La herida entre uno y
la nada como fundamento del teatro loco del mundo
Cuando la fe en Cristo es adulterada y confundida con los
propósitos de este mundo, entonces también se pierde el sentido del
cristianismo. La mente sucumbe a la incredulidad, y en lugar del gran ideal de
Cristo sólo se erigirá una nueva Torre de Babel.
Mientras que el cristianismo tiene una alta visión del ser humano individual,
la humanidad solo se ve como una gran masa. Bajo el manto del amor social nada
prosperará salvo la misantropía descarada.
Byung-Chul Han: "Hemos perdido
la capacidad de ver al otro"
"El problema de la ética
neoliberal del rendimiento es que es muy astuta, y por tanto, destructivamente
eficiente."
El filósofo llega en bicicleta a la
entrevista. Bajo el sol de la tarde berlinesa, parpadea como si acabara de
despertar. Aunque Byung-Chul Han (1959) es profesor en Karlsruhe, el pensador
de origen coreano vive en Berlín. A iniciativa suya, la entrevista se realiza
en la oficina de su editorial Matthes & Seitz.
Han se acomoda en un sillón de cuero.
Hablará rápida y concentradamente sobre “la sociedad del cansancio” y “la
política de la transparencia”. Durante nuestra conversación, queda claro cuán
expresivamente emocional formula este filósofo: gesticula con vehemencia, eleva
la voz constantemente y da rienda suelta a su descontento. Pero sobre todo, a
sus ideas.
¿Cómo llega un coreano a Alemania y
un metalúrgico a ser filósofo?
“La vida está llena de rupturas y
cambios que no pueden explicarse. Mi elección inusual tal vez tenga que ver con
mi nombre. El carácter chino de 'Chul' significa tanto 'hierro' como 'luz'. En
coreano, se llama a la filosofía 'ciencia de la luz'. Así que probablemente
seguí mi nombre.”
¿Y cómo fue su llegada a Alemania?
“Sí, oficialmente vine a Alemania
para estudiar metalurgia en la Technische Hochschule Clausthal-Zellerfeld de
Göttingen. Les dije a mis padres que quería continuar mis estudios técnicos en
Alemania. Tuve que mentirles, de lo contrario no me habrían dejado ir. En
resumen, terminé en un país completamente diferente, cuya lengua no conocía, y
me lancé a una carrera totalmente distinta. Fue como un sueño. Tenía entonces
22 años.”
Su ensayo La sociedad del cansancio
es un bestseller en Alemania y un libro de culto en Corea del Sur. ¿Cómo lo
explica?
“Es cierto. Aparentemente, los
coreanos se sienten identificados con la tesis principal del libro: que la
sociedad del rendimiento actual es una sociedad de autoexplotación voluntaria;
que hoy en día la explotación es posible incluso sin autoridad. Corea del Sur
es una sociedad cansada, al borde del colapso. En Corea, encuentras gente
durmiendo por todos lados. Los metros de Seúl parecen vagones dormitorio.”
“Cuando yo iba al colegio, en las
aulas colgaban eslóganes enmarcados sobre la paciencia, la diligencia y otros
valores: los lemas clásicos de una sociedad disciplinaria. Hoy el país se ha
convertido en una sociedad del rendimiento, y ese cambio fue más rápido y
brutal que en ningún otro lado. Nadie tuvo tiempo de prepararse para las
variantes más duras del neoliberalismo. De repente, ya no se trata del 'deber'
sino del 'poder'. Hoy las aulas están llenas de frases como: '¡Tú puedes!'. En
este momento, mi libro parece un antídoto. Tal vez sea el anuncio de una
conciencia crítica que apenas comienza a surgir.”
“Si fracaso o sufro, es culpa mía”
“El problema de la ética neoliberal
del rendimiento es que es muy astuta, y por tanto, destructivamente eficiente.
Le explico. Karl Marx criticaba una sociedad dominada por una autoridad
externa. En el capitalismo, el trabajador es explotado, y esa explotación
externa tiene límites. Eso es muy distinto de la autoexplotación voluntaria a
la que hoy nos sometemos. ¡La autoexplotación no tiene límites! Nos exprimimos
voluntariamente hasta no quedar nada. Si fracaso, me responsabilizo a mí mismo.
Si sufro o quiebro, es culpa mía. La autoexplotación es explotación sin
autoridad, porque ocurre de forma completamente voluntaria. Y como está bajo el
signo de la libertad, es tan efectiva. En ningún momento se forma un colectivo,
un 'nosotros' que pueda oponerse a este sistema.”
¿Qué es la negatividad y por qué es
importante?
“La negatividad provoca una reacción
inmunológica. Lo otro es lo negativo, lo que penetra en lo propio para negarlo
o destruirlo. Vivimos en una época ‘postinmunológica’. Las enfermedades
psíquicas actuales como la depresión, el TDAH o el burnout no son infecciones
virales o bacterianas, sino infartos provocados por un exceso de positividad,
por lo igual. La obesidad del sistema nos enferma. No existe reacción inmune
contra la grasa.”
“La depresión es una expresión del
narcisismo desbordado. El depresivo se ahoga en sí mismo. Se le ha robado al
otro. ¿Ha visto Melancholia de Lars von Trier? Justine representa esto. Está
exhausta de sí misma, todo su libido va a su subjetividad, por eso no puede
amar. Y entonces aparece un planeta: Melancholia. En el infierno de lo igual,
la aparición de lo completamente otro toma forma apocalíptica. Justine florece
con ese otro absoluto. Se vuelve afectuosa con Claire y su hijo. El planeta
despierta su deseo erótico. El eros como relación con lo absolutamente otro
vence la depresión. Lo desastroso trae sanación. 'Desastrum' significa estrella
infeliz.”
¿Solo una catástrofe puede salvarnos?
“Vivimos en una sociedad totalmente
orientada a la producción y la positividad, que suprime la negatividad del otro
o lo extraño para acelerar el ciclo de producción y consumo. Solo se permiten
diferencias consumibles. A los otros despojados de su otredad no se les puede
amar, solo consumir.”
“Hemos perdido la capacidad de ver al
otro como otro, porque lo inundamos todo con intimidad. Lo otro es aquello que
me pone en duda, que me arranca de mi narcisismo.”
¿Y los movimientos como Occupy?
“Eso no basta. Un colapso bursátil no
es una apocalipsis. ¿Qué logran 300 o 500 personas que son rápidamente
desalojadas por la policía? Eso no es el 'nosotros' que necesitamos.”
¿Hay alguna salida?
“También la literatura, el arte y la
poesía viven del deseo de lo completamente otro. La crisis actual del arte es
quizás también una crisis del amor. Pronto no entenderemos los poemas de Paul
Celan, estoy seguro. Están dirigidos al completamente otro. Las nuevas
tecnologías de comunicación eliminan al otro. Un verso de Celan dice: 'Estás
tan cerca como si no estuvieras aquí'. Esa es la clave. La ausencia define al
otro, esa es la negatividad. Solo porque no está, puedo hablar. Solo así es
posible la poesía.”
“El deseo se alimenta de lo
imposible. Pero si la publicidad repite: 'Tú puedes', 'Todo es posible', eso
aniquila el deseo erótico. No hay amor porque creemos estar demasiado libres,
con demasiadas opciones.”
¿Qué papel juega la transparencia en
la política actual?
“Primero hay que entender el
paradigma digital. Es una transformación histórica como la escritura o la
imprenta. Lo digital impulsa la transparencia. Un clic y ya tengo un resultado.
El tiempo de la sociedad transparente es la inmediatez. No se acepta más
congestión informativa. Todo debe ser visible al instante.”
“La Piratenpartei cree que la
política se beneficia de esa inmediatez. LiquidFeedback es su palabra mágica.
Pero eso causa enormes problemas. Hay asuntos que necesitan madurar. La
política debe ser un experimento abierto. Mientras se experimenta, no hay
resultado. El experimento necesita ese tiempo. La política de los piratas
carece de visión. Lo mismo vale para la empresa. Todo se evalúa constantemente.
Hay que rendir al máximo cada día. No hay más proyectos a largo plazo. La
lógica digital impone cambios de postura continuos. Ya no quedarán políticos,
porque un político se mantiene firme.”
¿Todo eso lo provoca la tecnología?
“¿Qué significa digital? 'Digital'
viene de 'digitus', dedo en latín. Nuestra acción se reduce a las yemas de los
dedos. Durante siglos, nuestras acciones fueron manuales. De ahí 'acción',
'manualidad'. Hoy solo usamos los dedos. Es la ligereza digital del ser. Pero
una acción real es siempre un drama. El fetichismo de la mano de Heidegger ya
era una protesta contra lo digital.”
¿Y el liderazgo político?
“Dar liderazgo es una forma de
actuar. Un líder mira al futuro. Iniciar un experimento político requiere
asumir riesgos. El líder entra en lo impredecible. Pero la transparencia
digital quiere total previsibilidad. Todo debe ser calculable. Una acción que
se puede calcular ya no es una acción, es una operación. Actuar significa
abrirse a lo impredecible, al futuro. Por eso la sociedad transparente es una
sociedad sin futuro. El futuro es la dimensión temporal de lo otro. Hoy el
futuro se ha reducido a presente optimizado.”
¿La inmediatez digital también nos
infantiliza?
“Sin duda. Nos infantiliza porque ya
no sabemos esperar. El amor pierde su dimensión temporal. Decir 'te amo' es una
promesa hacia el futuro. Acciones humanas orientadas al futuro, como las
promesas, se marchitan. Conocimiento y experiencia también tienen horizonte
temporal. En cambio, la información y las vivencias son del presente. La
sociedad de la información sufre el Síndrome de Fatiga Informativa (IFS). Uno
de sus síntomas es la parálisis del análisis. En medio del flujo de datos ya no
se distingue lo importante de lo trivial. Otro síntoma es la incapacidad para
asumir responsabilidad.”
¿Por qué llama a la sociedad
transparente una 'sociedad porno'?
“Porque en ella la visibilidad se
totaliza, se absolutiza, y el secreto desaparece. El capitalismo intensifica
esta pornografía social al exponer todo a la visibilidad. Se busca el máximo
valor de exhibición. El capitalismo no conoce otra forma de sexualidad.”
“Lo pornográfico destruye lo erótico.
¿Conoce esa hermosa escena de Madame Bovary de Flaubert? El paseo en coche de
Emma y León es absolutamente inútil. Recorren la ciudad entera, el lector no ve
nada, ni siquiera dentro del coche. Solo nombres de calles. Al final, Emma
extiende la mano y lanza papelitos como mariposas sobre un campo de tréboles.
Su mano es lo único desnudo en la escena: un momento más erótico no puede
imaginarse. Porque no se ve nada. En la hipervisibilidad actual, eso es
impensable.”
¿Qué papel tiene la filosofía en este
infierno de lo igual?
“Para mí, la filosofía es el intento
de desarrollar formas de vida totalmente distintas – al menos en el
pensamiento, probar otras condiciones de vida. Aristóteles fue el pionero con
la vita contemplativa, la vida contemplativa. Hoy, la filosofía está muy lejos
de eso. Es parte del infierno de lo igual. Y sin embargo, hay tantos fenómenos
que deben discutirse filosóficamente. La depresión, la transparencia, el
Partido Pirata: para mí son problemas filosóficos. Sobre todo la digitalización
y las redes digitales son un desafío filosófico. Necesitamos una nueva
antropología digital, una nueva teoría del conocimiento y percepción digital.
Necesitamos una filosofía digital de la sociedad y la cultura. Ser y tiempo de
Heidegger ya debería haber sido actualizado digitalmente hace tiempo.”
¿Y no será que al perder lo uno perdimos a lo otro?
"Si lo uno existe, no es múltiple: no tiene partes"
"Para que el discurso sea posible, las Ideas deben mezclarse unas
con otras."
Platón
Del face de Joel Agón
Se ha
observado a menudo que mientras en ciertos diálogos (el Fedón,
el Fedro, en parte la República) Platón presenta la dialéctica como
un método de ascenso de lo sensible a lo inteligible, en algunos de los
llamados «diálogos últimos» (como el Parménides y en particular
el Sofista y el Filebo) la presenta como un método de deducción
racional de las Formas. Como método de ascenso a lo inteligible, la dialéctica
se vale de operaciones tales como la «división» y la «composición» (Fedro, 265
A - 266 B), las cuales no son dos distintas operaciones, sino dos aspectos de
la misma operación. La dialéctica permite entonces pasar de la multiplicidad a
la unidad y mostrar a ésta como fundamento de aquélla. Como método de deducción
racional, en cambio, la dialéctica permite discriminar las Ideas entre sí y no
confundirlas. Claro está que ello no tiene lugar sin muchas dificultades,
lealmente reconocidas por Platón, especialmente en la perplejidad que muestra
el «ejercicio dialéctico» del Parménides. En efecto, una vez discriminadas
las Ideas (Sofista, 253 D) se trata de saber cómo pueden combinarse. Si todas
las Ideas fueran completamente heterogéneas unas a otras, no habría problema.
Pero tampoco habría ciencia. Si todas las ideas se redujeran a una sola Idea —a
la Idea del Ser o de lo Uno— no habría tampoco problema. Pero no podría decirse
de lo que es más que lo que dijo ya Parménides: que «es». La cuestión es, pues,
cómo la dialéctica hace posible una ciencia de los principios fundada en la
idea de la unidad. Una de las soluciones más obvias consiste en establecer una
jerarquía de Ideas y de principios, de la que la doctrina de los supremum
rerum genera constituye un ingrediente esencial. Aquí nos hallamos lejos
ya de la idea de la dialéctica como «impulsada por el Eros» (Fedro, 250 A et
al). La dialéctica parece haberse convertido en la ciencia de la realidad como
tal.
Muchos
pensadores griegos se atuvieron se atuvieron a la tesis de que de la nada nada
adviene; afirmar lo contrario equivaldría, como puso de relieve Lucrecio (De
rerum natura, I, 150-210) a destruir la noción de causalidad, a admitir que de
cualquier cosa podría surgir cualquier otra cosa, a suponer que las cosas
podrían surgir del azar y en sazones impropias. Otros pensadores, sin poner en
tela de juicio el principio del ex nihilo nihil fit, trataron de ver cuál
es la función que una «participación en la nada» puede desempeñar en la
concepción de los entes que son. Ejemplo al respecto lo encontramos en Platón
(Cfr. especialmente Parménides, 162 A.)
La noción de
participación es central en la filosofía platónica y, en general, en todo el
pensamiento antiguo. De un modo general puede resumirse así: la relación entre
las ideas y las cosas sensibles, y aun la relación de las ideas entre sí, se
efectúa mediante participación; la cosa «es» en la medida en que participa de
su idea o forma, de su modelo o paradigma. En lo que toca a las cosas
sensibles, esta relación supone la adscripción a las mismas de una realidad
inferior de una especie de disminución del ser, análogamente a como las sombras
poseen una realidad inferior y subordinada respecto a los cuerpos que las
producen. Platón no ignora, ciertamente, las dificultades que tal noción
implica y con anterioridad a Aristóteles formula ya, en el curso de varios
ejercicios dialécticos, algunas de las más esenciales. Así, en el Parménides (131,
A-?), cuando, después de señalar que no puede dudarse de la existencia de
ciertas formas, y de que las cosas «por el hecho de participar de ellas,
reciben sus eponimias, de suerte que la participación en la semejanza las hace
semejantes; en la magnitud, grandes; en la belleza y en la justicia, justas y
bellas», pregunta si la cosa participa de la totalidad de la idea o sólo de una
parte de ella. Puesto que debe aceptarse que la idea permanece una en cada uno
de los múltiplos, no hay otra solución, afirma el joven Sócrates, que suponerla
análoga a la luz que, sin estar separada, ilumina cada cosa. Pero Parménides
manifiesta que puede ser también como el velo tendido sobre una multiplicidad,
y entonces cada cosa participar de una parte de la idea. Habiendo de admitirse
que la unidad de la idea se reparte sin dejar de ser unidad, ya que de lo
contrario se llega a resultados absurdos (como se hace patente sobre todo en
los casos de las ideas de magnitud e igualdad), parece tener que concluirse de
todo ello que una definición de la participación no es en modo alguno fácil, y
nos deja flotando, tan pronto como la intentamos, en un «océano de argumentos».
Se han dado
muy diversas interpretaciones de la doctrina platónica de las ideas. Para unos
se trata de entidades metafísicas, supremamente existentes y supremamente
valiosas, objeto de contemplación intuitiva reservada solamente a los que son
capaces de realizar el esfuerzo necesario o a los que poseen desde el comienzo
las condiciones necesarias. Para otros se trata de estructuras de conocimiento
de la realidad, más semejantes a las hipótesis matemáticas que a las realidades
metafísicas. Para otros se trata de modelos de las cosas que resultan visibles
únicamente cuando, como dice Bergson, tomamos una vista estable sobre la
inestabilidad de la realidad; en este caso se concluye que las ideas son la
expresión de las inmovilidades, alcanzadas tan pronto como se detiene el fluir
incesante de la realidad en ciertos momentos privilegiados. Todas estas
interpretaciones describen algo que hay efectivamente en la teoría platónica.
Esto quiere decir que la concepción del filósofo griego es fundamentalmente
compleja. Esta complejidad aumenta, por otro lado, si pensamos que junto a la
cuestión de la naturaleza de las ideas hay otra cuestión en la cual Platón
trabajó incesantemente y que dejó inconclusa: la de la forma de relación que
semejantes ideas tienen con las cosas —cuestión que desencadena inmediatamente
el problema de la jerarquía entre las propias ideas.
