existe para otros.
La gente que quiere cualquier cosa corre el riesgo
de que sus deseos se cumplan. Pero
cuando los deseos son mucho mayores que uno
mismo, nunca se
corre el peligro de que se satisfagan. Y, sin embargo, sucede algo
muy extraño. Cuando uno quiere una cosa
y rechaza todo lo demás, ésta acaba
sucediendo. La gente que ama lo divino
va con un agujero en el corazón, dentro del
cual se encuentra el universo. De ellos
trata este libro.
Y existe un gran secreto: todos
sentimos, en nuestro interior, esta gran ausencia.
La única diferencia entre nosotros y
los místicos reside en que ellos aprenden a hacer
frente a aquello que nosotros rehuimos.
Por este motivo el misticismo ha quedado
relegado a la periferia de nuestra
cultura: porque cuanto más sentimos esa nada
dentro de nosotros, más intensa es la
necesidad de llenar el vacío. De manera que
intentamos llenarlo con esto y aquello,
pero nada perdura. Seguimos deseando algo
más, necesitando otra necesidad para
seguir adelante: hasta que llegamos al momento
de nuestra muerte y nos encontramos con
que seguimos deseando los miles de
sucedáneos que ya
no podemos tener.
La cultura occidental es maestra en el
arte del sucedáneo. Ofrece y no da nunca,
porque no puede. Incluso ha perdido la
capacidad de saber qué tiene que dar, de
manera que, en su lugar, ofrece sucedáneos.
Falta lo más importante y su ausencia es
clamorosa. Y lo que se nos ofrece con
frecuencia no es más que un sucedáneo de algo
mucho mejor que existía en otros
tiempos, o que todavía existe, pero ambas cosas no
tienen en común más que el nombre.
Incluso la religión, la espiritualidad
y las más altas aspiraciones de la humanidad
se convierten en maravillosos
sucedáneos. Y eso es lo que sucedió con la filosofía. Lo
que para nuestros antepasados eran
caminos de libertad, para nosotros son cárceles y
ebookelo.com - Página 21
jaulas. Creamos esquemas y estructuras,
trepamos por ellos y nos metemos dentro:
pero esto no son más que travesuras y
juegos de salón para consolarnos y distraernos
de los deseos de
nuestro interior.
Cuando uno se aleja de todos los
sustitutos, de repente ya no hay futuro, sólo
presente. No hay lugar adonde ir, y ése
es el mayor terror al que se puede enfrentar
nuestro pensamiento. Pero si uno es
capaz de quedarse en este infierno, sin camino al
que ir a la derecha ni a la izquierda,
ni delante ni detrás, entonces descubre la paz de
la absoluta quietud, la calma que está
en el corazón de esta historia.
Hay un hombre que
influyó en el mundo occidental como ningún otro. Yace
enterrado bajo nuestros pensamientos,
bajo todas nuestras ideas y teorías. Y el mundo
al que perteneció también está allí
enterrado: un mundo femenino de increíble
belleza, profundidad, poder y
sabiduría, un mundo tan cercano a nosotros que hemos
olvidado dónde encontrarlo.
Algunos especialistas lo conocen como
«el problema central» para dar sentido a
lo que le sucedió a la filosofía antes
de Platón. Y no es posible entender la historia de
la filosofía o de la sabiduría en
Occidente sin comprenderlo. Se encuentra en el centro
neurálgico de nuestra cultura.
Se dice que creó la idea de la
metafísica. Se dice que inventó la lógica: la base de
nuestro razonamiento, el fundamento de
todas las disciplinas que han surgido en
Occidente.
Su influencia sobre Platón fue inmensa.
Según un dicho conocido, toda la historia
de la filosofía occidental es sólo una
serie de notas a pie de página a la filosofía de
Platón. Del mismo modo, la filosofía de
Platón, en su forma madura, podría decirse
que es una serie de notas a pie de
página a este hombre.
Y, sin embargo,
se afirma que no sabemos casi nada de él. Resulta poco
sorprendente. Platón y su discípulo
Aristóteles se han convertido en los grandes
nombres, los héroes intelectuales de
nuestra cultura. Pero una de las desventajas de
crear héroes es que, cuanto más los
elevamos, más larga es la sombra que proyectan;
y más es lo que pueden ocultar y llevar
a la oscuridad.
En realidad, sabemos mucho sobre él,
pero sin que seamos, todavía, conscientes
de ese hecho. La vida es amable. Nos da
lo que necesitamos precisamente cuando
más lo necesitamos. No hace mucho se
descubrieron cosas extraordinarias sobre él:
hallazgos más sorprendentes que la
mayoría de las obras de ficción. Pero los eruditos
siguen negándose a entender esa
evidencia o su relevancia, aunque los
descubrimientos sólo confirman lo que
tendría que haber estado claro durante miles
de años a partir de los indicios que,
desde hace tanto tiempo, hemos tenido a nuestra
disposición.
El problema es que estas pruebas nos
obligan a empezar a entendernos —a
nosotros y a nuestro pasado— de un modo
muy distinto. Lo más fácil ha sido el
ebookelo.com - Página 22
silencio y la ocultación. Pero hay
cosas que sólo pueden silenciarse por un tiempo.
Podríamos hablar de muchas otras cosas.
Hablar de otras figuras históricas del
primer período de la filosofía griega y
de que la imagen que se ha creado de ellas no
guarda semejanza con la realidad: de
cómo se han moldeado y racionalizado para
adecuarlas a los intereses de nuestro
tiempo. Podríamos hablar de hasta qué punto se
las ha entendido mal porque no se ha
sabido tener en cuenta sus estrechos vínculos
con las tradiciones de Oriente,
tradiciones que apenas han empezado a tomarse en
serio. Y podríamos hablar de cómo la
plaga occidental que supone para nosotros el
creernos superiores a otras
civilizaciones nació de la necesidad de compensar nuestra
inmensa deuda con Oriente. También
podríamos hablar de cómo algunos de estos
supuestos filósofos eran magos. Y lo
haremos.
Pero estos asuntos son secundarios. Hay
que reescribir gran parte de nuestra
propia historia;
y, sin embargo, lo más importante de todo es saber por dónde
empezar. Casi todo lo que se tenía por
cierto y seguro sobre la primera filosofía
occidental es incierto y lo será cada
vez más a medida que pasen los años. Pero en
mitad de todas estas incertidumbres,
hay una cosa segura: la existencia de ese hombre
cuya importancia fundamental en la
formación de la historia de las ideas occidentales
está fuera de toda duda.
A través de él comprendemos lo que
sucedió en realidad en nuestro pasado. Si lo
entendemos, nos encontraremos en
situación de empezar a entender muchas otras
cosas.
Se llamaba Parménides y era de Elea.
ebookelo.com - Página 23
MATAR AL PADRE
Las descripciones más antiguas de
Parménides son extrañas. Son como lápidas en su
tumba. Es bueno verlas primero ya que
dicen mucho sobre lo que le pasó.
Platón escribió un diálogo sobre él. Se
titula Parménides. Lo presenta en Atenas
como un hombre muy viejo y canoso que
discute sobre asuntos filosóficos en
presencia de un hombre muy joven:
Sócrates, maestro de Platón.
Platón consigue ser cuidadosamente
impreciso sobre la edad de Parménides en el
momento del debate: «unos sesenta y
cinco años más o menos». Pero esta edad basta
para sugerir que se trata de un hombre
cuyo momento ha pasado ya. Para los antiguos
griegos, los sesenta era una edad
razonable para morir.
Si se quieren tomar en serio las
insinuaciones del diálogo de Platón sobre la edad,
la fecha y la época, podríamos concluir
que Parménides probablemente nació hacia el
año 520 o 515 a.
d. C. Y, sin embargo, surge un problema. Parménides
es, de manera
deliberada, una obra de ficción. Sitúa
a Parménides debatiendo teorías platónicas
abstractas de una manera que nunca
habría podido o querido discutir: lo que describe
Platón no sucedió nunca. Sitúa al
sucesor de Parménides, Zenón, en el debate sólo
para minarlo y empequeñecerlo. Lo
representa denigrando sus propios escritos
delante de todo el mundo; muestra a
Parménides distanciándose fríamente de él. Y
tras destacar que Zenón era un hombre
muy guapo y bien proporcionado, Platón
menciona el rumor de que era el amante
de Parménides como modo de comprometer
su posición todavía más: uno de los
chismes favoritos en el círculo ateniense de
Platón era que si un discípulo parecía
cercano a su maestro, seguro que el sexo tenía
algo que ver.
Desde el comienzo al final, la
composición del Parménides está hábilmente
diseñada con un solo objetivo:
presentar a Sócrates y a Platón —pero no a Zenón ni a
ningún otro— como herederos legítimos
de las enseñanzas de Parménides.
No es ninguna sorpresa. Era un
principio bien reconocido en el círculo de Platón:
adapta el pasado a tus propósitos, pon
ideas tuyas en boca de figuras famosas de la
historia, no te preocupes por los
detalles históricos. Y el propio Platón no tenía
escrúpulos en inventar las ficciones
más elaboradas, recrear la historia, alterar la edad
de la gente y cambiar las fechas.
Lo más sorprendente es hasta qué punto
se ha convertido en normal tomarlo en
serio cuando no procede y, en cambio,
no tomarlo en serio cuando corresponde.