La cuestión
de la relación citada es resuelta, por lo pronto, mediante la noción de
participación. Es una noción que choca con graves dificultades. No menos
difícil resulta cualquier solución dada a la cuestión de la relación que entre
sí mantienen las ideas. En el Sofista manifiesta Platón que una idea
puede participar en otra idea. Mas una vez resuelto este problema todavía queda
otro: el de saber de qué cosas hay ideas. En los diálogos primeros y los
llamados diálogos intermedios, la cuestión no era demasiado grave. En efecto,
las ideas de que se hablaba eran ideas tales como la justicia, la virtud, etc.,
es decir, ideas que pueden comprenderse relativamente sin esfuerzo tan pronto
como consideramos que a menos de postular la existencia de una justicia
perfecta, todos los actos llamados justos serán incomprensibles a fuerza de ser
relativos. «Ser justo» es, pues, en este caso, aproximarse lo más posible a la
idea perfecta de justicia; «ser virtuoso», aproximarse lo más posible a la idea
perfecta de virtud, etc. Pero no parece plausible que las ideas deban limitarse
a semejantes entidades. ¿Por qué no admitir también, como se pregunta en
el Parménides, que haya no sólo ideas de entidades tales como el hombre,
el fuego, etc., sino inclusive de cosas vulgares, tales como la suciedad y los
pelos? Es obvio que al llegar a este punto Platón vacila considerablemente.
Pues si, en efecto, una cosa es en tanto que participa de una idea, habrá
tantas ideas como hay clases de cosas, siendo entonces cada idea el «modelo» de
cualquier cosa de su correspondiente clase. Pero entonces las ideas se
multiplican hasta el vértigo. Por si fuera poco, esta extensión de la noción de
idea suscita otro problema: hay en cada objeto múltiples partes y
características a cada una de las cuales podría corresponder una idea. A la
idea del pájaro se añadiría entonces la idea del ala; además, la idea de lo
volátil, de la «plumidad» y otras análogas. Esto llevó a Platón a reducir el
reino de las ideas y, sobre todo, a insistir en ciertas ideas que parecen
constituir el eje del mundo inteligible. Lo cual supone, evidentemente, que no
hay solamente ideas, sino también clases de ideas. Las ideas de que se hablará
ahora serán, pues, ideas tales como las de unidad, pluralidad y otras análogas.
Cinco de estas «ideas más elevadas» alcanzan al final preeminencia. Son los
«grandes géneros»: el ser, la igualdad, la diferencia, el movimiento y el
reposo. A base de ellos puede ya comprenderse la estructura inteligible de la
realidad. Mas inclusive esto plantea algunos problemas. Uno de ellos es el que
surge cuando se pregunta cómo una forma tal como el ser puede predicarse al
mismo tiempo de formas tales como el movimiento y el reposo. La necesidad de
resolver este problema conduce a Platón a una nueva reducción: a la de tres
grandes géneros, el ser, la igualdad y la diferencia, que pueden predicarse de
todas las formas. Mas al llegar a esta cima del mundo inteligible nos
encontramos con que se hace más difícil no sólo la comprensión del mundo
sensible —que parece ya infinitamente alejado del inteligible—, sino también la
del resto del mundo de las ideas.
En los
llamados «diálogos últimos», especialmente en el Parménides, Platón trató
de resolver el problema de lo uno y de la unidad desarrollando una «dialéctica
de la unidad». Éste comienza con las hipótesis: «Si lo Uno es», «Si lo Uno no
es». Si lo Uno es, o bien lo Uno es uno, o lo Uno es, o lo Uno es y no es. Si
lo Uno es uno y sólo uno, lo Uno no es nada más, ni siquiera «ser». Si lo Uno
es, lo Uno incluye lo múltiple, del cual es unidad. Si lo Uno es y no es, lo
Uno es también lo Otro, y entonces no es Uno (es decir, lo Mismo), etc. La
principal intención de Platón en esta dialéctica de la unidad es por ventura
mostrar que la hipótesis de lo Uno en sus diversas formas conduce a excluir el
ser o negar lo Uno, de modo que no puede prescindirse de lo Uno. Debe
advertirse que esta dialéctica de la unidad no excluye la unidad numérica, pero
la funda en lo que se ha llamado «unidad metafísica». En efecto,
metafísicamente hablando lo que importa es, como dice Platón en Filebo, no
que un ente sea un ente, sino que sea uno —no «un buey», sino «el buey
uno». José Ferrater Mora, Diccionario
de filosofía
¿Y entonces
solo existe lo uno?
Si y no,
porque si partimos del principio que nos enseñó Nagarjuna de la vía media que
no es media y por lo mismo es media ya que todo es vacuidad y la vacuidad misma
también por lo tanto hay ser pero este ser se presenta como uno y si otra vez
hacemos la maroma invertimos el uno lo que tenemos es lo múltiple más este
múltiple es un entretejido de unos una simploke:
La noción de symploké puede
definirse, en su sentido más elemental,
como una relación racional y ternaria de ideas
que se despliega en múltiples desarrollos[1]. La symploké remite siempre a un espacio
racionalista y a una relación mínima de orden tridimensional. Un espacio bidimensional
o con dos ejes hace inviable la symploké, porque resulta imposible
componer las figuras de un eje con independencia constructiva o generativa del
otro. Sin embargo, un espacio con tres ejes permite construir figuras
bidimensionales abstrayendo alternativamente el tercer eje. Gustavo Bueno
(1992) recupera este concepto platónico y lo convierte en una noción fundamental de la gnoseología materialista. La Crítica
de la razón literaria considera la symploké un concepto
fundamental en la ontología de los materiales literarios ―en relación
circular constante: autor, obra, lector e intérprete o transductor― y,
específicamente, en el terreno de la Literatura Comparada, cuyo ejercicio se
basa por excelencia en la idea de relación entre dos o más materiales
literarios (autoras, obras, lectores, intérpretes, etc.).
De este modo, organizadas en symploké,
las ideas constituyen totalidades trascendentales. Totalidades, porque sus
partes atributivas, los conceptos, quedan integradas en
ellas. Trascendentales (no en sentido kantiano, relativo a traspasar
los límites de una experiencia posible, sino en el sentido de la lengua
española, relativo a cuanto se extiende y comunica provocando consecuencias),
porque desbordan o trascienden cada uno de los conceptos particulares que las
constituyen. La Crítica de la razón literaria concibe el espacio
literario, en el que se sitúan los materiales de la literatura, como una
totalidad de partes que, organizadas en symploké, se disponen en
consecuencia como una totalidad atributiva.
Los grupos, los conjuntos, las sociedades, los organismos,
las estructuras, los sistemas..., es decir, cualquier totalidad puede ser atributiva o
distributiva. Las totalidades atributivas se definen por la relación sinalógica entre sus partes,
dado que su unidad procede de la composición entre
partes diferentes. El aparato digestivo, las instituciones administrativas de
un Estado, las categorías sintácticas de la novela como género literario
(personajes, funciones, tiempo y espacio), son totalidades atributivas que
conectan o relacionan partes desemejantes o diferentes entre sí. Las
totalidades distributivas se definen por la relación de
analogía o semejanza entre sus partes:
un conjunto de cerillas dispersas sobre una mesa es una totalidad distributiva,
como también lo es la agrupación de todas las universidades
estadounidenses, o una antología de
sonetos clásicos como formas métricas uniformemente definidas (catorce versos
endecasílabos dispuestos en dos cuartetos y dos tercetos). En una totalidad
atributiva, a cada parte del todo se le atribuye una función específica,
esencial e insustituible (lo que hace el hígado no lo puede hacer el pulmón).
Totalidades atributivas son aquellas cuyas partes están relacionadas
unas con otras (pero no una con todas), ya simultánea, ya sucesivamente, en el
momento de su participación en
el todo. En una totalidad distributiva, un conjunto de características comunes
se distribuye de forma semejante entre todas las partes del todo. Totalidades
distributivas son aquellas cuyas partes se muestran independientes las unas de
las otras en el momento de su participación en
el todo.
Totalidad Atributiva |
Totalidad distributiva |
Cada parte que participa en el todo desempeña una función atributiva, específica
y distinta |
Cada parte que participa en el todo desempeña una función análoga
a la de cualquier otra parte |
Symploké |
Monismo |
Relación sinalógica
o desemejante entre las partes que constituyen el todo: las
partes son diferentes entre sí |
Relación analógica
o semejante entre las partes que constituyen el todo: las partes son
semejantes entre sí |
Las partes participan en el todo de forma coordinada unas
con otras (pero no todas con todas) |
Las partes participan en el todo de forma independiente
unas de otras |
Los órganos
del cuerpo humano, como partes integradas en una totalidad, dentro de la cual
cada órgano desempeña una función o
atribución |
Un conjunto de 100 cerillas distribuidas o agrupadas en
cajas de 10 cerillas cada caja |
Son unidades disociables, pero no separables, porque no se
pueden distanciar e incomunicar entre sí. Si algo así ocurriera, el todo
dejaría de funcionar. |
Son unidades separables, porque se pueden distanciar e
incomunicar unas de otras. Su ordenación no
altera del funcionamiento de la totalidad de la que forman parte. |
En consecuencia, la Crítica de la razón
literaria considera los materiales de la literatura como una totalidad
atributiva, cuyas ideas han de interpretarse críticamente siguiendo la
disposición combinatoria de una symploké.
La symploké, como combinación tridimensional ―o
multidimensional, según el desarrollo que adquiera su estructura de
combinaciones y relaciones― de ideas, tiene como objetivo fundamental en la
interpretación literaria evitar el monismo
(todo está relacionado con todo) y el atomismo (nada está relacionado con
nada), con frecuencia armónicos y metafísicos, es decir, sin conflictos ni
dialécticas y, por supuesto, más allá de la realidad que los genera, transforma
y destruye físicamente.
En el primer caso ―el monismo―, toda interpretación
literaria estaría relacionada con una idea dominante, a la que se subordina
absolutamente todo, y desde esa idea suprema y absoluta, se analiza y se
explican obras, autores, lectores e interpretaciones. Es el caso de una
ontología monista: todo está supeditado a una idea dominante y absoluta desde
la cual se explican unívocamente todas las demás.
0
/ \
0 0
/ \ / \
0 0 0 0
/\ /\ /\ /\
0 0 0 0 0 0 0 0
En el segundo caso ―el atomismo―, la interpretación
literaria se basa en un relativismo radical, o relativismo absoluto (nótese el
oxímoron), de tal modo que no hay vertebración posible de ideas, desde el
momento en que ni autores, ni obras, ni lectores, ni intérpretes de los
materiales literarios mantienen entre sí relaciones de causa o consecuencia,
porque en todos y cada uno de los materiales literarios se quiere reconocer una
originalidad, unicidad o especificidad autosuficiente, autodeterminante o
exclusiva e intransferible. En este contexto, la Literatura Comparada es imposible,
porque la naturaleza misma de la comparación literaria se niega ab ovo. Si
no hay relación entre materiales literarios, la comparación literaria es
imposible. Si cada literatura es un única y original, autodeterminada por sí
misma y por su propia cultura, y por derecho metafísico se estipula que todas
las literaturas son iguales porque todas las culturas son iguales[2], en nombre
de la isovalencia cultural, entonces no hay nada que comparar, y no tiene
sentido hablar de Literatura Comparada, y, en realidad, tampoco de
literatura[3]. Es el caso de una ontología atomista: todo es equivalente, único
en sí mismo e inconexo.
o o
o o o
o o
o o
o o o
o o
o o
o o o
o o
La symploké rompe la articulación monista y
establece relaciones que destruyen la visión inconexa de la realidad, en este
caso, los materiales literarios. Se supera así la ontología monista (todo está
relegado y conectado a una entidad superior y única) y la ontología atomista
(nada está relacionado con nada y todo es igual a todo), desde las exigencias
de una ontología dialéctica: unas ideas están relacionas con otras, pero de tal
forma que ni hay una idea dominante que las relacione ni subyugue a todas
(monismo), ni hay ninguna idea que esté desconectada totalmente de las demás
(atomismo). El esquema sería el siguiente:
o
o – o o – o
\
|
/ |
o – o – o – o – o
o – o
| /
| |
o – o – o
o – o o
La ruptura de la symploké propicia toda una suerte
de interpretaciones que idealizan los textos literarios, despliegan discursos
emocionantes sobre personajes, referentes o ideales contenidos en la
literatura, hasta convertirlos en fetiches, credos religiosos, biblias o
cánones consagrados en los que se identifica la esencia de un pueblo, la
hipóstasis que simboliza la identidad de una cultura anterior a la
civilización, los espacios y tiempos míticos en los que se cree descubrir la
pureza de tales o cuales naciones, las singularidades absolutas y exclusivas de
un exclusivo y excluyente sexo humano, las experiencias místicas producidas por
la lectura de obras literarias como si fueran grimorios o pentáculos, libros de
magia, religión o culto, etc. La symploké evita, en primer lugar, la
transubstanciación de las ideas, es decir, su desvinculación de la realidad
material, que permite explicarlas, pues es origen de su causa, transformación y
desarrollo, y en segundo lugar, su conversión en dogmas metafísicos, ideales,
irracionales, sagrados, inmutables, eternos, hipostasiados, sobre los que no es
posible discutir científicamente, sino solo creer en ellos al margen de la
razón. En una palabra, la symploké nos preserva del idealismo. En ese
momento, el crítico literario queda reemplazado por el teólogo de la literatura
y, por supuesto, la teoría literaria se convierte en una teología, cuyos dioses
son la Nación, la Mujer, la Memoria[4], la Negritud, la Homosexualidad, o el
Espíritu Santo, por ejemplo.
La ligazón racional y material entre las ideas impide su
evanescencia metafísica, es decir, evita su desenlace definitivo del mundo
racional, su divorcio de la realidad, su disolución metafísica. El irracionalismo
triunfa cuando las ideas se distancian o separan del mundo real, cuando el
conocimiento se construye sobre ideas desconectadas, migratorias, peregrinas,
no relacionadas racionalmente entre sí, separadas del todo del que forman
parte, desustancializadas, hipostasiadas, teologizadas, ubicadas en un
trasmundo, en un limbo o en un espacio nihilista, es decir, en una ficción. El
monismo —suponer que todo está unido umbilicalmente con un todo fundamental— y
el atomismo ―postular que nada está relacionado entre sí― son pura mitología e
idealismo seductor.
En su heterogeneidad, las ideas se caracterizan por los
atributos de exterioridad, multiplicidad y codeterminación. Multiplicidad y
codeterminación son atributos genéricos íntimamente entrelazados, de
modo que uno no se entiende sin el otro. Fundamentalmente tienen el sentido
crítico de negar el monismo (Parménides, Plotino, el Dios de Tomás de Aquino,
etc.), y la causa sui, en tanto que la idea de autodeterminación es contradictoria. La realidad
es una pluralidad infinita en la que sus partes se codeterminan, delimitan,
pugnan, las unas frente a las otras. Éste es el sentido del materialismo
pluralista frente al monismo de la substancia. El mundo de las Ideas, tal como
lo considera Platón en su concepto de symploké (Sofista 259 c-e), y
así lo ha demostrado Bueno (1995),
a quien sigo aquí, cumple por entero la definición de materia
determinada —determinada por el sistema de operaciones que pueden
transformarla—, al cumplir con los atributos de multiplicidad y codeterminación
de la materia. El formalismo dota a las Ideas objetivas de una legalidad
teológica, independiente de los procesos materiales, y las refiere de hecho a una
conciencia objetiva, cual «centro metafísico de la realidad» ―en expresión
de Hegel―, con respecto a la cual la materia aparece
como negatividad pura. Es lo que tienen en común las doctrinas que resuelven
los problemas formalmente, mediante el lenguaje, el texto, las palabras, el
diálogo, es decir, discursos como la
teología de la liberación, la izquierda
indefinida, la posmodernidad, etc., y por la parte contraria las filosofías
ergotistas, las utopías y los idealismos políticos de todo tipo, movimientos
que constituyen sistemas de interpretación profundamente
teológicos y monistas. La filosofía de Bueno ha tratado de volver del revés estos formalismos, ya
presentes en Marx y en Hegel[5], y apela a realidades positivas —no negativas—
que codeterminan a la propia conciencia humana y a las ideas que la conforman.
El racionalismo ejercido al margen de toda materialidad es
un formalismo que conduce dogmáticamente a los más diversos
idealismos y teologías. El materialismo gnoseológico constituye una crítica al
formalismo lógico, que pone en la derivación formal
de teoremas el núcleo de la actividad científica: los Segundos
analíticos de Aristóteles representan una
crítica materialista al formalismo implícito en los Primeros analíticos. A
su vez ―léase a Bueno (1995)― el formalismo lógico invisibiliza los contenidos
de las relaciones causales, que le resultan ilegibles y deja fuera de toda
interpretación.