No se trata sólo de que sus diálogos no
sean documentos históricos o de que se
habría reído de nosotros por nuestro
empeño en pensar que lo son; no sólo es eso.
Platón escribió a principios del s. IV a. d. C. En aquel momento, el tiempo
empezaba a solidificarse en torno a los
griegos y a lo que sería Occidente. Antes, la
ebookelo.com - Página 24
historia era lo que vivía en la sangre
de un individuo, lo que estaba relacionado con
sus antepasados. Cada pueblo y cada
ciudad podían llevar sus archivos
cuidadosamente y registrar el paso de
los años; pero era un asunto de interés
exclusivamente local. Sin embargo, las
cosas empezaron a cambiar, la historia se
estructuró en hechos y cifras
universales. La mitología se transformó en cronología.
Cuando los griegos de la época de
Platón miraban hacia atrás, hacia el s. V
y
siglos anteriores, buscaban en el
territorio de los mitos, de tradiciones locales que se
remontaban a un mundo de dioses y
héroes. Platón vivía en un período en el que
escribir sobre el pasado era todavía
una tarea libre. La historia, tal como la
conocemos, acababa de crearse.
Tenemos un escaso sentido del pasado o
de la historia del tiempo. Cuando fijamos
una cita y llegamos a tiempo,
imaginamos que vamos a la hora. Pero lo que no vemos
es que la hora que marca el reloj es ya
antigua. Nuestras divisiones del día en horas,
minutos o segundos son invenciones babilónicas
y egipcias. Nuestro tiempo está
macerado en el pasado; vivimos y
morimos en el pasado. Actualmente, hasta los
científicos comprenden que el tiempo no
es una realidad determinada en el mundo
exterior a nosotros.
Los historiadores griegos de los siglos
posteriores a Platón empezaron intentando
que su trabajo pareciera tan preciso
como fuera posible en relación con los
acontecimientos del pasado, igual que
hacemos nosotros. Pero, en su caso, las cosas
no eran lo que parecían ser, de la
misma manera que ahora tampoco lo son; y cuanto
mayor era la apariencia de precisión
que daban, mayores eran sus especulaciones.
Algunos de ellos hacían coincidir la
fecha de nacimiento de Parménides con el año de
la fundación de Elea. Pero era sólo una
suposición.
No nos ha llegado ninguna fecha
fidedigna en relación con Parménides, sólo
tenemos vagas indicaciones; pero son lo
bastante buenas. Éstas sugieren que nació no
mucho después de la llegada de los
foceos al sur de Italia procedentes de Oriente y
que se encontraba entre la primera
generación de niños criados en Elea por sus padres
foceos, por cuyas venas fluían los
recuerdos del viaje y de Focea.
En otro de sus diálogos imaginarios,
Platón hace que Sócrates describa la figura
de Parménides.
«Me pareció, citando a Homero, alguien
“digno de mi reverencia y respeto”. Pasé
algún tiempo en compañía de este
hombre, cuando yo era muy joven y él muy viejo,
y me dio la impresión de que poseía una
profundidad nobilísima en todos los
sentidos. Esto me hace temer que no
sólo no seamos capaces de entender lo que dijo
sino que todavía comprendamos menos lo
que quiso decir.
El retrato es
impresionante y, sin embargo, muy oscuro. Las palabras están llenas
de elogios, pero, como sucede con tanta
frecuencia en Platón, tienen doble sentido.
La cita de Homero sitúa a Parménides en
la categoría de los héroes clásicos, como si
ebookelo.com - Página 25
saliera directamente de la mitología.
El problema es que esas mismas fueron las
palabras de Helena al gran señor
Príamo, el rey de Troya que no tardaría en verse
destruido, junto con su reino.
Cuando Sócrates alude al tiempo que
pasó en compañía de Parménides, resulta
convincente. Pero, en realidad, se
limita a hacer referencia al encuentro imaginario en
el Parménides; una ficción alude a otra
ficción. Y, en lo que respecta a su temor de no
comprender las palabras de Parménides o
su significado, la afirmación parece sincera.
En realidad, es una técnica hábil que
permite a Platón concederse la libertad de
empezar a interpretar a Parménides a su
gusto.
Sin embargo, debemos tomar nota de ese
comentario sobre la profundidad de
Parménides.
Platón también habla de Parménides en
otro lugar y no es fácil reparar en la
importancia de lo que dice; en
realidad, casi nadie le presta atención.
En un tercer diálogo, Platón elige con
cuidado a sus interlocutores. Su
preocupación sigue siendo muy clara:
presentar sus enseñanzas, una vez más, como
legítimas sucesoras de la tradición
filosófica iniciada en Elea. Y en un punto hace que
sus personajes vean lo que tiene que
hacerse para establecer la línea sucesoria. El
principal interlocutor dice: tendremos
que recurrir a la violencia contra nuestro
«padre»
Parménides. Tendremos que matar al padre.
Platón, deliberadamente, da vueltas en
torno al asunto, lo afirma sin afirmarlo en
realidad; hace que suene como un
comentario intrascendente, casi una broma. Pero
tenemos que entender una cosa. Para
Platón, las bromas casi nunca son sólo bromas.
Precisamente, lo que considera más
importante aparece como un juego, y muchas
veces, aquello que trata con más humor
es lo más importante. Eso es parte de lo que
lo hace interesante: en el mundo
antiguo se apreciaba muy bien, así como en el
Renacimiento. Le gustaba atrapar a los
lectores afirmando lo más serio del modo más
ligero.
Y también hay algo más. En el mundo
antiguo no se bromeaba sobre el parricidio.
Toda la sociedad griega giraba en torno
a la relación entre padre e hijo. Cualquier
acto de violencia contra el padre era
el mayor de los crímenes, y no hablemos del
asesinato. El parricidio era el crimen
más espantoso que se podía imaginar. Hasta el
punto de que era preferible no
pronunciar jamás la palabra «parricidio». Un dios
podía matar a su padre, pero cuando el
crimen lo cometía un ser humano, éste se
convertía en un crimen de dimensiones
mitológicas.
¿A quién o a qué mató Platón? Eso es lo
que empezaremos a descubrir en este
libro. Si vemos lo que era Parménides
vemos por qué Platón tuvo que matarlo.
Porque si no hubiera hecho lo que hizo,
el Occidente que conocemos nunca habría
existido.
Platón tenía que cometer parricidio,
quitar de en medio a Parménides. Y el
ebookelo.com - Página 26
asesinato fue tan completo que ni
siquiera ahora sabemos qué pasó ni qué se mató.
El único indicio de lo sucedido nos
llega cuando advertimos que falta algún dato.
No es posible pasar por alto lo que
representaba Parménides, siempre vuelve de un
modo u otro. Podemos estar sin él un
tiempo, pero sólo un tiempo breve.
PRIMEROS PASOS
Parménides escribió un poema.
Sería fácil imaginar al padre de la
filosofía haciendo todo tipo de cosas, pero se
limitó a escribir un poema. Lo escribió
en la métrica de los grandes poemas épicos
del pasado, una poesía creada bajo la
inspiración divina, que revelaba lo que los seres
humanos, por sí mismos, jamás podrán
ver o conocer, que describía el mundo de los
dioses y el mundo de los seres humanos
y el encuentro entre seres humanos y dioses.
Y lo escribió en tres partes. La
primera parte describe su viaje rumbo a la diosa
que no tiene nombre. El segundo
describe lo que ésta le enseñó sobre la realidad. Y la
última parte empieza con las palabras
de la diosa «Ahora voy a engañarte», y pasa a
describir con
detalle el mundo en el que creemos vivir.
Todos los personajes que Parménides
encuentra en su poema son mujeres o niñas.
Incluso los animales son hembras, y
recibe lecciones de una diosa. El universo que
describe es femenino; y si este poema
de un varón representa el punto de partida de la
lógica occidental, algo muy raro le ha
sucedido a la lógica para que haya terminado
tal como está ahora.
El viaje que describe es mítico, un
viaje a lo divino con ayuda de lo divino. No es
un viaje como otro cualquiera. Pero que
sea mítico no quiere decir que no sea real. Al
contrario, cualquiera que haga el viaje
descubre que los viajes a los que estamos
acostumbrados son los irreales, porque
nuestra conciencia nunca se desplaza, nunca
cambia. Cuando andamos calle abajo, en
realidad no vamos a ningún lado. Podemos
viajar por todo el mundo sin ir a
ninguna parte. Nunca vamos a ninguna parte; si
creemos lo contrario es porque estamos
atrapados en la red de las apariencias, en la
red de nuestros sentidos.
Durante siglos, la gente se ha esforzado
en dar sentido al viaje que describe
Parménides. La mayoría de las veces se
explica como un recurso literario, una
estrategia poética que empleó para dar
mayor autoridad a sus ideas. Se dice que los
personajes divinos sólo son símbolos de
su capacidad de razonamiento —era, al fin y
al cabo, un filósofo— y el viaje mismo
es una alegoría de su batalla para salir de la
oscuridad y llegar a la luz, de la
ignorancia a la iluminación intelectual.
Pero no es necesario esforzarse de esta
manera. Es agotador tener que explicar
que una cosa significa otra distinta, y
durante mucho tiempo nos hemos agotado
intentando eludir lo que tenemos
delante. Platón tenía buenas razones para matarlo
hace dos mil años; pero no tiene
sentido seguir matándolo ahora.