La expresión «Literatura» es una forma gramatical sustantiva
—de la que nos servirnos desde la Ilustración (antes se utilizaba el término
«poética» o «poesía», incluso para designar cualquier tipo de obra ficticia en
prosa)—, que sugiere la unidad global perfecta de su referente, y que es
capaz de eclipsar la heterogeneidad constitutiva e imperfecta del material
literario que tal expresión realmente
encubre. No es posible reconstruir formalmente, históricamente,
poetológicamente, etc., la «Literatura» a
partir de rasgos aislados analíticamente (un soneto, una novela, el arte
barroco, un endecasílabo, un haiku, la poesía épica,
una tragedia griega, la sátira, un personaje, un motivo folclórico, un
grafito...). En tales casos, el intérprete finge, o cree, situarse en una
«quinta dimensión» realmente inexistente. La historia es un conjunto de
complejos cursos de procesos en desarrollo, cierres categoriales que se van
ampliando de forma progresiva e integradora, de partes que actúan espacialmente
según fuerzas propias, y que al
alcanzar un cierto grado de complejidad dan lugar a nuevos espacios. Jauss
habló a este respecto de horizontes de expectativas.
Los materiales literarios funcionan como una totalidad
(atributiva) muy compleja, y no se puede hablar de «Literatura» a
partir de un rasgo concreto o de un hallazgo particular. Sería una
sinécdoque, una hipóstasis de lo particular y relativo, como si fuera un todo o
un absoluto. La perspectiva analítica es siempre previa a la formación de la síntesis, y ha de
renovarse constantemente a partir de sucesivas e integradoras síntesis
parciales. Análisis y síntesis son dos sentidos opuestos a través de
los cuales la interpretación de los conceptos se abre
camino dialécticamente. Por eso un grafito no es literatura,
y un tebeo tampoco, porque aceptar que lo son equivale a convertir un
hecho particular en una generalidad absoluta, es decir, en una falacia, en una
idea hipostasiada, desconectada de toda realidad
física y de toda materialidad. El grafito y el cómic, al igual que el
endecasílabo heroico, no son literatura por expresar formas verbales
estéticas, poéticas o retóricas, desarrollar una historia o fábula, o contener
once sílabas métricas con acentos en cuarta, sexta y octava, sino porque en
determinadas condiciones dadas pueden formar parte de un material
literario suficientemente consistente
como para resistir el ejercicio crítico de la interpretación literaria,
así como la consiguiente
constitución de un conjunto de saberes y
conocimientos útiles para el progreso de las
ciencias. Pues todo conocimiento que de alguna manera no contribuye al progreso
del saber racional es un conocimiento inútil, falaz o simplemente acrítico,
como se ha señalado al comienzo de este capítulo.
Tal es el caso de las formas sofistas del conocimiento, a
través de las cuales se manifiestan
en las culturas bárbaras la magia, el mito y la religión, y en las culturas
civilizadas las pseudociencias, las ideologías y las teologías. Son las formas
de la insipiencia[6] contemporánea. Acaso también de
la doxosofía[7] académica en que vivimos.
Como se ha dicho, Platón se
sirve del principio de symploké para demostrar que si todo
estuviera conectado con todo, o nada estuviese conectado con nada, el
conocimiento sería imposible. Unas ideas están conectadas con otras, pero no
todas con todo. Éste es el axioma básico del Sofista, la comunión,
combinación o comunicación, racional entre las Ideas, de modo que unas Ideas
pueden combinarse racionalmente entre sí, y otras no pueden hacerlo de ninguna
manera. Platón va aún más lejos, y sostiene que la relación entre
las Ideas es la causa del Logos: «Intentar separar todo de todo es, por otra
parte, algo desproporcionado, completamente disonante y ajeno a la filosofía
[…]. La aniquilación más completa de todo tipo de discurso consiste en separar
a cada cosa de las demás, pues el discurso se originó, para nosotros, por la
combinación mutua de las formas» (Platón, Sofista, 259e)[8]. El sofista
habla de lo falso, es decir, de lo que no puede existir real y verdaderamente.
Y para ello combina las Ideas de forma falaz. En esto
consiste el engaño de su técnica y su apariencia
de sabiduría. En engañar con la imagen aparente —y por tanto falsa— de la
verdad. El sofista pretende demostrar que existe lo que no es, y poner de
manifiesto la existencia de
formas que corresponden al no-ser. Es falso lo que es diferente de lo
verdadero. Es falso el discurso que dice «lo que no es», lo que no existe: «Lo
falso en el pensamiento y en los discursos no es otra cosa que juzgar o afirmar
el no-ser […]. Y cuando existe lo falso, existe el engaño […]. Y cuando existe
el engaño todo se llena necesariamente
de imágenes, de figuras y de apariencias» (Platón, Sofista, 260c). Gracias
al sofista, lo falso existe en el discurso y en el juicio. El fundamento de la
doctrina platónica del discurso es ontológico, porque el objeto del lenguaje es
expresar un juicio sobre un estado de cosas
que es siempre complejo, es decir, resultado de una serie de combinaciones
(symploké), pues nada está absolutamente aislado en la cosmovisión platónica,
ni en el mundo de las Ideas ni en su defectuosa imitación cavernícola. El
sofista queda finalmente reducido a un orador popular (demologikón), afín al
demagogo. Es un simple imitador de sabios, un simulador de conocimientos, un
ilusionista del lenguaje. Pero es también alguien que logra convencer: con
argumentos falsos.
NOTAS
[1] Platón enuncia en el Sofista el principio
de symploké en los siguientes términos: «Si todo estuviera conectado
con todo, o si nada estuviera conectado con nada, el conocimiento sería
imposible» (Sofista, 250e, 255a, 259c-e, 260b). Bueno lo recupera desde el
Materialismo Filosófico insistiendo en que Platón describe así la estructura
del mundo, que concibe como una red trascendental de relaciones racionales y
lógicas, no limitadas por la experiencia empírica y en ningún caso determinadas
por la metafísica. Platón concibe el mundo como una totalidad o estructura
atributiva, organizada en clases diferentes, cada una de las cuales cumple una
función específica dentro del sistema, de modo que unas están relacionadas con
otras, pero jamás una lo está con todas, ni ninguna prevalece desconectada de
las demás.
[2] Adviértase que la teoría literaria anglosajona
estipula la disolución de los estudios literarios en nombre de los estudios
culturales. Sorprende que desde la tradición literaria hispánica esta
aberración se haya aceptado académicamente sin la menor objeción ni sorpresa,
cuando se trata de algo absolutamente incompatible con el racionalismo
literario. La literatura es superior e irreductible a la cultura. Que la
literatura sea cultura no significa que pueda reducirse a cultura o disolverse
en cultura. También es cultura la música, y no basta ser culto para saber
solfear, y desde luego no basta ser culto para dirigir orquestalmente la octava
sinfonía de Gustav Mahler. La cultura es una invención propia de los pueblos
que carecen de literatura. Sorprende que alguien que se ha formado en la
tradición literaria hispanogrecolatina asuma, acríticamente, una idea de
cultura de fabricación anglosajona, idealista y gringa, para disolver en esa
paupérrima idea de cultura el potencial de su lengua y de su literatura ―al que
sin duda desconoce, pues de otro modo sería imposible perderlo de vista―, así
como el contenido de su Historia y la dialéctica de su pensamiento crítico.
[3] Es el caso, por ejemplo, del concepto idealista y
germano de ese Goethe (1827) senil que conversa con Eckerman sobre algo tan
vago y metafísico como es la Weltliteratur o literatura del mundo.
Absurdidades para entretenimiento de hermeneutas.
[4] El Gobierno de España (2004-2008) trató de
promulgar una Ley de Memoria Histórica, según la cual la Historia de España
—referida esta Historia casi exclusivamente a la Guerra Civil (1936-1939) y a
la dictadura de Francisco Franco (1939-1975)— se interpreta no científicamente,
sino psicológicamente. De este modo, por imperativo legal de un Gobierno, la
Historia deja de ser conocimiento científico de materiales históricos, y se
convierte en psicología individual o gremial. La Historia es ahora lo que dice
la psicología de cada individuo o de cada gremio, y no lo que demuestra y
acredita la ciencia o el conocimiento conceptual de los materiales históricos.
[5] Precisamente por estas razones, como señala Bueno
en varios lugares de su dilatada obra (1991, 1995a, 1995b, 2003), la materia no
es para Marx la simple res extensa cartesiana o atomística, no es una
realidad que pueda dársenos como una entidad absoluta previa e
independiente de la actividad práctica humana, que se lleva a efecto
principalmente por medio de la actividad industrial. Marx concibe la materia
como inmediatamente determinada por tipos o escalas diversas de organización,
interacción y conflicto dialéctico. En el marxismo clásico, el Materialismo
Filosófico distingue la dialéctica general y la dialéctica de la
naturaleza. El marxismo nos empuja hacia una concepción del mundo
completamente metafísica. Y utópica. El marxismo hipostasía la materia, y le
atribuye la función de sujeto de las leyes de la dialéctica (funciona ―como
advierte Bueno― dentro de los términos hegelianos), la cantidad, la cualidad,
la ley de la doble negación y de la contradicción, etc. El marxismo clásico fue
un hegelianismo materialista, con todo el progresismo y su teleología, la
negación de la symploké, la afirmación de la correlación de fuerzas y el
subsiguiente monismo. De este modo, el marxismo se convierte en un completo
monismo, como el cristianismo y como la teología secular. Por otro lado, hay
que subrayar que el marxismo no tiene una filosofía de la religión (respecto a
la cual lo único que dijo Marx fue que era el opio del pueblo, nada más).
Tampoco desarrolló una filosofía del Estado, al que simplemente consideró como
un mecanismo de la lucha de clases destinado a mantener la explotación del
proletariado. A mi juicio, el marxismo es una de las filosofías idealistas más
descomunales de la Historia de la Filosofía. Es, de hecho, el último relato
épico de una filosofía idealista y posromántica.
[6] Es término que pretende traducir el término
griego hamartía, en el sentido particular con que lo usa Platón en
el Sofista (229c) para designar ausencia de saber, entendido
como conjunto de conocimientos sistemáticos.
[7] «Especie de sabiduría» (vulgarmente hablando
diríamos «culturilla», o «cultura general»). Platón menciona este concepto en
el Sofista (231b) como «vana apariencia de sabiduría», y en
el Fedro (275b), al ponerlo en boca del rey de Egipto, quien lo usa
para referirse a la invención de la escritura como algo que aleja a los sabios
de la auténtica realidad. El pensamiento falso es para Platón aquel que expresa
lo que no es, lo que no existe. Platón se refiere a estas ideas a través de la
cuestión del ser y del no-ser, cuyo análisis gnoseológico y discursivo lleva a
cabo en el Sofista. En suma, quien aduce conocimientos falsos,
pretende que de algún modo exista lo que de ningún modo es (Sofista, 240e).
[8] «Discurso» es aquí logos. El traductor
transcribe forma como sinónimo de Idea.
https://criticadelarazonliteraria.blogspot.com/2016/06/i-135-symploke-y-literatura.html
El problema
es que si nos quedamos con la simploke perdemos lo uno ontológico quedándonos
en lo analítico, así que hay que vaciar
la idea y pasar a la acción donde la existencia nihiliza al objeto para
recuperar lo uno, esto quiere decir ¿Que no hay objetos? Por supuesto que los
hay pero todos son relativos y como tal vacíos
no se fundamentan en sí mismos, esto no quiere decir que no podamos
analizar sus relaciones, al contario las analizamos, pero también podemos
transformarlas porque justamente son relativas y como tal también podemos
deconstruirlas, ¿Ahora estamos deconstruyendo
las relaciones de las ideas o las relaciones de las cosas? Ambas y es que la acción media el pensamiento
y el pensamiento media la acción, es claro que las ideas y las cosas no son lo
mismo pero es claro también que no son dos dimensiones desconectadas al final
ambas se integran en la noción de sistema donde información, materia y energía
son procesadas y entonces si hablamos de acción, hablamos de infraestructura y si
hablamos de pensamiento hablamos de súper estructura, y si hablamos del código
tenemos la estructura así si yo deconstruyo el pensamiento altero la
infraestructura.
Pero lo real
y la realidad no está en el pensamiento
ni en la acción sino en lo espiritual y anti espiritual meta estructural, lo cual
no se deconstruye sino se redeconstruye
haciendo juntos esta operación en el que lo uno se invierte en nada y la
nada se convierte en uno dándonos el espíritu 1→0→1 así como la nada se
reconvierte en uno para reinvertirse en nada 0←1←0 en lo que llamamos anti espíritu o voluntad,
si olvidamos que todas las cosas son nada y uno nos quedamos en un plano analítico donde hay
modelos sistemáticos para organizar las cosas pero perdemos lo real y la
realidad, donde las ideas lo condensan todo en lo uno y las acciones desplazan
todo a la nada y donde se hace posible la comunión sintransferencial de lo uno y la nada.
Comprendiendo
este principio ontoteologico de lo uno y su transferencia y de la nada y su
retransferencia así como la sintraferencialidad de ambos el mundo se vislumbra
como un teatro loco que pierde noción de lo real y de la realidad en su
búsqueda por controlar información, materia, y energía y en su herida causada
por la separación de lo uno y la nada, que es gnoseológicamente hablando la
separación de lo uno y lo múltiple, y
lógicamente la separación de la identidad y de la diferencia y psicológicamente la separación del padre
complejo de Edipo y de la madre complejo de Electra.
Y entonces
es claro hay que volver a religar la nada con lo uno en una religión sagrada y
lo uno con la nada en una religión profana para lograrla religación santa de la
comunión sintrasferencial de ambos hemos
visto como en el budismo nos religamos a la nada y siguiendo a la escuela de
Kioto y a Nagarjuna que es lo que Nishitani se basa el sunyata en la nada encontramos lo uno, ahora veamos
en el cristianismo como religándonos a
lo uno encontramos la nada.
https://www.youtube.com/watch?v=Fu4-SISB_PI&t=101s
Dioniso
Aeropagita, Juan Escoto Erígena, el Maestro Eckhart, San juan de la cruz y la
docta ignorancia de Nicolas Cussa son
los autores cristianos que encuentra en lo uno la nada pero la gran diferencia
es la conciencia de la herida para comprender esto nada mejor que lo hermanos
karamazov de Dostoievski
V. El gran inquisidor
—Tampoco aquí puedo
pasarme sin un prólogo, quiero decir sin un prólogo literario, ¡uf! —se rió
Iván—; ¡valiente autor estoy hecho! Verás, la acción transcurre en el siglo
XVI, y en esa época, aunque eso tú ya debes saberlo de la escuela, era costumbre
que intervinieran fuerzas sobrenaturales en las obras poéticas. Y no hablo ya
de Dante. En Francia, los amanuenses de los tribunales, así como los monjes en
los monasterios, daban verdaderas representaciones en las que sacaban a escena
a la Virgen, a los ángeles, a los santos, a Jesucristo y al mismísimo Dios.
Entonces había mucha ingenuidad en todo eso. En Nuestra Señora de París, de
Victor Hugo, en tiempos de Luis XI, con ocasión del nacimiento del delfín de
Francia, se le ofrece al público en la sala del Ayuntamiento una representación
edificante y gratuita con el título de Le bon jugement de la très sainte et
gracieuse Vierge Marie, en la que la propia Virgen aparece en persona y
pronuncia su bon jugement. Entre nosotros, en Moscú, antes de Pedro, también se
ofrecían de vez en cuando obras cuasidramáticas de ese tenor, en particular del
Antiguo Testamento; pero, aparte de las representaciones dramáticas, en esos
tiempos circulaban por todo el mundo numerosos relatos y «baladas» en los que
intervenían, según las necesidades, santos, ángeles y todas las fuerzas
celestiales. En nuestros monasterios se dedicaban igualmente a traducir, copiar
e incluso componer poemas de esa clase ya en tiempos de los tártaros. Hay, por
ejemplo, un breve poema monástico (naturalmente, traducido del griego),
Recorrido de la Virgen por los tormentos del infierno, con unos cuadros de un
atrevimiento comparable a los de Dante. La Madre de Dios visita el infierno, y
el arcángel Miguel la guía «por los tormentos». Ella ve a los pecadores y
contempla sus padecimientos. Allí aparece, entre otras, una categoría
interesantísima de pecadores en un lago ardiente: a quienes se hunden en ese
lago, de modo que ya no pueden volver a la superficie, «a ésos Dios ya los
olvida», expresión ésta de extraordinaria fuerza y profundidad. Pues bien, la
Madre de Dios, conmovida y llorosa, se postra ante el trono divino y solicita
el perdón para todos cuantos están en el infierno, para todos a los que ha
visto allá, sin distinciones. Su conversación con Dios es de un interés
colosal. Suplica, no ceja, y cuando Dios le señala las manos y pies de su hijo,
atravesados por clavos y le pregunta: «¿Cómo voy a perdonar a sus verdugos?»,
ella ordena a todos los santos, a todos los mártires, a todos los ángeles y
arcángeles que caigan de rodillas junto a ella y que rueguen por el perdón de
todos sin excepción. Finalmente, la Virgen obtiene de Dios una suspensión de
los tormentos, todos los años, desde el Viernes Santo hasta el día de
Pentecostés, y desde el infierno los pecadores dan las gracias al Señor,
proclamando: «Justo eres, Señor, y es
justa tu sentencia». Pues mi poemita habría sido por el estilo de haber surgido
en aquella época. Él aparece en escena; es verdad que no dice nada en el poema,
se limita a aparecer y pasar de largo. Quince siglos han transcurrido ya desde
que prometió volver a su reino, desde que su profeta dejó escrito: «Vengo
pronto». «Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que
están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre», como Él mismo dijo cuando aún
estaba en la tierra. No obstante, la humanidad lo espera con la misma fe de
antaño y con el mismo afecto de antaño. Oh, incluso con mayor fe, pues ya han
pasado quince siglos desde que cesaron las garantías que el hombre recibía del
cielo: Confía en lo que el corazón te diga. No hay garantías de los cielos. »¡Y
solo quedaba la fe en lo que hubiera dicho el corazón! Es cierto que entonces
abundaban los milagros. Había santos que obraban curaciones milagrosas; a algunos
justos, según consta en los relatos de sus vidas, se les aparecía la mismísima
Reina de los Cielos. Pero el diablo no duerme, y entre los hombres cundió la
duda acerca de la autenticidad de tales milagros. Justamente entonces apareció
en el norte, en Alemania, una nueva y terrible herejía. Una inmensa estrella,
“ardiendo como una estrella” (es decir, la Iglesia), cayó “en las fuentes de
las aguas”, que “fueron hechas amargas”. Estas herejías, de manera blasfema,
empezaron a negar los milagros. Pero, por eso mismo, quienes se mantienen
fieles creen con más fervor. Las lágrimas de la humanidad siguen elevándose
hacia Él como antes, lo esperan, lo aman, confían en Él, ansían padecer y morir
por Él, igual que antes. Tantos siglos imploró la humanidad con fe y con
pasión: “Oh, Señor, ven a nosotros”; tantos siglos lo estuvo invocando, para
que Él, en su infinita compasión, quisiera descender junto a los suplicantes.
Ya había descendido, ya había visitado con anterioridad a algunos justos,
mártires y santos anacoretas estando aún en la tierra, tal y como está escrito
en los relatos de sus vidas. Entre nosotros, Tiútchev, profundamente convencido
de la veracidad de sus propias palabras, ha proclamado: Abrumado por el peso de
la cruz, de punta a punta, mi querida tierra, como un simple esclavo, el Rey de
los Cielos te ha recorrido bendiciéndote. »Algo que ha ocurrido
indefectiblemente, te lo digo yo. He aquí que Él deseó mostrarse aunque solo
fuera un momento al pueblo, a ese pueblo atormentado, sufriente, que peca de un
modo hediondo pero que lo ama con un amor de niño. La acción de mi poema tiene
lugar en España, en Sevilla, en los tiempos más atroces de la Inquisición,
cuando en el país ardían a diario las hogueras para glorificar a Dios y en
grandiosos autos de fe quemaban a los pérfidos herejes.
»Naturalmente, no fue ése su prometido descenso a la tierra,
tal y como se presentará en el fin de los tiempos, con toda su gloria
celestial, de forma repentina, “como el relámpago sale del oriente y
resplandece hasta el occidente”. No, solo quiso visitar brevemente a sus hijos,
precisamente allí donde crepitaban las hogueras de los herejes. Por su
misericordia infinita, caminó una vez más entre las gentes, en la misma forma
humana que había tenido cuando habitó durante tres años en medio de los
hombres, quince siglos antes. Desciende a las “tórridas callejas” de la ciudad
meridional, precisamente allí donde la misma víspera, en “un grandioso auto de
fe”, en presencia del rey, de la corte, de caballeros, de cardenales y de hermosísimas
cortesanas, delante de la numerosa población de toda Sevilla, el cardenal y
gran inquisidor había hecho quemar a cerca de un centenar de herejes ad majorem
gloriam Dei. Aparece en silencio, discretamente, pero todos, por raro que
parezca, lo reconocen. Éste podría ser uno de los mejores pasajes del poema;
quiero decir, por qué, precisamente, lo reconocen. La gente, arrastrada por una
fuerza invencible, se dirige hacia Él, lo rodea, se apelotona a su alrededor,
lo sigue. Él avanza en silencio entre la multitud, con una sonrisa callada de
infinita compasión. Arde en su corazón el sol del amor, brotan de sus ojos los
rayos de la Luz, de la Iluminación y de la Fuerza y, derramándose sobre los
hombres, despierta en sus corazones un amor recíproco. Tiende los brazos hacia
ellos, los bendice y, al contacto con Él, incluso con sus vestiduras, surge una
fuerza que da salud. Un anciano, ciego desde la infancia, grita en medio de la
multitud: “Cúrame, Señor, y así podré verte”, y de pronto se le caen una especie
de escamas de los ojos, y el ciego ve al Señor. El pueblo llora y besa la
tierra que pisa. Los niños arrojan flores a su paso, proclaman y cantan:
“¡Hosanna!”. “Es Él, es Él —repite todo el mundo—, tiene que ser Él, no puede
ser otro.” Se detiene en el atrio de la catedral de Sevilla justo en el momento
en que introducen en el templo, entre llantos, un pequeño ataúd blanco,
abierto: descansa en él una niña de siete años, hija única de un ciudadano
ilustre. La criatura muerta está cubierta de flores. “Él resucitará a tu hija”,
grita una voz entre la muchedumbre a la madre que llora. El deán del cabildo
catedralicio, que ha salido al encuentro del féretro, mira perplejo y frunce el
ceño. Pero de pronto resuena el lamento de la madre de la niña muerta. La mujer
se arroja a los pies del Señor: “¡Si eres Tú, resucita a mi hija!”, exclama,
tendiendo los brazos hacia Él. El cortejo se detiene, depositan el féretro en
el suelo del atrio, a sus pies. Él mira con compasión, y sus labios,
dulcemente, vuelven a ordenar: “Talitá kum, que quiere decir: Muchacha, a ti te
digo, levántate”. La muchacha se incorpora en el féretro, se sienta y mira
sonriente, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Tiene en las manos el
ramillete de rosas blancas con el que yacía en el ataúd. La gente está
emocionada, hay gritos y llantos; y en ese mismo instante cruza la plaza de la
catedral el mismísimo cardenal, el gran inquisidor. Es un anciano de casi
noventa años, alto y erguido, de rostro enjuto, con los ojos hundidos, pero en
los que aún brilla como una chispa de
fuego. Oh, no viste sus espléndidos ropajes cardenalicios, con los que ayer se
pavoneaba ante el pueblo mientras quemaban a los enemigos de la fe romana; no,
en estos momentos no lleva más que su viejo y tosco hábito monástico. A una
distancia prudencial lo siguen sus siniestros auxiliares y siervos, así como la
guardia “sagrada”. Se detiene delante de la multitud y la observa desde lejos.
Lo ha visto todo, ha visto cómo ponían el ataúd a sus pies, ha visto cómo
resucitaba a la doncella, y la expresión se le ha ensombrecido. Frunce sus
pobladas cejas encanecidas, y su mirada resplandece con un fuego siniestro.
Extiende el dedo índice y ordena a sus guardias que lo prendan. Y es tanta su
fuerza, hasta tal punto tiene al pueblo adoctrinado, sometido y habituado a
obedecer temblando sus órdenes que la muchedumbre de inmediato abre paso a los
guardias, y éstos, en medio del silencio sepulcral que se ha hecho de repente,
lo detienen y se lo llevan. En un abrir y cerrar de ojos, la multitud, como un
solo hombre, inclina la cabeza hasta el suelo ante el anciano inquisidor, el
cual, sin decir una palabra, bendice al pueblo y sigue su camino. La guardia
conduce al prisionero a una mazmorra abovedada, angosta y tenebrosa, en el
viejo caserón del Santo Oficio, y allí lo dejan encerrado. Pasa el día, cae la
oscura, sofocante y “mortecina” noche sevillana. El aire “huele a laurel y a
limonero”. En medio de las profundas tinieblas, se abre la puerta de hierro de
la mazmorra y el gran inquisidor en persona entra lentamente con un candil en
la mano. Está solo; a su espalda la puerta se cierra de inmediato. Se detiene
cerca del umbral y se queda mucho tiempo, un minuto, quizá dos, contemplando el
rostro del preso. Por fin, se acerca con paso quedo, deja el candil en la mesa
y le dice: “¿Eres Tú? ¿Tú? —Pero, sin recibir respuesta, añade enseguida—: No
contestes, guarda silencio. Además, ¿qué podrías decir? De sobra sé lo que
dirías. No tienes derecho a añadir nada a lo que ya has dicho antes. ¿Por qué
has venido a estorbarnos? Porque Tú has venido a estorbarnos, y también lo
sabes. Pero ¿acaso sabes lo que ocurrirá mañana? Yo no sé quién eres ni quiero
saberlo, si en verdad eres Tú o solo una apariencia suya, pero mañana te
condenaré y te haré quemar en la hoguera, como al más vil de los herejes, y
bastará un solo gesto mío para que el mismo pueblo que hoy te ha besado los
pies mañana se lance a avivar las brasas de tu hoguera, ¿lo sabes? Sí, puede
que lo sepas”, añadió, profundamente caviloso, sin apartar un instante la
mirada de su prisionero. —No acabo de entender, Iván, qué significa todo esto
—sonrió Aliosha, que llevaba todo ese tiempo escuchando en silencio—: ¿se
trata, simplemente, de una fantasía sin límites, o de algún error del viejo, de
un imposible qui pro quo? —Admite aunque sea esto último —se echó a reír Iván—,
si es que el realismo contemporáneo te ha estragado el gusto y ya no puedes
tolerar nada fantástico. ¿Prefieres que sea un qui pro quo? Pues muy bien. Es
verdad —volvió a reírse—, el viejo tiene noventa años, hace ya tiempo que podía
haber perdido el juicio dándole vueltas a su idea. El prisionero, además, podía
haberlo impresionado vivamente por su aspecto. Podía tratarse, en fin, de una
alucinación, del delirio de un anciano de noventa años a las puertas de la
muerte, excitado, además, por el auto de fe de la víspera, con sus cien herejes
quemados. Pero ¿qué más nos da, a ti y a mí, que sea un qui pro quo o una
fantasía sin límites? La cuestión es que el viejo necesita explicarse, que por
fin, a sus noventa años, se manifiesta y dice en voz alta todo lo que en
noventa años ha callado. —¿Y el prisionero también calla? ¿Se queda mirándolo
sin decir una palabra? —En efecto, así tiene que ser de todas todas. —Iván se
rió de nuevo—. El viejo lo advierte de que no tiene derecho a añadir nada a lo
que ya ha dicho antes. Si quieres, en eso consiste el rasgo fundamental del
catolicismo romano, al menos, a mi entender. «Tú le has cedido todo al Papa
—vienen a decirle—, así que ahora todo está en manos del Papa, mejor no vengas
a estorbar, al menos hasta la hora señalada.» No solo hablan en ese sentido,
sino que incluso escriben de esa manera; por lo menos, es lo que hacen los
jesuitas. Yo lo he leído en sus teólogos. «¿Tienes derecho acaso a revelarnos
uno solo de los misterios del mundo del que has venido? —le pregunta mi viejo,
y él mismo se responde—: No, no tienes derecho a hacerlo, para no añadir nada a
lo que ya está dicho y para no privar a los hombres de su libertad, una
libertad que tanto defendiste cuando habitaste entre nosotros. Todo cuanto
anunciaras ahora por primera vez atentaría contra la libertad de la fe de los
hombres, pues se presentaría como un milagro; en cambio, entonces, hace mil
quinientos años, la libertad de su fe era lo más valioso para ti. Fuiste Tú
quien repitió entonces con frecuencia: “Quiero haceros libres”. Pues bien, ya
has visto a esos hombres “libres” —añade de pronto el viejo con una sonrisa
reflexiva—. Sí, todo esto nos ha salido muy caro —prosigue, mirándolo con
severidad—, pero al fin hemos terminado esta obra en tu nombre. Quince siglos
de sufrimiento nos ha costado esa libertad, pero ahora el asunto está concluido
y zanjado de una vez por todas. ¿No crees que esté zanjado de una vez por
todas? ¿Me miras con aire sumiso y no me concedes siquiera tu indignación? Pero
debes saber que ahora, en nuestros días, estos hombres están más seguros que
nunca de que son enteramente libres, y entretanto ellos mismos nos han traído
su libertad y la han depositado dócilmente a nuestros pies. Pero eso lo hemos
hecho nosotros; ¿es ésta la libertad que deseabas?» —Tampoco ahora lo entiendo
—le interrumpió Aliosha—; ¿acaso ironiza, se burla? —De ningún modo.
Precisamente está presentando como un mérito suyo y de los suyos el hecho de
haber triunfado sobre la libertad, y todo con tal de hacer felices a los
hombres. «Pues solo ahora —se refiere, como es natural, a la Inquisición— se ha
hecho posible por primera vez pensar en la felicidad del hombre. Los hombres
fueron creados con una naturaleza rebelde: ¿pueden los rebeldes ser felices? Te
habían avisado —sigue diciendo—, no te faltaron advertencias e indicaciones,
pero no hiciste caso de tales advertencias; rechazaste el único camino que
conducía a la felicidad de los hombres; no obstante, al marcharte,
afortunadamente, pusiste tu obra en nuestras manos. Lo prometiste, empeñaste en
ello tu palabra, nos otorgaste el derecho a atar y desatar, y ahora, por
descontado, no pienses siquiera en quitarnos ese derecho. ¿Por qué has tenido
que venir a estorbarnos?» —¿Qué quiere decir eso de que no le faltaron
advertencias e indicaciones? — preguntó Aliosha. —Precisamente eso es lo más
importante de todo lo que al viejo le toca explicar. «Un espíritu tan terrible
como inteligente, el espíritu de la autodestrucción y la inexistencia —sigue
diciendo el viejo—, el gran espíritu habló contigo en el desierto y, según
dicen los libros, te “tentó”. ¿Es cierto? ¿Podría acaso decirse algo más
verdadero que aquellas tres preguntas que te formuló, y que tú rechazaste, y
que en los libros se conocen como “tentaciones”? Y lo cierto es que, si alguna
vez se ha obrado en la tierra un milagro realmente atronador, fue precisamente
aquel día, el día de las tres tentaciones. La mera formulación de esas tres preguntas
ya era, justamente, un milagro. Si fuera posible imaginar, solo a modo de
prueba y de ejemplo, que esas tres preguntas del terrible espíritu se hubieran
perdido sin dejar rastro en los libros y que fuera preciso restablecerlas,
idearlas y componerlas de nuevo para volver a introducirlas en esos libros, y
que hubiera que reunir con ese fin a todos los sabios de la tierra, a
gobernantes, prelados, científicos, filósofos y poetas, diciéndoles:
“Discurrid, formulad tres preguntas, pero han de ser tales que, además de
responder a la magnitud del acontecimiento, expresen por encima de todo, en
tres palabras, en solo tres frases humanas, toda la historia futura del mundo y
de la humanidad”, ¿crees Tú que toda la sabiduría de la tierra, así reunida,
podría concebir algo remotamente parecido, en fuerza y profundidad, a esas tres
preguntas que de hecho te formuló entonces, en el desierto, el poderoso e
inteligente espíritu? Solo por esas preguntas, por el simple milagro de su
formulación, se comprende que no se trata de una inteligencia humana corriente,
sino de una inteligencia eterna y absoluta. Pues en esas tres preguntas está
como englobada y profetizada toda la historia sucesiva del hombre y en ellas se
presentan los tres modelos a los que se reducen todas las irresolubles
contradicciones históricas de la naturaleza humana en la tierra. Entonces eso
no podía resultar tan evidente, ya que se desconocía el futuro; pero ahora,
quince siglos más tarde, vemos cómo en esas tres preguntas está todo previsto y
profetizado, y se han justificado hasta tal punto que es imposible añadirles ni
quitarles nada. »Así pues, Tú decides quién tenía razón: ¿Tú o aquel que
entonces te interrogó? Recuerda la primera pregunta; si no era así
literalmente, su sentido era éste: “Tú pretendes ir al mundo, y vas con las
manos vacías, con una vaga promesa de libertad: una libertad que ellos, en su
simplicidad y en su arbitrariedad innata, son incapaces de concebir siquiera;
una libertad que temen y que les asusta, pues nunca ha habido para el hombre y
para la sociedad humana nada más insoportable que la libertad. ¿Ves esas piedras
del desierto árido y ardiente? Transfórmalas en panes y la humanidad correrá
detrás de ti como un rebaño, agradecido y dócil, aunque siempre estará
temblando de miedo ante la posibilidad de que retires tu mano y los dejes sin
pan”. Pero tú no quisiste privar al hombre de libertad y rechazaste la
propuesta, pues ¿qué libertad puede haber, debiste pensar, si la obediencia se
compra con pan? Replicaste que no solo de pan vive el hombre, pero has de saber
que en nombre de ese pan terrenal se rebelará contra ti el espíritu de la
tierra, luchará y te derrotará, y todos lo seguirán, proclamando: “¿Quién es
semejante a la bestia, que nos ha dado el fuego del cielo?”. Has de saber que
pasarán los siglos y la humanidad proclamará, por boca de la sabiduría y de la
ciencia, que no existe el crimen ni, por tanto, tampoco el pecado, sino que
existen solo los hambrientos. “¡Dales de comer, y pregúntales entonces por sus
virtudes!”; eso escribirán en la bandera que levantarán contra ti y que
agitarán para destruir tu templo. Un nuevo edificio se alzará allí donde estaba
tu templo, la horrible torre de Babel volverá a edificarse, y aunque tampoco
ésta se vea culminada, como ocurrió con la primera, tú siempre habrías podido
evitar la construcción de esta nueva torre y acortar en mil años los
sufrimientos de los hombres, pues solo acudirán a nosotros, ¡después de haber
padecido mil años con su torre! Vendrán otra vez a buscarnos bajo la superficie
de la tierra, en catacumbas, donde estaremos ocultos, porque seremos nuevamente
perseguidos y martirizados, y, al encontrarnos, nos implorarán: “¡Dadnos de
comer, porque aquellos que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo
han traído!”. Y entonces acabaremos de edificar su torre, pues culminarán la
construcción quienes den de comer, y solo nosotros daremos de comer en tu
nombre, y mentiremos al decir que lo hacemos en tu nombre. ¡Oh, nunca, nunca,
podrán alimentarse sin nosotros! Ninguna ciencia les proporcionará pan mientras
sigan siendo libres, pero al final depositarán su libertad a nuestros pies,
diciéndonos: “Es preferible que nos hagáis vuestros esclavos, pero dadnos de
comer”. Al fin comprenderán que son incompatibles la libertad y el pan terrenal
en abundancia para todos, pues nunca, nunca serán capaces de repartirlo entre
ellos. Se convencerán también de que jamás podrán ser libres, pues son débiles,
depravados, mezquinos y rebeldes. Tú les prometiste el pan celestial, pero,
vuelvo a repetir, ¿puede acaso, a los ojos de la débil tribu humana, siempre
depravada y siempre ingrata, compararse con el pan de la tierra? Y, aun
admitiendo que te siguieran, en nombre de ese pan celestial, miles y decenas de
miles de seres humanos, ¿qué sería de los millones y decenas de miles de
millones que son incapaces de prescindir del pan terrenal a cambio del
celestial? ¿O es que reservas tu amor para las decenas de miles de individuos
fuertes y poderosos, mientras que los demás, que son millones, que son
incontables como las arenas del desierto, que te aman, a pesar de ser débiles,
solo han de servir como material para los grandes y los fuertes? No, para
nosotros también los débiles son dignos de amor. Son depravados y rebeldes,
pero al final también ellos se tornarán sumisos. Se quedarán asombrados y nos
tendrán por dioses, porque, poniéndonos al frente de ellos, habremos aceptado
cargar con su libertad y reinar sobre ellos: ¡así de espantosa les resultará,
al final, la idea de ser libres! Pero les diremos que somos tus discípulos y
que reinamos en tu nombre. Una vez más, los estaremos engañando, pues a ti ya
no te dejaremos acercarte. Esa impostura será nuestro tormento, ya que nos
habremos visto obligados a mentir. Ése es el sentido de aquella primera
pregunta del desierto, aquella que Tú rechazaste en nombre de la libertad, que
situaste por encima de todo. Lo cierto es que en esa pregunta se encerraba el
gran secreto de este mundo. De haber aceptado “los panes”, habrías respondido a
esa angustiosa pregunta, eterna y universal, de los hombres, lo mismo tomados
de uno en uno que tomados en su conjunto: “¿Ante quién inclinarse?”. Para el
hombre no hay preocupación más constante y penosa que la de descubrir lo antes
posible, apenas alcanzada la libertad, ante quién inclinarse. Mas lo que busca
el hombre es doblegarse ante algo que sea indiscutible, tan indiscutible que
todos los hombres accedan a reverenciarlo con unanimidad. Pues todo el afán de
estas criaturas deplorables no consiste ya en encontrar algo ante lo que tal o
cual individuo pueda doblegarse, sino en dar con aquello en lo que todos crean
y todos reverencien, todos a una, necesariamente. Y esa necesidad de comunión
en la sumisión constituye el mayor tormento de cada individuo, así como de la
humanidad en su conjunto, desde el origen de los tiempos. Por culpa de esa
sumisión colectiva, los hombres se han exterminado con la espada. Han creado a
los dioses y se han desafiado, diciendo: “¡Renunciad a vuestros dioses y acudid
a adorar a los nuestros, si no queréis la muerte para vosotros mismos y para
los dioses vuestros!”. Y así seguirá siendo hasta el fin del mundo: incluso
cuando los dioses hayan desaparecido, los hombres seguirán postrándose ante ídolos.