Y el hecho es que Parménides nunca se
describe a sí mismo saliendo de la
oscuridad camino de la luz. Si se sigue
lo que dice, se ve que iba justo en dirección
contraria.
A lo largo de toda la antigüedad, los
más destacados intérpretes —de oráculos, de
los auspicios de la existencia, de cómo
cantaban y volaban los pájaros— sabían que
la mayor parte de la interpretación
consistía no en interferir sino en mirar, escuchar y
ebookelo.com - Página 29
permitir que las cosas observadas
revelaran su significado.
Parménides no dice de entrada quiénes
son esas jóvenes que lo guían en su viaje.
Era un poeta demasiado bueno para
decirlo. Como los mejores poetas griegos
anteriores, sabía emplear la técnica
del suspense y la explicación gradual. Al final
dice quiénes son, pero no al principio.
Salieron a la luz para buscarlo y ahora
se lo llevan a otro sitio. Salieron de las
Moradas de la Noche y ya sabemos,
gracias a los grandes poetas griegos, dónde están
estas moradas. Están en las
profundidades, en los confines de la existencia, allí donde
el cielo y la tierra tienen sus raíces;
están en el Tártaro, el lugar al que incluso los
dioses temen ir.
Y lo llevan a las puertas a las que
acuden por turnos el Día y la Noche cuando
emergen para desplazarse por el mundo.
Sabemos gracias a esos mismos poetas
griegos dónde están esas puertas. Están
en lo más profundo de las profundidades,
justo en la entrada de la Morada de la
Noche. Las jóvenes se llevan consigo a
Parménides al lugar de donde proceden.
Y cuando el guardián abre las puertas
para dejarlos pasar, éstas se separan para
crear un abismo enorme. Los mismos
poetas griegos hablan del gran abismo que se
encuentra más allá de estas puertas. Es
el pozo del Tártaro, junto a la Morada de la
Noche.
Parménides escribe de una manera muy
simple y sutil. Utiliza de manera
deliberada imágenes y expresiones que
eran familiares a su público para poder evocar
toda una escena. Así escribían los
poetas en su época. No decían de entrada de qué
hablaban: no hacía falta. En su lugar,
empleaban insinuaciones. No hacía falta decir
«Esto es el Tártaro»; utilizaban
palabras y expresiones que habían empleado antes los
grandes poetas y su público los
entendía.
Eso no quiere decir que copiaran
exactamente lo que habían dicho poetas
anteriores. No era así, cada nueva
generación tenía que descubrir y describir la
realidad por sí misma. Pero los puntos
de referencia básicos eran siempre los mismos.
Cuando todo es explícito, el auditorio
se aburre. Cuando se le habla de manera
indirecta, a través de insinuaciones y
sugerencias, se está teniendo en cuenta su
inteligencia; eso es lo que querían, lo
que pedían. Así hablaba y escribía la gente en la
antigüedad. Era muy sutil y muy
sencillo.
Así pues, Parménides viaja a los
infiernos, a las regiones del Hades y del Tártaro,
allí de donde no regresa casi nadie. Y
en cuanto empieza a entenderse esto, todos los
detalles encajan en su sitio.
Parménides viajaba en dirección a su propia muerte de
manera consciente y voluntaria; y la única
manera de describirlo es empleando el
lenguaje del mito, porque el mito es
justamente el mundo de significado que hemos
dejado atrás.
Las yeguas que me llevan tan lejos como
el anhelo alcanza avanzaron,
después de venir a recogerme, hacia el
legendario camino de la divinidad que
ebookelo.com - Página 30
lleva al hombre que sabe a través de lo
desconocido vasto y oscuro. Y
adelante me llevaron, mientras las
yeguas, que sabían dónde ir, me llevaban y
tiraban del carro; y unas jóvenes
indicaban el camino. Y el eje de los cubos de
las ruedas silbaba, ardiendo con la
presión de las dos ruedas bien redondas,
una a cada lado, que veloces avanzaban;
las doncellas, hijas del Sol, que
habían abandonado las moradas de la
Noche hacia la luz, se apartaron los
velos de la cara con las manos.
Allí están las puertas de los caminos
de la Noche y del Día, bien sujetas en
su sitio entre el dintel superior y un
umbral de piedra; se elevan hasta los
cielos, cerradas con hojas gigantescas.
Y las llaves —que ahora abren, ahora
cierran— las custodia la Justicia, la
que siempre exige el pago exacto. Y con
dulces palabras seductoras, las jóvenes
astutamente la convencieron para que
retirara inmediatamente, para ellas, el
cerrojo que cierra las puertas. Y cuando
las hojas se abrieron —ahora una, luego
la otra—, haciendo girar en sus
goznes huecos como flautas los ejes de
bronce con sus remaches y clavos,
formaron una enorme abertura. Las
jóvenes siguieron adelante por el camino
con el carro y las yeguas.
Y la diosa me dio la bienvenida
amablemente, me cogió la mano derecha
entre las suyas y me dijo estas
palabras:
«Seas bienvenido, joven, compañero de
inmortales aurigas, que llegas a
nuestra casa con las yeguas que te
llevan. Porque no ha sido hado funesto el
que te ha hecho recorrer este camino,
tan alejado del transitado sendero de los
hombres, sino el derecho y la justicia.
Y es necesario que te enteres de todo:
tanto del
inalterado corazón de la persuasiva Verdad como de las opiniones de
los mortales, en las que no hay nada en
que confiar. Pero aprenderás también
esto: cómo las creencias basadas en
apariencias deben ser verosímiles
mientras recorren todo lo que es».
ebookelo.com - Página 31
Arránquese cualquier cosa de sus raíces
y, por supuesto, carecerá de vida.
En el sur de Italia se han encontrado
todo tipo de vasijas pintadas con figuras del
inframundo. Ahí está la Justicia, junto
con la reina de los muertos y el héroe que
puede llegar hasta ella.
Algunas veces, el héroe es Orfeo.
Orfeo, el mago que consiguió viajar gracias al
poder de su canto. En Italia, Orfeo no
era sólo una figura sentimental procedente de la
mitología, sino mucho más. Era el eje
de las tradiciones poéticas y místicas
relacionadas con los infiernos, y Elea
era un centro de estas tradiciones. Uno de los
poemas órficos más antiguos describía
cómo vive la Justicia con otros poderes de la
ley cósmica en la entrada de una gran
caverna: la caverna que es morada de la Noche.
Además, está el modo en que la diosa
saluda a Parménides. Lo recibe
«amablemente» —la palabra significa que
lo acoge de manera «favorable»,
«amable», «cálida»— y le da la mano
derecha. Nada era más importante que
encontrar una bienvenida amable y
favorable cuando uno descendía al mundo de los
muertos. La alternativa era la
aniquilación. Y allí, en el inframundo, la mano derecha
indica aceptación, favor. La mano
izquierda significa destrucción. Por este motivo los
textos órficos se escribían sobre oro y
eran enterrados con los iniciados en el sur de
Italia, para recordarles cómo seguir
por el camino derecho y asegurar que la reina de
los muertos los recibía «amablemente».
La palabra de los textos y la que emplea
Parménides es la misma.
Y para esta gente, igual que en el caso
de Heracles, todo consistía en encontrar su
propio vínculo con lo divino. En eso
consistía la iniciación: en averiguar de qué modo
está uno relacionado con el mundo de lo
divino, de qué modo pertenece, de qué modo
está uno en su terreno tanto aquí como
allí. Equivalía a ser adoptado, a convertirse en
hijo de los dioses. Para aquellas
gentes, lo fundamental era estar preparado antes de
morir, establecer la conexión entre
este mundo y aquél. En caso contrario, es
demasiado tarde.
Para la sabiduría, es una combinación
perfecta ocultarse en la muerte. Todo el
mundo huye de la muerte, de manera que
todo el mundo huye de la sabiduría, excepto
quienes están dispuestos a pagar el
precio e ir contra la corriente.
El viaje de Parménides lo lleva justo
en dirección contraria a todo lo que
valoramos, lo aleja de la vida tal como
la conocemos y lo conduce directamente hacia
lo que más tememos. Lo aparta de la
experiencia ordinaria, «el transitado sendero de
los hombres».
Allí no hay gente, nada familiar, no
hay pueblos, no hay ciudades, por mucho que
cueste aceptarlo, por fácil que sea
albergar el deseo de introducir algo de lo que ya
conocemos en las cosas que él dice.
Porque lo que describe son regiones que nos
resultan totalmente desconocidas.
Más adelante, explica en el poema que
la noche y la oscuridad equivalen a la
ignorancia. Podría parecer sorprendente
que Parménides viajara a las profundidades
de la ignorancia en busca de sabiduría
en lugar de ir hacia la luz. Pero, en griego, las
ebookelo.com - Página 36
palabras que significan «no saber»
también quieren decir «desconocido»; lo mismo
sucede con «ignorante» e «ignorado». La
ignorancia, para Parménides, equivale a la
ignorancia en la experiencia humana
común, con todas sus limitaciones. Es
ignorancia sencillamente porque se
ignora, la ignora la gente que huye de la muerte.
Y en lo que todo el mundo ignora, ahí
es donde está la sabiduría.
Morir antes de morir, dejar de vivir en
la superficie de uno mismo: a eso se refiere
Parménides. Exige un valor tremendo. El
viaje que describe cambia el cuerpo; altera
todas las células. En sentido
mitológico, es el viaje del héroe, de los grandes héroes
como Heracles u
Orfeo. Y, sin embargo, para entender de qué se trata, tenemos que
olvidar todos nuestros conceptos sobre
lo que significa ser un héroe. En la Italia de la
época de Parménides, la idea del héroe
era mucho más profunda.
Al principio de su poema, Parménides
menciona lo esencial para hacer el viaje: el
anhelo, la pasión o el deseo. Lo llevan
al lugar hacia el que se dirige, pero lo llevan
«tan lejos como el anhelo alcanza». Por
lo general, pensamos en los héroes como
guerreros,
luchadores. Y, sin embargo, lo que lleva a Parménides al lugar al que llega
no es la fuerza de voluntad; no es la
lucha o el esfuerzo. No tiene que hacer nada. Lo
llevan, lo conducen directamente al
lugar donde necesita ir. Y tampoco lo lleva el
anhelo: la fuerza de su anhelo sólo
determina hasta dónde puede llegar. Parece una
afirmación obvia, pero es una de las
cosas más difíciles de entender.
Nuestros anhelos pocas veces son gran
cosa. Apenas consisten en ir de un deseo a
otro; eso es todo. Nos dispersamos por
todas partes buscando una cosa u otra:
satisfacer nuestros deseos sin
satisfacernos a nosotros mismos. Y nunca podemos
estar satisfechos. Nuestro anhelo es
tan profundo, tan inmenso, que en este mundo de
apariencias nada puede sostenerlo o
contenerlo. Así que, en lugar de ello, lo
desguazamos, lo tiramos: queremos esto,
luego lo otro, hasta que somos viejos y
estamos agotados.
Parece fácil, todo el mundo lo hace.
Pero es difícil huir del vacío que todos
sentimos dentro, de la heroica tarea de
encontrar sucedáneos para llenar el vacío.
Y la otra manera es muy fácil, pero
parece difícil. Es sólo un asunto de saber dar
la vuelta y hacer frente a nuestros
deseos sin interferir en ellos ni hacer nada. Y esto
va contra la tendencia de todas
nuestras costumbres, porque se nos ha enseñado en
muchos sentidos a escapar de nosotros
mismos, a encontrar miles de buenas razones
para desoír nuestros anhelos.
Algunas veces aparece como depresión,
que nos aleja de todo aquello que
creemos que queremos y nos hunde en la
oscuridad de nosotros mismos. La voz es
tan familiar que huimos de ella de
todas las maneras que sabemos: cuanto más fuerte
es la llamada,
más lejos corremos. Tiene la capacidad de enloquecernos y, sin
embargo, es muy inocente: es nuestra
propia voz que nos llama. Lo raro es que el
aspecto negativo no está en la
depresión, sino en esa huida de la depresión. Y aquello
a lo que tenemos miedo, en realidad, no
es lo que nos da miedo.
Siempre queremos aprender del exterior,
absorbiendo el conocimiento de los
ebookelo.com - Página 37
demás. Así es más seguro. El problema
es que en este caso se trata siempre de un
conocimiento
ajeno. Ya tenemos todo lo que necesitamos saber en la oscuridad de
nuestro interior. El anhelo es lo que
nos da la vuelta hasta que encontramos el sol, la
luna y las
estrellas en nuestro interior.
Las doncellas que guían a Parménides en
su viaje al inframundo son las hijas del
Sol.
Parece extraño, una paradoja. Para
nosotros, el sol está en lo alto, rodeado de luz,
no tiene nada que ver con la oscuridad
o la muerte. Pero eso no es así porque ahora
seamos más sabios o porque hayamos
conseguido dejar atrás el mundo del mito; eso
sería tan fácil como dejar atrás
nuestra propia muerte. El motivo de que nos suene
extraño es porque hemos perdido todo
contacto con el inframundo.
El inframundo no es sólo un lugar de
oscuridad y muerte. Lo parece sólo desde
lejos. En realidad, es el lugar supremo
de la paradoja, allí donde se encuentran todos
los opuestos. En las raíces mismas de
la mitología oriental y occidental se halla la
idea de que el sol sale del inframundo
y vuelve a él todas las noches. Pertenece al
inframundo, allí es donde tiene su
hogar, de ahí vienen sus hijos. La fuente de la luz
mora en la oscuridad.
Todo esto se
comprendía sin dificultad en la Italia meridional. Surgió toda una
mitología italiana en torno a la figura
del dios sol, llevado en su carro por los caballos
que lo sacan del inframundo antes de
volverlo a llevar de vuelta. También era así en
Elea. Y, para
algunos hombres y mujeres conocidos como pitagóricos —personas que
se habían reunido en torno a Pitágoras
cuando llegó al sur de Italia, procedente de
Oriente—, las mismas ideas constituían
una tradición básica. Estas personas estaban
familiarizadas con las tradiciones
órficas, acostumbradas a ellas. Heracles era su
héroe.
Los pitagóricos tendían a vivir cerca
de las regiones volcánicas. Para ellos tenía
un significado especial ya que
consideraban que el fuego volcánico era la luz de la
más profunda oscuridad. Era el fuego
del infierno, pero también el fuego del que
deriva toda la luz que conocemos. Para
ellos, la luz del sol, la luna y las estrellas eran
sólo reflejos, retoños del fuego
invisible del inframundo. Y entendían que no se
puede subir sin bajar, no hay cielo sin
pasar por el infierno. Para ellos el fuego del
inframundo purificaba, transformaba,
inmortalizaba. Todo formaba parte de un
proceso sin atajos. Todo tenía que
experimentarse, había que pasar por todo; y
encontrar la claridad implicaba hacer
frente a la más absoluta oscuridad.
Todo esto es
mucho más que una cuestión de mitología. En teoría, creemos que
cada amanecer trae consigo un nuevo
día, pero en la práctica nunca vemos lo que eso
significa. En lo más profundo, todos
estamos de acuerdo en buscar la luz en la luz y
evitar todo lo demás: rechazar la
oscuridad, las profundidades. Aquellas gentes se
dieron cuenta de que hay algo muy
importante escondido en las profundidades. Para
ellos no era sólo una cuestión de hacer
frente a un poco de oscuridad en su interior, de
sumergir los pies en sus sentimientos,
remar en el estanque de sus emociones e
ebookelo.com - Página 38
AMOS DE LOS SUEÑOS
Con frecuencia las palabras sólo son
palabras. Otras veces, no: algunas veces poseen
la capacidad de abrir todo un mundo,
dar realidad a cosas que siempre han estado
suspendidas en el horizonte de nuestra
conciencia, fuera de nuestro alcance.
Las tres inscripciones en griego que
Sestieri descubrió en Elea mencionan una
palabra que no se ha encontrado en
ningún otro lugar del mundo. Sólo se había
encontrado antes en una ocasión. Un
abogado italiano, investigador curioso, la
encontró un día escrita, en su forma
latina, en una piedra de Elea y lo publicó como
divertimento en 1832. Y no mucho
después de los tres descubrimientos de Sestieri se
encontraron tallados en una gran pieza
de mármol los restos semiborrados de otra
inscripción latina con la misma
palabra. El texto estaba tan fragmentado y borrado
que era casi la
única palabra que se podía leer.
Por lo demás, no se vuelve a ver en
toda la literatura griega ni latina. La palabra
es phôlarchos.
La palabra bien puede ser única,
desconocida fuera de Elea, lo que no quiere decir
que no se entienda. Pero los estudiosos
son seres extraños y, cuando se encuentran
con nuevas pruebas, prefieren sumar uno
y uno y obtener uno y medio; después pasan
años discutiendo sobre lo que le pasó a
la mitad que falta. La mitad que falta es la
capacidad de mirar y escuchar, de
seguir las pruebas hasta donde vayan, por
desconocidas que resulten.
Phôlarchos es una combinación de dos palabras, phôleos y
archos. Archos
significa señor, jefe, la persona que
dirige. Pero la parte inusual es la primera.
Un phôleos
es la guarida en donde se esconden los
animales, un cubil. Muchas
veces se trata de una caverna. Todos
los otros sentidos de la palabra derivan de éste.
Los diccionarios de griego clásico
dicen que, algunas veces, podría usarse, tal como
era de esperar, para referirse a
«guaridas» donde se desarrolla actividad humana. Pero
eso es poco más que jerga coloquial: no
tiene la menor importancia en relación con
los títulos de las inscripciones
talladas.
También dicen que podría utilizarse
como nombre de lugares especiales en una
casa o un templo, puntos de encuentro
de grupos religiosos. Eso parece mucho más
adecuado, pero no basta. El problema
reside en que estos diccionarios se compilaron
en una época en la que la lengua casi
se estaba muriendo. Con frecuencia la gente que
los escribía se limitaba a adivinar, a
avanzar a tientas. En este aspecto, no hay
respuestas, sólo indicios.