Tú conocías, no podías dejar de conocer este secreto fundamental de la
naturaleza humana, pero rechazaste la única bandera infalible que se te había
ofrecido para obligar a todo el mundo a inclinarse ante ti sin discusión: la
bandera del pan terrenal, que rechazaste en nombre de la libertad y del pan
celestial. Fíjate en lo que has hecho después. ¡Y siempre en nombre de la
libertad! Te repito que no hay para el hombre preocupación más espantosa que la
de encontrar a alguien a quien entregar, cuanto antes, el don de la libertad
con el que nace este ser desdichado. Pero solo quien tranquiliza su conciencia
consigue dominar la libertad de los hombres. Con el pan se ponía en tus manos
una bandera infalible: si le das pan a un hombre, se inclinará ante ti, pues
nada hay más infalible que el pan; pero, si alguien se apodera de la conciencia
de ese hombre, éste despreciará tu pan e irá detrás de aquel que ha seducido su
conciencia. En eso tenías razón. Y es que el misterio de la existencia humana
no consiste únicamente en vivir, sino en saber para qué se vive. Sin una idea
precisa del sentido de su vida, el hombre no quiere vivir y prefiere matarse
antes que seguir en la tierra, por mucho que nade en la abundancia. Y, sin
embargo, ya ves lo que ocurrió: en vez
de someter la libertad de los hombres, ¡Tú se la hiciste aún mayor! ¿O acaso
habías olvidado que el hombre aprecia más la tranquilidad o incluso la muerte
que la libertad para discernir el bien y el mal? No hay nada que seduzca más al
hombre que el libre albedrío, pero tampoco hay nada que lo haga sufrir más.
Pues bien, en lugar de establecer unas bases firmes para tranquilizar,
definitivamente, la conciencia de la gente, te inclinaste por todo lo
extraordinario, misterioso e indefinido, todo lo que no está al alcance de las
fuerzas humanas, actuando como si no amaras en absoluto a los hombres; ¡y eso
lo hiciste Tú, ni más ni menos, que habías venido a dar la vida por ellos! En
vez de domeñar la libertad humana, la multiplicaste, abrumando con sus tormentos
el reino espiritual de los hombres por los siglos de los siglos. Pretendías que
el hombre amara libremente, que te siguiera por su propia voluntad, seducido y
cautivado por ti. En lugar de someterse al rigor de la vieja ley, el hombre, de
corazón libre, tendría que discernir en lo sucesivo el bien y el mal, sin otra
guía que tu imagen delante de los ojos. Pero ¿de verdad no previste que el
hombre acabaría renegando de ti y que llegaría a poner en cuestión tu imagen y
tu verdad, oprimido por la carga espantosa del libre albedrío? Proclamará al
final que la verdad no está en ti, pues era imposible dejarlos en mayor
turbación y tormento de lo que hiciste Tú, cargándolos de preocupaciones y
problemas irresolubles. De ese modo, Tú mismo sentaste las bases para la
destrucción de tu reino, y a nadie puedes culpar más que a ti. ¿Acaso era eso
lo que te habían propuesto? Hay tres fuerzas, tres únicas fuerzas en la tierra
capaces de someter y subyugar para siempre la conciencia de esos débiles
rebeldes, en aras de su propia felicidad: el milagro, el misterio y la
autoridad. Tú rechazaste las tres, y así diste ejemplo. Cuando el espíritu
terrible y sabio te transportó al pináculo del templo, te dijo: “Si quieres
saber si eres el hijo de Dios, arrójate al vacío, pues se ha dicho que los
ángeles lo sostendrán y lo llevarán, y Él no caerá ni se lastimará; entonces
sabrás si eres el hijo de Dios, y así demostrarás tu fe en tu padre”; pero Tú,
después de escucharle, rechazaste su proposición, no accediste y no te
arrojaste al vacío. Oh, sí, actuaste entonces como un Dios, mostrando orgullo y
grandeza, pero la humanidad, esa débil tribu rebelde, ¿está formada acaso por
dioses? Oh, entonces comprendiste que con un solo paso, haciendo un simple
ademán de arrojarte al vacío, habrías tentado de inmediato al Señor y habrías
perdido toda fe en Él. Te habrías estrellado, para regocijo del espíritu
inteligente que te tentaba, contra la tierra que habías venido a salvar. Pero,
insisto, ¿hay muchos como Tú? Y ¿alguna vez habías imaginado, solo por un
momento, que los hombres serían capaces de resistir semejante tentación? ¿Es
propio de la naturaleza humana rechazar el milagro y atenerse, en los terribles
trances de la vida, cuando se plantean los dilemas espirituales más atroces,
esenciales y dolorosos, a lo que libremente dispone el corazón? Oh, Tú sabías
que tu proeza quedaría recogida en los libros, que llegaría al fondo de los
tiempos y a los últimos
confines de la tierra, y contabas con que el hombre,
siguiéndote a ti, también conservaría a Dios sin necesidad de milagros. Pero
ignorabas que el hombre, apenas cuestiona el milagro, rechaza de inmediato a
Dios, pues el hombre busca el milagro más que a Dios. Y, como el hombre carece
de fuerzas para prescindir de los milagros, se forja sus propios milagros, y se
inclina ante los prodigios del curandero, o ante la brujería, aunque sea cien
veces rebelde, herético y ateo. Tú no bajaste de la cruz cuando te gritaban,
mofándose e intentando provocarte: “Desciende de la cruz y creeremos que eres
Tú”. No bajaste, porque tampoco querías esclavizar al hombre con un milagro,
buscabas una fe libre, no una fe milagrosa. Anhelabas un amor libre, no el
éxtasis servil del esclavo ante una demostración de poder que lo dejaría
aterrorizado para siempre. Otra vez te forjaste una idea en exceso elevada de
los hombres, pues éstos son esclavos, sin duda, aunque hayan sido creados
rebeldes. Examina los hechos y juzga, ya han transcurrido quince siglos,
observa a los hombres: ¿a quién has elevado hasta ti? ¡Te juro que el hombre es
una criatura más débil y mezquina de lo que imaginabas! ¿Cómo podría, cómo,
hacer lo que Tú has hecho? Al apreciarlo tanto, has obrado como si ya no te
apiadaras de él, exigiéndole más de la cuenta; y eso Tú, ¡Tú, que lo amabas más
que a ti mismo! De haberlo apreciado menos, también le habrías exigido menos, y
le habrías impuesto una carga más liviana, en consonancia con tu amor. El
hombre es frágil y ruin. ¿Qué más da que ahora se levante en todas partes
contra nuestro poder y se jacte de su rebeldía? Ésa es la jactancia del niño y
del escolar. Son como chiquillos que se han amotinado en clase y han echado al
maestro. También al alborozo de los niños le llegará su fin, y lo pagarán caro.
Derribarán los templos y cubrirán de sangre la tierra. Pero al final esos niños
estúpidos caerán en la cuenta de que, por muy rebeldes que sean, carecen de
fuerza y no son capaces de mantener mucho tiempo su rebelión. Derramando sus
estúpidas lágrimas, acabarán comprendiendo que el Creador, creándolos rebeldes,
lo que quería era burlarse de ellos. Así lo proclamarán, desesperados, y lo
dicho por ellos será una blasfemia que los hará más infelices, pues la
naturaleza humana no soporta la blasfemia y al final siempre acaba vengándola.
Esto es, pues, lo que hay: desasosiego, turbación y desdicha; ¡tal es la suerte
de los hombres después de todo lo que has sufrido por su libertad! En su visión
alegórica, tu gran profeta dice que vio a todos los participantes en la primera
resurrección y que eran doce mil de cada tribu. Y, aun siendo tantos, más que
hombres, eran como dioses. Habían soportado tu cruz, habían soportado décadas
de hambre y aridez en el desierto, alimentándose de langostas y raíces;
ciertamente, puedes señalar con orgullo a estos hijos de la libertad, del libre
amor, del sacrificio libre y sublime en tu nombre. Recuerda, no obstante, que
eran apenas unos cuantos miles y, para colmo, como dioses; pero ¿y los demás?
¿Qué culpa tienen los otros, los débiles, de no haber podido soportar lo mismo
que los poderosos? ¿Qué culpa tiene un alma frágil si no tiene fuerzas para
alojar tan terribles dones? ¿O es acaso cierto que viniste solo a los elegidos
y para los elegidos? Pero, en tal caso, hay en ello un misterio que no podemos
comprender. Y, si hay un misterio, también nosotros teníamos derecho a predicar
ese misterio y a enseñar a los hombres que lo importante no es ni la libre
elección de los corazones ni el amor, sino el misterio, al que deben someterse
ciegamente, aunque sea contra los dictados de su conciencia. Eso es lo que
hemos hecho. Hemos corregido tu obra, basándola en el milagro, en el misterio y
en la autoridad. Y la gente se alegra al verse otra vez conducida como un
rebaño y al comprobar que ya no pesa sobre su corazón un don tan terrible, que
tantos tormentos les había acarreado. Dime si no hemos hecho bien al predicar y
obrar de este modo. ¿No amábamos acaso a la humanidad cuando reconocíamos
humildemente su impotencia, cuando aliviábamos su carga con amor, cuando
incluso le tolerábamos el pecado a su frágil naturaleza, siempre que pecara con
nuestro consentimiento? Entonces, ¿por qué has tenido que venir a entorpecer
nuestra obra? Y ¿por qué me miras ahora en silencio, fijamente, con tus dulces
ojos? Deberías irritarte, yo no aspiro a tu amor, porque tampoco te amo. ¿Para
qué iba a ocultártelo? ¿O es que te crees que no sé con quién hablo? Todo
cuanto tengo que decirte Tú ya lo sabes: lo leo en tus ojos. No tengo por qué
ocultarte nuestro secreto. Pero es posible que prefieras oírlo de mis labios.
Pues bien, escucha: nosotros no estamos contigo, sino con él, ¡ése es nuestro
secreto! Hace mucho que estamos con él, y no contigo, hace ya ocho siglos de
eso. Hace justo ocho siglos aceptamos de él aquello que tú habías rechazado
indignado, el último don que te ofreció al mostrarte todos los reinos
terrenales: de él recibimos Roma y la espada del César y nos declaramos reyes
de la tierra, los únicos reyes, aunque todavía no hayamos podido culminar
nuestra empresa. Pero ¿quién tiene la culpa? Oh, nuestra empresa está todavía
en mantillas, pero ya está en marcha. Aún habrá que esperar mucho tiempo para
su culminación, la tierra tiene aún por delante muchos padecimientos, pero
alcanzaremos nuestra meta y seremos césares; ya pensaremos entonces en la felicidad
universal. No obstante, ya entonces pudiste haber empuñado la espada del César.
¿Por qué rechazaste ese último don? De haber aceptado el tercer consejo del
poderoso espíritu, habrías podido ofrecerle al hombre todo cuanto precisa en la
tierra; es decir: alguien ante el que inclinarse, alguien a quien confiar su
conciencia, y el medio de unirse todos finalmente en un hormiguero común,
incontestable y unánime, pues la necesidad de una unión universal constituye el
tercer y último tormento de la raza humana. La humanidad, en su conjunto,
siempre ha tendido, indefectiblemente, a organizarse sobre una base universal.
Ha habido muchos pueblos importantes con una historia gloriosa, pero, cuanto
más destacaron esos pueblos, tanto más desgraciados fueron, por experimentar
con más intensidad que los otros la necesidad de la unión universal de los
hombres. Los grandes conquistadores, los Tamerlán, los Gengis Jan, pasaron como
un torbellino sobre la tierra, ansiosos por conquistar el orbe entero, pero
hasta ellos, aunque inconscientemente, expresaban esa misma necesidad profunda
que siente la humanidad de alcanzar la plena unión universal. Si hubieras
aceptado el mundo y la púrpura imperial, habrías fundado el reino universal y
traído la paz al mundo entero. Pues ¿quién iba a señorear sobre los hombres
mejor que aquellos que dominen las conciencias y que tengan el pan en sus
manos? Nosotros empuñamos la espada del César, y al empuñarla, naturalmente,
renegamos de ti y nos unimos a él. Oh, pasarán aún siglos enteros de excesos
del librepensamiento, de ciencia humana y de antropofagia, pues, una vez que
han empezado a levantar sin nosotros su torre de Babel, los hombres acabarán en
la antropofagia. Sin embargo, en ese momento la bestia se arrastrará hasta
nosotros y nos lamerá los pies, rociándolos con las lágrimas sangrientas de sus
ojos. Y cabalgaremos a la bestia, alzando nuestra copa, donde habremos grabado:
“¡Misterio!”. Entonces, y solo entonces, llegará para la gente el reino de la
paz y la felicidad. Tú estás orgulloso de tus elegidos, pero solo cuentas con
esos elegidos, mientras que nosotros traeremos el sosiego a todos los hombres.