En toda la historia de la lengua
griega, desde los primeros tiempos al habla actual,
phôleos siempre
tiene el mismo significado básico: es un lugar en el que se refugian
los animales, donde se quedan
agazapados, quietos, casi sin respirar. Allí duermen,
permanecen en un estado similar al
sueño o hibernan.
ebookelo.com - Página 43
Por este motivo, las expresiones como
«estar en una guarida» o «yacer en una
guarida» —phôleia y
phôleuein eran las palabras en griego antiguo— llegaron a
significar «encontrarse en un estado de
muerte aparente». Podían utilizarse para
describir a una mujer del sur de
Anatolia que se sumía en estados de hibernación que
duraban meses. Sólo se sabía que estaba
viva porque respiraba. Y los primeros
médicos utilizaban estas palabras para
describir el estado de muerte aparente cuando
el pulso es tan débil que apenas se
encuentra.
Así pues, los hombres llamados phôlarchos que aparecen mencionados en esas
inscripciones de Elea estaban
encargados de la guarida, de un lugar de muerte
aparente. Eso no tiene mucho sentido,
ni siquiera parece que merezca la pena intentar
dárselo; pero sí lo tiene. Y no hace
falta mirar muy lejos para ver qué quiere decir. La
respuesta está en las Inscripciones
mismas.
Estos hombres llamados phôlarchos eran sanadores, y la curación, en el mundo
clásico, tenía mucho que ver con los
estados de muerte aparente. Todo estaba ligado
con una palabra de toscas resonancias:
incubación.
Incubar es, simplemente, yacer en un
lugar. Pero la palabra tenía un significado
muy especial. Antes de que se creara lo
que ahora se conoce como medicina
«racional» en Occidente, la curación
estaba siempre relacionada con lo divino. Si la
gente estaba enferma, era normal ir a
los santuarios de los dioses o de los grandes
seres que antes habían sido humanos
pero ahora eran algo más: los héroes. Y
acostarse allí.
La gente se acostaba en un recinto
cerrado, que muchas veces era una caverna. Y
se quedaba dormida y soñaba o bien
entraba en un estado que, según las
descripciones, no era sueño ni vigilia,
hasta que terminaba por tener una visión:
algunas veces la visión o el sueño los
enfrentaba con el dios, la diosa o el héroe, y así
se producía la curación. En aquellos
tiempos la gente se curaba así.
Lo importante era no hacer nada. El
momento culminante se producía cuando el
enfermo no se debatía ni hacía ningún
esfuerzo, sólo tenía que rendirse a su
condición. Se acostaba como si
estuviera muerto: aguardaba sin comer ni moverse,
algunas veces durante varios días
seguidos. Y se aguardaba a que la curación llegara
de otro lugar, de otro nivel de
conciencia y de existencia.
Pero esto no quiere decir que se dejara
solo al enfermo, ya que había personas
encargadas del lugar, sacerdotes que
comprendían el funcionamiento del proceso y
sabían supervisarlo, que sabían cómo
ayudar al yaciente a comprender lo que
necesitaba saber sin que ello
interfiriera en el proceso mismo.
Todavía tenemos sacerdotes, pero ahora
pertenecen a una religión distinta. Bajo la
superficie de la retórica y la
persuasión, no hay gran diferencia entre la ciencia
moderna y la antigua magia. Pero como
ya no sabemos cómo encontrar el acceso a lo
que está más allá de nuestra conciencia
diurna, tenemos que tomar anestésicos y
drogas. Y como ya no comprendemos a los
poderes que nos superan, se nos niega el
significado de nuestro sufrimiento. De
esta manera, sufrimos como cargas, morimos
ebookelo.com - Página 44
como estadísticas.
Las semejanzas entre yacer en una
guarida como un animal y yacer en un
santuario para incubar son obvias y no
hace falta especular si los griegos las
percibían: sabemos que sí. Hace dos mil
años, un hombre llamado Estrabón escribió
un párrafo describiendo el paisaje de
la Anatolia occidental. Hablaba de una zona
situada al sur de Focea, en una región
llamada Caria, donde él había vivido y
estudiado.
Y en el párrafo describe una famosa
caverna de la zona conocida con el nombre
de caronium o
entrada al inframundo. Junto a ella había un templo dedicado a los
dioses del inframundo: a Plutón —uno de
los nombres de Hades— y a su mujer
Perséfone, a la que con frecuencia se
aludía como «la doncella». En griego era
costumbre no mencionar por su nombre a
las divinidades de los infiernos.
En el camino que lleva de Trales a Nisa
existe un pueblo que pertenece a
la gente de Nisa. Y allí, no lejos de
la ciudad de Acaraca, se encuentra el
plutonium,
la entrada a los infiernos. Hay allí un lugar sagrado, muy bien
preparado, y un templo a Plutón y a la
Doncella. Y el caronium es una
caverna situada justo encima del lugar.
Éste es extraordinario. Dicen que la
gente que enferma y está dispuesta a
someterse a los métodos de sanación que
ofrecen esas dos divinidades va allí y
vive durante un tiempo en el pueblo
junto con los más experimentados
sacerdotes. Y estos sacerdotes se acuestan y
duermen en la cueva para el bien de los
enfermos, y luego les prescriben
tratamientos basados en los sueños que
reciben. Estos mismos hombres son
los que invocan el poder sanador de los
dioses.
Pero con frecuencia conducen a los
enfermos mismos a la cueva, los
colocan y los dejan allí en total
quietud (hêsychia),
sin comida durante varios
días, como si fueran animales en su
guarida (phôleos).
Y algunas veces
quienes están enfermos tienen sus
propios sueños, sueños que toman muy en
serio. Y, sin
embargo, todavía entonces confían en que los otros, como
sacerdotes, desempeñen el papel de
guías y consejeros y los introduzcan en
los misterios. Para cualquier otra
persona el lugar es un territorio prohibido y
mortal.
Todos los detalles del relato tienen su
importancia. Pero basta con tomar nota de
la incubación en una caverna, de los
sueños, del estado de total inmovilidad, y del
hecho de que en esa caverna de Caria se
describe a los enfermos yaciendo durante
días seguidos «como animales en su
guarida».
Y hay sacerdotes que los guían durante
el proceso; muchas veces se quedan en un
segundo plano, pero siempre supervisan
con firmeza: son los amos de los sueños,
señores de la guarida.
ebookelo.com - Página 45
DIOSA
Parménides no dice quién es ella.
Al principio de su poema, describe cómo
lo llevan por el «camino de la
divinidad» y, cuando se lee el original
griego, aparece una leve insinuación de que se
trata de una divinidad femenina, la más
leve sugerencia, eso es todo. Sería incluso
difícil explicar de qué manera
Parménides usaba la ambigüedad del lenguaje para
decir y no decir al mismo tiempo. Pero
así escribía Parménides.
Y cuando, por fin, la encuentra, se
limita a llamarla «diosa». Se han dado las más
extrañas explicaciones de por qué es
así, todo tipo de aclaraciones sobre quién es.
Algunos afirman que Parménides no da su
nombre porque, en realidad, no es una
diosa, sino una abstracción filosófica.
Otros dicen que tiene que ser la Justicia; o que
es el Día o la Noche.
Pero no es ninguna de estas cosas. La
Justicia es su guardiana y, cuando, en el
poema, la diosa habla del Día y de la
Noche dice que son dos opuestos ilusorios en un
mundo de engaño. Nadie habla así de sí
mismo.
Es una situación muy vieja, que se
repite una y otra vez cuando examinamos
nuestra historia. Tenemos delante las
respuestas a nuestras preguntas, pero preferimos
mirar hacia otro lado, hacia cualquier
lado.
Parménides ha llegado al inframundo,
hasta la diosa que vive en los reinos de los
muertos. Los griegos la llamaban
Perséfone.
Parménides llega a su morada, que se
encuentra tras las puertas de la Noche y el
Día, junto al inmenso abismo del
Tártaro y las moradas de la Noche. Los grandes
poetas griegos conocían muy bien el
nombre de la diosa que mora en los infiernos. Al
otro lado de las puertas que usan la
Noche y el Día, junto al abismo del Tártaro y las
moradas de la Noche está el mundo de
Hades y su mujer: Perséfone.
La diosa que da una bienvenida tan
calurosa a Heracles, cuando éste desciende
como iniciado a los infiernos, es
Perséfone. Y en las representaciones de ésta, hechas
durante la vida de Parménides, se puede
ver exactamente cómo lo saluda. Da la
bienvenida a Heracles a su morada
extendiendo la mano derecha y ofreciéndosela.
Cuando Orfeo utiliza los conjuros de
Apolo para abrirse paso hasta el mundo de
los muertos, la encuentra a ella. En
las vasijas del sur de Italia en las que aparece la
reina de los muertos saludándolo
mientras la figura de la Justicia permanece en un
segundo plano, es Perséfone quien lo
saluda. Y en los textos órficos escritos sobre oro
para los iniciados, la diosa que se
espera que los reciba «amablemente», como la
diosa de Parménides, es Perséfone.
El que Parménides no mencione su nombre
podría parecer un obstáculo para
comprender quién
es. Y, sin embargo, no es así.
Había buenos motivos para no mencionar
a los dioses o a las diosas por su
ebookelo.com - Página 51
nombre. En
Atenas, «la diosa» era Atenea. Todo el mundo sabía quién era.
Estaba muy claro por el contexto: no
había ambigüedad ni riesgo de confusión.
Pero éste es sólo un aspecto menor del
asunto. Para los griegos, y no sólo para los
griegos, un nombre era poder. El nombre
de un dios es el poder del dios. No se
invoca una divinidad en vano. Y existía
también la sensación de que el poder divino
es una inmensidad —o una cercanía— que
escapa a los límites de cualquier nombre
concebible.
Esto se aplicaba, sobre todo, a los
dioses de los infiernos. La gente no hablaba de
ellos, su naturaleza es un misterio.
Es una cosa extraña porque cuanto más
se habla de ellos, menos se dice.
Pertenecen a otra dimensión, no a ésta,
y lo que aquí es silencio, allí es lenguaje.
Aquí sus palabras son sólo un oráculo o
un acertijo, y aquí su sonrisa parece triste.
Es posible entrar en esta dimensión,
pasar por la muerte mientras se está vivo.
Pero después no se habla mucho. Lo que
se ve está envuelto en un sudario de
silencio. Algunas cosas no deben
decirse. Y cuando se habla, las palabras son
distintas porque vienen de la muerte,
como chispas que tienen su origen en el fuego.
Además, lo que se dice tiene cierto
poder, pero no se debe a que las palabras
signifiquen algo más o señalen hacia
algún sitio. Tiene poder porque contienen en su
interior su significado y su sentido.
Era normal no dar nombre a los dioses o
diosas de los infiernos, en mayor medida
que a otras divinidades. Así pues, el
silencio era deliberado. Se aceptaba cualquier
riesgo de confusión como parte del
misterio; la ambigüedad era inevitable. Las cosas
se dejaban oscuras de la misma manera
que Parménides no aclara la identidad de su
diosa.
Y en todo el mundo griego existía una
divinidad concreta a la que nunca se le
daba nombre, pero sobre todo en el sur
de Italia y en las regiones del entorno de Elea.
En el lenguaje común, en la poesía, en
las afirmaciones de los oráculos, era normal
referirse a la diosa de los muertos
llamándola simplemente «la diosa».
Incluso cuando en la misma ciudad se
adoraba a otras diosas importantes y era
fácil confundirse, Perséfone seguía
recibiendo el nombre de «la diosa». Con eso
bastaba.
Así pues, no sólo queda claro de qué
diosa se trata a partir de los detalles del viaje
de Parménides: también queda claro,
precisamente, por la falta de claridad.
Perséfone era una divinidad importante
en Elea. Los centros dedicados a la
adoración de Perséfone no tenían por
qué llamar la atención. No se hablaba de ellos a
gritos; otras divinidades se ocupaban
de las actividades diarias de las ciudades y
poblaciones, de su existencia exterior
y política.
La adoración de Perséfone estaba, sobre
todo, en manos de mujeres. Y las
mujeres apenas escribían. Algunas
veces, los templos erigidos en su honor y en el de
ebookelo.com - Página 52
su madre, Deméter, no se mencionan en
ningún documento o crónica del mundo
clásico. Nadie sabe nada de su
existencia hasta que se encuentran restos en algún
lugar, dentro de alguna población
famosa o en sus proximidades.
Hace más de doscientos años, en el s. XVIII, un barón del sur de Italia encontró
una inscripción antigua en un terreno
que resultó ser el emplazamiento de la antigua
Elea. Se lo llevó a su casa: «che tengo in mía casa». La inscripción estaba escrita en
latín, con palabras griegas sueltas
dispersas alrededor. Describía una dedicatoria
formal de la gente de la ciudad a
Perséfone.
En el s. XIX los
grandes eruditos de la Europa occidental no fueron capaces de dar
con la inscripción. En su opinión, las
palabras griegas mezcladas con el latín eran
prueba de que se trataba de una
falsificación, de manera que rechazaron al barón
como falsificador o mentiroso. No era
ninguna de las dos cosas.
A lo largo del tiempo, el idioma que
acostumbraban a usar los habitantes de Elea
había ido cambiando del griego al
latín; pero, a pesar de ello, siguieron usando
palabras griegas en sus inscripciones
latinas. De acuerdo con los criterios modernos,
eran personas tremendamente
conservadoras, como en tantos otros asentamientos
griegos en Italia. Sentían un gran
apego por sus antiguas palabras y tradiciones.
También empezaron
a emerger otras señales de la importancia de Perséfone en
Elea. Se encontró un bloque de piedra
grabado con una dedicatoria: sólo su nombre y
el de su esposo tallados en griego en
la piedra. Y se excavó una zona consagrada a la
adoración que Perséfone compartía con
su madre, Deméter, en un campo situado a
medio camino
entre Elea-Velia y Posidonia —ciudad inmersa en la adoración de
Perséfone—, la misma Posidonia de donde
procedía el desconocido que en una
ocasión explicara a los foceos cómo
debían interpretar el oráculo de Apolo.
Y, además, existe
un testimonio que se ha conocido durante siglos: el de Roma.
Hace dos mil años, los escritores
romanos describieron el gran templo que se había
erigido en honor de Deméter y Perséfone
en una época anterior a la suya, cuando
Parménides todavía era joven. Indicaron
con orgullo el hecho de que el templo se
había diseñado siguiendo los modelos
griegos. Y explicaron que, desde el principio,
lo custodiaron unas sacerdotisas
griegas dedicadas a las diosas y formadas
especialmente para aquella tarea y a
las que, generación tras generación, enviaban a
Roma desde Elea.
Sucedió lo mismo que con las
inscripciones de los sanadores llamados Oulis, los
sacerdotes de Apolo: las pruebas
posteriores apuntaban a tradiciones más tempranas,
de las que los separaban quinientos
años. El templo se había construido al principio
del s. V
a. d. C., cuando la sociedad romana en
expansión era extremadamente abierta
a las tradiciones religiosas de los
viajeros y vecinos griegos. Pero estaba
especialmente abierta a un grupo de
griegos en particular con el que los romanos se
alegraban de tratar: los exploradores y
colonos de Focea. La gente de Focea —y
luego la de Elea y Marsella— era
poderosa en una época en que Roma todavía era
muy joven.
ebookelo.com - Página 53
Pero en la época de Parménides las
cosas eran muy distintas. Entonces, las palabras
de un filósofo eran palabras poderosas.
No eran palabras que buscaran significado,
sino palabras que contenían su propio
significado.
Algunos filósofos dejaban la situación
bastante clara: explicaban cómo las
palabras de sus poemas eran semillas
que había que absorber para que pudieran
crecer y transformar la naturaleza del
oyente, dar pie a una conciencia distinta. Y
bastaban un par de esas palabras
susurradas al oído para detenerte en seco y
cambiarte la vida para siempre.
Durante largo tiempo, estos poemas han
fascinado a la gente: se siente atraída por
los fragmentos que todavía quedan.
Intentan racionalizarlos y, cuando es necesario,
deciden cambiar su significado aquí o
allá para darles un sentido más aceptable.
Y, sin embargo,
no advierten la fuente de la fascinación. Estos poemas son textos
mágicos. Sus escritores eran magos y
brujos.
Podría parecer que hay un problema muy
difícil para dar sentido al modo en que
Parménides habla de su viaje. El hecho
es que, ya en el principio del poema, se
describe como «hombre que sabe»,
incluso antes de llegar hasta la diosa o recibir el
conocimiento que ella tiene que darle.
Si ya sabe antes de hacer el viaje, no hay
motivo para que lo haga.
En cuanto se entiende lo que dice y lo
que hace, la respuesta al problema es bien
sencilla. Como «hombre que sabe», es un
iniciado, alguien capaz de entrar en otro
mundo, de morir antes de morir. Y el
conocimiento de cómo hacerlo es lo que lo lleva
hasta la sabiduría que da Perséfone.
Sucede exactamente lo mismo que en otro
caso de descenso al mundo de los
muertos: el famoso descenso de Orfeo.
En una ocasión, un fino erudito explicó
exactamente la situación de Orfeo: «No
necesita pedir a las divinidades de los
infiernos un conocimiento que ya posee
porque, en primer lugar, es precisamente este
conocimiento lo que le ha permitido
viajar a su mundo». Y el conocimiento de Orfeo
era el conocimiento del iniciado en la
magia, en el poder mágico de las palabras, en la
poesía que «tiene un efecto capaz de
llegar incluso al mundo de los muertos».
Las palabras de Parménides no son
teóricas ni pretenden propiciar un debate. Es
un lenguaje que consigue lo que dice. Y
su uso de la repetición no puede achacarse a
la mala poesía; no es descuidado ni
propio de aficionado. Por el contrario, demuestra
de forma directa y tangible lo que,
según se creía, Orfeo había realizado en un mito.
Porque es su canto.
Para nosotros, un canto y una carretera
son cosas muy distintas. Pero en el
ebookelo.com - Página 65
lenguaje de la antigua poesía épica
griega, las palabras para «camino» y «canto»,
oimos y
oimê son
casi idénticas. Están relacionadas, tienen el mismo origen.
En su origen, el canto del poeta era
sencillamente un viaje a otro mundo: un
mundo en el que pasado y futuro son tan
accesibles y reales como el presente. Y su
viaje era su canto. En aquellos
tiempos, el poeta era un mago, un chamán.
La técnica mágica de Parménides sin
duda está relacionada con la mitología de
Orfeo y con los orígenes chamánicos de
la tradición órfica en las regiones más
septentrionales y orientales de Grecia.