Y eso no es todo: aún habrá que ver cuántos de esos elegidos, de los fuertes
destinados a figurar entre los elegidos, cansados finalmente de esperarte, han
rendido, y aún siguen rindiendo, las fuerzas de su espíritu y el ardor de su
corazón a otro campo, y acabarán alzando contra ti su libre bandera. Pero tú
mismo has alzado esa bandera. En cambio, con nosotros, todos serán felices y no
habrá más rebeliones ni matanzas, como las que, gracias a tu libertad, cunden
por todas partes. Oh, los convenceremos de que solo serán realmente libres en
el momento en que, poniendo su libertad en nuestras manos, se entreguen a
nosotros. ¿Y qué? ¿Será verdad o estaremos mintiendo? Ellos verán que les
decimos la verdad cuando recuerden los horrores de la servidumbre y la angustia
que les había traído tu libertad. La libertad, el librepensamiento y la ciencia
los conducirán a tal laberinto y los colocarán ante tales prodigios y misterios
insondables que algunos de ellos, los indomables y feroces, se matarán a sí
mismos; otros, igualmente indomables, pero débiles, se matarán entre ellos; y
el resto, el tercer grupo, el de los pusilánimes e infelices, se arrastrará a
nuestros pies, gritando: “¡Teníais razón! Tan solo vosotros estabais en
posesión de su secreto; ahora volvemos a vosotros, ¡salvadnos de nosotros
mismos!”. Cada vez que reciban de nosotros el pan, verán, naturalmente, con
toda claridad, que nosotros les quitamos su pan, el pan que obtienen con sus
manos, para luego distribuirlo entre ellos, sin realizar ningún milagro; verán
que no hemos convertido las piedras en pan, pero, en verdad, más que del propio
pan, ¡se alegrarán de recibirlo de nuestras manos! Porque recordarán
perfectamente que antes, sin nosotros, los panes que habían obtenido se
convertían en piedras en sus manos; en cambio, al volver con nosotros, las
mismas piedras, en sus manos, se transforman en pan. ¡Comprenderán muy bien lo
que vale someterse para siempre! Y, mientras no lo comprendan, los hombres
serán infelices. ¿Puedes decirme quién ha contribuido más que nadie a esa
incomprensión? ¿Quién ha dividido el rebaño y lo ha dispersado por caminos
ignotos? Pero el rebaño volverá a reunirse y volverá a someterse, y esta vez
para siempre. Entonces les daremos una felicidad tranquila y serena, una
felicidad de seres débiles, como son ellos. Oh, y al final los convenceremos de
que no deben enorgullecerse, pues Tú, al ensalzarlos, los enseñaste a ser
orgullosos; les demostraremos que son débiles, que son solo unos niños dignos
de lástima y, al mismo tiempo, que no hay felicidad más dulce que la de los
niños. Se mostrarán tímidos, empezarán a mirarnos y a apretarse, muertos de
miedo, contra nosotros, como los polluelos contra la gallina clueca. Sentirán
una mezcla de asombro y de espanto ante nosotros, y se enorgullecerán de
nuestro poder y nuestra inteligencia, que nos han permitido someter a un rebaño
tan inquieto, integrado por miles de millones de ejemplares. Temblarán,
impotentes, ante nuestra cólera; intimidados, los ojos se les llenarán de
lágrimas, como si fueran mujeres y niños; pero, con la misma facilidad, bastará
una señal nuestra para que pasen al contento y a la risa, a la clara alegría y
a la feliz cancioncilla infantil. Sí, los obligaremos a trabajar, pero en los
ratos de descanso les tendremos organizada la vida como un juego infantil, con
cantos infantiles, a coro, con bailes inocentes. Es más, les daremos permiso
para pecar, sabiendo que son débiles e impotentes, y nos querrán como niños por
dejarles que pequen. Les diremos que todo pecado será redimido, siempre y
cuando se cometa con nuestro consentimiento; si consentimos que pequen, es
porque los amamos; y nosotros cargaremos, qué remedio, con el castigo
correspondiente. Cargaremos con el castigo y, a cambio, ellos nos adorarán como
benefactores, por haber asumido sus pecados a los ojos de Dios. Ya nunca
tendrán secretos para nosotros. Les permitiremos o les prohibiremos vivir con
sus mujeres y sus amantes, tener o no tener hijos, según su grado de
obediencia, y se someterán con dicha y alegría. Nos confiarán los más
desgarradores secretos de su conciencia; todo, todo lo pondrán en nuestras
manos, y nosotros les daremos la solución. Ellos aceptarán nuestras decisiones
de buen grado, sabiéndose libres de la enorme preocupación y los terribles
sufrimientos que ahora les supone elegir libremente y por su cuenta. Y habrá
millones de personas felices, todas serán felices, salvo un centenar de miles
de dirigentes. Pues solo nosotros, los depositarios del secreto, solo nosotros
seremos desdichados. Habrá miles de millones de criaturas felices y cien mil
mártires abrumados por la maldición del discernimiento del bien y del mal. Aquéllos
morirán en silencio, se apagarán dulcemente bendiciendo tu nombre y más allá de
la tumba tan solo encontrarán la muerte. Pero nosotros guardaremos el secreto
y, pensando en su felicidad, los encandilaremos con el premio celestial y
eterno. Pues, aun suponiendo que hubiera algo en el otro mundo, no sería, desde
luego, para esa gente. Dicen y profetizan que volverás para vencer de nuevo,
rodeado por tus arrogantes y fuertes elegidos; nosotros les diremos a los
hombres que ésos solo se han salvado a sí mismos, en tanto que nosotros hemos
salvado a todos. Dicen que la ramera que está sentada sobre la bestia y
sostiene en sus manos el misterio será cubierta de oprobio; que los débiles
volverán a rebelarse y desgarrarán la púrpura que la cubre, dejando al desnudo
su “abominable” cuerpo. Pero entonces me alzaré y te mostraré los miles de
millones de criaturas dichosas, que no conocen el pecado. Y nosotros, los que
hemos cargado con sus pecados pensando en su felicidad, nos plantaremos ante
ti, diciendo: “Júzganos si puedes y te atreves”. Has de saber que no te temo.
Has de saber que yo también he estado en el desierto, que yo también me he
alimentado de langostas y de raíces, que yo también he bendecido la libertad
con la que Tú bendijiste a los hombres, que yo también estaba preparado para
formar parte del número de tus elegidos, del número de los poderosos y fuertes,
que ardía en deseos de “completar el número”. Pero abrí los ojos y no quise
ponerme al servicio de esa locura. Volví sobre mis pasos y me sumé al grupo de
los que han corregido tu obra. Me alejé de los orgullosos y me uní a los
humildes, para hacer su felicidad. Esto que te digo ha de cumplirse, y se
edificará nuestro reino. Te lo repito, mañana mismo verás cómo ese obediente
rebaño, a un gesto mío, se precipita a avivar las brasas ardientes de tu
hoguera, donde te quemaré por haber venido a estorbarnos. Pues nadie se ha
merecido nuestra hoguera más que Tú. Mañana te quemaré. Dixi.» Iván se detuvo.
Hablaba con entusiasmo, y se había ido acalorando; al terminar, sonrió
inesperadamente. Aliosha, que había estado escuchando en silencio, al final ya
era presa de una agitación extraordinaria y a punto estuvo varias veces de
interrumpir el discurso de su hermano; al parecer, no obstante, logró contenerse,
hasta que acabó estallando, como si saltara de su asiento. —Pero… ¡esto es
absurdo! —exclamó, ruborizándose—. Tu poema es una alabanza a Jesús, y no una
blasfemia… como pretendías. Y ¿quién va a creer lo que dices de la libertad?
¡Como si hubiera que entenderla así! No es ése el concepto que tiene la Iglesia
ortodoxa… Eso es Roma, y ni siquiera toda Roma, no es verdad… ¡Es lo peor del
catolicismo, son los inquisidores, los jesuitas!… Además, no hay personaje más
fantástico que tu inquisidor. ¿Qué es eso de que carga con los pecados de los
hombres? ¿Quiénes son esos portadores del misterio, que asumen no sé qué
maldición por la felicidad de los hombres? ¿Cuándo los ha visto nadie?
Conocemos a los jesuitas, se habla muy mal de ellos, pero ¿de verdad son como
tú los presentas? No son así, ni de lejos… Simplemente, son el ejército de Roma
para el futuro reino universal en la tierra, con un emperador, el sumo
pontífice romano, a la cabeza… Ése es su ideal, pero nada de misterios ni
sublimes tristezas… El más elemental afán de poder, de sucios bienes
terrenales, de esclavización… Algo así como un futuro régimen de servidumbre,
en el que ellos serán los terratenientes… a eso se reducen. Puede que esa gente
ni siquiera crea en Dios. Tu atormentado inquisidor es pura fantasía…
—¡Para, para! —Iván se echó a reír—. Sí que te lo tomas a
pecho. Pura fantasía, dices, ¡de acuerdo! Claro que sí, es una fantasía. No
obstante, permíteme: ¿de verdad crees que todo el movimiento católico de los
últimos siglos se reduce a un simple afán de poder para obtener apenas unos
sucios bienes? ¿No te lo habrá enseñado el padre Paísi? —No, no, al contrario;
el padre Paísi habló en cierta ocasión en un sentido parecido al tuyo… Aunque
no era lo mismo, claro, no era lo mismo en absoluto… —se corrigió rápidamente
Aliosha. —Con todo, es una revelación muy valiosa, aunque hayas aclarado que
«no era lo mismo». Lo que yo te pregunto, en concreto, es por qué tus jesuitas y
tus inquisidores se han puesto de acuerdo tan solo para obtener esos
despreciables bienes materiales. ¿Por qué no puede haber entre ellos ni un solo
mártir torturado por un sufrimiento noble y lleno de amor a la humanidad?
Verás: supón que, entre todos esos individuos ansiosos de viles bienes
materiales, se encontrara uno, solo uno, que, como mi viejo inquisidor, hubiera
comido raíces en el desierto y se hubiera mortificado, sometiendo su carne,
para llegar a ser libre y perfecto; y que, no obstante, después de haber amado
toda la vida a la humanidad, un buen día abre los ojos y cae en la cuenta de
que alcanzar la perfección de la voluntad supone una pobre satisfacción moral
sabiendo al mismo tiempo que hay millones de criaturas de Dios que son solo
dignas de escarnio, porque jamás tendrán la fuerza suficiente para lograr la
libertad; que de unos tristes rebeldes no surgirán nunca unos gigantes capaces
de culminar la torre; que el gran idealista no había concebido su armonía para
unos tipos semejantes. Habiendo caído en la cuenta de todo eso, se vuelve atrás
y se une… a la gente inteligente. ¿De verdad te parece imposible? —¿Que se unió
a quienes? ¿Qué gente inteligente era ésa? —exclamó Aliosha, ya casi fuera de
sí—. Ninguno de ellos tiene tal inteligencia, ni hay entre ellos misterios y
secretos de esa clase… Lo único que tienen, si acaso, es el ateísmo, ése es
todo su secreto. Tu inquisidor no cree en Dios, ¡ahí tienes su secreto!
—¡Aunque así fuera! Por fin caes en la cuenta. Y así es, en efecto, en eso radica
todo el secreto, pero ¿no es un tormento, al menos para un hombre como él, que
ha desperdiciado toda su vida por una gesta en el desierto y no se ha curado de
su amor a la humanidad? En el ocaso de sus días ve claramente que solo los
consejos del terrible y poderoso espíritu habrían podido hacer algo más
llevadera la existencia de los rebeldes impotentes, «esos seres abortados que
únicamente han servido de prueba, creados para ser objeto de irrisión».
Convencido de eso, comprende que es preciso seguir las indicaciones del
espíritu inteligente, del terrible espíritu de la muerte y la destrucción, y
admitir para ello la mentira y el engaño, y llevar a los hombres, de manera
consciente, a la muerte y a la destrucción, teniéndolos, además, engañados todo
el camino, para que no sepan adónde los llevan, de modo que, al menos a lo largo
del trayecto, esos pobres ciegos se crean felices. ¡Date cuenta de que el
engaño se hace en nombre de aquel en cuyo ideal había creído el anciano toda su
vida con tanto fervor! ¿No te parece una desgracia? Y, si al frente de todo ese
ejército, «sediento de poder para alcanzar unos mezquinos bienes», hay un solo
hombre como ése, uno solo, ¿no es eso suficiente para que haya una tragedia?
Más aún: basta un hombre así al frente para ver encarnada, finalmente, la
verdadera idea directriz de toda la empresa romana, con todos sus ejércitos y
sus jesuitas, la idea culminante de esta empresa. Te lo digo con toda
franqueza: estoy firmemente convencido de que nunca ha faltado esa clase de
hombre excepcional entre quienes se encontraban al frente del movimiento. Quién
sabe, quizá los haya habido incluso entre los sumos pontífices romanos. Quién
sabe si ese maldito viejo, que ama a la humanidad con tanta tenacidad y de un
modo tan peculiar, sigue existiendo en nuestros días, encarnado en un grupo de
ancianos excepcionales, y no de cualquier modo, sino como un acuerdo, como una
unión secreta que lleva mucho tiempo organizada para preservar el misterio,
ocultándoselo a los desgraciados y a los débiles, con ánimo de hacerlos
felices. Seguro que eso ocurre, y así tiene que ser. Incluso me imagino que los
masones basarán su doctrina en un misterio análogo, y que por eso los católicos
los odian de ese modo, pues ven en ellos a unos competidores: representan la
ruptura de la unidad del ideal, cuando debería haber un solo rebaño y un solo
pastor… En todo caso, al defender así mis puntos de vista, parezco un autor que
no ha resistido tus críticas. Ya basta. —¡A ver si tú eres un masón! —estalló
de pronto Aliosha—. No crees en Dios — añadió, pero ya con inmensa tristeza.
Tenía, además, la sensación de que su hermano lo miraba con aire de burla—. Y
¿cómo termina tu poema? —preguntó de improviso, con la vista clavada en el
suelo—. ¿O ya ha terminado? —Quería terminarlo del siguiente modo. Cuando el
inquisidor acaba su discurso, se queda un rato esperando a que su prisionero le
responda. El silencio de éste le resulta penoso. Se ha fijado en que el cautivo
no ha hecho otra cosa que observarlo detenidamente, en silencio, sin apartar la
vista de sus ojos y, aparentemente, sin intención de contestarle. Al viejo le
gustaría que le dijera algo, por amargo y terrible que fuese. Pero de pronto,
sin mediar palabra, se acerca y besa en los labios exangües al nonagenario. Ésa
es toda su respuesta. El viejo se estremece. Algo se agita en las comisuras de
sus labios; se dirige a la puerta y la abre, diciendo: «Vete y no vuelvas más…
No vuelvas nunca… ¡nunca, nunca!». Y le deja salir a «las oscuras callejuelas
de la ciudad». El prisionero se va. —¿Y el viejo? —El beso le quema el corazón,
pero el viejo se aferra a su idea. —Y ¿tú estás con él? ¿Tú también? —preguntó
amargamente Aliosha. Iván se rió
—Todo esto es absurdo, Aliosha; si no es más que un poema
disparatado de un estudiante disparatado que no ha escrito dos versos en toda
su vida. ¿Por qué te lo tomas tan en serio? No irás a creer que ahora mismo
pienso ir a ver a los jesuitas para unirme al grupo de hombres que se dedican a
rectificar su gesta. ¡Ay, Señor! ¡A mí qué más me da! Ya te lo he dicho: solo
quiero llegar a los treinta años, y entonces… ¡arrojaré la copa al suelo! —¿Y
las hojillas pegajosas, las tumbas adoradas, el cielo azul, la mujer amada?
¿Cómo vas a vivir? ¿Cómo piensas amarlos? —exclamó Aliosha con pesar—. Con
semejante infierno en el pecho y en la cabeza, ¿cómo va a ser posible? No; tú
te vas, precisamente, para unirte a ellos… Y, si no, te matarás, ¡no vas a
poder aguantar! —¡Hay una fuerza que todo lo aguanta! —replicó Iván, con una
sonrisa fría. —¿Qué fuerza? —La de los Karamázov… la fuerza de la vileza
karamazoviana. —O sea, hundirse en el vicio, ahogar el alma en la depravación,
¿verdad?, ¿verdad? —Puede que también consista en eso… Hasta los treinta años,
tal vez lo evite, y luego… —¿Cómo vas a evitarlo? ¿De qué modo? Con tus ideas,
eso es algo imposible. —Una vez más, al estilo de los Karamázov. —¿Te refieres
a que todo está permitido? Todo está permitido, ¿no es eso? ¿No es eso? Iván
frunció el ceño y de pronto palideció de una forma extraña. —Ah, veo que ayer
cazaste al vuelo esas palabritas que tanto ofendieron a Miúsov… y que tan
ingenuamente repitió nuestro hermano Dmitri —dijo con una sonrisa forzada—. Sí,
puede ser, ya que se ha dicho: «Todo está permitido». No me retracto. Y la
versión de Mítenka no está nada mal. —Aliosha lo miró sin decir nada—. Yo,
hermano, ahora que me voy, pensaba que al menos te tenía a ti en el mundo —
dijo de pronto Iván, con inesperada emoción—, pero ya veo que en tu corazón no
hay sitio para mí, mi querido ermitaño. Yo no reniego de la fórmula: «Todo está
permitido», pero veo que, por lo mismo, tú sí que reniegas de mí, ¿verdad?,
¿verdad? Aliosha se levantó, se acercó a su hermano y, sin decir nada, le besó
dulcemente los labios. —¡Eso es un plagio literario! —exclamó Iván, presa de un
entusiasmo repentino—. ¡Lo has robado de mi poema! Gracias, de todos modos.