Pero también hace referencia a lo que durante
largo tiempo los historiadores han
considerado las raíces mismas de la poesía épica
griega: sus raíces en el lenguaje de
los chamanes.
Las palabras que utilizan los chamanes
mientras entran en el estado de éxtasis
evocan las cosas de las que hablan. Los
poemas que cantan no sólo describen sus
viajes; propician que estos viajes se
produzcan.
Y los chamanes siempre han utilizado la
repetición como herramienta evidente
para invocar una conciencia muy
distinta de nuestra conciencia ordinaria: una
conciencia en la que algo más empieza a
mostrarse. La repetición es lo que los lleva a
otro mundo, lejos de las cosas que
conocemos.
En cierto sentido, quienes han advertido
la repetición de palabras de Parménides y
la han rechazado, considerándola torpe
o ingenua, se han equivocado por completo.
Pero en otro sentido tienen toda la
razón al decir eso.
En el mundo moderno, la repetición y la
inocencia van de la mano. La
sofisticación es la virtud más elevada:
la búsqueda de la variedad interminable, de las
maneras de dispersar nuestros anhelos
en entretenimientos y distracciones, en cosas
distintas que
hacer y decir. Incluso los intentos que hacemos por mejorar, ser más
sabios o más interesantes o tener más
éxito son sólo métodos para huir corriendo del
vacío que todos sentimos dentro.
Así pues, lo entendemos todo al revés y
confundimos la sofisticación con la
madurez, y casi no nos damos cuenta de
que no hay nada más repetitivo que el deseo
de variedad.
Es necesaria una tremenda
concentración, una inmensa intensidad para romper la
pared de apariencias que nos rodea y
que tomamos por realidad. La mayoría de la
gente pinta esa pared de distintos
colores y piensa que es libre. Pero lo extraordinario
es que lo más importante que
necesitamos para ser libres está ya dentro de nosotros:
nuestro anhelo. Y la voz de nuestro
anhelo es la repetición, que llama insistentemente
a lo que está más allá de todo lo que
conocemos o entendemos.
Para empezar, puede parecer un desafío
no dejarse distraer ni dejarse llevar a
diestro y siniestro, sino seguir una
línea de total simplicidad que puede conducirnos a
otro mundo. Las apariencias parecen
dirigidas contra nosotros, y para asirnos sólo
tenemos la repetición insistente de
nuestro anhelo. Pero después sucede algo muy
ebookelo.com - Página 66
sutil.
Cuando uno empieza a ser arrastrado más
allá de las apariencias, empieza a tocar
la esencia de la existencia, a
descubrir otra realidad tras los bastidores. Y no puede
seguir juzgando las cosas por su
aspecto.
Empieza a ver los principios
subyacentes tras los acontecimientos, las pautas
básicas que se repiten una y otra vez,
y la repetición empieza a mostrarse en todo. Las
apariencias, en lugar de ser un
obstáculo, ayudan en el viaje. Y todo empieza a hablar
con la voz del anhelo.
Por este motivo, la repetición en el
relato que hace Parménides de su viaje pronto
se extiende a todos los detalles que
describe. Al principio, sólo se trata del modo en
que lo llevan y siguen llevando «tan
lejos como el anhelo alcanza». Pero después
empieza a explicar que cada uno de los
objetos que encuentra en su viaje está bien
sujeto; y en todos los movimientos
sigue viendo el mismo patrón de vueltas en un
círculo. Las ruedas del carro giran en
torno a un eje, las puertas giran sobre sus
goznes cuando se abren para dar paso a
los infiernos.
Todo se hace cada
vez más simple —menos único, un eco de otra cosa— hasta
que, gradualmente, se ve adónde lleva
esta repetición de los detalles. Todas las cosas
que existen quedan reducidas a una
pequeña parte del modelo creado por el juego
entre la noche y el día, la luz y la
oscuridad. Porque estos opuestos fundamentales,
como explicará Parménides más tarde, se
repiten interminablemente en distintas
combinaciones para producir el universo
en el que creemos vivir.
Se ha advertido con frecuencia el modo
en que Parménides reduce las apariencias
a los opuestos básicos de la luz y la
oscuridad, la noche y el día. Pero esta reducción
no es una teoría filosófica, es el
resultado de viajar tras las apariencias en dirección a
lo que, para los antiguos griegos, son
las raíces de la existencia: hacia la oscuridad de
la que procede la luz, donde todo se
mezcla con su opuesto.
Y todo esto es muy práctico, muy real.
Eso es lo que sucede cuando, en lugar de
intentar huir de la repetición, se
tiene el valor de hacerle frente y pasar por ella. Se
llega a algo que está más allá de
cualquier tipo de repetición porque está inmóvil y es
eterno.
Algunas cosas tienen más importancia de
lo que creemos, pero podemos
encontrar miles de razones para
despreciarlas.
Por lo general, estamos tan llenos de
ideas y de opiniones, de miedos y
esperanzas que apenas podemos oír nada
más que el ruido de nuestros pensamientos;
y así sucede que pasamos por alto las
cosas más importantes. O, incluso peor, las
pasamos por alto porque nos parecen
insignificantes. No carece de importancia el
hecho de que no se permitiera a la gente
escuchar las enseñanzas de Pitágoras hasta
que habían sido capaces de guardar
silencio durante años.
Hay un simple detalle en el relato que
hace Parménides de su viaje a los infiernos
ebookelo.com - Página 67
llevaba al inframundo, lo dice abiertamente.
Explica que después de que una persona
entre en contacto con el origen de este
sonido «su corazón ya no se puede
desgarrar porque no es posible separarlo».
Hay un punto clave para comprender la
fórmula de la inmortalidad.
Se trata de la aproximación al sol del
iniciado. El sol es su dios, su «dios de
dioses». A través del sol nace de nuevo
y, para que eso suceda, tiene que viajar por el
camino del sol mismo. Uno de sus
nombres en los misterios era «mensajero del sol».
Ésa era casi la última etapa de la
iniciación y era el nombre que se daba a quien es
capaz de montar en el carro del sol.
Así pues, no es sorprendente
encontrarse con que producir el sonido de una syrinx
también tiene una
relación muy especial con el sol. Y, sin embargo, la nitidez de los
detalles en la fórmula que ayuda a
explicar el vínculo es sorprendente, ya que se
ofrece al iniciado una imagen en la que
al sol le cuelga un tubo. Pero, en realidad, no
es un tubo normal, sino una flauta.
Esta relación entre el sol y las
flautas no es única en absoluto. Se ve mencionada
también en otros textos latinos y
griegos; un himno órfico incluso da al sol el título de
syriktês,
el flautista. Y no cuesta mucho ver como todo está relacionado con el relato
que hizo Parménides de su viaje, el
sonido persistente de la flauta mientras lo guían
por el camino del sol, en el carro del
sol, las hijas del Sol.
Los textos que mencionan estas cosas se
escribieron en los siglos posteriores a
Cristo, sin duda, mucho después de
Parménides. Pero este tipo de tradición no viene y
se va en un día. Los escritos en
papiros como el ejemplo que ahora está en París se
encontraron en el
mismo país en que se hicieron: Egipto. Y, sin embargo, no eran
documentos originales, sino copias de
copias. En ellos aparecen mezcladas distintas
ideas y prácticas, combinadas unas con
otras; y hay toda una historia sobre las
tradiciones que contienen.
Algunas ideas son egipcias, pero
también hay detalles reveladores que se
remontan a cientos de años atrás y apuntan
a un período y una zona concretos del
mundo clásico, a Italia y Sicilia en el
s. V a. d. C. Todavía pueden seguirse a grandes
rasgos los viajes que hicieron en otro
tiempo aquellas tradiciones mágicas y místicas,
en una época en que los griegos empezaban
a dejar las ciudades que habían creado en
Occidente para emigrar y crear nuevos
centros de cultura en Egipto.
En cuanto a los vínculos entre el sol y
el sonido de las flautas, los datos
elementales son muy simples.
Dispersas por diversos párrafos en los
papiros mágicos relacionados con la
iniciación en los misterios del sol se
encuentran referencias a Apolo y a una serpiente
enorme, y al poder mágico del siseo de
la serpiente. Hace cien años, una de las
primeras personas de los tiempos
modernos en estudiar los papiros ya percibió lo
esencial. Se dio cuenta de que estas
referencias apuntaban a tradiciones antiguas de
ebookelo.com - Página 70
Delfos: tradiciones sobre la pelea de
Apolo con la serpiente de la profecía que
guardaba el oráculo de los poderes de
la tierra y la noche junto a un abismo que se
abría a los infiernos.
Pero también se dio cuenta de que
encajan muy estrechamente con formas de las
tradiciones délficas mejor conocidas en
el sur de Italia.
Es fácil dar por hecho que el mito
délfico de Apolo luchando con la serpiente es
un caso claro de batalla entre
opuestos, en la que Apolo aparece como dios celestial
venciendo a los poderes de la tierra y
la oscuridad. Pero primero es necesario
comprender algo.
Junto con la intimidad de los vínculos
de Apolo con los infiernos, hay otro
aspecto de él que también se ha
relegado a la oscuridad. Se trata de su conexión con
las serpientes. En el ritual y en el
arte, se le consagraban las serpientes. Incluso en el
caso del mito de la serpiente contra la
que luchó y que mató en Delfos, no la destruyó
para quitarla de en medio. Por el
contrario, sus restos fueron enterrados en el mismo
centro del santuario de Apolo. Éste la
mató para absorber los poderes proféticos que
representa la serpiente, para
apoderarse de ellos.