Levanta, Aliosha, vámonos, ya es hora para mí y para ti. Salieron, pero se
pararon en el porche de la taberna. —Mira, Aliosha —dijo Iván con voz firme—, si
de verdad soy capaz de amar las hojillas pegajosas, solo me hará falta
acordarme de ti. Me bastará saber que aquí, en alguna parte, estás tú, para no
perder las ganas de vivir. ¿Te basta a ti con eso? Tómatelo incluso, si
quieres, como una declaración de amor.
https://es.wikipedia.org/wiki/El_gran_inquisidor
https://es.wikipedia.org/wiki/Los_hermanos_Karamazov
https://cdn.pruebat.org/recursos/recursos/libros/pdf/Los-hermanos-karamazov.pdf
https://www.youtube.com/watch?v=JnkMOCXu5RA
Juan Pablo
Escate
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# 1. Schelling y la absolutización de la revelación divina
Friedrich
W. J. **Schelling** (1775–1854), tras haber sido un destacado filósofo
idealista, dio un **giro conservador** en su pensamiento a partir de la década
de 1830. En sus últimas obras y lecciones (notablemente las *Lecciones de
Berlín* de 1841–42), desarrolló la llamada **“filosofía de la revelación”**. En
ella, Schelling propuso que la verdad última no proviene del razonamiento
humano autónomo, sino de una **revelación divina positiva**. Dividió la
filosofía en dos caminos: una *filosofía negativa* (la de Fichte o Hegel) que
intenta deducir a Dios **sólo por la razón**, y una *filosofía positiva* que
parte de los **hechos** dados por Dios (la existencia del mundo, la historia
sagrada) para llegar a Él. Schelling sostenía que en la historia de la religión
hubo una culminación: **en la era de la Revelación Dios se manifestó realmente
en la figura de Cristo**, dando un fundamento absoluto a la verdad religiosa.
De este modo, la religión cristiana dejaba de ser, para él, un mito superado
por la Ilustración y pasaba a ser el **fundamento eterno de la verdad**
filosófica.
Este viraje implicó que Schelling **restó primacía a la razón
ilustrada**, enfatizando que la conciencia humana por sí sola no construye la
realidad; más bien, lo **Real es revelado por Dios**. Sus escritos tardíos
describen la fe como un conocimiento no infundado, sino al contrario, “lo
**mejor fundado de todo**”, por cuanto se apoya en algo **positivo absoluto**
–la revelación de Dios mismo– que la mera razón jamás podría alcanzar por sí
sola. En palabras de Schelling, la fe contiene una certeza tan absoluta que
**no admite transición** ni refutación desde otro fundamento. En resumen,
Schelling convirtió la **revelación religiosa en un absoluto filosófico**, una
fuente de verdad superior a cualquier duda crítica.
No es casualidad que este cambio contentara a los sectores más
conservadores. De hecho, **el rey de Prusia** llamó a Schelling a Berlín en
1841 con la esperanza de que combatiera la creciente influencia del
hegelianismo racionalista (calificado por el monarca como “**semilla de
dragón**”). La filosofía de la revelación de Schelling resultaba atractiva para
la **reacción religiosa y política** de la época: ofrecía un discurso espiritual
*absoluto* que podía contrarrestar tanto al escepticismo secular como a las
corrientes revolucionarias inspiradas por la razón crítica (por ejemplo, los
jóvenes hegelianos como Feuerbach, Engels o Bakunin estuvieron entre sus
oyentes en Berlín). En otras palabras, Schelling estaba **erguiendo una
“catedral filosófica”** para cobijar nuevamente la **autoridad de lo sagrado**,
presentándola con lenguaje filosófico pero con contenido **teológico
tradicional**.
# 2. Romanticismo religioso vs. Ilustración: el clima del siglo
XIX
Para entender cómo esas ideas pudieron permear el entorno donde
surgiría Elena G. de White, hay que ver el **clima intelectual y espiritual del
siglo XIX**. Tras la Ilustración del siglo XVIII (con su exaltación de la
razón, el deísmo y el escepticismo religioso), en el siglo XIX se produjo una
**reacción romántica**. Tanto en Europa como en América, muchos comenzaron a
**desconfiar del racionalismo frío** y a buscar verdades más profundas en la
emoción, la fe y lo trascendente.
En términos religiosos, esta reacción se manifestó en
**reavivamientos protestantes**. En Estados Unidos, por ejemplo, ocurrió el
**Segundo Gran Despertar** (aprox. 1790–1840), un masivo movimiento de **fervor
evangélico** que enfatizaba la conversión personal, las experiencias emotivas y
la intervención directa de lo sobrenatural. Se ha señalado que *“el Segundo
Gran Despertar reflejó el **Romanticismo**, caracterizado por entusiasmo,
emoción y un llamado a lo sobrenatural. **Rechazó** el racionalismo escéptico y
el deísmo de la Ilustración”*. En otras palabras, la cultura protestante
popular giró hacia una espiritualidad **más “caliente” y experiencial**,
desconfiando de la “religión fría” basada sólo en la razón o la crítica. Este
era exactamente el giro mental que había articulado filosóficamente Schelling:
una reafirmación de la **fe revelada por encima del intelecto crítico**.
Además del espíritu romántico, también había un **ambiente
apocalíptico** en la primera mitad del siglo XIX. Las guerras, cambios sociales
y la incertidumbre ante la modernidad generaron miedo al caos y la sensación de
que el **juicio final** podía estar cerca. Muchas corrientes protestantes
populares comenzaron a predicar el **inminente fin del mundo** y la necesidad
de un **guía profético**. Vemos surgir movimientos mileristas, adventistas, así
como experimentos espirituales diversos (desde el **irvingismo** en Inglaterra
con dones proféticos y lenguas en los 1830s, hasta el **espiritismo** moderno
desde 1848). En todos subyace la idea de que la **razón humana y las
instituciones establecidas habían fracasado**, y que hacía falta una **nueva
revelación directa de lo Alto** para dar sentido y orden. Esto es **dialéctica
pura** en el sentido histórico: como reacción a un exceso de racionalismo y
secularismo, brota un contra-movimiento **místico y autoritativo**.
En resumen, ya para **mediados del siglo XIX** el terreno estaba
abonado para que la **“filosofía de la revelación”** (en el sentido amplio de
absolutizar la verdad revelada) echase raíces en los movimientos religiosos
populares. **Schelling** y otros pensadores **contra-ilustrados**
proporcionaron un aparato conceptual que exaltaba la fe supra-racional; y al
mismo tiempo, **millones de creyentes comunes** participaban de avivamientos
que *de facto* encarnaban esos valores (primacía de la Biblia leída
literalmente, visiones, milagros, etc.). En este ambiente **transatlántico**,
las ideas de revelación divina como única certeza **circulaban “por la puerta
trasera”**, sin necesidad de citar a Schelling: estaban en el aire, en
sermones, panfletos religiosos y discursos populares que privilegiaban **la voz
de Dios** (en la Escritura o en visiones) por encima de la fría crítica
“moderna”.
# 3. Surgimiento del adventismo: de
la Gran Decepción a la autoridad profética
Es en este contexto que **Elena G. de
White** (Harmon de soltera, 1827–1915) emerge. Ella fue una joven de origen
metodista que se involucró en el movimiento **milerita** –los seguidores del
predicador William Miller, quien anunció el retorno de Cristo para 1844. Cuando
Jesús *no* volvió en la fecha esperada (el fiasco conocido como la **Gran
Decepción** del 22 de octubre de 1844), la mayoría abandonó el movimiento. Pero
un pequeño núcleo de “adventistas” confundidos siguió buscando respuestas. Fue
entonces cuando Elena, con sólo 17 años, comenzó a relatar **visiones** que
afirmaban que Dios estaba guiando al “remanente” de creyentes a nuevas verdades
(por ejemplo, revelando por qué había ocurrido el aparente chasco). En medio
del caos doctrinal y el desaliento, **sus visiones fueron pronto aceptadas como
revelaciones de Dios**, y muchos creyeron que ella tenía un **don profético**
para reunificar y guiar al movimiento.
A partir de 1845–1846, Elena (ya
casada con el joven predicador James White) se convirtió en la **voz profética
respetada** entre los adventistas sabatistas. Durante las décadas siguientes
afirmó haber recibido unas **2.000 revelaciones** mediante sueños y visiones,
que moldearon prácticamente todos los aspectos de la doctrina y prácticas del
naciente movimiento. Sus testimonios guiaban desde interpretaciones bíblicas
proféticas hasta consejos muy concretos sobre **moral y estilo de vida**. Por
ejemplo, en 1863 Elena tuvo una visión sobre la **salud** en la cual Dios le
mostraba reglas dietéticas; sus seguidores adoptaron rápidamente dichas normas
(abandonar la carne, el alcohol, el tabaco, el café y recurrir a remedios
naturales) considerándolas parte integral del deber religioso. Del mismo modo,
sus escritos definieron la observancia del **sábado** (sábado sabático), la
educación, la conducta sexual, la vestimenta, etc., siempre con la premisa de
ser *instrucciones directas de lo Alto*.
Vemos aquí cómo el adventismo
primitivo, en la práctica, **encarnó esa idea de la revelación superior a la
razón**: frente a las preguntas difíciles (¿Por qué no volvió Cristo en 1844?
¿Qué creer ahora?), la respuesta fue **“Dios nos lo mostró en visión”**. Esa
certeza les dio un nuevo **marco de orden**. A la incipiente *clase media*
adventista –grupos de granjeros, comerciantes y profesionales modestos en EE.
UU. norteños– la influencia de Elena White les ofreció **autoridad moral y
doctrinal indiscutible**, una narrativa que hacía *inteligible* la historia (la
llamada “gran controversia” cósmica entre el bien y el mal) y un **conjunto
claro de normas** en medio de los cambios sociales de la modernidad. En efecto,
*“orden, autoridad, justificación moral y miedos canalizados”* describen bien
lo que sus revelaciones proporcionaron al grupo. El miedo al caos secular o a
la incertidumbre del futuro podía canalizarse a través de una figura profética
que “ordenaba la experiencia desde lo sagrado”, tal como vos apuntabas.
Es importante notar que **los
adventistas primitivos no eran filósofos**; difícilmente alguno de ellos leyó a
Schelling directamente (muchos eran jóvenes con educación básica). Sin embargo,
**las ideas-fuerza de la época** sobre la supremacía de la fe se reflejaron
claramente en su modo de pensar. Ellos sostenían, por ejemplo, que la
**Biblia** (leída de forma literalista historicista) era la única fuente de
verdad segura en un mundo engañado. Cuando aceptaron a Elena White, lo hicieron
convencidos de que su don era el “**Espíritu de Profecía**” prometido en la
Biblia para los *últimos días* (cfr. Apocalipsis 19:10, Joel 2:28). Esto
muestra cómo conceptualizaban la realidad: la historia **no** avanzaba guiada
por la razón humana, sino por el **plan revelado de Dios**, en el cual los
profetas tenían un papel funcional crucial. En esencia, **sin haber leído a
Schelling, llegaron a conclusiones afines**: “Lo real” (el significado de la
historia, el destino de la humanidad) **lo revela Dios**, no lo construyen las
teorías ilustradas.
# 4. Puentes e influencias: de la
filosofía alemana al fervor profético americano
Dado lo anterior, ¿cómo *pudo haber
llegado* la filosofía de la revelación de Schelling al entorno adventista? La
respuesta parece ser que **llegó de forma difusa, ambiental**, más que por una
transmisión concreta libro-en-mano. Podemos identificar varios **puentes
ideológicos indirectos**:
* **El Romanticismo protestante
transatlántico:** Las ideas de teólogos y filósofos europeos contrarios a la
Ilustración circularon en América a través de predicadores, libros devocionales
y contactos religiosos. Por ejemplo, en la misma década de 1840, pensadores
como **Samuel Taylor Coleridge** (en Inglaterra) difundían ideas alemanas
románticas entre el mundo de habla inglesa. Coleridge, influido por Schelling,
enfatizaba la importancia de la intuición espiritual sobre la pura razón.
Autores norteamericanos como **Ralph Waldo Emerson** también promovían
trascender el racionalismo seco, aunque en su caso hacia un misticismo
naturalista. Si bien los adventistas desconfiaban de los unitarios
trascendentalistas como Emerson, compartían con ellos el rechazo al
**“escepticismo moderno”** y la convicción de que hay una realidad superior
accesible por la fe (sea el “Espíritu Santo” para los adventistas o el
“Sobrealma” para Emerson).
* **El trasfondo del **puritanismo y
pietismo**:** Muchos líderes adventistas provenían del metodismo, del bautismo
o de iglesias con herencia pietista, donde siempre se valorizó la “**luz
interior**” o las impresiones del Espíritu por sobre las disputas teológicas
frías. Esa tradición ya establecía que la **verdadera comprensión** viene de
Dios a quien tiene fe (un eco remoto de “filosofía de la revelación”). Por
ejemplo, James White y Joseph Bates eran metodistas que creían en la guía
directa de Dios en la experiencia cristiana. Así, abrazar a una profetisa
encajaba en sus expectativas espirituales.
* **Circulación de publicaciones y
discursos mileritas:** El movimiento milerita estaba conectado con redes
internacionales adventistas. Se difundían folletos y libros entre Inglaterra y
América sobre profecías bíblicas. Aunque Miller mismo era bastante *literalista
racional* en sus cálculos, hacia el fin del movimiento (1844) surgieron
corrientes más místicas. En Inglaterra, la *Iglesia Católica Apostólica* de
Edward Irving (un contemporáneo de Miller) proclamaba que **había nuevamente
profetas y apóstoles** preparando la segunda venida de Cristo. Irving, dicho
sea de paso, estaba influido por el Romanticismo y hasta por Coleridge. No hay
evidencia de contacto directo, pero son síntomas de un *zeitgeist*: los
adventistas estadounidenses no vieron raro que Dios diera visiones a una joven,
porque sabían de otros casos de “**derramamiento del Espíritu**” en su
generación.
* **La necesidad de autoridad tras el
fracaso:** Aquí hay un factor psicológico-ideológico importante. Cuando la
**Gran Decepción de 1844** dejó a los mileritas sin asidero intelectual (los
cálculos habían fallado), había dos opciones: o reconocer el error y abrazar la
**incertidumbre**, o **doblegar la apuesta sobrenatural** y decir “no nos
equivocamos del todo; Dios nos revelará qué pasó”. Muchos optaron por lo
segundo. Este acto de fe colectiva “contra la evidencia” sintoniza con la
postura de Schelling contra el criticismo: creer *a pesar de*. Es decir, se
creó una **predisposición ideológica** a aceptar un **discurso seudoespiritual
absoluto** (tal como Schelling teorizó que ocurriría cuando la razón flaquea,
surge la teología disfrazada de filosofía).
En conjunto, todos estos puentes
muestran **concordancias ideológicas**. Podemos afirmar que **la filosofía de
Schelling preparó el clima** intelectual en el que un fenómeno como Elena White
resultó **verosímil y útil**. Aunque Elena White y sus asociados no citaran a
Schelling, **absorbieron por ósmosis cultural** la noción de que la revelación
es una “verdad superior” y que la razón ilustrada era insuficiente o peligrosa.
Incluso décadas después, teólogos
protestantes conservadores desarrollaron ideas parecidas a las de Schelling.
Por ejemplo, a fines del XIX y principios del XX, pensadores reformados como
**Herman Bavinck** señalaron que todo el siglo XIX estuvo lleno de intentos de
recuperar la noción de revelación objetiva frente al liberalismo. La *vía adventista*
fue precisamente un ejemplo: en lugar de la “alta crítica” bíblica o el
liberalismo teológico europeos, ellos redoblaron su confianza en la
*inspiración plenaria*: **la Biblia y las visiones proféticas** serían su roca
inconmovible.
# 5. Dirección interna: ¿Elena White
fue asesorada?
Planteás, con perspicacia, la
posibilidad de que Elena G. de White *“no fue sola”*, es decir, que detrás de
ella operaba un **aparato ideológico dirigido**. La historia confirma que, en
efecto, Elena White no actuó en el vacío ni de manera completamente
independiente. Desde el inicio, *sus visiones fueron gestionadas y promovidas*
por un pequeño círculo de líderes adventistas (su esposo James White, el
capitán Joseph Bates, los hermanos J. N. Andrews, Uriah Smith, etc.). Estos
pioneros eran más que “místicos solitarios”: en buena medida, eran
**organizadores y estrategas** de un nuevo movimiento religioso con
pretensiones de trascendencia.
Veamos algunos hechos: **¿Quién
publicaba sus escritos?** El propio James White estableció la imprenta
adventista (*Review and Herald Press*) y se encargó de **editar y difundir**
las primeras compilaciones de visiones de Elena. **¿Quién decidía qué se
consideraba revelación digna de publicarse?** Principalmente James y los
editores adventistas. Un ejemplo contundente es el manejo de la controvertida
doctrina de la “**puerta cerrada**”. Inicialmente, tras 1844 Elena White afirmó
en varias visiones que Dios le mostraba que la puerta de la salvación para el
mundo se había cerrado (es decir, que ya no habría más conversiones de
no-mileritas). Sin embargo, hacia 1851 la postura del grupo cambió –decidieron
evangelizar a nuevos conversos–, y **James White literalmente *suprimió* de las
publicaciones partes de las visiones de Elena** que apoyaban la teoría de la
puerta cerrada. En una compilación de 1851 (*Experience and Views*), James
**eliminó cerca del 19%** del texto original de sus visiones, omitiendo
párrafos completos relacionados con la “puerta cerrada” que antes se habían
proclamado como revelados por Dios. Algunos miembros se escandalizaron al
descubrir que faltaban visiones que ellos recordaban haber escuchado de labios
de Elena como mensajes de Dios. La dirigencia, al verse cuestionada, dio
explicaciones administrativas (que si por falta de espacio o recursos no se
habían impreso todas las visiones) y prometió publicarlas más adelante. Lo
importante aquí es la evidencia de **control editorial e ideológico**: había un
**filtro humano** decidiendo qué “luz profética” convenía presentar y cuál era
mejor callar por el bien del grupo.