Lo mismo sucedía en otros lugares. En
Roma, Apolo era conocido por acercarse a
la gente que iba a visitar su gran
santuario dedicado a la incubación apareciéndose en
plena noche bajo la forma de una
serpiente. Eso puede parecer inusual hasta que uno
se da cuenta de lo normal que era para
los griegos describirlo bajo la forma de
serpiente.
Y era perfectamente natural que se
repitiera la misma pauta en Asclepio, hijo de
Apolo, cuando —en los siglos después de
Parménides— fue apoderándose poco a
poco de los poderes sanadores que
pertenecían a su padre. Asclepio se aparecía,
seguido de serpientes siseantes, a la
gente que se le acercaba; o bien adoptaba la
forma de una serpiente. El siseo, syrigmos,
era el sonido de su presencia.
Ha habido estudiosos tan empeñados en
presentar a Asclepio tan solo como un
dios afable y delicado que cuando han
tenido que traducir las palabras que describen
esta vertiente suya se las han saltado.
Pero los textos antiguos están bastante claros.
Si la gente no estuviera ya
acostumbrada al sonido de su presencia, mientras estaba
acostada y dormida o en el estado que
no es sueño ni vigilia, se horrorizaría, como al
oír el sonido de la naturaleza salvaje
embravecida cuando uno está solo.
El oráculo de Delfos era el principal
centro de adoración a Apolo entre los
griegos.
Se consideraba el ombligo del mundo. En
los días en que los griegos navegaban
por el oeste para crear nuevas colonias
en Italia, dependían del oráculo —y de sus
tradiciones— para tomar decisiones
sobre su vida y su futuro.
ebookelo.com - Página 71
En todos los grandes festivales
délficos, el combate de Apolo con la serpiente se
dramatizaba y se le ponía música. El
drama se convirtió en una parte crucial de la
iniciación a los misterios de Apolo, no
sólo en Delfos, sino también en todo el resto
del mundo griego. Y no era un secreto
que cuando Apolo mató a la serpiente no era
más que un niño, un kouros; o que el iniciado que representaba su papel tenía
que ser
también un kouros.
El clímax del drama estaba en el último
acto. Éste describía la llegada de Apolo al
poder y recibía el nombre del
instrumento musical usado para imitar el sonido de la
serpiente: la syrinx.
No era su único nombre. Ese acto final
también se conocía con el nombre de
syrigmos,
un sonido que no solía gustar demasiado a los griegos. Pero era el sonido
que, además del sol, también producía
Asclepio. Y asimismo, como el sonido de su
victoria sobre el poder de la
oscuridad, estaba consagrado a Apolo.
ebookelo.com - Página 72
Este es un estudio de las imágenes , símbolos,
artificios, conceptos, formulas y
sistemas de transferencia, representación, sentido, verdad y otros afines.
Estos conceptos no son semánticos así se
destacan en la siguiente muestra de enunciados: ⎡El tensor transferencial de campo
no se refiere al campo⎤, ⎡Una teoría de campos representa el
campo al cual se refiere⎤, pero nosotros no hacemos
teorías. ⎡El sentido de un tensor
transferencial no está esbozado en las
ecuaciones de campo⎤ y la experiencia
indica que la teoría de campos no es una teoría sino más bien es un tomar
conciencia del campo ontológico como lo real ⎤. El nuestro no es, pues, un
trabajo de semántica filosófica y, mucho menos , un trabajo centrado en la
semántica de la ciencia fáctica (natural o social), ni en la semántica de la
matemática pura o los lenguajes naturales. Dicho en pocas palabras, la
semántica de la ciencia es el estudio del triángulo símbolo-constructo-hecho,
siempre que el constructo de interés pertenezca a la ciencia. Pero nosotros creemos
en tal triangulo, nuestro modelo es el árbol de la vida y lo que nos interesa
es como desde una meta dialéctica la luz del ser nos va iluminado y entonces
¿No hay símbolo, ni hecho, ni constructo? No porque el símbolo es una
experiencia trasferencial de la conciencia y esa experiencia es hecho ya l
mismo tiempo es ficción es decir ideología. Considerada de este modo, nuestra disciplina
está más cerca de la gnoseología y reinventa la
matemática, y la lingüística o la filosofía del lenguaje. El objetivo
principal de esta obra es redecontruir a
la filosofía básica; no una cualquiera, sino una capaz de aportar claridad y oscuridad a ciertos problemas candentes de
la ciencia contemporánea, que no pueden resolverse por medio del cálculo ni la
medición. Por ejemplo: ¿cuál es el proceso transferencial de la mecánica cuántica o de la teoría de la
evolución? y ¿cuál es el mejor modo de reflexionarlo sin caer en un sentido fáctico preciso y una referencia fáctica
definida en un formalismo matemático,
independientemente de la cuestión de su verdad?
Una consecuencia de haber extrailimitado así nuestro campo
de investigación es que han no han quedado
fuera del mismo ámbitos enteros de la semántica, tales como la teoría acerca de
las comillas, la semántica de los nombres propios, las paradojas de la
autorreferencia, las normas de la felicidad lingüística [linguistic felicity]
e, incluso, la lógica modal y la semántica de los mundos posibles, por
considerárselos pertinentes para nuestro interés deconstructivo
-redeconstructivo. Del mismo modo, la mayoría de los conceptos de la teoría de
modelos, particularmente los de satisfacción, verdad formal y consecuencia, han
sido cuestionados por no ser
directamente pertinentes para la ciencia fáctica y porque, en todo caso, están
en malas manos, es decir las nuestras . Hemos centrado nuestra atención en las
nociones semánticas que habitualmente se dejan de lado o no se tratan bien,
principalmente en aquellas de significado fáctico y verdad fáctica, igenua y
hemos intentado mantenernos cerca de la ciencia viva. El tratamiento de las
diversas materias es sistemático bidramaturgico en una cibernética de tercer
orden en constante alteración en esta
búsqueda por superar el sistema : cada concepto fundamental no ha sido objeto
de una teoría y las diversas teorías no se han articulado en un único marco. Se
han utilizado algunas ideas matemáticas elementales, como por ejemplo las de
conjunto, función, retículo, álgebra de Boole, ideal, filtro, espacio
topológico y espacio métrico. Sin embargo, nuestro manejo de estas herramientas
es bastante informal y las hemos usado al servicio del interés filosófico antes
que en reemplazo del mismo. (Cuidado con la exactitud vacía, puesto que es lo
mismo que la exacta vacuidad.) Más aún, las secciones técnicas del libro se han
colocado entre ejemplos y se las ha sazonado con comentarios. Esta organización
debería contribuir a que la lectura pueda adaptarse a la conveniencia del
lector, pero nosotros jamas nos adaptamos a esa conveniencia. Sin duda, el
lector utilizará su pericia para ojear el texto y saltear aquello que juzgue
oportuno. Con todo, a menos que se desee patinar, no es un buen consejo tener
presente el plan general de la obra, y es que el plan simplemente no existe,
tal como se lo presenta en el índice. En particular, el lector no debe
impacientarse si la verdad y la extensión aparecen ya avanzado el libro y si el
análisis y la descripción definida se encuentran en la periferia. No se darán razones de estas desviaciones de
la tradición. Esta obra está concebida para rescribirse por lo mismo no se
trata de leerla sino de cuestionarla independiente y también como libro de
texto, para cursos y seminarios de semántica. Recordando que la filosofía no sirve
para nada También debería resultar de
utilidad como lectura auxiliar en cursos sobre los fundamentos, la metodología
y la filosofía de la ciencia. Este estudio es resultado de mi odio profundo a
la soberbia de Bunge y de la gran mayoría de científicos, que piensa que la filosofía
debe ser útil, clara y concreta quitándole toda posibilidad de vida al
pensamiento.
Volumen uno sentido y referencia
https://api.pageplace.de/preview/DT0400.9788497845830_A25818654/preview-9788497845830_A25818654.pdf
Volumen dos semántica interpretación y verdad
https://www.academia.edu/43632745/Mario_Bunge_TRATADO_DE_FILOSOF%C3%8DA
Tercer volumen ontología
https://www.academia.edu/94930695/Peter_Kingsley_En_los_oscuros_lugares_del_saber
En los oscuros lugares del saber Peter Kingsley
Naturaleza, nada tuyo me conmueve, ni
los campos
Nutricios, ni el eco bermejo de las
pastorales
Sicilianas, ni las pomas auroreales,
Ni la solemnidad doliente de los
ocasos.
Me río del Arte, me río del Hombre
también, de los cantos,
De los versos, de los templos griegos
y de las torres espirales,
Y con igual ojo veo a los buenos que
a los malos.
No creo en Dios, abjuro y reniego
De todo pensamiento y en cuanto a la
vieja ironía,
El Amor, quisiera que no me hablaran
más de él.
Cansado de vivir, teniendo miedo a
morir, semejante
Al brick perdido, juguete del flujo y
del reflujo,
Mi alma apareja para espantosos
naufragios.
Paul Verlaine | "La
angustia"
No hay comentarios:
Publicar un comentario