Asimismo, Elena G. de White contaba
con **colaboradores literarios** que pulían sus escritos y a veces le sugerían
enfoques. En sus años posteriores, empleó a secretarias (Marian Davis, por
ejemplo) para compilar materiales de sus escritos previos en nuevos libros. Si
bien Elena seguía afirmando autoridad divina sobre el contenido, en la práctica
había un **trabajo de equipo** dándole forma al mensaje profético. Los
dirigentes adventistas (incluyendo a su esposo, y tras la muerte de él, a su
hijo William White y otros consejeros) tenían enorme influencia en cómo se
presentaban sus testimonios al público. Podemos decir que Elena White fue, en
cierto modo, la **voz carismática** de un proyecto colectivo: ese proyecto era
la consolidación de una **iglesia** con identidad teológica propia, en contra
de las corrientes liberales del cristianismo.
¿Había entre esos colaboradores
*alguien consciente* de la filosofía de Schelling? No lo podemos asegurar; es
posible que alguno con más educación hubiese leído sobre teología europea. Por
ejemplo, **J. N. Andrews** era muy estudioso (dominado del griego, hebreo y
latín) y fue misionero en Europa; podría haber tenido roce con ideas alemanas
posteriormente. Pero en los años formativos (1840–1860), más que influencias
académicas directas, vemos **afinidades funcionales**. Los pioneros
adventistas, deliberadamente o por instinto, *usaron el aura profética de Elena
White para dar legitimidad absoluta* a las creencias que iban configurando. El
resultado práctico fue que **toda disensión** dentro del grupo podía resolverse
apelando a “lo que Dios mostró a la hermana White”. Esto creó un fuerte
**aparato ideológico unificado**: la Biblia era interpretada según el “espíritu
de profecía” de White, y a su vez las visiones de White debían concordar con la
Biblia según esa interpretación. Un círculo cerrado de legitimación que
blindaba al movimiento frente a críticas externas **racionalistas** (para un
adventista, los escépticos simplemente no tenían “la luz” de Dios) e incluso
frente a desafíos internos.
En términos de lucha ideológica,
**Schelling y White terminaron sirviendo al mismo fin**: reinstaurar un **Orden
absoluto** presentado como iluminación divina. Schelling lo hizo en el terreno
filosófico, dando munición conceptual a la defensa de la **ortodoxia
cristiana** frente a la modernidad revolucionaria; Elena White, en el terreno
religioso popular, proporcionó a miles de personas una **estructura total** de
sentido (teológica, social y práctica) que reclamaba origen sobrenatural
incuestionable.
# **Conclusión: un hilo conductor
ideológico**
En resumen, **sí puede trazarse un
hilo conductor** entre la “filosofía de la revelación” de Schelling y el caldo
de cultivo que dio lugar al adventismo de Elena G. de White, aunque sea a un
nivel más de *clima intelectual compartido* que de influencia directa puntual.
Podemos concluir críticamente que:
* **Schelling** construyó la
*catedral filosófica* que devolvía a la revelación religiosa su estatus de **verdad
absoluta** en respuesta a la Ilustración. Justificó intelectualmente que la fe
y lo **invisible** subyuguen a la razón crítica.
* **El adventismo** del siglo XIX,
nacido del milerismo, fue uno de los movimientos que llenaron esa catedral de
**fieles devotos** de la revelación. En vez de una filósofa, tuvieron una
**profetisa**; en vez de un tratado, crearon un cuerpo de creencias “dictadas”
por Dios. White, con su **“espíritu de profecía”**, personificó la supremacía
de la revelación sobre la razón humana dentro de su comunidad.
* **Ambos sirvieron al mismo altar**:
el altar de un **Orden trascendente** presentado como **iluminación**. Es
decir, tanto la obra de Schelling como la de White funcionaron como reacción
**contrarrevolucionaria** (en sentido amplio) – una respuesta al desconcierto y
relativismo modernos mediante la afirmación de un **absoluto** incuestionable.
En Schelling, ese absoluto beneficiaba a la causa conservadora del Estado e
Iglesia (literalmente apoyado por el rey prusiano). En White, ese absoluto
cohesionó a una comunidad religiosa otorgándole **identidad y autoridad
moral**, pero también implicó un aparato que filtraba y controlaba la “verdad”
en nombre de lo divino.
En definitiva, rastrear esta conexión
nos revela que el caso de Elena G. de White *no fue un fenómeno aislado*. Fue
la expresión, en el campo popular religioso norteamericano, de un **paradigma
ideológico** que había ido fermentando desde la Europa post-ilustrada: la
búsqueda de seguridad en una **Verdad revelada suprema**, administrada por
autoridades **carismáticas** (filósofos-teólogos o profetas) frente a las
ansiedades de la modernidad. Así, la “puerta trasera” por la que entraron las
ideas de Schelling al adventismo fue, en realidad, la **puerta grande de la historia**:
la dialéctica social que une pensamiento y fe en cada época.
**Fuentes utilizadas:** Schelling,
*Filosofía de la Revelación* (lecturas en Berlín, cf. análisis de Dussel);
Encyclopaedia Britannica (biografía de F. W. J. Schelling); Timetoast (cita sobre
el Segundo Gran Despertar y Romanticismo); Challies (resumen histórico sobre
las visiones de E. G. White aceptadas por los primeros adventistas); documentos
históricos adventistas críticos (alteración de textos de White en 1851), entre
otros. Todas corroboran el cuadro de un tránsito de ideas y prácticas que
vincula a Schelling, White y el clima reaccionario del siglo XIX de manera
coherente. 
(Del face de Saul flores Mamani)
El problema con Nagarjuna es que no dice que la nada también
es nada pero que esto no significa que se vuelve a restaurar el ser como una
realidad sustancial para nosotros es claro el ser vuelve a restaurarse como uno
sustancial más su sustancialidad es transferencial relacional, esto quiere decir
¿Que es convencional? No, la vía media
solo es media si podemos pasar del ser al no ser y del no ser al ser sin
problemas comprendiendo que en el fondo son lo mismo y que cualquier conflicto que se dé entre
ellos es una ilusión, pero lo que realmente hay y hace sustancial convirtiendo
lo uno en idea pensamiento y la nada en materia energía, es la herida y su
superación por el amor, lo cual hace que haya causa efecto y sea posible el análisis
lógico así también la dialéctica y la
adialectica hasta la metadialectica en la comunión y entonces ya no se puede
tan facialmente cambiar el efecto por la causa o alterar el sistema porque su consistencia
está en la manipulación de la herida y
su superación en el amor que cura la herida.
Para comprender esto hay que leer con cuidado la obra de Dostoievski
porque en ella se da un discernimiento
del amor:
Fiódor Pávlovich Karamázov. Hombre ridículo y oportunista de 55 años que
tiene tres hijos de dos matrimonios. Se rumorea que tiene también un cuarto
hijo ilegítimo, Pável Fiódorovich Smerdiakov, a quien contrata como sirviente.
Como Fiódor nunca manifestó interés por ninguno de sus hijos, éstos crecieron
apartados tanto de él como entre sí. La relación de Fiódor con sus hijos
adultos es uno de los temas principales de la trama.
Este personaje renuncio al amor y tiene un placer en destruir
a sus hijos en especial a Dimitri
·
Dmitri Fiódorovich Karamázov, también llamado
Mitia, Mitka o Mítienka. Es el único hijo del primer matrimonio de Fiódor y
Adelaida Ivánovna Miúsova. Por su personalidad, es el hijo que más se parece al
padre: es un hedonista que apuesta y despilfarra enormes cantidades de dinero.
En su juventud Dmitri fue soldado, participó en un duelo y generalmente se deshonraba
de numerosas maneras. Al principio de la novela Dmitri se enreda en una amarga
discusión con su padre sobre su herencia y una mujer local que ambos se
disputan. Este altercado lo convierte en el principal sospechoso del asesinato
de su padre.
Este otro personaje protagonista encuentra el amor y es muy interesante porque
puede discernir entre esa soberbia de la virtud y el verdadero amor estando
dispuesto a pagar el precio del amor.
·
Iván Fiódorovich Karamázov, también llamado Vania, Vanka o Vánechka. Es
el primer hijo del segundo matrimonio de Fiódor con Sofía Ivánovna. Es un
ferviente racionalista y también ateísta. Desde
pequeño tuvo mal carácter y se relaciona poco con los demás. El odio contenido
que siente por su padre lo lleva a su propia culpabilidad moral sobre el
asesinato de Fiódor y contribuye a su locura. Algunos de los pasajes más
conocidos de la novela involucran a Iván, entre ellos el capítulo «Rebelión»,
el poema El Gran Inquisidor y su pesadilla
sobre el diablo en el libro undécimo.
El ha renunciando al amor lo que significa renunciar a Dios
pero en su renuncia a obtenido una sabiduría de lo que es el amor y por ende de
quien es Dios.
·
Alekséi Fiódorovich Karamázov, también llamado Alioshka, Aliosha o
Lióshechka. Es el más pequeño de los hermanos Karamázov, segundo hijo de Fiódor
Pávlovich y Sofía Ivánovna. En el primer capítulo el narrador lo identifica
como el héroe de la novela. Aliosha es un novicio en el monasterio local. Sus
creencias religiosas lo convierten en el contrapunto de su hermano Iván. El
monje principal, Zósimo, lo envía a la ciudad y posteriormente se enreda en los
detalles de la disfunción de su familia. En una trama secundaria, Aliosha se
hace amigo de un grupo de escolares cuyo destino agrega un mensaje de esperanza
a la novela. El personaje está inspirado en Vladímir Soloviov, amigo de Dostoyevski.
Este personaje ama como solo Dios puede amar y hace suya la
pasión de su hermano alcanzando real sabiduría.
·
Pável Fiódorovich Smerdiakov. Es el hijo de
Lizaveta Smerdiáschaia, una mujer bendita de la calle. Se rumorea extensamente
que es hijo ilegítimo de Fiódor Karamázov. Es un hombre muy antipático y huraño
que trabaja como sirviente y cocinero de Fiódor. De niño recogía gatos
callejeros para ahorcarlos y enterrarlos. Aunque es distante con la mayoría de
la gente, siente una especial admiración por Iván y comparte su ateísmo.
¿Un verdadero ateo? ¿Estar sin Dios significa hacer lo que te
dé la gana? No es solo en el amor que el deseo se cumple, perder la compasión
es perdernos en una casi nada, en la cual no hay redención.
·
Agrafena Aleksándrovna Svetlova, también llamada
Grúshenka, Grusha o Grushka. Es un personaje al estilo del personaje bíblico de Jezabel. Tiene un
extraño encanto entre los hombres. Un oficial polaco la rechazó en su juventud
y quedó bajo la protección de un avaro tirano. Grúshenka inspira una profunda
admiración y lujuria en Fiódor y Dmitri Karamázov. Su rivalidad por su afecto
es uno de los motivos más perjudiciales que lleva a Dmitri a la convicción del
asesinato de su padre.
Una Jezabel redimida en el amor, que jugo con el deseo pero
que se puede abrir a la compasión
·
Katerina Ivánovna Verjóvtseva, también llamada
Katia, Katka o Kátenka. Prometida de Dmitri a pesar de sus aventuras muy
abiertas con Grúshenka. Se comprometió con Dmitri después de que él sacara bajo
fianza a su padre a causa de una deuda. Katerina produce otro triángulo amoroso
entre los hermanos Karamázov cuando se enteran de que Iván está enamorado de
ella. Es orgullosa y su magnanimidad es una fuente constante de tormento para
Dmitri.
En cambio Katerina con toda su virtud no puede abrirse al
amor
·
Zósimo. Es el líder
espiritual (stárets) de Aliosha en el monasterio de la ciudad. Es
famoso entre los ciudadanos por sus habilidades proféticas y curativas, algo
que inspira tanto admiración como celos entre sus compañeros monjes. La tarea
de refutar las poderosas discusiones ateístas de Iván es dejada a lo
espiritual, que se apoya de la vida y las enseñanzas de Zósimo.
·
Iliusha, también llamado Iliúshechka. Es uno de los estudiantes de la
escuela local y el protagonista de la trama secundaria más importante de la
novela. Su padre, el capitán Sneguiriov, es un funcionario empobrecido que es
insultado por Dmitri cuando Fiódor lo contrata para amenazar a este último para
que pague sus deudas, y esto lleva a la familia a la vergüenza. Nos conducen a
creer que es la razón por la que, en parte, Iliusha cae enfermo, para
finalmente morir (su funeral es el capítulo de conclusión de la novela), para
ilustrar que incluso las acciones de menor importancia pueden dejar profunda
huella en las vidas de otros, y que «somos todos responsables los unos con los
otros».
Esta responsabilidad nos aleja de todo nihilismo más el amor que
cura la herida nos revela que la nada y lo uno son lo mismo y a la vez
diferentes así lo uno condensa la nada en el pensamiento pero esa nada ya no es
nada sino el absoluto que se ha liberado
de la herida y la nada se repite así misma creando diferencia y es que cada
nada es distinta por en cada una de ellas se recupera el flujo de la existencia,
este condensar y desplazar es libre realmente libre porque la verdad nos hace
libres y la verdad está en la superación
dela herida para lograr la comunión.
Si la fe nos quita el amor y su libertad ya no es fe
Si la razón nos quita la fe y la esperanza ya no es razón
Así mismo si lo uno nos quita la nada y su multiplicidad
diferencial ya no es uno
Y si la nada nos quita
lo uno ya no es nada
, Schelling con
su filosofía de la revelación no quiso hacer mal y habría que comprender
realmente en qué consistía esta filosofía
distinguiendo sus etapas y su contexto, somos nosotros quienes nos hacemos daño
asumiendo esta filosofía como la verdad, cuando la verdad está en nuestro camino libre, seamos honestos no
leemos filosofía para reflexionar sino para librarnos de la libertad de pensar
igual con la fe, el problema no son los adventistas o los católicos somos nosotros
renunciando a ser libres y entonces vendrá Jesús y no lo podremos reconocer. Así
mismo el problema no es Nagarjuna ni el
budismo en él y en el busdismo hay una enorme compasión pero esa compasión no
pude quitarle la libertad de su existencia al hombre es decir la libertad que
implica e implicara siempre sufrimiento y ese sufrimiento no se ira, porque me
digas que es ilusoria, sino porque realmente lo superamos juntos, recreando nuestras
condiciones, claro que podemos recrearlas porque su base es la nada, pero una
nada en relación con una unidad en la que siempre se generaran conflictos y
heridas, que son superables en el amor y el amor es Dios , aquí revelamos al
super ente que es nada y uno al mismo tiempo.
https://www.mercaba.es/germania/fisica_de_escoto.pdf
https://archive.org/details/nicolas-de-cusa-la-docta-ignorancia
Comprendiendo
este principio ontoteológico de la herida
y su superación en el amor donde se descubre que lo el ser y el no ser
son lo mismo y a la vez diferentes es
que alcanzamos la vía media logrado traspasar el teatro loco del mundo el cual
o se queda en la herida o en lo uno o en la nada en alguno de sus niveles sea político
en la lucha materialista, idealista, o ético entre una libertad positiva o
negativa o filosófica entre lo esencial y lo existencial, nosotros en el amor
nos comprometemos con la herida y en si con las personas que están heridas, no
solo para acompañarlas sino para superar esta herida en lo espiritual , psicológico,
económico, social, político, cultural.
El teatro como
arte de representación del teatro loco del mundo es fundamental porque en él se
refleja el proceso de esta desintegración, integración así como el fundamento
de la nada y de lo uno , nadie mejor que el payaso para recordarnos la nada en
la que estamos, ni siquiera el Eclesiastes recordándonos que todo es vanidad de
vanidades es tan efectivo como ver a Chaplin jugar con el pan o como ver a Jorge Acuña en la plaza san Martin
e igual nada mejor que la tragedia para recordarnos la unidad pero el teatro
peruano parce olvidar que el actor está libre de todo condicionamiento y que eso le permite comprometerse con la
herida y expresarla, por esto y solo por esto llamo a Yuyachkani la traición y
a Cuatrotablas la mentira así como al teatro de Isola un teatro de Tias que
parece que se reúnen a tomar el té y no a verse reflejadas y es que al igual que Artaud pienso que el
teatro debe de ser una peste y más en el Perú que tenemos a Vallejo a Arguedas a Mareategui si
Abiamel es el mejor Mareateguista hasta ahora es porque él tuvo mucha mayor
compasión, que cualquier cristiano , que cualquier teatrista, hasta dar su vida
y hasta perder la posibilidad de ser enterrado, pero a los artistas les gusta
el elogio y la alfombra roja en vez de buscar la verdad, hoy Pedro sufre una cárcel
injusta y nadie levanta la voz es decir nadie que esté en el circuito teatral artístico , filosófico,
es ¿Entonces Abimael un héroe? No, si hubiera ganado la guerra lo hubieran hecho
un héroe, pero felizmente no gano ¿Es un mártir? No él se pierde en la herida, pero por lo menos
se compromete con la herida, cuantos pueden hacer eso, solo ene se compromiso
es que puede resurgir el uno y lo otro asi
como un verdadero teatro que ya no solo represente en el ser sino que actue en
el no ser, alterando las máscaras ahora digitales de este mundo enfermo.
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